Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.
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martes, 1 de diciembre de 2015

El temor de la noche. ¿Qué hacer con la Ilustración?






Dejo aquí el texto de la conferencia magistral que voy a dictar en la Universidad de San Pedro (Huaraz) el viernes 11 de diciembre del año en curso.

El temor de la noche. ¿Qué hacer con la Ilustración?

Para acceder al texto, presionar la imagen del Emperador que aparece a la izquierda (El Emperador fundador Manco Cápac)







martes, 19 de mayo de 2015

Evento y memoria/ 70 años de la derrota de Alemania





Evento y memoria
70 años de la derrota de Alemania


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía



Hoy, mientras este ensayo se redacta, es 15 de mayo de 2015. Este mes se conmemoró el 70 aniversario de la rendición incondicional de Alemania ante Estados Unidos y Rusia, que selló el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Los países de la órbita americana celebraron el día 8, mientras Rusia, China, la India y virtualmente el resto de la humanidad lo hizo el 9, en un extraordinario desfile en Moscú. Está fuera de discusión que el episodio de 1945 afecta la sensibilidad del universo en un sentido tal que, aunque haya secciones del planeta que poco o nada hayan tenido que ver en el asunto original, es manifiesto que nadie puede sustraerse a su interés. Para nosotros, los posteriores, sin importar condición, posicionamiento político, geografía, etc., comprender la humanidad no puede separarse del recuerdo de 1945 y, por supuesto, de lo que este recuerdo significa. La derrota de Alemania en 1945, para decirlo de otra manera, es un criterio para interpretar el presente del hombre; lo que el hombre es, lo que en cada caso somos nosotros, los presentes, no llega a ser comprendido, o estaría incompleto en caso de no hacerlo, si se excluyese la noticia y la rememoración de lo acontecido en 1945. Tener noticia y recordar 1945 compromete al que lo sabe, a través del hombre, consigo mismo. Ignorar 1945, esto es, carecer de memoria en este caso, es reprochable en cualquier persona. 1945 es, así, del interés del hombre. Una rememoración que compromete al hombre se ha hecho evento; el hombre encuentra en la rememoración un mensaje que llega desde el pasado remitido para él. No importa al respecto aquí la condición particular de cada quién, su posicionamiento político, geografía, etc. El recuerdo de 1945 interna a cada uno en su esencia de hombre del mundo presente. 







Memoria y rememoración históricas, si seguimos a Kant, tienen hoy con propiedad una dimensión metafísica. Han llegado a ser un factum metafísico. Pero, como ya se ha anotado, el que la historia haya devenido una experiencia universal, esto es, propia y constitutiva del hombre, sugiere también un compromiso universal. En este caso con los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, cuyas diferencias históricas y políticas tan profundas se hacen irrelevantes en el recuerdo; esto en sí mismo es digno de ser observado: el recuerdo medio de la Segunda Gran Guerra disuelve la identidad de los vencedores, que se odiaban entre sí, algo que aún hoy, al celebrar su triunfo por separado en fechas diferentes, revela la intensidad metafísica de esa misma diferencia. De otra manera, sin esa distancia benevolente y olvidadiza la celebración, esto es, la rememoración del evento, no sería posible para la humanidad, como no lo es en el caso de muchas otras guerras del pasado, inclusive la Primera Guerra Mundial. A este respecto es muy interesante para la vista del hermeneuta cómo Alemania celebra hoy la destrucción de sí misma, cómo es capaz de compartir la alegría por los muertos y dañados que le pertenecen como si fuera aliada de su propio abatimiento: un hecho reciente que muestra la radicalidad metafísica de los eventos para la historia del hombre. Acontece luego lo mismo con el final de la Guerra Fría: un escenario que nos conduce rápidamente a tópicos como “el fin de la historia” o “el pensamiento único” de la década de 1990. Pero esta última consecuencia, más cercana en el tiempo, resulta claramente a los presentes que es o ha devenido algo discutible. No discutible por razones puramente morales y políticas o filosóficas, sino fácticas; por eventos que retan y se imponen al pensar del hombre.


Aunque en el mundo presente la prensa y el acceso universal al conocimiento y la comunicación sugieren lo contrario, la experiencia de la historia como un compromiso del hombre como tal es en sí misma algo digno de interés filosófico, en particular para el hermeneuta. Es el diagnóstico de una singularidad histórica. Si la comprensión de la historia, al menos de algunos acontecimientos en ella, compromete al hombre como tal, es porque ha adquirido una dimensión metafísica: aunque contingente, universal y propia del hombre. La universalidad de la rememoración y, por lo mismo, del sentido histórico, es patrimonio fáctico del hombre. Se trata de un hecho tan extraordinario como reciente. Parafraseando al Conde Joseph de Maistre en Considérations sur la France (1796): antes conocíamos la historia de los italianos, de los franceses o de los rusos, pero no conocíamos la historia del hombre. En los siglos XVIII y XIX un mundo que rememorara eventos como recepción y noticia de un mensaje universal aparecía como un sueño de la Ilustración; nunca como un dato fáctico. Se trataba quizá de un compromiso de muchos hombres, pero no de una realidad histórico-social. Curiosamente, cuando Inmanuel Kant tomó en serio el programa de la Ilustración como una guía en la historia, lo diagnosticó como una orientación infinita para el logro de algo imposible. La realidad del valor metafísico de la historia sólo alcanzaba lugar en una experiencia más bien trágica. Kant comprendió que un mundo universal podía ser pensado, pues la (su) metafísica lo hacía, pero que la fuente de ese pensamiento era un interés de la razón, no una realidad. Y quiso decir con ello que la esencia del mundo histórico del hombre era pensable aun cuando no era posible transformarla en una realidad. Pero esa realidad, que Kant consideraba “metafísica”, hoy es la experiencia histórica acontecida de nosotros, los presentes. No es “metafísica” como lo era un ideal de la razón ilustrada, sino como un evento, es decir, como una realidad que se ha impuesto finalmente en un mundo histórico-social en el cual el hombre se reconoce asombrado; prueba de que en algún sentido no es el autor.

Memoria y rememoración históricas, si seguimos a Kant, tienen hoy con propiedad una dimensión metafísica. Han llegado a ser un factum metafísico. Pero, como ya se ha anotado, el que la historia haya devenido una experiencia universal, esto es, propia y constitutiva del hombre, sugiere también un compromiso universal. En este caso con los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, cuyas diferencias históricas y políticas tan profundas se hacen irrelevantes en el recuerdo; esto en sí mismo es digno de ser observado: el recuerdo medio de la Segunda Gran Guerra disuelve la identidad de los vencedores, que se odiaban entre sí, algo que aún hoy, al celebrar su triunfo por separado en fechas diferentes, revela la intensidad metafísica de esa misma diferencia. De otra manera, sin esa distancia benevolente y olvidadiza la celebración, esto es, la rememoración del evento, no sería posible para la humanidad, como no lo es en el caso de muchas otras guerras del pasado, inclusive la Primera Guerra Mundial. A este respecto es muy interesante para la vista del hermeneuta cómo Alemania celebra hoy la destrucción de sí misma, cómo es capaz de compartir la alegría por los muertos y dañados que le pertenecen como si fuera aliada de su propio abatimiento: un hecho reciente que muestra la radicalidad metafísica de los eventos para la historia del hombre. Acontece luego lo mismo con el final de la Guerra Fría: un escenario que nos conduce rápidamente a tópicos como “el fin de la historia” o “el pensamiento único” de la década de 1990. Pero esta última consecuencia, más cercana en el tiempo, resulta claramente a los presentes que es o ha devenido algo discutible. No discutible por razones puramente morales y políticas o filosóficas, sino fácticas; por eventos que retan y se imponen al pensar del hombre.

Hoy es ya difícil que alguien crea seriamente que la historia ha terminado. Aunque se concede que haya muchas personas que se adscriban al pensamiento único, es evidente también que ese pensamiento no es del hombre en el sentido en que lo es el evento de 1945. Los celebrantes de día 9, por su propia presencia en el desfile de Moscú, como los ausentes, por su sola ausencia, acuerdan el gran acontecimiento: no hay más un pensamiento único, si alguna vez lo hubo fuera de la distancia histórica que todo lo enturbia y oculta. En las celebraciones divididas no se revela un desacuerdo crítico, pues nadie dialoga, sino la imposición de una realidad hermenéutica, quizá algo impredecible al inicio del siglo de los presentes y que, hasta donde alcanza el hermeneuta, escapa a la comprensión media de los actores mismos. Esta última realidad aún tiene una dimensión metafísica, por lo que el compromiso del hombre se halla involucrado en ella, pero lo que en cada caso somos, la condición de cada cual, su condición, posicionamiento político, geografía, etc. de pronto se convierten en factores fundamentales para ese comprender; definir qué memoria debe uno albergar, qué es reprochable ignorar, cuál es el sentido de lo que se debe comprender. Y ese sentido que nos involucra sigue siendo metafísico.


En todas las circunstancias históricas hace sentido ver el pasado como en dirección hacia el que recuerda, que se encuentra siempre ante una totalidad. Resulta fructífero interpretar de este modo la reflexión de Martin Heidegger sobre el hombre y la realidad como un ser-ahí, un Dasein. En la rememoración pensada desde el Dasein la experiencia del pasado aparece significada en el presente, incorporada a él, y hace sentido porque tiene un efecto comprometedor con el hombre; aparece constituyendo su mundo, no como un mero recuerdo, sino como una tarea de mundo, como un mundo cuya esencia exige y demanda atención, una atención que debe ser realizada por quien ha comprendido lo que el recuerdo histórico significa; no comprender puede resultar así algo culposo y digno de reproche, lo que hace comprensible las compulsivas celebraciones de los alemanes y de las que son incapaces los rusos postsoviéticos o los perdedores en general en las guerras. Alemania parece querer demostrar que ha comprendido. Esto se expresa diciendo que el mundo que es propio en cada caso se relaciona con tener una condición allí, un posicionamiento político, una geografía, etc. y, de esa manera, comprender es también un realizar, cuyo olvido o ignorancia, como ya se ha insistido, son reprochables. 


Recapitulando, habría que decir que toda experiencia histórica aparece como un sentido, y que ese sentido es comprometedor con un mundo cuya esencia es reconocible en la rememoración. Pero está presupuesto que el sentido tiene unos límites de referencia; no es “el mundo” sin más, incluso. Decir “ése es mi compromiso (histórico)” es también comprender que “ése es mi mundo”, un mundo histórico con una circunscripción frente a otros mundos históricos que no son el mío, bajo cuyo horizonte el mío se instala. Está presupuesto que hay mundos anteriores y que los habrá posteriores. Es más decisivo a nivel metafísico reconocer que hay una geografía hermenéutica, un alcance que se relaciona de modo primero con tener una condición, un posicionamiento, etc. Y esta geografía no es necesariamente espacial, en el sentido de significar el alcance político institucional de la posesión de un territorio. Es una geografía de sentido, donde hay un adentro y un afuera. Como el sentido es geográfico, el compromiso tiene los límites del mundo histórico al que se pertenece. Los presentes, en el recuerdo, se reconocen en un horizonte de pertenencia cuyos bordes son imprescindibles e inevitables. Se debe notar que este esquema, que aquí se ha relacionado con el Dasein de Heidegger, elude la idea de una universalidad histórica. Es interesante y paradójico encontrarse con ella como un factum de sentido, pues da la impresión de que con ese factum adviene un mundo que carece de bordes. Y es justamente por esa razón que se pregunta aquí por la memoria, pues juega un rol fundamental para establecer límites hermenéuticos: indica y orienta sobre lo que compromete frente a lo que no lo hace. La memoria y los límites del sentido histórico vienen juntos.  



  


Tal vez la reflexión anterior puede ayudar a comprender por qué un mundo universal puede ser rememorado al menos de dos maneras diferentes, una el 8 de mayo y otra el 9, por potencias humanas diferentes. No importa aquí mucho si Alemania se halla contenta siempre y se celebra en todas las fechas y relieves. Es posible que esto sea así porque, desde 1945, Alemania carece esencialmente de bordes que le sean propios. Es por ello un país sin esencia. Le restan, sin embargo, los bordes de los demás. No es el único país cuya experiencia de sentido histórico político viene afirmada de esa manera. Una experiencia histórica puede siempre encontrar su sentido en la historia de su vencedor, o de un proyecto histórico cuya éxito da por suyo, y éste es el caso de los pueblos que se entregan al poder de un imperio que les ofrece protección, es el más rico o es muy activo bélicamente, es una amenaza social inevitable con la que se debe transar, etc. Puede pensarse en la historia social de la América Latina del siglo XX y su relación con los Estados Unidos. O de la izquierda latinoamericana burguesa en relación con la Unión Soviética, así como su pliegue súbito y masivo a los intereses políticos, económicos y metafísicos de los Estados Unidos cuando la Unión Soviética dejó de existir. Necesitaba ser mantenida. Pasó de un lustro al otro de la lucha de clases, la violencia como partera de la historia y la dictadura del proletariado a los derechos humanos, el diálogo como única instancia para resolver conflictos sociales y la lucha tenaz por lo más importante en la vida burguesa: el sexo. No podía y no puede por sí misma. Carece, pues, de esencia.

Hacia 1990, cuando la comprensión media de la universalidad histórica prestaba credulidad al lenguaje sobre “el fin de la historia” y el pensamiento único”, parecía que “mi mundo” podía ser interpretado por todos y cada uno como el mundo del hombre en una historia del hombre. Pero esto era al precio de opacar u omitir de la narrativa consecuente de esa historia las condiciones que hacen posible el pensamiento histórico social, que implican bordes y límites. Una narrativa, contar una historia, aunque sea la de la humanidad, involucra instituciones e intereses. Y aunque haya una narrativa universal, no todas las instituciones e intereses son iguales. Y en esto el pensamiento ontológico social de Joseph de Maistre, que él llamaba “metapolítica”, reviste de una insospechada actualidad. Aun cuando pueda haber una dimensión hermenéutica universal, no hay tal cosa como “el hombre”. Eso quiere decir: aun cuando sólo pueda pensarse en eventos de recuerdo como 1945 como eventos del hombre, el hombre que comprendemos es en cada caso siempre italiano, francés o ruso. Es un hombre con intereses de diverso tipo, económicos, pero también culturales, religiosos, étnicos, familiares, etc. que, al menos en principio, sólo hacen sentido cuando se ha mapeado el relieve y los bordes de su geografía hermenéutica. Su compromiso, a pesar del factum de la universalidad del horizonte de interpretación, es no disponible para el hombre en cuanto tal. El sentido como algo para realizar es impensable sin una geografía y unos límites

Nadie puede ser indiferente a 1945, y en ese sentido 1945 es evento, mensaje orientador y criterio de la compresión humana. Si un meteorito se estrellara contra la Tierra la conmoción sería universal en un sentido análogo. Pero la idea de “borde” no puede ser omitida. Hacerlo afrenta la misma memoria que conmemora 1945 como evento, esto es, como llamado a un compromiso. Aun cuando hay un horizonte del hombre, su traducción histórico social retorna desde la benévola distancia a la cercanía. Esto de dos maneras: en relación al pasado y en relación al presente.

De un lado, puede pensarse en la pluralidad de posibilidades que subsisten desde el pasado, que habla de lo que fue, pero también de lo que pudo haber sido, y de lo que no habría sido después, cuyo significado se enhebra con la condición de cada uno, su posicionamiento político, su geografía, etc. Y de lo que  aún de ese pasado puede ser o es. Los pasados nunca son completamente abolidos, y extienden sus límites de memoria más allá de su existencia fáctica. Siempre que esos pasados conservan una existencia institucional, constituyen aún un sentido; tienen límites y pueden extenderlos. Eso ocurre hoy con el Estado Islámico, sus creencias, prácticas e instituciones. Hacer de cuenta que un pasado cuyas instituciones existen, aunque sean reducidas, ha muerto, es una ficción hermenéutica; es apretar los ojos para ver mejor. La comprensión del sentido es ante todo comprensión de la facticidad, que no depende sólo del hombre, y no puede, una vez acontecida, ser considerada un “proyecto” del hombre. Abubakar Al-Bagdadi, el rey fundador del Estado Islámico, no pudo saber que sería proclamado Califa cuando recibió su primera partida económica de los Estados Unidos como cabecilla terrorista a su servicio. Curiosamente, el recuerdo que es generoso con la facticidad puede maniobrar mejor y no peor con sus propias posibilidades de éxito y de continuidad en tanto mundo humano. El que cierra los ojos a estos pasados remanentes se hace incapaz de elaborar su expansión o su transformación posteriores o su imponerse como evento. Por otro lado, nunca es más interesante la pluralidad de nosotros, los presentes, que cuando revaloramos la perspectiva por la que se canceló la diferencia en el recuerdo del pasado, como ha ocurrido con 1945. Rememorar esa historia como una solución de continuidad de las creencias e instituciones de los vencedores oblitera de peligrosa manera algo que siempre ha sido real: que el mundo humano tiene límites para que alguien pueda decir seriamente “es mi mundo”. Los soviéticos comunistas y sus socios liberales se hallaron en el mismo horizonte, del hombre de su futuro, pero ambos dieron lugar a presentes divergentes. Y eso siempre fue visible; bastaba con aproximar la mirada en lugar de alejarla.

  


Comprender el carácter metafísico de una rememoración histórica no debe ser demasiado arduo. Hay que asociar “metafísica” con una preocupación humana ineludible y, en un sentido muy claro, la Segunda Guerra Mundial es una realidad metafísica. Decimos por ello que hay allí un mensaje del Ser, que es una manera de expresar que una realidad metafísica ha acontecido para el hombre. Pero ésta no significa ni se traduce en un único compromiso, aunque sus consecuencias, y la geografía que éstas despliegan, son y deben ser de interés para todos y cada uno. Esta realidad puede ser y está revestida por una cierta fragilidad. Un acontecimiento histórico que es metafísico, a diferencia de lo que los divulgadores de “el fin de la historia” y “el pensamiento único” pensaban en la década de 1990, puede ser y es frágil. Se halla suspendido en el recuerdo, que en gran medida es un espacio para la intervención humana. Resulta notorio que el interés por el pasado, que constituye en este caso el espacio para comprender al hombre, es despertado por algo no humano. Justamente y en la medida en que es así es que reconocemos en ese interés una realidad metafísica, esto es, más allá de nuestro alcance, razón por la cual el pasado concebido de esta manera, no puede ser olvidado, y exige rememoración y cuidado. Pero la memoria de lo inolvidable es una tarea dejada a los hombres, que pueden ser descuidados o irresponsables. Algo no humano, pues, es dejado al cuidado del hombre. Ignoramos qué puede salir de un recuerdo, de una rememoración metafísica que, siendo ella misma acción, puede desembocar en lo más estupendo, como también en lo más espantoso, en cuyo caso, se dejará el cuidado humano más allá del hombre, a la atención de los dioses, o bien, de los demonios.

miércoles, 1 de abril de 2015

International Happy Day 2015




International Day of Happiness


International Day of Happiness (20 de marzo). Mientras Estados Unidos y la OTAN cosechan una ola extendida de lo que es ya una guerra civil universal contra ellos, desde Africa Occidental hasta Rusia, el idiota de Ban Ki-moon mueve las caderas por el "Día Internacional de la Felicidad". ¿A los muertos de quién festeja esta escoria del liberalismo al servicio de las trasnacionales de las finanzas?


Arriba: Documental anglosajón sobre el Reino de Levante y Califato de todos los mususlmanes, con escenas de lealtad al Emir Abubakar Al Bagdadi. Hay que recordar que esta nueva monarquía, que se extiende en un territorio del tamaño de Francia y hoy es atacada por tierra por Irán y por aire por Norteamérica, afectando gravemente la vida y bienes de millones de súbditos inocentes, es una creación de los Estados Unidos, en su afán de financiar y equipar militarmente grupos terroristas de diverso tipo para debilitar a Rusia en Medio Oriente.

Abajo: Ban Ki-moon quien, como su nombre lo indica, mientras la humanidad está al bode del colapso militar, este señor vive en la Luna.

Esto será el motivo narrativo de un artículo extenso que va a publicarse en los meses que siguen. La versión pequeña se publicará aquí.


viernes, 6 de febrero de 2015

Ontología del evento para tarados: introducción (incluye dossier sobre Estado Islámico)




Ontología del evento para tarados
Una pastilla de cerebro para aquellos a quienes en lugar de alimento el mundo metafísico liberal engordó con donuts

Introducción


En vista de que no todos los lectores que pasan por este blog tienen las habilidades necesarias para comprender adecuadamente mis textos, o malinterpretan penosamente videos o imágenes, que no son razonamiento ni argumentación, sino sólo atmósfera y ambiente para estimular las lecturas, he resuelto lo siguiente: ayudar a este sector de lectores minusválidos mentales con una columna semanal especialmente dedicada a ellos, a esa mente chiquita que, con todo derecho, aspira a comprender en grande, pero necesita el apoyo de algo que se ponga a su triste nivel. Se tocará temas de ontología de la actualidad, metafísica del liberalismo, posmodernidad, etc.; lo mismo, pero para retrasados, en un lenguaje adelantado para los que van despacito con sus cerebros chatarra. Hacer filosofía para los brutos es casi un derecho humano aunque los brutos (esto es, los animales) no la necesitan, sino cuando además de su condición de bestias, tienen la desgracia de haberles concedido Dios un alma racional que, eventualmente, puede irse con ellos al infierno.

Creo que va a ser de especial interés para el lector falto de recursos conceptuales o tarado algunos análisis sobre el Estado Islámico. Que quede escrito para el tarado que no se avala el terrorismo, sea éste islámico o liberal. No avalamos que Estados Unidos usara la bomba atómica en Japón contra mujeres, viejos y niños indefensos, por ejemplo. Tampoco el embargo contra Cuba, que sumió a ese país en el hambre durante décadas. Sentimos pena por el súbdito del Rey de Jordania que fue quemado vivo por sumarse su Rey a una coalición con los Estados Unidos, pues es un proceder, como en los otros casos, intrínsecamente malvado. Todo terrorismo, en la medida que rompe las normas de la guerra, es inaceptable. Por ejemplo, los bombardeos norteamericanos contra ese mismo Estado Islámico, cuyas víctimas civiles son debidamente ocultadas y desconocemos su número.

Tarado: se va a diferenciar en las futuras notas relativas al Estado Islámico de éste como una monarquía con territorio, población, religión establecida e instituciones civiles, comercio y moneda, de los actos obviamente execrables de sus dirigentes o seguidores, del mismo modo que aquí se comprende con justicia que los Estados Unidos de América no deben confundirse en tanto institución humana con los actos execrables que sus dirigentes o seguidores realizan en Guantánamo o en cualquier parte del mundo, incluido el Estado Islámico y su propio territorio, donde, entre diversas aberraciones sociales, se permite legalmente el aborto.




lunes, 6 de octubre de 2014

Resplandor del evento Califato Islámico y fin de la historia








Resplandor del evento
Califato Islámico y fin de la historia


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

El Ser se ha desvelado y, lo que era oculto para el hombre, se ha instalado en el seno de su mundo. El 30 de setiembre de 2014 el diario turco Aydinik Daily anunció al mundo del hombre la existencia oficial de un Estado, de un Estado nuevo, de una nueva monarquía religiosa. El régimen de Recep Tayyip Erdogan, cuya sede es Ankara, ha permitido la apertura de un Consulado oficial para la concesión de visados para aquellos hombres de fe en el Islam de toda la Tierra que deseen integrarse a la guerra santa contra Estados Unidos y sus colonias. Ese Consulado significa el reconocimiento oficial como un Estado de algo que la prensa occidental denomina hasta ahora, de manera preferente y obsesiva, grupo de “terroristas”, los terroristas del “EI” (Estado Islámico). Y es que el Estado Islámico es un país, no es una asociación terrorista, y admitirlo exige, como se comprende fácilmente, incorporar a este Estado en el marco de derechos que rigen las relaciones internacionales. Los “terroristas” no tienen derechos; los Estados sí los tienen. No los que dictan las Naciones Unidas, un anexo execrable de los Estados Unidos, sino los derechos que se ha reconocido siempre para los vínculos entre los Estados y que se rigen por el sentido común. Y lejos de ser esto cualquier cosa irrelevante es, posiblemente, uno de los signos de los tiempos más significativos para el hermeneuta, que ve claramente una manifestación explícita como pocas del fin del mundo que los Estados Unidos representan para la existencia humana. Es decir, del fin del mundo del liberalismo y los ideales e instituciones que, sin freno, desde 1789 en adelante, van camino de la destrucción de la Tierra entera.


Para el filósofo hermeneuta, el reconocimiento del Estado Islámico como un país, con los derechos que con ello se instalan, es un “resplandor”, esto es, un indicio, el anuncio de un mensaje que estremece la conciencia humana. Es lo que en la filosofía de Martin Heidegger o su interpretación posterior se denomina un “evento apropiador”. Un suceso, un acontecimiento cuya mera presencia en el mundo histórico implica su transformación y que, llegado a oídas del hombre, lo estremece de los sentimientos propios del espanto ante lo nuevo e ininterpretable. Como ha dicho alguna vez Mao Tse Tung, “la revolución no es una invitación a cenar”. Y aunque el Estado Islámico realiza acciones lamentables y tremendas para la sensibilidad humana, que la moral no puede soportar, los Estados Unidos están lejos de proceder de manera diversa. Pero a los Estados Unidos los comprendemos: contamos con los medios filosóficos y sociales para entender, esto es, transformar en argumentos, sus iniciativas de violencia y crueldad a lo largo del mundo humano. Al nuevo Estado Islámico no lo comprendemos en ese sentido, pero tenemos los medios filosóficos y sociales para entender por qué lo incomprensible de su conducta juzgada moralmente ha adquirido el derecho de abrirse como un espacio de sentido que es sin duda muy diferente del que se da en el mundo Occidental. Esta diferencia es el motivo de nuestra reflexión desde el punto de vista amplio de la hermenéutica, que es así también el de la filosofía.

Veamos primero el significado de este evento apropiador desde el punto de vista del hombre. Cualquier observador que haga un esfuerzo por ser imparcial reconoce que el Estado Islámico no es una banda terrorista. No es una comandita de asesinos. En realidad se trata de un régimen monárquico de constitución religiosa, que se considera a sí mismo un “Califato” y que ejerce dominación política (y no simple terror) ante millones de súbditos. No se disputa con los islámicos si la denominación del monarca como “califa” sea o no legítima, pues se trata de una cuestión histórico-jurídica que corresponde a la tradición del Islam que escapa no sólo a nuestra capacidad, sino a nuestro interés.

El Califato tiene un soberano visible: su fotografía es disponible por internet; el régimen goza de un gobierno, con una organización determinada para sus jerarquías y responsabilidades, lo que también puede comprobarse hurgando en internet simplemente; la monarquía extiende su dominio en un territorio, que no es nada desdeñable y que, con certeza, es mayor que el del Principado de Andorra o el Gran Ducado del Luxemburgo; dentro de su dominio se ejerce el Derecho y la Justicia, pues hay códigos y jueces, aunque sea en términos islámicos y no liberales, pero esto ocurre también en otras monarquías islámicas de la zona, aliadas ahora de los Estados Unidos, como es en los reinos de Qatar, Omán o Arabia Saudita. En suma, es un dato fáctico que en el Califato se ejercen actividades humanas con  instituciones políticas y civiles, que se guían por reglas no arbitrarias, que allí donde se habla de “derechos” para perros y gatos, se rinde en cambio culto a Dios de manera ordenada y donde, por si esto no fuera suficiente, aunque nunca se lo mencione, el comercio, la educación y la cultura florecen normalmente. Es inexplicable cómo se llama a algo como lo que se ha descrito un grupo “terrorista”, pero esto, que es en realidad un  juego de palabras para idiotizar a una opinión pública que resulta ser esencialmente idiota, es algo tan frecuente cuando el mundo occidental se refiere a sus adversarios, que nada debía sorprender. Todo enemigo de Estados Unidos es calificado de “terrorista”, incluso cuando su único crimen es existir.

El Califato, a diferencia de los reinos sunitas que lo circundan, fomenta y lleva a la práctica la guerra santa, que es en realidad una guerra contra los Estados Unidos. Desde el punto de vista humano, esto es justificable y no en absoluto un producto del azar. Se explica por la obstinada política de los Estados Unidos y la OTAN en los últimos 20 años en controlar el mundo, en particular el islámico, un mundo que es el mundo del Califa, pero que no le es propio en absoluto a los Estados Unidos y que, además, no le significa ninguna amenaza objetiva. Los misiles nucleares de Estados Unidos pueden devastar la Tierra. Las armas de los musulmanes en guerra santa, si son exitosas, apenas van a llegar a los límites con Turquía e Irán. La primera víctima de Estados Unidos fue el Emirato de Afganistán, invadido en el año 2002. Estados Unidos ha transformado a ese reino, después de casi tres lustros de sangrienta ocupación militar, en una pestilente república corrupta, sumida en el caos del odio tribal y sin cuya presencia armada volvería, como es evidente, a manos del Emir, que aún vive en el exilio. Es admirable, humanamente, cómo el pueblo de Afganistán, como el de otras naciones oprimidas por Estados Unidos, tiene la virtud de hacer algo que sus ocupantes, el país más poderoso de la Tierra, no tienen: paciencia histórica. Tarde o temprano el Emir volverá y la Coca-Cola regresará a la refrigeradora de la que nunca debería haber salido. La segunda víctima fue Irak, la antigua Mesopotamia; ésta era una desarmada república nacionalista multicultural y pacífica hasta que en 2003, ellos, los Estados Unidos y la OTAN, la transformaron en otra corrupta democracia liberal, alfombrada de cientos de miles de muertos y una multitud incontable de refugiados. Pero el punto de vista humano no nos interesa. Es demasiado republicano, demasiado dialogante, demasiado decente para ser el punto de vista del filósofo hermeneuta.


Veamos ahora el punto de vista filosófico del asunto, el evento de ésta, la verdadera, única y auténtica “primavera árabe”. El hombre común de las sociedades liberales se sorprende de la exacerbación de actos de violencia que indudablemente acompañan a todo episodio político que no es “una invitación a cenar”. En gran medida esto se debe al carácter moral que la persona de la calle del mundo liberal le atribuye a la violencia, que es negativo; aunque hay filósofos en esta tradición que la han defendido como intrínsecamente buena, no se recuerda que lo haya sido en un sentido moral, sino ontológico; en estos casos, tampoco ha sido la violencia por la mera violencia, sino en tanto principio de las instituciones políticas. Fuera de su consideración como procedencia ontológica de un mundo civil, la violencia en sí misma es siempre indeseable. Su extremo hermenéutico es, en la muerte del enemigo, también la propia muerte. La violencia no es, pues, del deseo del hombre. Pero puede serlo de su interés; no de su interés personal, sino de su interés histórico. Y justamente un filósofo que une el interés en los acontecimientos políticos con el despliegue social de la violencia es Inmanuel Kant, uno de los más decisivos pensadores a quienes se debe el mundo liberal mismo que se espanta de la violencia que implica el nacimiento del reino del Califa y de la guerra santa islámica.

Y es que si Estados Unidos ha usado y usa históricamente de la violencia para sostener su hegemonía, es porque le subtiende un horizonte metafísico que justifica ese proceder. Cuando los Estados Unidos, la potencia nuclear más grande y rica de la Tierra, utiliza su poder militar contra países indefensos que no podrían ni arrojarle una piedra, es porque hay un esquema conceptual que califica esa violencia como una invitación a cenar en la que el atacado ha rechazado previamente su asiento.

En los textos de Inmanuel Kant relativos a la Ilustración, pero más en particular a sus consecuencias sociales, incluida entre ellas la Revolución Francesa, consideraba que los actos de violencia política estaban indisolublemente ligados a una consideración que estaba inspirada por el interés con la historia. Dependían de un punto de vista relativo al camino de la historia, lo que él denominaba “un hilo conductor”, esto es, un sentido legitimador. Lo que importa aquí es esta noción del vínculo del hombre con los eventos históricos en términos de interés. Kant consideraba que los actos sangrientos de la Revolución Francesa no podían ser condenados, a pesar de que no se le escapaba que, considerados moralmente, eran atrocidades; a Kant le resultaba obvio que esos crímenes atroces no podían ser tomados como meros delitos, que podían servir para encauzar a los perdedores, como es frecuente desde la Segunda Guerra Mundial y la invención de los “Derechos Humanos” para justificar el ajusticiamiento de los jerarcas nazis contra la lógica del Derecho Internacional vigente en la época de su invención. Hoy los ideólogos del pacifismo encubren con su palabrería una crueldad de la que ellos mismos no dudan en llevar a cabo, suprimiendo (en las palabras) de la idea de la política la posibilidad de que en su interés se halle la muerte. Kant pensaba, contra sus sucesores pacifistas, que los crímenes revolucionarios sí estaban justificados si tenían un objetivo que fuera de interés político, pues separaba ese interés de la consideración moral. Pero ese interés político no era arbitrario: estaba justificado en el punto de vista correcto, “el hilo conductor” del sentido de la historia.
Kant pensó seriamente, lo cual es increíble para quien esto escribe, que el interés que veía con una sonrisa cada lista nueva de asesinatos en la guillotina estaba relacionado con la esencia humana; la sonrisa de Kant ante la sangre de los inocentes era la sonrisa de la humanidad. Es posible que los nazis que sonrieran ante la lista de nuevos judíos ejecutados en cámaras de gas fuera muy parecida, aunque hay que admitir que su mueca de gozo nietzscheana debía ser más alegre que la del amargado liberal de Kant, que era una persona resentida y odiosa. Cuando en 2012 Osama ben Laden fue asesinado brutalmente por un comando de los Estados Unidos, sin juicio previo que se sepa, Barack Obama, y algo de humanidad liberal dentro de él, llevó consigo un largo suspiro de felicidad muy parecido.

El punto de vista del interés es histórico, lo cual puede hacer sospechar que es relativo; pero ésa no era en absoluto la idea de Kant, que pensaba que había un punto de vista que era cualitativamente superior a los demás, y que ese punto de vista estaba ligado con la Ilustración. Para Kant el programa ilustrado no consistía –como erróneamente puede a uno hacerle sospechar los textos dedicados al tema- en la incorporación del interés al escrutinio de la opinión educada de una sociedad que conversa; Kant pensaba más bien que había un vínculo a priori entre el avance tecnológico y del conocimiento con la esencia humana, y que esa esencia humana tomaba posesión –por decirlo de alguna manera- del espacio donde realizar las instituciones y prácticas compatibles con el desarrollo o la acumulación del conocimiento y el dominio tecnológico de manera violenta. El interés por la violencia en la istoria estaba ligado con el progreso del conocimiento, que lo justificaba. Sin saberlo, Kant esbozaba de esta manera una concepción del interés por la historia que sólo podía tener una dirección, y que vinculaba cualquier otro punto de vista (de repugnancia moral por el terror revolucionario, por ejemplo) con el rechazo del conocimiento y el desarrollo tecnológico, esto es, con el atraso o la ignorancia, impropios del hombre. Los puntos de vista que disentían de su sonrisa sanguinaria se estrellaban en el fracaso pues, la expansión del conocimiento era un hecho fáctico, algo que no se podía negar. Los puntos de vista contrarios a la violencia ejercida por la Ilustración podían y debían censurarse ante el carácter imponente del progreso del conocimiento.

Kant, por razones internas a su sistema, identificó la Ilustración y su rol de “hilo conductor” de la violencia en la historia con la idea de una racionalidad humana universal e incontestable. Esta forma de pensar perfiló el pensamiento y la práctica política del mundo occidental en general, y del mundo liberal en particular luego de la caída del muro de Berlín, en 1989.

A lo largo del siglo XIX la visión de la historia como un interés en que la violencia política y social trajera al mundo las prácticas e instituciones de lo que se llamaría después de Kant “liberalismo” aparecía como un efecto sabroso del progreso humano se relacionó con un hecho fáctico de una originalidad y una pregnancia mayores, que fue la expansión del intercambio comercial. Aunque esta idea no era novedosa, se hizo popular, y el punto de vista de la economía comenzó a parecer el mismo que el del progreso de la ciencia, de tal manera que el aumento, no sólo en el conocimiento, sino también en la riqueza material se identificó con el interés humano. La violencia social vista desde el interés de la esencia humana era también un derecho del progreso entendido ya no sólo epistemológicamente, sino económicamente, con lo cual el interés de la humanidad y el desarrollo económico y tecnológico llegaron a parecer la misma cosa. Esta economización de la naturaleza humana hizo de la historia el escenario de una violencia necesaria para que la humanidad alcanzara bienestar y este punto de vista no sólo fue abrazado por la concepción liberal de la historia, sino también por sus variantes en apariencia muy diferentes, como el socialismo y el comunismo. Estas ideologías transformaron la violencia revolucionaria en una empresa económica y descalificaron a los adversarios cuyas ideas o prácticas políticas no fueran también económicas.

La derrota histórica del comunismo luego de la caída del muro de Berlín fue vista como un signo de la superioridad de un sistema económico, el capitalista, sobre otro, el comunista. Y también a precisar una interpretación de los últimos tiempos, desde que Kant escribiera en favor de las atrocidades sin nombre de la Revolución Francesa, como el despliegue del hilo conductor que lleva desde el asesinato por la guillotina de los reyes de Francia hasta Barack Obama. A esto se debió un auge, durante los últimos treinta años, de la suposición de que la violencia política ejercida desde el interés económico tenía la justificación de ser de interés para toda la humanidad. Increíblemente, el interés de las grandes corporaciones del mundo occidental y su sistema financiero, hoy en la quiebra, era y es el sentido de la violencia que está legitimada. Esto lleva a entender por qué los pacifistas que creen en los Derechos del Hombre encuentran justificación una y otra vez para que el coloso militar y económico de la Tierra aplaste a indefensas naciones que, ante sus misiles, responden con llanto, muerte, algunas plegarias y, ocasionalmente, degollando a uno que otro taxista anglosajón.


Un Califato ha surgido en medio del hilo conductor de la violencia imparable de los Estados Unidos. Se unen a él, de manera voluntaria, miles de hombres y mujeres de todas partes del mundo. Miles de personas que no sienten que el interés de la humanidad, es decir, el interés humano tal y como lo diseñó la Ilustración, sea representativo de sus propios intereses. Miles de personas en torno de un rey que no busca enriquecerse, ni enriquecerá la banca o al sistema financiero, y que no comparte en absoluto las ideas que se derivan de la Revolución Francesa y su propia historia de muerte y crueldad. Miles de personas que, tal vez, despierten el interés sonriente que ve en la historia política de violencia del mundo liberal una amenaza más grande para el género humano que cualquier otra violencia que haya. ¿Qué hará el hermeneuta, entre tanto? Mirar, con interés, a dónde nos lleva la guillotina islámica. Sus fueros tienen límites, tanto como los de Kant no los tenía. ¿Qué interés le parece a usted, lector, el más interesante? Una nueva monarquía islámica acaba de fundarse hace unas semanas en África. Brilla, pues, el evento. Brilla allí, donde habitan los perdedores, los derrotados, los pobres que la modernidad mantiene en los márgenes de su decadencia. Y brilla a pesar de los Estados Unidos, en quien un hombre religioso podría ver lo que Joseph de Maistre en la Revolución Francesa: a Satanás en la Tierra.


 
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