Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

viernes, 11 de julio de 2008

Régimen alternativo en un mundo sin verdad


Queridos lectores. Antes de ir al plato de fondo, deseo suplicarles tengan en consideración que existen los trolls, esto es, gente malintencionada que invade los blogs para dañar, molestar o incomodar, para generar conflictos sin ser reconocida. He corroborado yo mismo que hay "trolls" que afectan los comentarios de mi blog. Os suplico no tomar en cuenta los comentarios trolls que no he borrado y asumir la política de no tomarlos en cuenta.



Naturaleza humana y naturaleza a secas

El 10 de julio de 2008 pudimos leer la noticia de que se había derrumbado el túnel del glaciar Perito Moreno (Patagonia, Argentina). Normalmente, se trata una experiencia catastrófica natural que se produce los veranos australes, cada cierta cantidad de años. Esta vez se ha producido al medio del invierno, esto es, en el momento más frío del calendario. Este mismo año se predijo que no habría hielo en el Ártico, y no son infrecuentes las historias de osos polares de Groenlandia que aparecen varados en un desprendido bloque de hielo en Islandia, donde son tristemente asesinados por los pobladores que los encuentran. Hay decenas de millones de personas infectadas de SIDA que esperan la muerte en el África sin mayor esperanza de ser atendidas y a quienes, en realidad, les va aun peor que a los osos polares. Muchos negros del África mueren cada semana tratando de llegar a España en una balsa para huir del hambre. Es notorio que el petróleo, que hoy vale 147 dólares el barril, se está terminando para siempre. Detrás de esta situación del petróleo se halla la guerra de Estados Unidos y el gobierno izquierdista de la Reina de Inglaterra contra Irak, donde esperaban originalmente el control del combustible a través de una estrategia de legitimación por recurso a la democracia y los Derechos Humanos, algo así como una transacción de “el Gran Hermano te da pensamiento único. Tú cédele tu petróleo”. Curiosamente, es también el petróleo la razón del éxito de los regímenes alternativos al mundo liberal, como pasa en Rusia, las monarquías absolutas de Oriente Medio y Venezuela, a quienes el petróleo les sobra. Es por el petróleo que los Estados Unidos han perdido hoy, como nunca desde que les fuera entregado por la revolución universal en el siglo XIX, el control político de América Latina. Con certeza, es también una razón por la que la economía norteamericana se está desplomando estruendosamente, más o menos al ritmo del túnel de Perito Moreno.



Para la experiencia posmoderna, el evento presente del acontecer del mundo, la naturaleza y la política no parecen dos ámbitos separados, sino, al contrario, se muestran de manera solidaria. Aparecen, como en el caso de las consecuencias del agotamiento del petróleo, como esferas traslapadas de diagnóstico, con un núcleo en que se coimplican. La fuerza misma del pensamiento nos obliga a interpretar ambas esferas bajo un horizonte de razones análogo. Es interesante recordar que no siempre fue así, que durante buena parte del siglo XX, durante el auge del positivismo, por ejemplo, el pensar de la política parecía separado de los problemas de la epistemología, esto es, la reflexión del hombre en su vínculo con la naturaleza no parecía tener nada que ver con la elaboración del pensamiento histórico político. El Rey de Inglaterra, Hitler, Stalin y Mussolini tenían sus filósofos. Pero casi nunca estos pensadores eran filósofos de la ciencia y los filósofos de la ciencia no parecían muy interesados en la política. Una consecuencia interesante de esto es que la reflexión de lo que podríamos llamar con Hans-Georg Gadamer sus “historias efectuales” (o sea, qué implicó en cada caso el despliegue histórico de estos regímenes en la realidad), nunca si acaso vino de la mano con una reflexión filosófica sobre el acontecer de la ciencia en la naturaleza.



Entre los epistemólogos de la ciencia del siglo XX, hubo por lo general siempre filósofos políticamente im-pensadores. Los más pensadores de los profesionales de la medianía positivista están reflejados en Mario Bunge, un simpático profesor de la Universidad de McGill que hace pocos publicó un extraño libro sobre la unidad de la filosofía, la ciencia y la técnica; a la par que consolidaba el cientificismo epistemológico como verdad fundamental, predicaba un gobierno utópico de “democracia integral” gobernado por expertos en economía. En Bunge no hay ni el asomo de sospecha de que el sistema político que regenta al mundo puede, a la vez, varar osos polares a Europa y matar de SIDA a los africanos. Una excepción notable entre los filósofos de la ciencia del siglo XX fue Karl Popper. Popper creía, sin embargo, en los mitos liberales sobre el progreso indefinido de la razón humana como correspondiente de la sociedad liberal, mitos cuya falsedad situaciones como la del desastre en Perito Moreno nos recuerdan. En Martín Heidegger hay acaso esbozos de crítica al mundo liberal por su concepción de la naturaleza. Los hay en sus alegatos a favor de Hitler mientras fue rector de Friburgo, entre 1933-1934, pero también en su Carta sobre el Humanismo (1946). Es notorio que esa “carta” fuera un alegato a favor del vencido III Reich, que Heidegger consideraba seriamente menos malo que los Estados Unidos. En Edmund Husserl hay un par de conferencias sobre las relaciones entre crisis de la cultura y cultivo de la reflexión científica, que sugieren sospechar que hay algo en el mundo científico que nos conduce a la violencia política y la barbarie, y que se parece a lo que aquí queremos hacer. En Husserl se trataba de por qué a Europa le había ido más bien peor que mejor aliándose al norteamericanismo para destruir al Imperio Alemán y al Imperio Austro-Húngaro al fin de la Primera Guerra Mundial. Con algunas excepciones, pues, la regla del siglo XX era que la ciencia, el pensar acerca de lo “natural” y “la naturaleza”, no tenía un vínculo conceptual con el problema filosófico del régimen político. Es un evento manifiesto que vivimos un contexto que nos inhibe de diferenciar el problema del régimen de las condiciones en las que el hombre es capaz de relacionarse con “lo natural”. La catástrofe mundial que llega junto con la crisis del petróleo, el calentamiento global y el bamboleo del sistema capitalista se trata, sin más, de lo que podemos llamar el contexto de reto de la filosofía política contemporánea y, más particularmente, de la filosofía política posmoderna derivada de la hermenéutica. Hay una realidad que se impone: El destino del régimen político liberal y la destrucción del mundo natural son hoy la misma realidad.




Cualquier estudiante de filosofía puede conceder que la cuestión del inminente fin del planeta Tierra tal y como lo hemos conocido es una consecuencia de la modernidad. Lo difícil es conceder que se trata no sólo de un relato epistemológico, sino de una historia política, de la historia efectual del triunfo del ideario de las revoluciones liberales a los largo de los siglos XVII, XIX y XX sobre formas de pensamiento alternativas que, por lo tanto, planteaban también formas alternas de interpretar y tener vínculo práctico con la naturaleza, en particular con la naturaleza humana.
Es difícil aceptar ante la patencia del acontecer de la catástrofe terrestre que los filósofos que hicieron posible el pensamiento de lo moderno se representaron también como jueces y dominadores del mundo natural, esto es, como sus reyes. Crearon utopías de dominio político del universo a través de la tecnología, con la idea de que ese dominio implicaba un trastocamiento, incluso un ultraje del mundo natural, al que había que reducir a las capacidades de los científicos y los consumidores de bienes. Colocaron la naturaleza en calidad de “objeto” del pensamiento, esto es, como un carácter determinado a partir de las capacidades del hombre. Es un tópico conocido también que la modernidad transformó su acercamiento a la esencia misma del hombre, a la que hizo funcional con el concepto de dominio de la naturaleza. Esto al hombre le costó la pérdida del horizonte “natural” de su referencia, y en particular al hombre occidental le costó la humanidad de sus propios orígenes. A lo largo de la narrativa moderna tal y como nosotros la hemos aprendido, desde Francis Bacon hasta Inmanuel Kant, los filósofos nunca se tomaron plenamente en serio la idea de que dominar la naturaleza podía poner en riesgo el propio concepto, la idea de una naturaleza humana, entre otras cosas, porque la naturaleza parecía un concepto incompatible con los planes utópicos de los fundadores. Parece que, en el largo plazo, la filosofía moderna pensó que no era necesario (o que era inútil) pensar que los seres humanos son pasibles de sufrir solidariamente con el sometimiento del mundo natural, esto es, que dar despliegue a la idea de que la ciencia dominaba la naturaleza implicaba amenazar el horizonte de significado de la vida humana como tal, al menos en tanto es una vida como la de los osos polares. Cuando vemos los efectos contiguos de la desaparición del petróleo, tanto en la naturaleza como en la política, ¿no nos da la impresión de que la vida humana es una vida constituida y limitada por condiciones terrestres, en el más filosófico de los sentidos que esa expresión puede tener? Los filósofos modernos fueron víctimas de una ilusión omnipotente. Creyeron que podían definirse en frente de e incluso en contraposición a la naturaleza. Es de esto de donde surge la civilización liberal: De la idea de que el hombre es especialmente libre y “sí mismo” mientras más alejado esté de la naturaleza. Pero resulta que ahora que la naturaleza está muy sometida y el régimen predominante es el liberal, la vida humana está al borde de ser imposible.



Una de las meditaciones más llamativas para el habitante del mundo en esta época en que se derriten los polos y se extinguen los animales silvestres, en que millones mueren de SIDA en África a pesar de que existe el remedio para ese mal, en que se termina el petróleo que los burgueses no desean (o no pueden) dejar de consumir, es notorio que hay un problema fundamental en la modernidad. Hace un par de décadas Charles Taylor escribía un libro que originalmente se llamaba El malestar de la modernidad, que en español se llama de manera despintada Ética de la autenticidad”. El centro de la preocupación de ese libro era el alto grado de desorden y de infelicidad de que son víctimas los habitantes del mundo de la modernidad extrema, el mundo de las libertades y de los derechos, éste donde la naturaleza no es obstáculo para la autorrealización. Ya desde entonces hay alusiones al progreso de la contaminación y la destrucción planetaria como un problema del mundo contemporáneo, pero llama la atención que el propio Taylor no pudiera ser capaz de ver que la racionalidad que ha hecho posible la destrucción del planeta Tierra, la concepción de la naturaleza como un objeto, es también la misma que ha creado el universo político “correcto”, el que dice basarse en “derechos”, “libertades” y “democracia”, como sí notaron, a su manera, Heidegger o Husserl.

En realidad, la naturaleza que es destruida con el progreso irracional de la tecnología es la misma que es negada con la ilusión omnipotente de los filósofos del liberalismo. Ellos niegan que haya “naturaleza humana”, con la idea de afirmar así un mundo de libertad, no ligado a la naturaleza. Pero justamente es eso, el rechazo de la naturaleza humana, parte de la extensión del dominio, el territorio de la naturaleza urbanizada por el pensar tecnológico. Los suscriptores del pensamiento de la ecumene liberal son suscriptores –y a veces sacerdotes- del pensamiento que ha permitido llegar a la Tierra a lo que parece que va a ser su cataclismo final. La naturaleza de la Tierra y la naturaleza del hombre son la misma naturaleza. El fin de la una es sintomático con el deterioro que la otra significa. Entre tanto hoy, como en la época de Husserl y Heidegger, hay que preguntarse seriamente si no hay formas de régimen político más calurosamente humanas, más listas a aceptar un mundo natural que sea también un mundo humano.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

En torno a los "trolls"...¿Por Qué dejarlos sin borrar y permitir que esos invertebrados se salgan con la suya? Sinceramente, no me parece justo.

Anónimo dijo...

Respecto de sus opiniones sobre tecnología y política, parece que usted considerara que la democracia debe abolirse porque tiene "la misma naturaleza" que la tecnología. ¿No le parece que es una idea que ya está "recorrida"? ¿Cree usted que cambiando la democracia por otro gobierno la Tierra no se va a destruir? ¿Es mejor qué, la China? Usted debe saber que en Pekín el aire es irrespirable. ¡Sea más claro, diga en favor de qué está usted!

Anónimo dijo...

Coincido con el otro objetor. Y te aconcejo escribas "Beiging" en lugar de "Pekín"

Elsa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Víctor Samuel Rivera dijo...

Estimada Elsa:

¿Es usted feminista? Comprendo que la homosexualidad se le haga un problema, no niego que es un asunto interesante pero... Sobre gustos y colores no han escrito los autores. O sea "De gustibus non disputandum". A ver si en este caso me replicas con algo vinculado a mi post.

Elsa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

"Elsa" parece que está demás. Esta es la clase de comentarios que afrentan los blogs. Sr. Rivera, ¿por quér no borra este comentario de "Elsa"? ¿Por qué tolera esto?

Víctor Samuel Rivera dijo...

No sabes qué placer borrar esa basura. Gracias por advertírmelo, Marina.

MAQ dijo...

Me ha divertido muchísimo visitar tu blog (o bitácora, si hemos de ser obedientes con las recomendaciones de la Real Academia Española --y de la no tan real, pero no menos académica, Peruana, por cierto). Te veo hecho todo un experto en lides internáuticas (ya ves, yo ni soy capaz de ponerme de una vez a recopilar algunas de mis cosas en una página web medianamente decente). También he visto por ahí que incurres en la grandísima amabilidad de citarme alguna vez; te lo agradezco mucho (aunque, si no es impertinencia, y como veo que hablo con todo un connoisseur de la red de redes, te sugeriría que me citaras por mi nombre completo, con los dos apellidos, pues, como bien sabes, así se consigue que, si alguien busca mi nombre en la web, pueda acabar recalando en tu página, bonita manera de ligarnos a ambos).

Víctor Samuel Rivera dijo...

Querido Maq;

Jajaja. Te prometo revisar lo de las alusiones a tu nombre. En Google apareces aludido 2,500 veces más o menos... incluyendo tu segundo apellido. Yo no uso el mío nubca, pero trataré de adaptarme al marketing de los demás. Y gracias por leer esta bitácora.

Anónimo dijo...

¿Qué es eso del "mundo clásico"? Lo pido por los no filósofos que caen por aquí, ok? :)

Víctor Samuel Rivera dijo...

"El mundo clásico" es una expresión sin mayor relevancia. Porfas no asignarle mayor carácter. He escrito una vez sobre eso, retrabajando a Gadamer. Buscar el Google.

 
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