Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

lunes, 11 de agosto de 2008

Reacción hermenéutica



Reacción hermenéutica
El pensar de los pobres


Víctor Samuel Rivera


Una buena pregunta para este blog es por qué se llama “anamesis”. Voy a defender la idea general, sobre la base de definiciones que indican su rastro y su procedencia, de que es un intento de práctica de la idea heideggeriana de Andenken (saber rememorante). En lo fundamental, es la puesta en obra de una idea heideggeriana que he tomado procesada desde la lectura de Vattimo. Creo que es importante pues explicará al lector de mi blog (si existe) la pista de mis aproximaciones aquí. El filósofo especializado podrá considera la pertinencia de mis alcances y podrá también (cosa deseable) establecer las diferencias conceptuales con Heidegger, pero más con Gianni Vattimo, que es la fuente más cercana de inspiración, pero no la única ni la última. Antes de intentar dar una respuesta filosófica a la pregunta por la “anamnesis” en las escasas tres páginas que debo destinar a ello, voy a contar una anécdota sobre el origen del término. “Anamnesis” (sin acento, pues debería ser “anámnesis”) fue un proyecto de revista de pensamiento político que hicimos Carlos Mayard, Eduardo Hernando Nieto y yo hacia 2002-2004. El nombre es creación de Eduardo y surge del entorno de lecturas que rodearon el proyecto, en un abanico que iba desde Leo Strauss y Carl Schmitt (entonces y hoy patrimonio de Eduardo) hasta Ludwig Wittgenstein, Rorty, Gadamer y Vattimo, dos grupos de autores sobre cuyas posturas polémicas nunca logramos estar de acuerdo. Le debo a Eduardo un reconocimiento por haberme aceptado hace poco el privilegio del nihil obstat para usar del rótulo. El nombre es precioso, y reviste para mí de un significado filosófico que deseo poner ahora al alcance del público. Para mí es pensamiento de la reacción (ontológica), reacción particular de los pobres y los oprimidos, y también pensar desde la catástrofe. Pero no desesperemos tan pronto, pues hay que dar cuenta de la procedencia.

Entiendo por “Anámnesis” el pensar a partir del recuerdo. Puede que se objete que “An-amnesis” no sea una buena traducción para el An-denken heideggeriano. Quien esto firma no sabe alemán y justifica su uso filosófico a partir de la traducción al italiano y el significado de esta traducción en el cuerpo de ideas que Gianni Vattimo ha empleado para interpretar el fenómeno general de la posmodernidad. En general, es un concepto que viene signado por un proceso característico del desarrollo de la hermenéutica filosófica, y como tal puede revestir diferencias de matiz. Pero tratar el An-denken como “pensar como recuerdo”, así definido, es muy fácil confundirlo con la historia, y creer que es mera historia, un reproche que se me hace frecuentemente por mis investigaciones historiográficas. El acento en el recuerdo también puede expresar un exceso de crédito al sentido filosófico del pasado, en cuyo caso la “anámnesis” pasa por un pensar nostálgico, por un pensar de la nostalgia. Esto último no me parece tan falso, pero es inexacto. La nostalgia no es la mera nostalgia. Intentemos, pues, para continuar, definir qué es aquí “pensar” y “recuerdo”. Eso ayudará mucho para diferenciarse de la historia y precisar el alcance de la nostalgia, que considero una actitud ontológica que, justamente, está a la escucha y está dispuesta a interpretar lo que se experimenta como una vivencia de la actualidad en lo que tiene de intensa y racionalmente digna de ser pensada.

Entiendo por “pensar” una remisión del esfuerzo por comprender a las condiciones de sentido de la vida humana, lo que en la tradición de la hermenéutica, desde Edmund Husserl hasta Gianni Vattimo, referimos como “facticidad”, esto es, el carácter dado de los hechos de la vida humana que presentan las características de su finitud. Como alguna vez me hiciera notar en diálogo personal Guillermo Nugent, uno puede, sujetándose de la Hermenéutica de la facticidad de Heidegger (1923) o bien de algunos aspectos de Ser y Tiempo (1927), hacer una interpretación pragmatista de la finitud, y remitir su pensamiento (el pensamiento) a un quehacer con lo cotidiano de la vida cotidiana. Como bien intuía Nugent, esto relacionaría así el pensar a la interpretación sociológica, como bien a observado también Vattimo hace poco en su Nihilismo y emancipación (2003). Pero la facticidad, tal y como parece interpretarla el propio Heidegger después en términos de “evento” (1936-1938), pace Nugent, tiene que ver con la radicalidad de la finitud, no con su ordinariez. Nos relaciona con las situaciones terribles, pues son éstas las que permiten el reconocimiento de la finitud. Nos referimos, por ejemplo, al hambre, la peste, la guerra y la muerte, los recordados cuatro jinetes de la visión del Apocalipsis de San Juan. Una vida excesivamente “ordinaria” nos haría imposible recordar que no somos dioses. La idea de filosofar con la vida ordinaria solamente –a mi juicio- funciona si se presupone que en realidad los eventos terribles no existen o no importan, un pensamiento que sociológicamente corresponde al pensar de los ricos, como es el caso de los referentes sociales de los libros de Richard Rorty, que también razona de esa manera. El pensar entonces es pensar del evento y, a mi juicio, de los eventos terribles de la facticidad, de los que sacuden, estremecen la atención de la vida ordinaria, no de los que la hacen irrelevante.



En el contexto de América Latina, hay que decir que el pensar desde la facticidad y el evento, como hemos expuesto, es por ello de la esencia del pensar desde la óptica de los pobres. Los pobres son privilegiados en esta óptica de consideración de la facticidad y el carácter terrible del evento porque constituyen su “pueblo”, para decirlo como Heidegger. Los pobres son el pueblo del evento. Todos los pueblos, por cierto, tienen una magnitud histórica, están el la condición de que deben –como observa Schmitt-, consideradores de su finitud, que es una historia. Hay que agregar aquí que la facticidad humana contiene como a un elemento la comprensión histórica, que ocupa una posición trascendental –en el sentido ordinario y kantiano-, pues es una condición “fáctica” (o sea, dada e inevitable) en la que tiene lugar el sentido de cualquier pregunta sobre los eventos del hombre, que siempre, por tanto, son también y principalmente eventos históricos. Creo recordar que una vez ha escrito Vattimo que la caducidad del hombre es un a priori, que es el a priori de la posmodernidad. La caducidad humana ha devenido especialmente espantosa en las consecuencias de la modernidad y la Ilustración, en su dimensión apoteósica y triunfante. Ejemplos de ello en la más cercana actualidad (los eventos que se nos imponen) son las incesantes amenazas militares de las democracias contra los Estados disidentes, la inminente contracción metafísica del norteamericanismo, la invasión planetaria de la tecnología o la catástrofe ecológica ocasionada por la consumación de los ideales morales del mundo moderno.



Hemos visto ya la idea de “pensar”. Vayamos ahora a la definición de “an-amnesis” como “recuerdo”. El recuerdo es el rastro de nuestra presencia humana como seres que se reconocen limitados por los eventos terribles. En la medida en que nos reconocemos finitos y mortales, sumidos en el acaecer inexorable y espantoso de la facticidad, el hecho de comprendernos significa también “comprenderla” (a la facticidad) y comprender la facticidad nos obliga a buscarnos históricamente en un sentido que implica una honda exigencia práctica. Esto tiene lugar de manera preferente en el pasado, y más aún cuando ese pasado tiene algo que decirnos que sea nuevo y –por decirlo de alguna manera- nos llame la atención acerca de nuestro presente, nos lo haga más interesante, más lleno en su sentido de vitalidad. Pensar, pues, es el pensar de la facticidad y por ello recuperación de sentido en el recuerdo. No de cualquier recuerdo, sino del que hace comprensible la facticidad, esto es, aquél que permite incorporar de manera razonable el en-frentarse ante la pregnancia de lo que aparece inevitable. En realidad lo fáctico de la facticidad aparece como un destino, esto es, como un dirección de la experiencia vivida que es inevitable y ante la que sólo queda la resignación. Pero esto es falso. Buena parte del significado de la facticidad está asociado a una agenda deliberativo-práctica, relativa lo que nos toca, a lo que hay que hacer. Lo terrible no sólo nos asombra, también nos convoca, esto es, nos llama a hacer algo, y está preñado así de una connotación moral que es intensa en proporción a la magnitud del evento. Es justamente en este sentido peculiar, la idea de que el evento convoca y que hay que hacer algo, que el pensar del origen y el recuerdo no son conmemorativos, sino ontológicos, pues definen nuestra respuesta ética ante lo que aparece inevitable. Por esta razón, si el filósofo hermeneuta desea pensar el recuerdo, lo hace con la idea implícita de que se espera de él lo que he llamado en otras partes una “reacción hermenéutica”, esto es, un pensar que es la recuperación desde la tragedia, desde el dolor, desde la presión de la facticidad que se presenta como un destino inexorable de los eventos terribles.

El pensar como recuerdo es una reacción, cuyo punto de partida es una llamada del acontecer a la reflexión del hombre, es la llamada misma de cualquier cosa que haya de llamarse razonablemente una realidad, pues procede de lo más espantoso. En la búsqueda en el pasado se sumerge el pensar bajo el presupuesto de que lo relevante del pasado es lo que permite trascender el carácter destinal de nuestra interpretación “cotidiana” de la facticidad, que hace al pensador cooperador del destino. En este sentido, y temo que contra el parecer de Gianni Vattimo, la anámnesis es necesariamente nostálgica, pues trata de hacer del pensar del hombre una recuperación desde lo terrible en orden de rebasar los límites que se imponen en la experiencia apocalíptica de lo espantoso. Vattimo insiste mucho en la etimología de An-denken, significando el periodo de convalecencia, el recuperarse de una enfermedad, aceptar una situación que es dada y la actitud de resignarse ante lo inevitable, todo a la vez. La interpretación vattimiana del término de Heidegger está vinculada con la idea de verdad que acuñara el Heidegger de De la esencia de la Verdad (1930) basándose en la etimología griega de “verdad”, “Alétheia”. Este término griego, a diferencia de la idea moderna de la verdad como algo “científico” y “fundado”, de lo “verificable” o lo “metódico”, significa una aproximación dinámica de algo que se desoculta sobre un fondo de oscuridad en el que se extiende. La verdad como Alétheia es la manifestación, el acontecer de una presencia que no se agota en sí misma y cuyo significado es sobrepasado por un horizonte inabarcable en términos de la descripción que un observador imparcial pudiera hacer. Con estos antecedentes, el pensar como recuerdo está involucrado en Vattimo (y eso lo tomamos aquí como herencia) con la noción de que la verdad en términos humanos es proporcional a la condición misma de la facticidad del hombre. El pensar es aquí en analogía con un cierto afán por el horizonte inabarcable, que se traduce en una agenda de interés por el pasado, que es la ausencia por antonomasia de lo presente y, por lo tanto, su pensamiento.

El interés por el pasado del filosofar como Andenken, aun siendo un repaso y una reconsideración del pasado, no es historia, pues la verdad de la historia que busca no es la verdad de una disciplina científica, sino el horizonte de fondo que permite comprender una verdad desocultada en un evento terrible. No es la verdad desinteresada del observador, sino la mira ansiosa del hombre que busca el sentido del destino –para decirlo en la jerga institucional- al destino al que está destinado. Una consecuencia de esta consideración es que este pensar hace su límite propio no en la verdad (científica) del pasado, sino con (y contra) las ideas que constituyen nuestro sentido común, tanto ordinario como filosófico, que se estrella con el pasado como lo hace la Alétheia griega con lo oculto. Esto nos lleva a un pensar radical del pasado que hace pensable el destino de la tragedia en el modo de una libertad, esto es, nos libera del aspecto más crudamente destinal del destino. Y ese pensar sólo es libre cuando los hechos terribles de la facticidad se ven consolados en su carácter finito, esto es, cuando la lectura del pasado nos hace descubrir que lo que hoy es alguna vez no fue, y que lo espantoso de hoy era ausente en el pasado. El pensar del pasado resulta así consolador y se convierte en el ejercicio deliberado de la nostalgia, con un objetivo moral de recuperación ante el peso pregnante de lo espantoso. Ante un evento terrible, ¿no parece razonable acaso hacerse preguntas en torno del origen, del origen del carácter humanamente fáctico del acontecer? Sería penoso, pues, considerar que el pensar como anámnesis o An-denken fuera un mero cultivo del recuerdo, del mero recuerdo. Por ello el recordar del recuerdo no es “rememoración”, en el sentido de acordarse de algo que ya pasó solamente y que, por ser pasado, es ido. Implica más bien la idea de incorporar el carácter del pasado en el significado de la interpretación del presente reconociendo que la “huella” de lo pasado es indeleble, dado el carácter unilineal de nuestra relación con él. En parte, la anámnesis es para descansar del presente, en parte para pensar el presente en el orden de la libertad. En este contexto, sin duda, no hay lugar al reproche de que la anámnesis es mera historia, ni de que la dimensión nostálgica del pensar como recuerdo conduce a la mera nostalgia. Conduce, desde el hogar de la nostalgia, al pensar de convalecencia de la reacción, a la experiencia de la reacción, al pensar desde la vivencia del hombre pobre la esperanza que llama de lo oculto.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Samuel;

¿O sea que recordar es pensar? A eso no se puede escoger. ¿También se puede pensar el futuro? Hay sueños, utopías, ambiciones de un futuro mejor. ¿Está mal? ¿Qué opinas de pensar sobre el futuro? ¿Es lógico?

Víctor Samuel Rivera dijo...

Querida Marina;

Respondo con algo de rapidez, con ánimo de escribir más adelante otro post sobre el asunto. Para no ser filósofa, es meritorio que hayas tolerado la lectura de este post, que es peculiarmente complicado de leer para un lego. De hecho varios colegas que leen esta página me escriben al correo personal por temor -creo- de suscribir ideas apuradas.

Es obvio que se puede pensar el futuro, pero es así como puede pensarse la muerte, como una extensión de nuestro presente en una geografía que en realidad no conocemos. Las predicciones pueden ser filosóficas, pero no son PRIMERAS en el orden del pensar. Aquí se trata del pensar filosófico, no como actividad mental, como ejercicio psicológico, sino como si fuera una ventana para el acontecer del mundo.En este sentido, el pensar nos manda hacia el pasado.

Espero que sea satisfactorio lo que te he escrito.

Christian dijo...

Hola Víctor. Soy abogado, así que, por favor, me vas a tener que tener paciencia, jeje.

Bueno ya en serio quería preguntar del por qué vincular el evento, el acontecimiento, con las vivencias de los pobres, y no también con la de los ricos. El evento en el sentido de situación terrible (excepcional en términos schmittianos) no es exclusivo de los pobres, sino también puede tocar a los ricos. En todo caso quisiera que explicaras más acerca de esta relación.

Por último, ¿podrías aclarar la referencia a Carl Schmitt que haces en el texto?

Saludos,
Christian

Víctor Samuel Rivera dijo...

El evento es histórico, se traduce enuna situaciòn sociológica determinada. En la medida en que estamos inmersos en la historia de Occidente, nosotros somos un evento de fracaso narrativo. Somos lo que a Occidente le ha salido especialmente mal, somos el lugar "ontológico" de su pobreza, o sea, somos la interpretación de algo que es su fracaso.

Víctor Samuel Rivera dijo...

Respecto de Schmitt, yo uso la ontología hermenéutica para interpretar el fin de la modernidad como un estado de excepción, en el sentido schmittiano, justamente, lo que a nosotros (como margen del mundo "rico") nos exige repensar la naturaleza del régimen político.

Christian dijo...

Gracias por la explicación. Entonces tú utilizas la noción de estado de excepción en un sentido ontológico. El que un concepto nacido de la Teología y el Derecho pueda ser usado en diferentes disciplinas revela su fertilidad y riqueza.
Los términos que utilizas son duros pero ciertos (me corriges, por favor, si no he entendido bien): somos el fracaso de Occidente, en dicha medida nuestro fracaso es común con el proyecto occidental o nuestro fracaso revela el fracaso de Occidente. Como dices hay que repensar la naturaleza del régimen político, lo que desalienta es que el repensar no vaya simultáneamente con proyectos políticos innovadores ya en el plano político práctico.

Saludos,
Christian

Anónimo dijo...

Tal vez podemos decir que la importancia del pasado se puede justificar en el futuro ya que se asumen aquellas consecuencias de crisis... algo??... tal vez muy duras... ya que muchas veces no podemos pronosticar lo que vaya a suceder... pero si podemos prevenir ya que no tendria nada malo pensar en el futuro...

Víctor Samuel Rivera dijo...

Para christian.

Mi interpretación del fenómeno excepcional se aplica al modelo de lo que Heidegger y otros consideran la historia de la metafísica, esto es, la pregunta por el sentido de las narraciones que constituyen el Occidente. Esto implica también la pregunta por la validez de las instituciones polítícas y los ideales que sostienen su autocomprensión social en un sentido radical, esto es, orientada hacia el fundamento.

Respoecto de los planes innovadores, el diagnóstico filosófico hermenéutico no "planea", ni tiene "método" (a diferencia del pensamiento liberal"), pues no es un pensar tecnológico, sino comprensivo, atento al hombre antes que a la verdad. Está no buscando un evento qué hacer, sino atento a la escucha del evento por venir.

Hay, sin embargo, bastante pan por rebanar aún. Agradezco tu inteligente comentario.

Carlos Eduardo Pérez Crespo dijo...

Hola Víctor Samuel,

Sería interesante si se "aterriza" la idea del evento, la reacción hermeneútica y la modernidad como "estado de excepción" a algún (o algunos) caso concreto.

Me gustaría mucho leer una interpretación de los hechos desde esa perspectiva para poder entenderlo mejor, pues tuve dificultad para captar la idea del post.

Un saludo afectuoso.

Carlos P.

Víctor Samuel Rivera dijo...

El evento es una noción que interpreta ontológicamente los hechos sociales, esto es, los interpreta como manifestaciones de "la realidad", que manda "mensajes". Estos mensajes se entienden como eventos históricos que comprometen al intérprete políticamente. Voy a darte brevemente un ejemplo de Heidegger mismo.

Según Heidegger, las hélices de un avión no tienen significado en sí mismas, pero la situación cambia si el avión que las tiene va a llevar al Führer de Alemania a visitar a Mussolini (agrego, también al Rey Emperador de la Italia de los 30'). En el primer caso no son "evento", en el segundo sí.

Un evento no compromete en un único sentido, pero marca la pregnancia del sentido de lo que pasa, de lo que acontece. Exige, por tanto, dos cosas: 1. Su atención, como manera de ser de lo que pasa (que es así el "Ser") y 2. El compromiso ético de interpretar el evento y adherirse en una decisión que para el hombre tiene un carácter originario (es un estar con o contra).

El ejemplo de es Heidegger. Hay bastante más aquí, pero es algo para comenzar.

David dijo...

Tengo la ligera sospecha de que de haber entendido a cabalidad lo escrito me habría suicidado en algunos días. Siempre me pareció interesante observar el mundo desde un lado marginal y la pobreza puede ser un pedestal para la contemplación filosófica. La añoranza por el pasado siempre lo ha caracterizado pero es algo que aun no logro procesar por completo. Se me vienen a la mente preguntas inocentes como ¨Si el pasado era tan bueno ¿Por qué desencadenó este presente?' o también '¿Acaso el abuso, la dominación y la polución no han existido desde siempre?'. Mis conceptos de facticidad, ontología y hermenéutica deben ser urgentemente afinados para poder escribir algo decente. Saludos...y buena suerte!

Víctor Samuel Rivera dijo...

David;

Disculpa el retraso. Mi pasdión por el pasado es el resultado de la opción por la racionalidad hermenéutica, que nos obliga moralmente con los envíos, tanto de nuestro pasado como de los de los demás. También quiero decirte que la bondad del pasado no explica su futuro (o sea nuestro presente) como la perversidad de nuestro presente no explica la renuncia a nuestro pasado. Una cosa es tan increíble como la otra.

Ricardo Milla dijo...

Querido Maestro:

Este es -sino el más- uno de los post que más me ha gustado, que más he disfrutado y que más me han conmovido.

Me lamento no haberlo leído antes, hace ya casi dos años.

Es muy iluminador y muy útil para mi actual investigación. Tu explicación es -a mi juicio- mejor que la hecha por Vattimo en diversas partes de su obra. Y no es para menos.

Pero creo que hay una confusión. Dices: "Vattimo insiste mucho en la etimología de An-denken, significando el periodo de convalecencia, el recuperarse de una enfermedad, aceptar una situación que es dada y la actitud de resignarse ante lo inevitable, todo a la vez." El "recuperarse de una enfermedad" es propio de la Verwindung y no del Andenken. El Andeken es la forma prístina de pensar el ser, puesto que "el ser que no se olvida, es el que se recuerda", como diría Vattimo.

Por ello mismo, más que un actuar nostálgico del pensar, el Andeken es actividad y operación ontológica del pensamiento. El Andeken se refiere al ser, a ese ser que es intensidad, que adviene en el evento, que se muestra potente en el temor que infunde. El Andeken nos lleva al pensar filosófico "auténtico": Pensar el abismo, el abismo que viene, el abismo que paso, la seguridad que no hay, el límite que se impone y la experiencia de la nada. Sólo en ese pensar, en ese encuentro con la nada, es que hay filosofía.

Un abrazo,
Ricardo.

 
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