Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

jueves, 28 de abril de 2011

La historia de los vencidos/ Historia hegemónica en el límite de la empatía


La historia de los vencidos

Historia hegemónica en el límite de la empatía


Víctor Samuel Rivera
Sociedad Peruana de Filosofía

Para la versión electrónica en la Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico Saavedra Fajardo, haga click aquí.
Hace tiempo no redactaba un post filosófico.



Es un dogma del estudio del pensamiento histórico-político que todos los contextos políticos se hallan tejidos alrededor de una historia hegemónica. Es la historia principal, la que resulta, frente a los materiales del estudio histórico social, la fuente más básica de significado de todos los relatos. Este dogma procede, para citar en otro contexto una metáfora de Juan Donoso Cortés, como la atmósfera en relación a la naturaleza. En relación con el trabajo de los investigadores y las expectativas de los lectores, la historia hegemónica procede como un agente que nunca interviene, si no es cuando tiene que asfixiar. Deja respirar, o no lo deja. La historia hegemónica resulta así imperiosa, tanto para el investigador como para los destinatarios. Existe para exigir de lo que rodea. El investigador debe rendir cuentas a un sentido establecido; el lector, buscar la realización de ese sentido en la fuente autorizada. Este dogma se halla expresado en una tradición que atraviesa el pensamiento de la historia de todo el siglo XX., desde Walter Benjamin y Arnold Gehlen hasta Gianni Vattimo y Tzevan Todorov. En esta tradición la historia general, que es la portadora del sentido, se llama la “historia de los vencedores”. Como atmósfera, la historia hegemónica resulta ser una esencia mandatoria; se realiza como el libreto de una actuación que los escritores y lectores de la historia deben realizar al comprender lo que investigan y leen.

La expresión “historia de los vencedores” dice bastante de sí misma, de su significado metafísico. Es una definición metafísica de la atmósfera de interpretación. Sugiere un panorama en el que hay o hubo alguna vez vencedores y vencidos. En realidad, la historia de los vencedores asume a los vencidos como un riesgo. Esto es tanto mayor cuanto menor es en la posibilidad social de su retorno. Se trata de un presupuesto algo absurdo, pues busca protegerse más de lo que es más improbable que se produce nuevamente. Por lo general, los vencidos no tienen chance alguna de volver. De volver socialmente, como realmente los mismos. Mientras más lamentable sea el pasado social de los vencidos es menor la posibilidad de su regreso y, por lo mismo, es más inútil la idea de tener protección contra él. Nunca el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán ha sido tan malo como para los historiadores de hoy. Es un signo cierto de que nunca va a regresar. Hoy todos los nacional socialistas de la realidad han muerto. El retorno, sin embargo, es siempre posible, aunque de manera análoga. Cuando se representa el peligro en un actor social, se reproduce en él los rasgos más improbables, que son interpretados sobre la base de la historia hegemónica.


La historia hegemónica misma supone que los vencidos pueden volver. Es por eso que mismo que los vencedores deben reactualizar su triunfo, deben ganar de nuevo en la comprensión de la historia. Esto nos indica que la comprensión presente del pasado debe orientarse a la experiencia del triunfo de los que han triunfado. Adquiere el carácter efectivo del triunfo y se convierte en su consecuencia. Pero la idea de que hay vencedores, que impele a realizar su triunfo en la comprensión, remite el sentido a una fuente no histórica. Esta fuente es fundante, en el sentido filosófico de que es la inauguración de la historia, si fiat. Remite a una experiencia fundante en que tiene su inicio el sentido del triunfo. Este carácter fundante del conflicto puede ser pensado. Pero al hacerlo es necesario renunciar, suspender, cancelar un momento el rasgo de obligatoriedad de la atmósfera de la historia hegemónica. Debemos hacer un esfuerzo moral que sea la secularización –por así decirlo- del imperio moral del triunfo. En ese sentido, el pensar fundante de la historia parte de la historia hegemónica, pero envía al pensamiento de la ausencia de la hegemonía. Y entonces, insensiblemente, el pensar hegemónico se remite más allá del bien y del mal. Cuando eso sucede, el dogma de la historia hegemónica se ha desvanecido, aunque el costo de eso sea que los valores históricos se han desvanecido con él. Pero se trata de una apariencia solamente.


El dogma de la historia hegemónica remite al momento fundante. Ese momento es un conflicto. El dogma expresa una realidad histórico social, cuyo sentido expresa. El pensar del carácter fundante de la fuente no histórica nos remite también a expresar un conflicto histórico social, pero éste es anterior al dogma y, por ello, su presencia hace discutible el dogma. Pero sólo hay carácter fundante y conflicto cuando los vencedores y los vencidos se invisten de un cierto prestigio. Un cierto prestigio que es posible si ambos son pares en algún sentido. Esta paridad histórica puede ser reconocida en el momento fundante cuando se observa que vencedores y vencidos, en el momento fundante, eran enemigos. Los enemigos pueden acordar pactos, hacer treguas, esgrimir razones; también pueden exterminarse mutuamente. Para ambos la muerte ocupa la razón de ser que en la historia hegemónica tiene el triunfo. No sólo es la muerte del enemigo, sino la propia, pues el enemigo está permitido de matarnos. Cada enemigo tiene un poder gravitante para el otro, y entonces ambos reconocen sus limitaciones y se temen. Pensar la historia antes del dogma es aceptar que ambos, los vencedores y los vencidos, alguna vez, no eran las contrapartidas de la historia hegemónica actual, sino eran actores sociales que disputaban la lealtad del discurso sobre la historia de la que uno y otro eran partícipes y agentes, intérpretes y gestores. Si la vista retrocede desde la historia hegemónica hasta su origen y tiene allí la pretensión de pensarlo, el vencedor y el vencido sólo pueden ser interpretados no hegemónicamente si a cada uno se le adjudica la característica de su poder ser gravitante. Es manifiesto que esto es más verdadero si se le aplica al vencido.


Detrás de cada historia hegemónica, que es también historia buscada e historia deseada, hay un gran conflicto cuya esencia y cuyo destino ha sido ocultado por el discurso de la hegemonía. El pensamiento histórico que se interesa por el origen del triunfo, por su esencia metafísica, debe alojarse en su carácter fundante, que se halla en el conflicto originario. Para esto el vencido debe recuperar su carácter de enemistad. Pero la verdad del conflicto sólo es posible realizando esa reinvestidura estrictamente más allá del bien y del mal, en la medida humana en que eso es posible. El vencido-enemigo debe recuperar en el discurso el prestigio y la dignidad de los enemigos efectivos en el mundo histórico-social. El vencido debe ser capaz de argumentar persuasivamente. Debe mostrar, por así decirlo, sus argumentos más interesantes. La historia se hace entonces historia del conflicto. Y el conflicto sólo es posible si el agente del pasado es digno. Y es digno sólo si es racional. Y es racional sólo si sus argumentos pueden ser aceptados como argumentos dignos, es decir, como argumentos serios, a los que se debe rebatir. Los mejores argumentos del vencido se reconocen porque ponen en riesgo el mundo histórico social del vencedor. Mientras más difíciles y sofisticados sean los argumentos de los vencidos-enemigos tanto más edificado sale el que comprende sus intereses. Pero de esta manera, insensiblemente, cuando la historia mira la conflictividad de la cual ha surgido la historia hegemónica no observa una situación limítrofe de desorden, sino que se encuentra en un orden diverso del de la historia hegemónica, a la vez paralelo y verdadero. El conflicto originario se revela como un horizonte de racionalidad. El discurso del vencido se rehabilita, se hace interesante y es objeto legítimo de respeto y admiración.

La historia hegemónica remite a su origen en el conflicto. Y al investigador y al lector, que son los actores de la comprensión de la historia, los fuerza una nueva atmósfera, la atmósfera de la racionalidad del vencido-enemigo. A diferencia del discurso de la historia hegemónica, el discurso del vencido no cumple las expectativas del lector, que es reconocer sus patrones morales en el pasado, lo cual incluye el despojo de la dignidad moral y racional del vencido. El lector lee desasosegado unas posibilidades que a él mismo le parecen racionales y justificadas. Y si no se lo parecen, comprende que la nueva atmósfera es mandataria, y lo fuerza. Lo que vale para el lector vale aún más para el investigador. Éste, en la atmósfera de la recuperación de la conflictividad, se ve obligado, en este marco, a renunciar al carácter moral del mundo histórico social al que efectivamente pertenece. Entonces debe (tiene que) admitir errores respecto de sí mismo; debe sospechar del dogma de la historia hegemónica y hacerlo, además, moralmente. Comprende que en ello le va la vida. El enemigo puede reclamarle ahora con justicia, pues el enemigo, de ser un actor en una historia pasada, ha pasado a ser un agente real y eficiente, que opera no fuera, sino dentro de la propia comprensión de la historia del investigador. El límite de esta actitud es hacer de la comprensión del conflicto, y en el conflicto, del vencido-enemigo, una actividad empática. Ese límite es deseable, es decir, tiene la característica de que porta consigo la atmósfera propia de lo anhelado. Esto se debe a que en este límite señalado por la empatía el enemigo, que puede en el extremo reclamar la vida de su enemigo propio, es capaz de negociar, llegar a un entendimiento y realizarse en acuerdos parciales o concesiones razonables. Una actitud hostil no es buena consejera en política y anula toda capacidad de negociación. Comprender la historia del vencido así termina para el investigador y el lector en una actuación del pasado que recupera el sentido porque recupera el carácter genuinamente conflictivo del vencido-enemigo de la historia hegemónica.

sábado, 16 de abril de 2011

Fernando Fuenzalida, recuerdos


Fernando Fuenzalida,
Recuerdos

Víctor Samuel Rivera
Sociedad Peruana de Filosofía


Me matriculé en el curso de Antropología Filosófica. Era el primer curso de filosofía que llevaba en la Facultad de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú, ya en calidad de alumno de especialidad. Íbamos a tratar del mito, el tema me fascinaba y estaba entonces de moda en los predios de mi universidad. Enrique Prochazka se enteró de que iba a tomar el curso con el profesor Edgardo Albizu, un filósofo de origen argentino que trabajaba en el Perú en aquellos años. Y entonces me dijo que no, que no podía ser, que cómo se te ocurre a ti estudiar el mito con Albizu, que si no sabía ya de “Fuenza”: el profesor Fernando Fuenzalida Vollmar (1936-2011). “¿Cómo? ¿No sabes quién es Fuenzalida?” Años que no veo a Prochazka y no me cruzo con sus ojos verdes y bohemios; amigo entrañable en cuyo departamento fabricábamos pruebas y exposiciones de filosofía con Brenilda López. Algunas tardes, Chazka me leía sus cosas de ficción, que lo han hecho finalmente célebre, una especie de leyenda de la literatura del Perú. Pero volvamos al Prochazka de mi recuerdo. Prochazka era, ante todo, mayor que yo y, aunque pasábamos horas hablando de literatura y reparando bicicletas, como dos niños, sus opiniones, en esto y en todo, eran para mí casi órdenes del comando superior. Tenía que conocer a Fuenzalida. Curiosamente, y pese a que me gustaría recordar otra cosa, hice caso omiso de la sugerencia imperiosa de Prochazka ese semestre (todos llamábamos a Enrique Prochazka por su apellido, que en sí mismo tiene todo el misterio de un apodo). Llevé el curso con Albizu. Un tiempo después me matriculé en la Facultad de Ciencias Sociales y llevé el curso sobre el mito con Fuenzalida.


Fernando Fuenzalida era un personaje fascinante. Al final era un hombre formal, perpetuamente cansado y que apenas emitía sonidos. Lo recuerdo aún de pie en una cena que dio Eduardo Hernando Nieto en 2004 y a la que asistimos varios a los que nos unía la gratitud por este maestro. Vestía esa noche un blazer azul y guardaba un porte nobiliario que se alejaba bastante del Fuenzalida que yo había conocido por Prochazka. En 1985 Fuenzalida era un intelectual miraflorino, en todo, en su ropa, en su caminar desgarbado, en todos sus defectos, en su maletín de cuero y sus camisas de cuadraditos. Pero Fuenza no era como el auténtico miraflorino, que es siempre “decente”, es decir, que es siempre de izquierda, aunque él personalmente goza de todos los privilegios sociales de los que su teoría se lamente y en su familia hay algo del abolengo y de las facciones señoriales del Virrey Pezuela. Fuenzalida era otra cosa. Era parte de un selecto y anomalísimo grupo de intelectuales que circularon entre las décadas de 1970 y 1990 y que leían todo lo que había que leer, pero que leían además todo lo que está prohibido leer también. Y le sacaban provecho. Con ellos, en especial con Onorio Ferrero, uno aprendía la bondad de lo prohibido. Recuerdo a Gianbattista Vico, a quien leí por primera vez seriamente gracias al magisterio de ambos personajes. Después, cómo no, a la Escuela Teológica, y muy especialmente al Conde de Maistre. También a René Guénon, de quien aprendí sobre el significado de la modernidad tanto como leyendo a Martin Heidegger, que es decir no poco. Metapolítica, revolución conservadora. Quizá debo resumir la atmósfera que rodeaba a Fuenzalida como el justo lugar de lo sobrenatural en la reflexión humana. Era lo contrario de un racionalista. Era un filósofo.


Algunos chicos le decían a Fuenzalida “Fuenza”. Aún Eduardo Hernando Nieto lo llama así, como si ayer fuera siempre. Hace un par de años le diagnosticaron de manera definitiva una enfermedad que iba arrebatándole las facultades mentales y que, en realidad, ya lo tenía bastante mellado desde tiempo atrás. El rumor entre la gente pensante era que había que rendirle honor publicándole algo, antes de que se muriera. Por suerte, ese honor se le ha cumplido. El daño que la enfermedad produjo en su mente quizá no le halla permitido gozar de estos bienes de la fama, tan tardíos e ingratos como lo fueron. Estos años el primer tema de Eduardo al hablar por teléfono era cómo estaba Fuenza, cómo le iba, si estaba en la clínica, si había tenido alguna crisis, si la enfermedad se llevaba arrastrando a la muerte algo más de él. Eduardo debe haber sido uno de los alumnos que más se han ocupado de Fuenza y de su salud. De sus necesidades, de la enfermedad y de su herencia intelectual. Creo que sólo he llegado a valorar a Fernando Fuenzalida en toda su magnitud, a la vez intelectual y humana, a través de Eduardo Hernando Nieto.


Fuenzalida llegaba siempre tarde. Tardísimo. No perdonaba una. En el curso sobre el mito de la Facultad de Ciencias Sociales, de 1984 ó 1985, había que esperarlo muchísimo. Una vez llegó no 30 ó 45 minutos, sino dos horas tarde. La esperanza de los más había cedido al aburrimiento. Quedábamos sólo tres alumnos en el jardín que da al frente de la Facultad de Artes, sentados en el piso. Angustiado, hecho una sopilla de nervios llegó tardísimo el maestro. Su mirada inquieta iba a derecha e izquierda mirando perdido el aula repleta de alumnos ajenos. Era tan tarde que ya no teníamos aula. Fuenza nos miró con cierta tristeza. Nos preguntó si aún queríamos la clase. Cuando le respondimos que sí nos miró con alivio. Levantó parcamente su maleta de cuero, que era como una mochila gorda y panzurrona. Sonrió al acomodarse y caminamos. Fuimos a buscar un aula juntos los cuatro, los tres alumnos y él. Y quiero recordar así a Fuenza, al profesor favorito de Prochazka, al maestro de Eduardo. Ahora que ha muerto, quiero creer, profesor Fuenzalida, que el aula de Ciencias Sociales lo espera aún, que al final de la jornada, maestro, ha de llegar usted sudoroso, con sus papeles, con sus libros de esoterismo y de teología política a improvisar, como siempre hacía, una de las clases maravillosas que son de las pocas que recuerdo de memoria de toda mi vida estudiantil. Mientras lo espero, maestro, le ofrezco mi gratitud.

miércoles, 13 de abril de 2011

No votaré por Humala


Por qué no voto por Humala

(supongo que ésta es una primera parte de una saga más grande, no lo sé)
Víctor Samuel Rivera

He resuelto dedicar algunos posts al tema electoral. Entre otras cosas, porque al fin, después de tiempo, me parece que el panorama se pone interesante. “Interesante” en el sentido de Joseph de Maistre. Para decirlo de alguna manera: no es que algo pasa, sino que lo que pasa es algo.

Durante años he visto con simpatía el régimen de Hugo Chávez. He saludado jubiloso en su momento los cambios políticos en Bolivia y Ecuador, aun cuando no fuera sino en privado. No he tenido empacho en dar una voz de apoyo a estos regímenes, y lo he hecho inspirado en motivos filosóficos relacionados con la interpretación metafísica del mundo, que en esta ocasión no son relevantes. Pensé –y pienso- en la libertad política, pero es que ni Chávez ni sus pares dan una como gobernantes. Son pésimos, son unos incalculables idiotas.

En el año 2006 voté por Ollanta Humala contra Alan García por razones análogas. Menciono todo esto porque no creo que estas razones me comprometan a votar otra vez por el señor Ollanta. Lo que media es un hecho bastante crudo, pero inapelable: el proyecto que yo creía que Chávez significaba ha fracasado. En Venezuela hay inflación, escasez de alimento, desorden civil, angustia. Ya ha pasado mucho tiempo desde que Chávez es líder de un país que nada en petróleo. Comparo la vida en Venezuela y en las monarquías petroleras de Arabia, y no me queda dudas de que Chávez hace algo extraordinariamente mal, algo que no lo califica como gobernante. Y lo que viene con Chávez es el modelo de Chávez. Y como Chávez no sabe lo que hace, su modelo no es en absoluto modelo a seguir. Más vale traerse un Rey de Arabia, de esos que regentan con sabiduría y paz en las Costas del Golfo de Persia.

Durante años, ya camino de tres lustros, he visto con paciencia la ineptitud, la torpeza, la práctica idiotez con la que Chávez ha gobernado Venezuela. He compadecido sus fallas en la dirección económica. He justificado su incalificable gestión pública en aras de razones metafísicas. He sido empático hasta el exceso. Pero basta de metafísica. Chávez, y sus pares de Bolivia y del Ecuador, son todos unos gobernantes ineptos. Aún creo que Chávez es un gran político. Tiene de Mussolini todo, casi, menos la facultad para gobernar. Justamente a Chávez le falta lo que a cualquier gobernante de su tipo debería sobrarle, talento de gobierno. Los de tipo Chávez han generado y sostienen la autonomía de Sudamérica, pero lo que hay que pagar para esa sustancia metafísica es excesivo. Hacen gran política, pero reparten hambre; Dios los colma de petróleo, pero en sus tierras el pan es caro y la electricidad un lujo. Respecto de las pobres gentes que los eligen, no se puede decir otra cosa sino que las gobiernan bestialmente, como si a sus tiranos los hubiera poseído un demonio animal, un Demonio con derechos animales, esos derechos -debo agregar- que son casi los únicos derechos que tienen éxito en sus berreados países.

Nuestra situación del Perú actual es harto compleja, y debo abreviar éste mi lamento. Pero si algo deseo subrayar, es que Ollanta Humala es, hasta ahora, un pequeño Chávez. Un Chávez sin gobierno, un Chávez que comanda, pero no manda. Dejémoslo pequeño, como está, si es que chávez, lector mío, qué es lo que te estoy diciendo. Y si no lo chávez, entonces vota por Humala. Y chavrás.

Keiko, la fuerza del destino

domingo, 3 de abril de 2011

José de la Riva-Agüero nunca escribió en "Hebdomadaire"




Montealegre y la Revue Hebdomadaire (IV)
José de la Riva-Agüero nunca escribió en Hebdomadaire


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


José de la Riva-Agüero ocultaba cosas. Ocultaba las que podían no convenirle. En particular, pensando en el plazo más largo, el del juicio histórico. Desde siempre mostró un interés por disimular y callar todo aquello que podría ser malinterpretado en el balance de su vida, que imaginó siempre en términos grandiosos, como la de un hombre destinado a lo alto. Por esa razón sus textos y su vida mima constituyen un maravilloso trabajo para el lector entre líneas. En el caso del artículo de Marius André de 1921, Montealegre no pudo admitir que los de la Revue Hebdomadaire lo habían mandado a rodar. Que había ido a las oficinas de la revista a reclamarle a André y entregar una rectificación, con la idea de que ésta fuera publicada en el número siguiente, de agosto de 1821 y que los de Hendomadaire no le publicaron nada.

La rectificación contra André existe. Fue impresa por Montealegre, con su propio dinero, en 1937, en el volumen primero de una de sus obras más características de su periodo fascista, un libro que se llama Por la Verdad, la Tradición y la Patria. Un libro cuya portada tiene en relieve símbolos franquistas. El libro en sí mismo es motivo de un delicioso acápite propio, que dejamos para después. Lo curioso es que se indica expresamente en el texto contra André fue publicado en la revista Hebdomadaire, en el número del mes de agosto de 1921. No indica qué número, ni en qué páginas. ¿Se habría imaginado Montealegre que nadie iba a acordarse en 1937 de que los de Hebdomadaire lo habían mandado a rodar 16 años atrás? Eso parece poco probable, si nos referimos a sus amigos de la nobleza peruana, a los Osma, los Aliaga o los Pardo, que con toda certeza se acordaban de esa mala pasada del destino. Ellos ni de asomo iban a olvidarse que al abuelito Montealegre lo habían rajado en París por el centenario de la independencia. Pero los de su casta le perdonarían la mentira, pues de una u otra manera, todos terminaban siendo sus parientes entre sí y proteger a uno era ser solidario al final consigo mismo. La posteridad, en cambio, poblada por gente más humilde, podía llegar a vivir engañada hasta la aparición de este servidor.


Las “Obras Completas” del Marqués de Montealegre de Aulestia fueron publicadas por el Instituto Riva-Agüero entre 1962 y 2007. Si buscamos allí el texto para Hebdomadaire lo encontraremos citado bajo el título de “Aclaración sobre el Mariscal José de la Riva-Agüero”. Los editores del Archivo de las obras y papelería de Riva-Agüero deben haberse percatado pronto de que no contaban con ningún ejemplar de la supuesta publicación de agosto de 1921, por lo que tuvieron que anotarlo. Les falta malicia, pues no tenían consignado el número del ejemplar, ni mucho menos las páginas y eso no los hizo dudar de nada. Hay que recordar que Hebdomadaire salía cuatro veces al mes, o sea, hubo cuatro números y nada de nada. Algo parecido le ocurrió en 1948 a la famosa historiógrafa y discípula de Riva-Agüero, Ella Dumbar Temple. Dumbar Temple, poco después de la muerte del marqués, consignó la presunta publicación de 1921 en la “Bio-Bibliografía de José de la Riva-Agüero”; ésta se halla en la revista Documenta(Lima), de 1948. Hubo de admitir allí que la única razón por la que se consigna esa impresión del año 1921 es que Riva-Agüero lo indicaba así en 1937. En realidad no hay nadie que haya jamás visto tal ejemplar. Es altamente significativo que así haya ocurrido, pues Montealegre era muy escrupuloso en archivar los documentos que había impreso, máxime si trataban de su gran papá, que era un tema neurálgico, literalmente.

Da la casualidad de que tuve la fortuna de adquirir el año pasado la colección completa de Hebdomadaire correspondiente al año de 1921, de la suscripción perteneciente a la biblioteca del filósofo Javier Prado y Ugarteche. Tengo también los números de 1920. La suscripción termina en 1922, pues en 1921 el pobre del filósofo Javier Prado debe haber calibrado las pruebas de la existencia de Dios y su liberalismo de izquierda con la vara eterna, y su familia no parece haber estado interesada en renovar la suscripción. Pero con las fechas de los ejemplares que tengo basta para aclarar todo esto de Hebdomadaire y el gran papá. He vuelto y revuelto cada uno de los ejemplares, que conservan sus índices, con lo que comprobé de todo: que había menciones a Francisco García Calderón, a Víctor Andrés Belaunde y a la revista generacional Mercurio Peruano; todo lo que corresponde con esta historia de contactos maurrasianos franco-peruanos, con toda certeza de parte de Francisco y Ventura García Calderón. Un beneficio colateral fue encontrarme con que la revista Hebdomadaire nunca publicó ninguna rectificación de Riva-Agüero y que, por lo tanto, cuando el marqués consigna una reimpresión de 1921 en 1937 simplemente está mintiendo. En realidad, está ocultando lo que ya sabemos que pasó, que los de Hebdomadaire lo humillaron. Cuando quiso aclarar las palabras desagradables dedicadas a su ancestro el Presidente de la República, algo sucedió y los de la revista lo mandaron a rodar con su carta. La historia de Montealegre y Hebdomadaire debía terminar aquí, pero aún hay un detalle que no hemos tratado, la relación de Montealegre con Marius André, pero eso lo dejaremos para la última entrega de esta serie.

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