Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

jueves, 27 de enero de 2011

La filosofía jurídica de José de la Riva-Agüero y Osma



Nueva publicación:

"La filosofía jurídica de José de la Riva-Agüero y Osma (1911-1912)", en Revista Teológica Limense, Año XLIV, Núm 3, 2010, pp. 403-426

martes, 18 de enero de 2011

Montealegre como subversivo (1909-1914)




Franceses, hispanistas y monarquistas (1909-1914)
Montealegre como subversivo


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

“¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?”, le escribe Ventura García Calderón a José de la Riva-Agüero en 1909. Ventura alcanzaba a la memoria del joven historiador unos no muy remotos episodios colegiales. El grupo de amigos que salía del Colegio de la Recoleta, al que tiernamente Ventura llamaba “Los cinco”, recorría el tramo entre la Calle de la Amargura y la de Lártiga con interminables charlas sobre Nietzsche, de Maistre y Donoso Cortés. Eran Ventura y su hermano Francisco, pero a veces también, junto con José, Mansueto Canaval y el frustrado poeta Raymundo Morales de la Torre. Les interesaba la excepción, la historia y la guerra. Pero para Ventura y Francisco, amantes de la subversión, la charla con Riva-Agüero se centraba en la forma de régimen político más apropiada para crear un gobierno futuro para el Perú. Conversaban sobre la monarquía constitucional y la república anárquica, comparaban el Imperio del Brasil del siglo XIX, expansivo y exitoso, con la historia del Perú de la misma centuria, de su paso de Reino poderoso a enjuta entidad revolucionaria y fracasada, ruina sobre cuyos recuerdos aplastaba cadencioso su paso. Por haber charlado así los cinco alrededor de 1900, algún día sería el grupo llamado “los novecentistas”. Pero por esto último, por su interés en una forma de régimen político apropiada para el Perú, alguna vez los cinco y sus postreros adherentes serían conocidos como los “futuristas”. Los jóvenes discutían para el futuro la teoría “del buen tirano”.

Mientras escribía su carta del año 1909, Ventura llevaba ya tres años en París. Vivía allí desde 1906 con su madre y sus hermanos, con Juan, José y Francisco. Para entonces el último era considerado en Europa un polígrafo célebre, un representante de las letras latinoamericanas. La Academia Francesa le había concedido ya un premio por su obra Le Pérou contemporain, uno de los grandes manifiestos de los “novecentistas”. Francisco era, pues, famoso. Para hacerse una idea de quién era ya Francisco en 1909 basta figurárselo sentado en la calle del Café Cornot, a 50 metros de la Place de l’Ètoile, renovando charlas, esta vez con grandes personalidades de la vida filosófica francesa del momento. Podemos figurarnos a Gustave Le Bon, Gabriel Tarde, Émile Boutroux, Gabriel Séailles, Théodor Ribot o Henri Poincaré. Ventura –que algún día habría de ser postulado al Premio Nóbel de Literatura- hacía entonces un esfuerzo bastante fructuoso por no quedarse atrás. Mientras recordaba las charlas antiguas de la Recoleta, podía jactarse de haber publicado ya también su primer folleto con los Hermanos Garnier, en 1908. En 1909, mientras escribía a Riva-Agüero, soñaba con terminar su más famosa obra de juventud, la hoy rara compilación de literatura peruana Del romanticismo al modernismo. Ventura quería en las letras hispanoamericanas lo que su hermano en la filosofía. En este contexto pasan las charlas “un poco subversivas”. También estas referencias monárquicas que, como habrá notado el lector, sugieren un verdadero enigma.

Ventura estaba elaborando los prólogos y los comentarios a su Del romanticismo al modernismo en un contexto muy afortunado de relaciones ligadas a su interés por publicar libros y volverse famoso. Alrededor de 1907, se había topado con una red de hispanistas franceses que giraban en torno de Fouché Delbosc. Por este último conoció a uno de los grandes expertos en literatura hispanoamericana y un representante singular de los estudios hispánicos en Francia, Ernest Martinenche (1869-1950). Éste era a su vez amigo muy cercano de un hispanista de origen argentino que vivía en París y que era de oficio editor de libros, Charles Lesca. Martinenche, además de estar interesado en la cultura y la literatura “hispánica” -que ahora llamaríamos más bien “iberoamericana”-, venía de ingresar en la docencia en la Universidad de La Sorbona de París, en 1907, lo que señala el inicio de una larga y exitosa carrera académica como experto en temas españoles y latinoamericanos. Edición de libros y ambiente universitario. Pues bien. Resulta que el círculo hispanista de Fouché Delbosc era también el nido de un tipo particular de activistas monárquicos, vinculados a l’Action Française, un órgano de prensa de la extrema derecha integrista francesa. Estos monarquistas como Martinenche y Lesca se caracterizaban por ser también positivistas y nacionalistas, y estaban asociados, a través de l’Action Française, con los grandes pensadores y activistas franceses del monarquismo de la época, Charles Maurras y Maurice Barrès. En 1907 Francisco había citado a estos dos últimos en su Le Pérou Contemporain. Riva-Agüero debía estar interesado, pues, en estos personajes. ¿No parecían cómplices acaso de sus charlas “subversivas” y “monárquicas”? Ventura, ahora, mientras componía su Del romanticismo al modernismo, los tenía muy, muy cerca.

Durante el año 1909 Ventura, que era muy ingrato para escribir, redactó una lista notable de cartas para Riva-Agüero, entre otros motivos, para obtener el material para la compilación del año siguiente, cuya existencia en la imprenta era debida a la ayuda de Martinenche y Lesca. El de Lártiga había redactado en 1905 una tesis de bachiller el Letras dedicada en gran parte a la historia de la literatura que ahora Ventura quería compilar. El libro es Carácter de la literatura del Perú independiente. El libro de Riva-Agüero, poblado de observaciones literarias, era en realidad un texto de sociología o psicología colectiva basado en el modelo de Hyppolite Taine y en el que se había desarrollado una historia de la literatura peruana, y muy en particular del periodo que Ventura refiere como “romanticismo”. Para 1909 José conservaba el material con el que había trabajado, una buena parte los originales de las obras citadas, pero también copias de los originales que su autor no había podido comprar y que debía haber tomado de la Biblioteca Nacional. En su mayor parte se trataba de obras raras y muy valiosas. Ventura, en París, no tenía acceso a nada de eso, y a José, en cambio, ese material le parecía ahora marchito e inútil. Ventura, consciente de que deseaba de Riva-Agüero más y más material para su compilación literaria, de que éste era inaccesible, y aun de que Del romanticismo al modernismo era una suerte de reciclamiento del trabajo de su amigo de la Calle de Lártiga, debía interesarle tentar al amigo en esta doble militancia hispanista-monarquista por el lado que estaba más asegurado: la monarquía.


Charles Lesca y Ernest Martinenche, los editores y contactos de Ventura, eran unos monarquistas nacionalistas y positivistas. Pero el autor de la tesis de 1905 también lo era. No ya en las polémicas infantiles a la salida del colegio, sino como tesista universitario. Riva-Agüero venía de haber defendido en 1905 la tesis de la “superioridad teórica de la monarquía”, un tópico que es fácil de olvidar en un país donde la idea misma de la nación se piensa en parámetros republicanos. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?” –podemos imaginar releyendo Riva-Agüero la carta de Ventura de 1909-. Pues bien: esas charlas continuaban en París, y las proseguía Ventura con sus amigos los literatos hispanistas. La posición monarquista es desarrollada como uno de los temas centrales de la obra, en particular en la sección dedicada al poeta Felipe Pardo y Aliaga, cuyas tendencias monarquistas la historiografía no se atreve a afirmar. Ventura usó de referente para su propia obra el texto de José, que sus amigos editores hispanistas podían leer en castellano. Ventura dedicó tiernamente la obra a Riva-Agüero y le dedicó unas líneas en calidad de escritor en la sección “los nuevos”, en cierta medida dedicada a resaltar a “los cinco”, esto es, a los “novecentistas”.

No mucho después de la impresión del libro de Ventura, en 1910, la Ciudad de los Reyes fue visitada por una extraña y diminuta comisión académica francesa. Ésta estaba integrada nada menos que por Martinenche y Lesca; la visita del hispanista y del editor fue sucedida por otra del propio Ventura, en 1911, en que intervino activamente en la vida política de Riva-Agüero. Desde el punto de vista formal, Martinenche venía acompañado por Lesca para crear lazos universitarios. En esta línea, Martinenche invistió a Riva-Agüero de corresponsal y encargado de la sección peruana de una institución dedicada a fortalecer los vínculos franco-latinoamericanos. En calidad de tal Riva-Agüero comenzó a redactar para una publicación dirigida por Martinenche unos reportes periódicos sobre la situación de la cultura, la producción bibliográfica y la literatura peruana, que se iniciaron en 1910 y continuaron un par de años más, hasta 1912. Pero ya sabemos que a Riva-Agüero, luego de su libro de 1905, no le interesaba la literatura peruana. Le interesaban en realidad más los temas subversivos de la sección política de su libro de 1905, que iba desarrollando en las obras sucesivas del mismo periodo de relación con Ventura y los hispanistas franceses, esto es, entre 1909 y 1912. Se trataba de la forma de régimen político y de temas como la monarquía, la guerra y el fundamento del orden social, los mismos temas de los cinco caminando desde la Calle de Amargura hasta Lártiga y viceversa. Algo nos sugiere que Lesca y Martinenche no atravesaron el planeta Tierra desde el Café Cornot hasta el palacio de la Calle de Lártiga para confirmar un corresponsal de literatura, sino para contactar con este Riva-Agüero subversivo. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?”, relee Riva-Agüero la letra de Ventura.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Qué es la posmodernidad?



I. La marcha

Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Dei Gratia, 1992

La verdad marcha, y puede marchar más o menos rotundamente. Incluso a veces puede caminar, en el sentido de que va a alguna parte. Es propio de la verdad el ir, el desplazarse. Pero cuando decimos que “marcha” no sólo queremos decir que va a algún lado (o sea, que es un sentido), sino que adquiere, en nuestra lengua, las connotaciones de “marchar” y “poner en marcha”. No es necesario retorcer la fuente inspiradora de esta manera de comprender la verdad, El origen de la obra de arte, de Martin Heidegger (1935). Como el lector informado en hermenéutica a quien me dirijo sabe de sobra, este ensayo de Heidegger se considera normalmente como el inicio de la segunda etapa de su pensamiento, la Kehre y es el que abre la colección Holzwege (1935-1943). Pero dejémonos de exquisiteces. No habrá aquí juegos en alemán y traducciones esmeradas, pues consideramos tales cosas trabajo de traductores, que no de filósofos. En cambio tendremos aquí un intento de hacer comprender –especialmente a los jóvenes- qué es la posmodernidad desde el punto de vista de la tradición filosófica. Esto con la idea de ver cuán diferente es la posmodernidad como un horizonte de discusión filosófica y la posmodernidad fuera de la filosofía, como término del lenguaje ordinario. Fuera de la filosofía, hablar de “posmodernidad” y “posmoderno” es pura chapurrería ideológica que sirve –como todo lo moderno- para sindicar y castigar. Hace bipolaridades del estilo “sí” y “no”, donde sí es siempre el patrimonio del chapurrero. Esa chapurrería es mala porque obstaculiza el pensamiento, ni más ni menos. Privilegia un prejuicio que es poco profesional. El joven que desea ser filósofo debe abominar la chupurrería, por más que ésta se revista de los consabidos histerismos morales “de izquierda” y la –tan asquerosa- limpieza “moral” de los archiobispos laicos que la predican desde sus honorosísimos pasquines.



La noción de posmodernidad puede ser explicada de varias maneras. Esta vez vamos a tratarla desde el punto de vista de la verdad. Entiende la posmodernidad quien está atento a su verdad. Esto para atender las inquietudes de los jóvenes. En particular ésta: ¿un posmoderno puede ser de izquierda o de derecha? La pregunta, en 2010, luego de 20 años de la caída de Berlín, bien podría ser desestimada como el resultado de la falta de estudios histórico-sociales. Si el joven tiene –digamos- 23 años, es muy probable que no se acuerde del sentido histórico que ese concepto tiene, y cuya fuente es de la edad de la juventud de sus padres. Pero hay profesores de filosofía que hacen discurso filósofico de tipo ahistórico. Me refiero, como no puede ser de otro modo, a los liberales. Como Habermas creía haber integrado la hermenéutica al neokantismo, es posible que haya liberales que crean también que lo son. Esa discusión podemos dejarla para otro momento. Pero debe quedar claro que es por razones conceptuales e históricas (y no ideológicas o de opción personal) porque el liberalismo no sólo no ha incorporado la hermenéutica, sino que es incompatible con ella. Es una cuestión académica, no una cuestión ideológica o política.

Dejado lo anterior en claro, hagamos ahora filosofía. Para Heidegger –y para nosotros- la verdad marcha. “Marchar” es una metáfora militar. Es como “desfilar”, y se relaciona con lo marcial, con lo terrible de una marcha, que es el mostrarse de los que van: van a enfrentar la guerra. Este marchar no es sólo un caminar de cierta manera. Nos remite también a una música, la música de la marcha, la marcha militar como género musical. La marcha es el ritmo del que marcha. En francés se dice bien “ça va” como sinónimo exacto de la expresión “ça marche”: marchar es el ritmo del acontecer, que si el acontecer va, si el acontecer avanza, entonces marcha. Pero si marcha tiene un ritmo, y se reconoce por tanto en una marcha. Marcha, pues, de una manera. Esa manera es el significado del desfile. Esta metáfora de Heidegger, que he reconstruido de manera lo más pedagógica posible –para uso del los estudiantes que deseen ser filósofos seriamente-, nos hace pensar en qué es lo que tipifica la experiencia del ritmo, de la marcha. La marcha no es sólo una pieza musical, sino que su significado va con la realidad moral que está representada en la experiencia de vivir una marcha. Como es propio de la filosofía de Heidegger, pero en realidad de la hermenéutica en general, esta consideración nos dirige a un tono emocional. “Caminar” carece de todo, es lo más cercano a un mero ir. Pero en el mero ir uno siempre está pensando en la meta, mientras que el camino se le subordina como un instrumento. Es mi camino-para. Pero cuando “va”, el acontecer implica una canción. Pensemos en la melodía escrita por Joseph Haydn para el último Santo Emperador Romano Germánico. Hoy el himno de Alemania. Pero antes lo fue del Imperio Austro-Húngaro. Las letras no parecen hacerle mucha honra, pero lo que nos importa ahora es que la música de la marcha es también la marcha pues es el sentido de la marcha. Una marcha-desfile no marcha sin su música.


“Tono emocional” quiere decir: comprendemos la marcha marchada por el toque de la marcha. Cuando la marcha se toca durante la marcha, entonces “ça marche”, la cosa misma marcha. Y cuando eso sucede, podemos decir de ella que es “verdadera” en términos hermenéuticos. El tono emocional que da ritmo a la marcha nos hace partícipes de la forma de ser de la verdad. Esta participación “va” con la marcha. Podemos simplificar esto diciendo que se trata de un compromiso con lo que marcha. Escucho la marcha y –si soy francés- y me preguntan qué tal, entonces digo “ça marche”. Quiero decir: lo que veo en el ritmo de la marcha es verdadero, y se revela en esto: que manifiesta una emoción inevitable cuya experiencia. Ahora bien: no hay una relación necesaria entre la experiencia de la marcha y su ritmo, entre su verdad y el tono emocional que rodea una experiencia cualquiera. Se trata de un saldo conceptual que es propio de la manera de ser misma de ser parte o no ser parte de la marcha. La marcha llama la atención. La marcha musical irrumpe en el horizonte auditivo: se comprende que indica algo. Es una señal del acontecer que marcha. La marcha es una experiencia conmovedora y comprometedora cuando el irrumpir es aceptado como un llamado. Escucho la música y voy tras ella; me integro, por tanto, al sentido de la marcha, a la que entonces me adhiero. Como una cuestión de hecho, no hay ninguna necesidad lógica en que el llamado de la marcha despierte un sentimiento afirmativo. Muy al contrario, la marcha puede ser tomada de muchas maneras, en varias de las cuales uno puede aceptar o rechazar.

En una comprensión filosófica de la posmodernidad, ésta es un acontecer que marcha, esto es, se manifiesta como una verdad que hace su anuncio y presenta su ritmo. Pero a un llamado puede decírsele que no. Uno puede aplastar las manos contra las orejas para omitir el llamado. Este llamado igual llama, lo cual se confirma justamente en el rechazo. Incluso más en el rechazo que en la solicitud pues el llamado es un llamado político y lo propiamente político descansa en un no que no es una mera negación, sino una hostilidad hacia la marcha, justamente. Su verdad descansa en aceptarla o negarla, incluso cuando no puede evitarse oírla. El mero no, la negación simple, la ignoración mera del acontecer, habíala declarado Heidegger imposible en Holzwege. Tanto si marcha como si no marcha, marcha. Comprender qué y cómo marcha es nuestro trabajo. ¿Qué marcha con la posmodernidad? ¿Marcha la secularización –por ejemplo-, el laicismo, los derechos humanos, la democracia liberal, el libre mercado? Son parte de la marcha. Pero no son su ritmo. Y sólo el que atiende al ritmo, a la marcha, marcha.

Caetera desiderantur…

martes, 4 de enero de 2011

Montealegre y los Condes Serristori


Montealegre en el Palacio Strogonoff
José de la Riva-Agüero y los nobles emigrados en Roma (1922-1930)

Víctor Samuel Rivera

Uno de los centros de mayor intensidad de la vida del Marqués de Montealegre de Aulestia fue el palacete de Vía del Corso. Vía del Corso es aún una famosa avenida de Roma, en uno de cuyos extremos se halla la Plaza Venecia; en la década de 1920 era también el lugar preferente para los discursos de Benito Mussolini. Allí, a pocos metros de la columna de Trajano, en el número 35, se hallaba la puerta del Palacio de los Condes de Serritstori. Según entiendo por mis investigaciones en torno a la vida del gran polígrafo y pensador peruano, éste solía ir donde los Serristori con mucha frecuencia. De hecho, durante años, la Casa de los Serristori fue uno de los centros privilegiados para los contactos de nuestro marqués. José de la Riva-Agüero y Osma vivía en el mayor anonimato posible junto a las marquesas su madre Doña Dolores y su tía la Marquesa de Casa-Dávila. Montealegre residía en el Hotel Royal, Vía 20 Settembre. Donde los Serristori –según lo sugieren los indicios que aquí reconstruimos- se hablaba más francés que italiano.

En mi interés por esclarecer los vínculos de Montealegre en Italia hace un par de años tuve un interesante encuentro con algunos miembros de la nobleza europea. No es un secreto que Montealegre vivió en la capital de dicho Reino desde 1922 hasta 1930. Se trata de un periodo lleno de oscuridad, en el cual es casi nada lo que escribió y menos aún lo que se sabe. Era expreso deseo de su madre Doña Dolores que su lugar de residencia en Roma fuera cerca de la Corte Papal, por motivos a la vez políticos y religiosos. Los Montealegre residieron en Vía 20 Settembre hasta 1926, en que Doña Dolores murió. Luego, por motivos que no vienen al caso ahora, se cambiaron a un lugar más humilde. Montealegre se regresó en 1930. Cuando hace un par de años entrevisté a los miembros de la nobleza para indagar sobre la década de 1920 lo primero que hicieron fue preguntarme con qué italianos se había relacionado. Yo sabía con qué franceses y con qué españoles. Pero pensar en los italianos se hizo un quebradero de cabeza. De pronto me di con la sorpresa de que no podía contestar casi nada. Recordé que Riva-Agüero se había relacionado con el Príncipe Chigi. Los nobles me hicieron notar que Chigi había sido un personaje famoso de la historia italiana, parte del régimen de Mussolini. Pero entonces recordé: Chigi era amigo de los Condes Serristori. El sentido común me indica que Riva-Agüero accedió a Chigi por estos condes. El entorno de estos condes era pues, la clave de los contactos en Italia. ¡Pero los Serristori estaban tan lejos de ser personajes relevantes de la historia italiana! “A esos no los conocemos”, me dijeron.

Por examen de la correspondencia de Montealegre entiendo que Chigi era amigo de Su Majestad el Rey Don Alfonso XIII y que ambos eran amigos, a su vez, de una noble polaca, la Princesa Radziwill. Pues bien, ésta última era íntima de Madame Serristori. Radziwill formaba parte de un círculo de nobles emigrados de Europa Oriental en la Corte de Roma, en particular de Polonia y Rusia, los cuales estaban más entendidos en francés que en italiano. En un mundo ítalo-parlante, estos eslavos de diferentes nacionalidades deben haberse sentido más a gusto hablando el idioma del Conde de Maistre que el del Papa, a quien por ser ellos de religión ortodoxa no veneraban. Eran estos emigrados sí amigos de Chigi y de Don Alfonso. Esto se explica por el status de la Radziwill, título de una de las grandes familias de la realeza polaca. En Roma era una emigrada, pero su posición era casi la de una reina, y era a nivel de la realeza que ésta era atendida en el medio romano. En este círculo que conformaban Radziwill y Serristori eran especialmente próximos los Príncipes Novikow y Stephanow. Un dato interesante de la vida de Riva-Agüero en el Reino de Italia es el gusto que adquirieron las marquesas por los bailes rusos, una herencia cultural que indudablemente era debida al trato con estos Novikow y Stephanow. No resulta sorprendente en absoluto que en este contexto el marqués se hubiera trasladado luego de la muerte de Doña Dolores del Hotel de Vía 20 Settembre al Hotel Strogonoff, un lugar cuyo nombre no es posible evitar asociar a los nobles Novikow y Stephanow ni, por lo mismo, a la Princesa Radziwill y al Príncipe Chigi y, por intermedio de éstos, a los Condes de Serristori.

Uno bien puede preguntarse cómo así una noble familia limeña establecida en Roma en 1922 tuvo como centro de contactos la casa de unos condes más o menos poco destacados, que al parecer no hablaban mucho el italiano y que, como es manifiesto, se relacionaban en Italia más con la nobleza extranjera que con la italiana. De Novikow y Stephanow habría que agregar, además, con toda certeza, que eran unos personajes más bien grises y pobres. “Cher Marquis”, – le escribe una vez la Condesa de Serristori a Montealegre, advirtiéndole del cuidado que hay que tener para bien invertir el dinero en un círculo de pordioseros nobiliarios- hay ¡“Tantos refugiados rusos y polacos más o menos en la miseria”! Es evidente a quién se refería. Pero todo se aclara cuando, en Vía del Corso 35, hace su ingreso la Duquesa de Terranova, la hermana de la Condesa de Serristori.

Un día la Terranova llega a Corso 35 con algún chisme de la Condesa Potocka, la esposa del Conde Potocki y, por mejor seña, una peruana. Iba a soltar una nueva de la encantadora y criolla Susanita Potocka. Pero rápidamente cae el telón de la ignorancia para el lector. Hay que decir que la Terranova era hermana de la Serristori, y ambas a su vez amigas de la Potocka. La Serristori y la Terranova, las amigas de Susana, eran en realidad las hermanitas de la Gándara, Hortensia y Carmen, respectivamente, ambas afortunadamente casadas con Conde y Duque. Como eran amigas de Susana Potocka y ésta estaba casada con el Conde Potocki, de oficio diplomático polaco, esto las acercaba a la encumbrada Princesa Radziwill, que podemos imaginar complotando para que la monarquía fuera restablecida en su querida y eslava Polonia; por medio de la Radziwill, pasamos por el Príncipe Chigi y desde él a la Reina de Italia: hay que saber que era del dinero de la Reina que vivían a su vez los emigrados de otras casas reales en desgracia emigradas en Roma, verbigracia los polacos y los rusos, y es así como llegamos hasta los pordioseros eslavos, estos príncipes Stephanow y Novikow a los que les gustaban los bailes rusos y de los que ya sabemos andaban peseteando a los Montealegre. Ignoro si las hermanas de la Gándara eran limeñas de nacimiento, pero lo dudo, pues la Serristori escribía en francés. Lo que sí es indudable es que los de la Gándara tenían una rama familiar peruana y que es de esa rama, como no podría ser de otra manera, que hizo recurso la Marquesa de Montealegre cuando resolvió, alrededor de 1922, ir a vivir a Italia, un país en donde no conocían, ni ella ni su hermana ni su hijo, a nadie. La Terranova termina los chismes que tenía que contar. Los Montealegre invitan a todos los emigrados de Corso 35 al siguiente baile ruso en el Hotel Strogonoff. Los Montealegre pagan.

Caetera desiderantur…


PD: Obligado ver el video sobre los Radziwiil

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En el transcurso del mes voy a diferenciar los enlaces históricos de los de hermenéutica. Para el caso voy a dividir la banda lateral con "Escogigos de Anamnesis" en los dos rubros mencionados para facilitar el empleo de la página.


 
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