Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

martes, 23 de septiembre de 2014

Gaspar Rico y Angulo. El último periodista del Antiguo Régimen peruano






Gaspar Rico y Angulo
El último periodista del Antiguo Régimen peruano



Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


Un día de 1808, por un extraño malentendido, Lima saltó en júbilo. La Ciudad de los Reyes salió entera a festejar la gloria de Fernando VII. Españoles, negros y castas, nobles, sotanas y gente de toda condición saltaba de júbilo. El periódico Minerva Peruana había hecho saber a sus suscriptores, y era leído en voz alta en los siete cafés de la ciudad, las fondas y otros espacios públicos, que Carlos IV había abdicado y que Napoleón había puesto en la cárcel al más odioso personaje de la Monarquía, el abominable ministro Manuel Godoy. El júbilo era mayor al saber que los franceses, lejos de extender su revolución satánica a territorio español, ofrecían en cambio todo su apoyo militar al nuevo Rey, por gracia de Dios, Don Fernando VII. El trono y el altar estaban asegurados, y lo que se había llamado en Lima antes “la Bestia monstruosa de San Juan” iba a quedarse detrás de los Pirineos. Todo era algarabía, toros, trajes y coches de la nobleza. En medio del griterío de vivas al Rey desde calles y balcones estaba Gaspar Rico y Angulo, en ese momento un próspero comerciante.

Rico era un personaje extraño. Nacido en la Rioja, había desembarcado en el Callao en 1794, para avecindarse en Lima y poner un comercio. Al llegar no lo sospechaba, pero iba a llegar a ser una de las figuras más relevantes –la más relevante- del periodismo peruano durante el Antiguo Régimen. Iba a ser un publicista audaz, de gran estilo, astuto y personaje decisivo para quien desee entender el proceso histórico que condujo a la caída del régimen español en el Perú. La historiografía peruana no le concede mucho mérito, no es considerado prócer de la patria, y no hay calle con su nombre ni escultura ni monumento alguno que lo honre, como sucede con toda sociedad cuyo fundamento metafísico es el repudio por el pasado como es el caso, en general, en todas las repúblicas.


Por confesión propia sabemos que Gaspar Rico y Angulo era asiduo de los lugares públicos de Lima, como las fondas, tertulias y cafés, el más famoso de los cuales era el Café de Bodegones, cerca del Palacio Real. Estos espacios habían adquirido carácter político justamente hacia la llegada de Rico al Perú. Desde 1793, en que se supo del asesinato del Rey Luis XVI por la Revolución en Francia, los cafés y lugares públicos en general, que ya existían desde mediados del siglo XVIII, se habían vuelto espacios para la discusión y la opinión política que antes, o era muy débil o no existía en absoluto. A Rico le encantó encontrarse con esta nueva vida de la publicidad, y era asiduo concurrente de los espacios de opinión. Rico participaba intensamente de esta vida civil nueva marcada por la circulación de papeles impresos, por lo general venidos del extranjero, y que en Lima se consolidó hacia la época de la Revolución con la impresión de dos periódicos locales, la Gaceta de Lima y el Mercurio Peruano. Luego del caos informativo de 1808, una explosión editorial inspirada por el gobierno del Reino intentó poner las cosas en su lugar. No era para menos. Luego del júbilo de 1808 por Fernando VII Lima, la Ciudad de los Reyes, supo la triste verdad; la Revolución había llegado a la Monarquía y el Rey, lejos de estar en su trono, se hallaba preso. No había más Rey. El 13 de octubre, según testimonio del Virrey José Fernando de Abascal, los siete cafés de Lima amanecieron con pasquines colgados en sus puertas que juraban fidelidad al Rey prisionero.


En medio de un cierto caos de información política, que en otras regiones de la España de esta parte del Atlántico había dado lugar a Juntas, algunas de ellas de carácter francamente revolucionario, en 1810 la Corte del Reino resolvió auspiciar la impresión de la Gaceta del Gobierno de Lima, inspirada en alguna medida como orientadora de la opinión, posiblemente idea del sabio y asesor virreinal Hipólito Unanue. Rico, interesado en intervenir con su pluma en los asuntos públicos, solicitó se le encargara la redacción del periódico al Virrey, que lo rechazó, posiblemente porque Rico en ese momento no era más que un comerciante que carecía de antecedentes en el mundo editorial. Pero resultó que las Cortes, ese mismo año, decretaron la libertad de imprenta en toda España, lo que se supo en el Perú al año siguiente. Rico, resentido con el Virrey, resolvió combatir la política de Abascal en su Gaceta fundando un periódico propio, que suscribió las ideas liberales que primaban en las Cortes, que para entonces se asentaron en la ciudad de Cádiz. El periódico se iba a titular El Peruano, y duraría entre 1811 y el año siguiente, en que sería cerrado por las autoridades por propalar “principios revolucionarios y tumultuosos”; a Rico este episodio le significaría el destierro hasta 1816. Hubo motivo para ello, pues este periódico, fiel al resentimiento de Rico, que iba a ser su redactor, se dedicó a propalar las ideas nuevas de las Cortes, que rápidamente, desde su tercer número, adoptaron el tono radical de ser la continuación de los principios de la Revolución Francesa. El periódico tuvo, mientras circuló, fama internacional, y su lectura alcanzó a ser exitosa en Buenos Aires, entonces baluarte revolucionario en América.

Rico fue redactor anónimo. Firmaba los artículos más sonoros como “el Invisible”, aunque se valió de otros seudónimos también para no ser inculpado. Astutamente, para llevar adelante su plan, se asoció con el administrador de la entonces famosa Imprenta de los Huérfanos, Bernardino Ruiz, y con un conocido periodista de ideas liberales, el flamenco Guillermo del Río; éste último librero famoso de obras relacionadas con la Revolución Francesa y periodista cuyo local de ventas se hallaba en la Calle del Arzobispo. Del Río aparecía como el editor y responsable del papel impreso, por lo que recaía sobre él tanto la fama del periódico como la responsabilidad legal de su contenido. Pues bien. El Peruano, enemigo de Abascal, que era bastante conservador, por decir lo menos, no sólo publicaba los anónimos de Rico, que escribía en lenguaje exaltado, sino que difundía papeles de las discusiones de las Cortes que insistían en uno de los puntos más peliagudos de sus sesiones, la idea de la igualdad civil entre españoles europeos y americanos, y entre miembros de las castas, los negros libres y la población indígena, cuya élite, descendiente de los incas y preferentemente monárquica y conservadora, no podía controlar lo que estaba una vez impreso.


Es necesario aquí hacer un alto social. De hecho, en 1812 se produjo uno de los escasos levantamientos del Reino en ese periodo que, de acuerdo a los testimonios de época, que son algo confusos, sindicaban claramente a estos artículos sobre la igualdad de El Peruano como sus inspiradores. Esto no es del todo seguro, pues hay factores discordantes y testimonios contradictorios. La rebelión se produjo en los partidos de Huánuco, Panatahuas y Huamanlíes, y estuvo a cargo de la masa campesina indígena. A inicios del siglo XIX era mucho menos frecuente que ahora hablar castellano entre los indios, y menos probable aún, que éstos pudieran leer, o siquiera comprar un ejemplar de El Peruano. Además, hay testimonios de que los indios insurrectos venías de recibir propaganda oral e iconografía de gente blanca de procedencia desconocida que divulgaba entre los caseríos aislados de la Sierra la extraña idea de que estaba por llegar un Inca, a falta de Rey, que se llamaba Juan José Castelli. En todo caso, si El Peruano se leía, no con poca satisfacción, en la subversiva Buenos Aires, también debía leerlo alguna gente en la Intendencia de Tarma, donde se produjo el levantamiento.

Conforme avanzaba el tiempo de publicación de El Peruano, hubo una serie de reacciones, algunas de ellas interesantes. Lo más probable es que todo el contenido verdaderamente subversivo del periódico fuese redactado por Rico mismo, lo que habrá de verificarse alguna vez con un análisis estilístico de los artículos. Pero Guillermo del Río aceptaba colaboraciones externas, fiel este hombre a la idea ilustrada de la opinión pública como un diálogo abierto, que admitía disensiones y discusión. Éste es el origen de fascinantes textos contrarrevolucionarios procedentes de los propios lectores, a los que, al parecer, no les hacía ninguna gracia el contenido de la campaña de “el Invisible”, que acusaban su disconformidad con los principios revolucionarios, con la opinión mayoritaria en las Cortes e, incluso, al menos en un caso, contra las Cortes mismas, cuyo gobierno fue acusado de incapacidad para enfrentar a Napoleón y la ocupación francesa de la sede central de la Monarquía. Algunos colaboradores identificaron los principios de la revolución en España, esto es, lo que en Cádiz se discutía, con los de Francia –como de hecho era el plan del periódico-, de la cual se recordaba en Lima más los crímenes del Terror de 1793 y el asesinato del Rey Luis que ideas como las de libertad o fraternidad, que habrían de esperar aún una década para ser asimiladas por el lenguaje político ordinario. Agustin Barruel, autor de la teoría de la Revolución como una conspiración masónica, circulaba en Lima con la misma holgura que la obra monárquica moderada de Montesquieu.

Los colaboradores insospechados de El Peruano fueron implacables contra la Revolución –la francesa y la española- cuyos principios fueron acusados de satanismo, de ser obra del “diablo” y del “Anticristo”, de hacer causa común con el aceleramiento de la anarquía social o, en el peor de los casos, con el fin del mundo. Es de lamentarse que Gaspar Rico hubiera tenido que defenderse de colusión con las huestes del Infierno, que tenían fama muy ganada de espantosos en una Lima cuajada de monjas y procesiones suntuosas y semanales. Pronto las autoridades, que seguramente estaban más del lado del público que del solitario escritor, exigieron la identidad verdadera del firmante de los textos revolucionarios y Guillermo del Río, a quien no le quedaba de otra, pues de otro modo podía ser penado él mismo, denunció a Rico por su nombre como el autor de los libelos. Abascal debe haberse quedado atónito al reconocer que el fallido redactor de la Gaceta, a quien había él mismo rechazado como inexperto, fuese esa pluma tan notable y capaz de hacer cosas terribles en un Reino preferentemente pacífico como era entonces el del Perú. Es tradición sindicar a los frailes de la Santa Inquisición de haber denunciado a Rico finalmente ante la Junta de Censura, un procedimiento que estaba previsto en el decreto de libertad de imprenta, pero la verdad es que, luego de la insurrección en la Intendencia de Tarma, que estalló en el verano de 1812, el periódico se fue haciendo insoportable para el gobierno del Virrey. Aunque la Junta de Censura fue bastante benévola, Abascal embarcó a Rico a España, de donde no volvería sino hasta el fin de su mandato.

Después de esta historia de liberalismo y revolución de Gaspar Rico y El Peruano, nadie podría sospechar el resto de la historia conocida de este periodista. Durante la existencia del periódico, otra vez con Guillermo del Río como editor, salió a la calle El Satélite del Peruano, un periódico aún más radical que El Peruano y que, por ello, no tuvo sino unos pocos números antes de cerrar. Es de sospecharse que Rico, no cansado con polemizar con la opinión pública de verdad, hubiera querido dar la impresión de que su periódico no era el único en suscribir las nuevas ideas. Pero el resto de la prensa del periodo era más bien partidaria del Rey legítimo, y era sospechoso que sólo un periódico, o dos, fueran tan apasionados con principios que, en lugar de reponer a los reyes en sus tronos, les cortaban la cabeza. Para quienes encuentran la identidad peruana a partir de la instauración definitiva de los principios liberales en la República, cosa que no ocurrió sino luego de la rendición de los Reales Castillos del Callao en 1825, Rico debía figurar en la historia peruana como un héroe, como el más destacado publicista liberal del Antiguo Régimen y, por lo mismo, también como fundador o gestor de lo que habría de ser el periodismo republicano. Sin embargo esto no es así. ¿Cuál es el motivo de esta situación?

Gaspar Rico, luego de su destierro por Abascal, su enemigo, regresó al Perú en 1816, cuando el ciclo revolucionario en Europa había terminado y las autoridades legítimas habían, finalmente, recuperado sus tronos. Esta vez era Abascal quien se regresaba a España. Y Rico, entonces famoso por su intervención en la prensa, no volvió más a dedicarse al comercio que lo había traído a Lima en 1794. Apenas llegar, fundó el periódico fidelista El Investigador, que iba a circular hasta 1817, y del que, por desgracia, no se conserva ejemplar alguno. Luego de ese ensayo editorial se hizo más que famoso por una obra que era la antípoda de El Peruano; en ella abominaba de la revolución primero, y de la república después, por un periódico en el que, libre de sus enconos con el gobierno, saldría el pensamiento definitivo del autor. Este periódico iba a llamarse El Depositario. El Depositario fue impreso en Lima desde 1821 expresamente para apoyar la causa de la Monarquía católica, y su redactor único, Gaspar Rico, acompañaría en persona al último Virrey del Perú en los diversos lugares en los que éste instaló la Corte del Reino durante la guerra civil. Publicó en el Cuzco, por tanto, última capital que fuera de la monarquía peruana.

Cuando la causa del Rey legítimo parecía definitivamente perdida, y grandes reaccionarios como el asesor virreinal Hipólito Unanue y el Padre José Joaquín Larriva se pasaban en masa a los nuevos amos, Rico, junto con buena parte de la nobleza y el clero de Lima, varios miles de personas indefensas, se refugió en el Callao, resistiendo allí los embates definitivos de la revolución. Desde allí, en medio del hambre y la peste, Rico continuó sacando hasta el final de su vida El Depositario, haciendo mofa, con el mismo estilo sarcástico de su pluma magnífica, de los jefes extranjeros que, en ese momento, cambiaban el país para siempre.

Gaspar Rico y Angulo murió, posiblemente de enfermedad, poco antes de la rendición española de los Reales Castillos. Fue acompañado en la muerte por frailes, familias leales a la Monarquía y una parte significativa de la nobleza peruana. Guillermo del Río llevó, ya bajo la república, una vida breve y oscura existencia en proyectos que hoy no se recuerdan. El Peruano es el único periódico de inicios del siglo XIX que ha reproducido en su integridad la famosa Colección Documental de la Independencia del Perú, que recoge la documentación para investigar la Independencia del Perú y fue impresa en ocasión del Sesquicentenario de ese episodio por la dictadura del General Juan Velasco Alvarado.


viernes, 19 de septiembre de 2014

Evento, novum y violencia fundante. Bagua (Perú), 2009 (nueva publicación)





Evento, novum y violencia fundante. Bagua (Perú), 2009



Hago de conocimiento del público que vengo de publicar en la revista Estudios Filosóficos, en el volumen LXIII, N° 183 de 2014 el artículo cuyo título encabeza este post, entre las páginas 323-342.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Café con el Anticristo. Tras el oscuro velo de la libertad (II)




  

Café con el Anticristo
Perú: temporalidad y evento en la modernidad temprana


Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Tras el oscuro velo de la libertad (II)

 Parece discutible que para 1794 hubiera una “opinión pública” peruana. Pero es indudable que existían los cafés y otros centros de reunión donde se discutía temas de actualidad y que, desde la Revolución, el interés por los asuntos políticos y la opinión sobre ellos no era una práctica extraña a la vida social del país. Aparte de libros y otros papeles y gacetas del exterior que pudieran circular en Lima, para 1794 la ciudad contaba con dos periódicos propios, la Gaceta de Lima (1793-1794) y el Mercurio Peruano (1791-1795) (cf. Varillas, 2008, 91-108). Desde 1793, con motivo de la declaración de guerra de Carlos IV a la República Francesa, la Gaceta, órgano con apoyo del gobierno, daba informes regulares de los acontecimientos revolucionarios y de la guerra europea con textos reescritos de otras fuentes impresas; éstos eran adaptados en parte por Hipólito Unanue (El Peruano, 27/10/1811, 127), sabio ilustrado y notable vecino de Lima, cercano al Virrey (cf. Cayo, 1964). El mismo personaje era editor, con la Sociedad de Amantes del País, del Mercurio Peruano. Éste último era una publicación originalmente dedicada al conocimiento del Perú y a difundir la ilustración (Clément, 1987, 285), y que se halló de pronto en la coyuntura de deslindar sus “luces” con el oscuro velo de las luces mortecinas de la Francia (cf. Mercurio Peruano, 23/01/1791). El Mercurio dedicó innumerables artículos y reimpresiones de gacetas europeas a dibujar la imagen monstruosa de la Bestia. En cualquier caso, he aquí un hecho sorprendente: ninguno de los dos periódicos de Lima ofreció jamás una descripción conceptual, una teoría, una explicación de los “principios revolucionarios” de la Francia.

La Gaceta de Lima y el Mercurio Peruano no podían estar más de acuerdo en su tratamiento de la obra de la Bestia. Para tratar el fenómeno de la Francia, desde 1793 hicieron ambas publicaciones periódicas dos cosas: describir a los agentes de la Revolución y narrar sus acciones: describieron lo que tenía lugar, el suceso de la Revolución.
 

Siguiendo a la Gaceta de Lima y el Mercurio se sabía sólo que, por unos principios que nadie en la opinión pública parecía poder poner en papel, combatían a la vez contra la autoridad legítima y la religión (cf. Clément, 1990). He aquí un extracto de la Gaceta de Lima que puede ser usado de ejemplo: “La religión destruida, los altares abatidos, los vasos sagra/dos de las iglesias robados por manos sacrílegas, los más augustos misterios profanados, los sacerdotes y buenos ciudadanos bárbaramente degollados, invadidas las propiedades, los más sagrados derechos vulnerados y anulados. Tales son las empresas de la secta jacobina” (Gaceta de Lima, 26/04/1793, 126-127). Es digno de investigación aparte el tema del carácter antirreligioso de la Revolución, la razón por la que se infería una visión apocalíptica del fenómeno revolucionario. Lo que interesa ahora subrayar es el carácter inexplicable que presenta la Revolución. Para situar lo que está teniendo lugar se acude a “las empresas de la secta jacobina”. Hay que subrayar la expresión “empresas”. El texto es lo que en lógica se podría denominar una definición extensional; se dice qué es la Revolución, no en base a una expresión intensional, teórica o explanatoria, sino en base a una enumeración de hechos: “las empresas”, esto es, las obras, las consecuencias de la Revolución. En cambio, del principio de la Revolución, la “libertad”, la Gaceta de Lima se limita a advertir a los súbditos del Reino, copiando de un papel holandés: “No deis entrada al conocido abuso, tan común en estos tiempos, con que se tratan palabras” como “libertad” (Gaceta de Lima, 1793, Segundo Suplemento, 25); la “voz halagüeña de libertad” es “la entrada de la novedad sacrílega que no oyeron nuestros padres” (Mercurio Peruano, 09/02/1793, 98). Los subrayados de la palabra proceden de los textos originales. El “conocido abuso”, uso conocido de una palabra indefinible, subrayada por algo en el original.

Ponencia: Conculcación de 1789. Revista de la Universidad Católica del Perú (1933-1944)




Conculcación de 1789. Revista de la Universidad Católica del Perú (1933-1944)
Ponencia  a cargo del Dr. Víctor Samuel Rivera




En el contexto del II Coloquio del Grupo de Historia del Siglo XX de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y con el patrocinio del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), voy a presentarme para dictar una conferencia en el siguiente local y horario:

Centro Cultural Casa Museo José Carlos Mariátegui
Jirón Washington 1946, Lima 1
Jueves 18 de de setiembre de 2014
Hora: 4: 10 - 6: 10 pm










lunes, 8 de septiembre de 2014

David Sobrevilla, recuerdos






David Sobrevilla, recuerdos
(1938-2014)


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

Era el 02 de agosto de 1996. Iba por mi taza del cargado café que suelen tomar los profesores en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima a las 10:45 de la mañana. El Padre Armando Nieto me detuvo ante la mesa con el recorte de un artículo de periódico sobre Mario Bunge, el mismo que tengo precisamente ahora depositado en el atril que está sobre el teclado de mi escritorio. “¡Muy bien!” –me dijo el Padre-; “diste en el clavo”. Esa misma noche me llamó a la casa a eso de las 8:00 David Sobrevilla Alcázar, David simplemente, como lo llamé siempre, desde que lo conocí en 1993. Estaba en el auricular el estudioso del pensamiento filosófico peruano más notable que jamás haya habido, por su minuciosidad, por su conocimiento, vastísimo; por su crítica, mordaz y bien informada. Un pensador que amaba el Perú, lo cual demostró, no buscando prebendas del Estado, no escalando posiciones burocráticas hablando de valores o principios dudosos o impulsando su fama artificialmente, como Dios sabe hay tantos otros que en vida lo tomaban de idiota y ahora escriben necrologías en las que lo pintan de santo. David, un filósofo de verdad. En 1996 apenas era yo un joven profesor, pero ya le debía mucho como ser humano y como educador de mi espíritu. Es el único profesor que, con los valores exactamente inversos a los míos, marcó un rumbo perdurable en mi vida académica y profesional. Nunca tuvimos una conversación telefónica más grande David y yo que la de esa noche de 1996 y no recuerdo que estuviera nunca más enojado conmigo. A raíz del artículo sobre Bunge, David me quitaría el habla por varios años.

Recuerdo estupefacto aún su principal reproche, que reproduzco: “Yo, sin que hayas sido nunca mi alumno, te lo he dado todo”.  “Nada te he negado y nada te he pedido”. “Te acogí para obtener empleo, recomendé tus ensayos, te aconsejé, te di apoyo con mi biblioteca, te asocié en la organización de un Congreso Internacional pero tú, ¿cómo me pagas? ¿Así me pagas? ¿Cómo me pagas ahora, Víctor Samuel? Te vas detrás de la Católica, adulando a tus profesores que nunca te han dado nada, no te dan, ni te darán jamás nada, ni las gracias por el favor que les has hecho”. David gritaba furioso y me dijo más cosas que la prudencia me aconseja callar. Yo era muy joven y me sentí golpeado por una fuerza grande, pues mi admiración por David era inmensa. Es posiblemente una de las personas, incluso por sus virtudes morales, que más he admirado en la vida.

A pocos filósofos peruanos vivos, fueran o no mis profesores, he admirado realmente. A Miguel Giusti, que aborrece mi trabajo académico y me marginó profesionalmente desde que descubrió
 que sus ideas y las mías no eran muy parecidas, a Dios gracias. A diferencia de él, yo aprecio y valoro el talento y la originalidad de lo que hace alguien que puede pensar al revés que yo, y se lo he demostrado con sendas reseñas llenas de conocimiento de sus propias obras. A Rose-Mary Rizo-Patrón, de quien tomé no sus ideas modernistas y sus valores burgueses, sino su sentido de la disciplina y su honestidad académica. La estimé y la estimo como un ser admirable, a pesar de que creo que ha abrazado los valores equivocados que, por suerte, no fueron los que me enseñó a mí. A Francisco Miroquesada Cantuarias, de quien aprendí que el filósofo debe tener altura moral y apertura de espíritu, empatía por el diverso; que es antes un ser humano que un pensador. Y a Fernando Fuenzalida, que me enseñó felizmente lo contrario. Pero, ¿qué le debo a David?

La cercanía y la amistad de David Sobrevilla me han transmitido algo que es fundamental en mí como investigador y, en último término, como pensador: que la filosofía no debe estar divorciada de la realidad, que la realidad es el sentido del pensamiento, que pensar sin la realidad delante es un oficio vano y estúpido. Me enseñó también que nuestra realidad, peruana y latinoamericana, lo que he llamado en otra parte “el margen del pensar”, es la tierra fundamental a partir y en función de la cual el pensamiento es una experiencia legítima y verdadera y no un juego de palabras o un vacío terequequeque con lo que dijo o no dijo Husserl en un cuaderno destinado al olvido.


Dado que este texto es un homenaje –a mi manera- a un maestro grandioso, deseo contarle al lector por qué estaba tan molesto David conmigo en 1996. Para llegar allí debo ir al comienzo de la historia. David y yo nos conocimos en 1993, en la Universidad de Lima, en el extinto Instituto de Investigaciones Filosóficas, que dirigía Francisco Miroquesada. Vivíamos cerca entonces, él en Conquistadores y yo por la Av. 2 de Mayo, que está en el mismo distrito, y muy amablemente me llevaba camino de regreso en su carro. Tomábamos café y tortas (pues aún comía tortas yo en esa época) pero, sobre todo, me regalaba algunas tardes largas veladas en su sala, que era como una biblioteca alejandrina que había sido invadida por unos sillones intrusos. Me reprochaba allí no saber alemán, pues vivía orgulloso, como sanmarquino que era, de haber sido becado en Alemania, país sobre cuyos pensadores posiblemente supo demasiado, sin que fuera muy fructífera finalmente toda su erudición germánica. Es un sino de los que aman a Alemania en el mundo de la filosofía peruana: la admiran tanto que la dejan intacta. Mi falta de interés por Alemania lo inhibió de darme apoyo para una beca de posgrado al extranjero, a cambio de lo cual me hablaba de sus libros, lo que creo ha resultado más provechoso para mí en el largo plazo.

Era bonachona y agradable mi amistad con David. Pero hacia 1995 comenzamos a tener un problema filosófico. Yo me había comenzado a entusiasmar muchísimo con la posmodernidad –entonces en pleno griterío local- y sentía cada vez más atracción por la obra de Gianni Vattimo, una influencia italiana que me ha costado algunos amigos y no pocos trabajos. Vattimo estaba en su punto culminante y David lo detestaba. Consideraba que su filosofía era superficial pero, lo más terrible, tomaba la filosofía de Vattimo como una suerte de irracionalismo que ponía en riesgo los valores ilustrados, por los que yo no sentía el menor apego mientras que para David eran la herencia fundamental de la civilización occidental. “Vattimo es peligroso” –solía decirme- “su filosofía en el fondo es pasadista y reaccionaria”. Yo encontraba todo eso maravilloso, pues, como en toda obra de arte escénica que se respete, el carácter del mal es el que tiene siempre el papel más interesante. Los buenos han sido hechos para completar el camino de los malos, sin los cuales la vida humana no sé qué valor podría tener. Claro, el bien es bueno, eso ya lo sé, pero no estamos tratando de eso ahora, sino del tema más general de una filosofía que conduce a la angustia frente a otra que lleva a la conformidad. Y hay que estar atentos en la conformidad, conformidad en torno a qué es.

David tenía ideas políticamente kantianas, unas ideas que parecen muy valiosas éticamente, pero que conducen en una sociedad capitalista y decadente a un conformismo que está bien lejos de los rasgos de lo bello o de lo útil. Los valores políticos de David, justamente por kantianos, eran nihilistas y afirmaban, sin que David pudiera percibirlo, unas instituciones sociales y un orden mundial basado en la economía. Yo era joven, y no sabía qué era el nihilismo y creo que no sabía exactamente los riesgos del vínculo inevitable entre la fascinación y la verdad. Pero no tengo hasta hoy la menor duda: en lo que a mí respecta, antes que a Kant, prefiero la verdad. Y la verdad, siguiendo la pauta del propio pensamiento de David, debe cosecharse de la realidad, no de los abstractos libros de Alemania.

David y yo discutimos sobre un artículo que escribí sobre Mario Bunge, alineándome de alguna manera a algunos profesores de la Universidad Católica del Perú que eran sus detractores. Debo decir que David llevaba una relación bastante tensa con esos mismos profesores por razones profesionales. Venía de distanciarse de Miguel Giusti, con quien había trabajado en la Universidad de Lima años antes y con quien guardaría una rivalidad de por vida que yo humanamente habría olvidado en la hora postrera. Perdonar no es divino, es humano. Tolerar es lo que es divino.

En agosto de 1996 Mario Bunge era objeto de una polémica bastante desagradable, que se había extendido a la prensa y en la que yo quise participar. Por razones que ahora no me explico, los profesores de filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Perú habían invitado a Bunge a dar una charla. Hay que saber que Bunge era un amigo muy cercano de David; David verdaderamente lo apreciaba. Pero el hecho es que Bunge fue a la Universidad Católica invitado por algunos profesores que no estimaban mucho ni a Bunge ni a David. Nunca comprenderé para qué invitaron a Mario Bunge en esas circunstancias. El hecho es que, en el auditorio y frente a todo su asistencia, le hicieron una escena de ridículo que trasciende el recuerdo. Mientras Bunge intentaba explicarse en lo que sigue siendo su manera de pensar, un cientificismo periclitado que era tan inexplicable para mí hoy como entonces, una guapa profesora de la universidad que le hacía de escolta en la mesa hacía toda clase de muecas estrambóticas con la boca y gestos manuales que denotaban un notable desprecio hacia con el pobre invitado, de quien, a causa de las gesticulaciones aludidas, se hizo el hazmerreír del público. No menciono a la profesora en cuestión, hoy parte del cuerpo del Rectorado de la Universidad porque en Lima, ¡ay Lima, la Ciudad de los Reyes!, criticar a alguien poderoso es crimen de lesa humanidad y un atentado terrorista contra el pensamiento único.

En el diario El Sol, entonces un periódico bastante exitoso, escribí en el debate generado por el trato agraviante a Mario Bunge en la Universidad Católica el artículo “Mi vela  en este entierro”, donde denunciaba, en un lenguaje que hoy me da cierta pena y con unos valores confusos de los que espero haberme ya librado, lo que yo consideraba que eran las razones genuinas para estar contra Bunge y, no digo su filosofía, sino su ideología. David pensó que yo deseaba complacer a mis antiguos profesores, con los que para ese entonces ya no me ataba mayor lazo y creyó sinceramente que había sido una maniobra para obtener una prebenda, de allí el griterío sobre que no me daban ni iban a darme nada estos profesores, con los que él mismo se llevaba tan mal. Pero yo escribí ese texto por honestidad intelectual, y nunca le pregunté a ninguno de mis exprofesores si les interesó o no los párrafos que escribí, que he transcrito en la parte de abajo de este texto para que quien quiera, lea el motivo del disgusto. Por suerte, David, luego de algunos años me perdonó lo que tomó después por un error juvenil. Volvió a invitarme –aunque no tan seguido, debo confesar- a visitar su casa. Y volvió a ofrecerme tortas que esta vez, llevado por la edad, le rechacé.

La última vez que vi a David y conversé largamente con él debe haber sido en 2009 o 2010.  Le obsequié orgulloso un paquete con varias de mis publicaciones indexadas, que él me auguró alguna vez que nunca podría imprimir, dado el boicot de mis antiguos maestros en publicarlas en Lima. Estaba orgulloso de mostrarle que lo había logrado solo. Estaba David ya enfermo de cáncer cerebral. Esa tarde última David fue muy dulce y amable. Conversamos un largo rato. No estaba muy contento con mi cercanía con Gianni Vattimo, que entre tanto se había convertido en mi amigo y maestro definitivo. Y consideraba un terrible error que me hubiera dedicado yo a hacer estudios sobre pensadores políticos peruanos antikantianos y enemigos jurados del mundo moderno de su ilustrada Alemania. Pero me felicitó generoso por dedicar mi pensamiento al Perú. Fuiste mi aliento, David, en hacerlo. Y lleno de gratitud como estoy, David, dondequiera que estés, te pido perdón una vez más por no haber percibido, en 1996, que a los amigos hay que respetarlos, que Bunge era tu amigo y que yo te debía entonces el cariño de mi silencio y no la verdad de mis opiniones, que pude haberme ahorrado.
 
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Diario El Sol [Lima], 02 de agosto de 1996


Mi vela en este entierro
Cuatro palabras sobre el filósofo Mario Bunge, que hace poco estuvo en Lima en dos oportunidades

Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

Mario Bunge, físico argentino. El hombre culto se preguntará por qué el autor de su manual universitario de metodología ha dado tanto alboroto últimamente. El filósofo de profesión sabe que todo esto tiene que ver con su restringido olfato para las buenas maneras en la Universidad Católica. Pero también sabe que la forma de ser porteña es sólo la nata  mantecosa de ciertas cuestiones más profundas acerca de cómo interpretar la racionalidad y el sentido de la vida. Para la calle todo parece tener que ver con que si el buen señor es o no un positivista. Y aquí viene el problema, pues los argumentos esgrimidos hasta ahora terminan no convenciendo ni a Bunge. Y es que, después de todo, no parece ser tan terrible que alguien sea positivista.

Para Bunge sólo hay una genuina filosofía. Cito sus propias declaraciones: “La Filosofía (“rigurosa”) debe impulsar con el ejemplo a que la gente estudie… la ciencia y la técnica”. Cualquier otra cosa es “charlatanería”. No discutamos si esto es o no ser un positivista. Pero es un hecho que este señor cree que hay una filosofía “rigurosa” (que coincide con la suya) y que por serlo es democrática. Mucho me temo que esto, lejos de hacerlo un impecable demócrata, lo acerca de modo sospechoso al culto a la técnica que hizo posible el “archicientífico” exterminio nazi y justificó la barbarie “materiocientífica” del comunismo. En efecto. La ciencia y la técnica, por más “rigurosas” que sean, sólo son medios para fines que no son ni “ciencia” ni “técnica”. La idea de un rigor racional calculado de la “ciencia” hace de la filosofía una herramienta indirecta del totalitarismo. Es otra historia si Heidegger o Husserl sean mejor prenda. Pero lo que está en juego aquí es que la filosofía “rigurosa” no es ninguna mansa paloma democrática. En el caso de Bunge, no sólo están involucrados los modales de un físico argentino, sino también la clase de racionalidad que queremos realizar en el mundo. Y si he de poner mi vela en un entierro, que sea en el del totalitarismo. Y espero que Bunge ponga también la suya.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Café con el Anticristo (1794). Introducción




Café con el Anticristo (1794-1811)
Perú: temporalidad y evento en la modernidad temprana

Víctor Samuel Rivera

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Tras el oscuro velo de la libertad (I)

Lorenzo Momblán estaba bastante irritado ese domingo por la mañana en que fue, como tantos españoles peruanos o europeos de 1794, a conversar al Café de la Calle Bodegones, en el centro de Lima (Egaña, 1794). Esa mañana se encontró Momblán en el café con algunos partidarios declarados de la “Bestia”, vale decir, de la Revolución Francesa. Estaba dispuesto a denunciarlos. Por lo demás, folletos, periódicos y pasquines del día estaban allí, en la mesa, mientras en algunas esquinas del recinto se leía en voz alta algunos de ellos con la anuencia cómplice del teniente de policía. El Rey Carlos IV estaba en guerra contra la República Francesa desde el año anterior y la papelería del local estaba plagada de información, a veces verdadera, otras un poco falsa, de lo que ocurría en Europa. El ambiente era tenso, y giraba entre el temor y la curiosidad (Rosas Lauro, 2006, 167-176). Se había expandido el rumor de que varios avecindados de Lima, franceses de origen, estaban en la contienda celebrando a su país; este rumor se había agravado por la misteriosa aparición en los portones de las iglesias de pasquines revolucionarios: “¡Viva la libertad francesa! ¡Abajo la tiranía española!” (González, 1794). Incluso la puerta de la Santa Inquisición había amanecido un día con un pasquín de ese tipo. ¿Quién sino un francés podía preferir el sistema político de la Francia regicida por el gobierno de la Monarquía católica? (Lohmann & Gunter, 1992, 161-162). Pero ya no era sólo una cuestión de países en conflicto: era en realidad una cuestión de lo que el lenguaje político y social de las siguientes décadas  iba a llamar más bien “principios”. En cualquier caso, los franceses de Lima no iban a Bodegones. Momblán, pues, no estaba irritado por ellos, sino por otra cosa: porque en el café algunos españoles como él estaban del lado de los principios de la Bestia: de la “libertad” francesa contra la presunta “tiranía” española.



En cualquier caso, es incierto que alguien en un café de la Lima de 1794 tuviera una idea muy clara de cuáles eran los “principios” que gobernaban a la Francia, esa Francia de la Revolución con la que se estaba en guerra y que se había identificado ya como la Bestia del Apocalipsis: “Ésta es aquella Bestia monstruosa, de quien habla San Juan, misterio de iniquidad, madre de todas las inmundicias y abominaciones de la Tierra” (Mercurio Peruano, 15/06/1794, 218-219). La opinión pública de Lima conocía antes más de los crímenes y atrocidades de la “Bestia” que de sus posibles principios; su “filosofía”, “¡Cuán horrible y desastrada en sus efectos!” (Mercurio Peruano, 15/06/1794, 217). En los cafés se murmuraba mucho de jacobinos y libertinos, de la Asamblea de Francia y sus discusiones absurdas; del sacrificio sanguinario de la Reina María Antonieta y de las procesiones y misas de los franceses monárquicos en Tolón. Todos, esto es, el público, sabían lo que pasaba. Pero para 1794 ni siquiera el propio Virrey del Perú, Francisco Gil de Taboada (Mendiburu, 1933, t. VI, 8-47), podía explicar, de todos los principios revolucionarios, ni el más fundamental: “la libertad”. Para Gil de Taboada, en sus propias palabras, los principios revolucionarios se escondían tras “el oscuro velo de la libertad”. Todo dependía del “velo oscuro” de una palabra que, en el lenguaje de los franceses, parecía a los peruanos de 1794 un concepto inexplicable (Gil de Taboada, 1794a). No se hablaba de la Revolución a través de sus principios, sobre qué la inspiraba. Entonces, ¿cómo se hablaba de ella? ¿Cómo se daba cuenta de la Revolución? Para la opinión pública de los cafés se lo hacía a través de sus agentes y, naturalmente, de lo que éstos hacían. Los principios se daban a conocer por las acciones que desencadenaban. 

El regreso del mundo clásico



El regreso del mundo clásico

Estimados lectores;

Los he tenido abandonados a todos, a los hermeneutas, a los filósofos políticos, a los historiadores de los conceptos y a los científicos sociales que tan amablemente buscan y encuentran un espacio de diálogo aquí. He resuelto retomar el blog ahora que estoy en plena composición de un artículo histórico-filosófico que pienso publicar en un dossier de historia conceptual, sobre el que escribiré más adelante. Cuando lo haya concluido voy a retomar las reflexiones de ontología de la actualidad, ahora que hay nuevas monarquías en Africa y Oriente y el mundo se debate en una nueva guerra fría no declara entre los imperios liberales, Rusia y el evento que se asoma a la puerta.

Un abrazo cordial a todos y perdónenme la vanidad de colocar una foto personal mía aquí abajo.


lunes, 1 de septiembre de 2014

Nueva publicación: "Libertad: Perú (1750-1850)"

Bienvenidos al mundo clásico


De interés para historiadores de los conceptos:

NOVEDAD EDITORIAL. Javier Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Iberonceptos II, Madrid, CSIC, 2014. 
Más de 100 autores, 10 volúmenes, 10 conceptos (Civilización, Democracia, Estado, Independencia, Libertad, Orden, Partido, Patria, Revolución, Soberanía), 12 países y regiones (Argentina, Brasil, Caribe-Antillas Hispanas, Centroamérica, Colombia, Chile, España, México, Perú, Portugal, Venezuela, Uruguay), 6 kilos.







 
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