David
Sobrevilla, recuerdos
(1938-2014)
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad
Peruana de Filosofía
Era el 02 de agosto de
1996. Iba por mi taza del cargado café que suelen tomar los profesores en la
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima a las 10:45 de la mañana. El
Padre Armando Nieto me detuvo ante la mesa con el recorte de un artículo de
periódico sobre Mario Bunge, el mismo que tengo precisamente ahora depositado
en el atril que está sobre el teclado de mi escritorio. “¡Muy bien!” –me dijo
el Padre-; “diste en el clavo”. Esa misma noche me llamó a la casa a eso de las
8:00 David Sobrevilla Alcázar, David simplemente, como lo llamé siempre, desde
que lo conocí en 1993. Estaba en el auricular el estudioso del pensamiento
filosófico peruano más notable que jamás haya habido, por su minuciosidad, por
su conocimiento, vastísimo; por su crítica, mordaz y bien informada. Un
pensador que amaba el Perú, lo cual demostró, no buscando prebendas del Estado,
no escalando posiciones burocráticas hablando de valores o principios dudosos o
impulsando su fama artificialmente, como Dios sabe hay tantos otros que en vida
lo tomaban de idiota y ahora escriben necrologías en las que lo pintan de
santo. David, un filósofo de verdad. En 1996 apenas era yo un joven profesor,
pero ya le debía mucho como ser humano y como educador de mi espíritu. Es el
único profesor que, con los valores exactamente inversos a los míos, marcó un
rumbo perdurable en mi vida académica y profesional. Nunca tuvimos una
conversación telefónica más grande David y yo que la de esa noche de 1996 y no
recuerdo que estuviera nunca más enojado conmigo. A raíz del artículo sobre
Bunge, David me quitaría el habla por varios años.
Recuerdo estupefacto
aún su principal reproche, que reproduzco: “Yo, sin que hayas sido nunca mi
alumno, te lo he dado todo”. “Nada te he
negado y nada te he pedido”. “Te acogí para obtener empleo, recomendé tus
ensayos, te aconsejé, te di apoyo con mi biblioteca, te asocié en la
organización de un Congreso Internacional pero tú, ¿cómo me pagas? ¿Así me
pagas? ¿Cómo me pagas ahora, Víctor Samuel? Te vas detrás de la Católica,
adulando a tus profesores que nunca te han dado nada, no te dan, ni te darán
jamás nada, ni las gracias por el favor que les has hecho”. David gritaba
furioso y me dijo más cosas que la prudencia me aconseja callar. Yo era muy
joven y me sentí golpeado por una fuerza grande, pues mi admiración por David
era inmensa. Es posiblemente una de las personas, incluso por sus virtudes morales,
que más he admirado en la vida.
A pocos filósofos
peruanos vivos, fueran o no mis profesores, he admirado realmente. A Miguel Giusti, que aborrece mi trabajo académico
y me marginó profesionalmente desde que descubrió
que sus ideas y las mías no eran muy parecidas, a Dios gracias. A diferencia de él, yo aprecio y valoro el talento y la originalidad de lo que hace alguien que puede pensar al revés que yo, y se lo he demostrado con sendas reseñas llenas de conocimiento de sus propias obras. A Rose-Mary Rizo-Patrón, de quien tomé no sus ideas modernistas y sus valores burgueses, sino su sentido de la disciplina y su honestidad académica. La estimé y la estimo como un ser admirable, a pesar de que creo que ha abrazado los valores equivocados que, por suerte, no fueron los que me enseñó a mí. A Francisco Miroquesada Cantuarias, de quien aprendí que el filósofo debe tener altura moral y apertura de espíritu, empatía por el diverso; que es antes un ser humano que un pensador. Y a Fernando Fuenzalida, que me enseñó felizmente lo contrario. Pero, ¿qué le debo a David?
que sus ideas y las mías no eran muy parecidas, a Dios gracias. A diferencia de él, yo aprecio y valoro el talento y la originalidad de lo que hace alguien que puede pensar al revés que yo, y se lo he demostrado con sendas reseñas llenas de conocimiento de sus propias obras. A Rose-Mary Rizo-Patrón, de quien tomé no sus ideas modernistas y sus valores burgueses, sino su sentido de la disciplina y su honestidad académica. La estimé y la estimo como un ser admirable, a pesar de que creo que ha abrazado los valores equivocados que, por suerte, no fueron los que me enseñó a mí. A Francisco Miroquesada Cantuarias, de quien aprendí que el filósofo debe tener altura moral y apertura de espíritu, empatía por el diverso; que es antes un ser humano que un pensador. Y a Fernando Fuenzalida, que me enseñó felizmente lo contrario. Pero, ¿qué le debo a David?
La cercanía y la
amistad de David Sobrevilla me han transmitido algo que es fundamental en mí
como investigador y, en último término, como pensador: que la filosofía no debe
estar divorciada de la realidad, que la realidad es el sentido del pensamiento,
que pensar sin la realidad delante es un oficio vano y estúpido. Me enseñó
también que nuestra realidad, peruana y latinoamericana, lo que he llamado en
otra parte “el margen del pensar”, es la tierra fundamental a partir y en función
de la cual el pensamiento es una experiencia legítima y verdadera y no un juego
de palabras o un vacío terequequeque con lo que dijo o no dijo Husserl en un
cuaderno destinado al olvido.
Dado que este texto es un homenaje –a mi manera- a un maestro grandioso, deseo contarle al lector por qué estaba tan molesto David conmigo en 1996. Para llegar allí debo ir al comienzo de la historia. David y yo nos conocimos en 1993, en la Universidad de Lima, en el extinto Instituto de Investigaciones Filosóficas, que dirigía Francisco Miroquesada. Vivíamos cerca entonces, él en Conquistadores y yo por la Av. 2 de Mayo, que está en el mismo distrito, y muy amablemente me llevaba camino de regreso en su carro. Tomábamos café y tortas (pues aún comía tortas yo en esa época) pero, sobre todo, me regalaba algunas tardes largas veladas en su sala, que era como una biblioteca alejandrina que había sido invadida por unos sillones intrusos. Me reprochaba allí no saber alemán, pues vivía orgulloso, como sanmarquino que era, de haber sido becado en Alemania, país sobre cuyos pensadores posiblemente supo demasiado, sin que fuera muy fructífera finalmente toda su erudición germánica. Es un sino de los que aman a Alemania en el mundo de la filosofía peruana: la admiran tanto que la dejan intacta. Mi falta de interés por Alemania lo inhibió de darme apoyo para una beca de posgrado al extranjero, a cambio de lo cual me hablaba de sus libros, lo que creo ha resultado más provechoso para mí en el largo plazo.
Era bonachona y
agradable mi amistad con David. Pero hacia 1995 comenzamos a tener un problema
filosófico. Yo me había comenzado a entusiasmar muchísimo con la posmodernidad
–entonces en pleno griterío local- y sentía cada vez más atracción por la obra
de Gianni Vattimo, una influencia italiana que me ha costado algunos amigos y
no pocos trabajos. Vattimo estaba en su punto culminante y David lo detestaba.
Consideraba que su filosofía era superficial pero, lo más terrible, tomaba la
filosofía de Vattimo como una suerte de irracionalismo que ponía en riesgo los
valores ilustrados, por los que yo no sentía el menor apego mientras que para
David eran la herencia fundamental de la civilización occidental. “Vattimo es
peligroso” –solía decirme- “su filosofía en el fondo es pasadista y reaccionaria”.
Yo encontraba todo eso maravilloso, pues, como en toda obra de arte escénica
que se respete, el carácter del mal es el que tiene siempre el papel más
interesante. Los buenos han sido hechos para completar el camino de los malos,
sin los cuales la vida humana no sé qué valor podría tener. Claro, el bien es
bueno, eso ya lo sé, pero no estamos tratando de eso ahora, sino del tema más
general de una filosofía que conduce a la angustia frente a otra que lleva a la
conformidad. Y hay que estar atentos en la conformidad, conformidad en torno a
qué es.
David tenía ideas
políticamente kantianas, unas ideas que parecen muy valiosas éticamente, pero
que conducen en una sociedad capitalista y decadente a un conformismo que está
bien lejos de los rasgos de lo bello o de lo útil. Los valores políticos de
David, justamente por kantianos, eran nihilistas y afirmaban, sin que David
pudiera percibirlo, unas instituciones sociales y un orden mundial basado en la
economía. Yo era joven, y no sabía qué era el nihilismo y creo que no sabía
exactamente los riesgos del vínculo inevitable entre la fascinación y la
verdad. Pero no tengo hasta hoy la menor duda: en lo que a mí respecta, antes
que a Kant, prefiero la verdad. Y la verdad, siguiendo la pauta del propio pensamiento
de David, debe cosecharse de la realidad, no de los abstractos libros de
Alemania.
David y yo discutimos
sobre un artículo que escribí sobre Mario Bunge, alineándome de alguna manera a
algunos profesores de la Universidad Católica del Perú que eran sus
detractores. Debo decir que David llevaba una relación bastante tensa con esos
mismos profesores por razones profesionales. Venía de distanciarse de Miguel
Giusti, con quien había trabajado en la Universidad de Lima años antes y con
quien guardaría una rivalidad de por vida que yo humanamente habría olvidado en
la hora postrera. Perdonar no es divino, es humano. Tolerar es lo que es
divino.
En agosto de 1996
Mario Bunge era objeto de una polémica bastante desagradable, que se había extendido a la prensa y en la que yo quise participar. Por razones que ahora no
me explico, los profesores de filosofía de la Pontificia Universidad Católica
del Perú habían invitado a Bunge a dar una charla. Hay que saber que Bunge era
un amigo muy cercano de David; David verdaderamente lo apreciaba. Pero el hecho
es que Bunge fue a la Universidad Católica invitado por algunos profesores que
no estimaban mucho ni a Bunge ni a David. Nunca comprenderé para qué invitaron
a Mario Bunge en esas circunstancias. El hecho es que, en el auditorio y frente
a todo su asistencia, le hicieron una escena de ridículo que trasciende el
recuerdo. Mientras Bunge intentaba explicarse en lo que sigue siendo su manera
de pensar, un cientificismo periclitado que era tan inexplicable para mí hoy como
entonces, una guapa profesora de la universidad que le hacía de escolta en la
mesa hacía toda clase de muecas estrambóticas con la boca y gestos manuales que
denotaban un notable desprecio hacia con el pobre invitado, de quien, a causa
de las gesticulaciones aludidas, se hizo el hazmerreír del público. No menciono
a la profesora en cuestión, hoy parte del cuerpo del Rectorado de la
Universidad porque en Lima, ¡ay Lima, la Ciudad de los Reyes!, criticar a
alguien poderoso es crimen de lesa humanidad y un atentado terrorista contra el
pensamiento único.
En el diario El Sol, entonces un periódico bastante
exitoso, escribí en el debate generado por el trato agraviante a Mario Bunge en
la Universidad Católica el artículo “Mi vela
en este entierro”, donde denunciaba, en un lenguaje que hoy me da cierta
pena y con unos valores confusos de los que espero haberme ya librado, lo que
yo consideraba que eran las razones genuinas para estar contra Bunge y, no digo
su filosofía, sino su ideología. David pensó que yo deseaba complacer a mis
antiguos profesores, con los que para ese entonces ya no me ataba mayor lazo y
creyó sinceramente que había sido una maniobra para obtener una prebenda, de
allí el griterío sobre que no me daban ni iban a darme nada estos profesores,
con los que él mismo se llevaba tan mal. Pero yo escribí ese texto por
honestidad intelectual, y nunca le pregunté a ninguno de mis exprofesores si
les interesó o no los párrafos que escribí, que he transcrito en la parte de abajo
de este texto para que quien quiera, lea el motivo del disgusto. Por suerte,
David, luego de algunos años me perdonó lo que tomó después por un error
juvenil. Volvió a invitarme –aunque no tan seguido, debo confesar- a visitar su
casa. Y volvió a ofrecerme tortas que esta vez, llevado por la edad, le rechacé.
La última vez que vi a
David y conversé largamente con él debe haber sido en 2009 o 2010. Le obsequié orgulloso un paquete con varias
de mis publicaciones indexadas, que él me auguró alguna vez que nunca podría
imprimir, dado el boicot de mis antiguos maestros en publicarlas en Lima.
Estaba orgulloso de mostrarle que lo había logrado solo. Estaba David ya
enfermo de cáncer cerebral. Esa tarde última David fue muy dulce y amable.
Conversamos un largo rato. No estaba muy contento con mi cercanía con Gianni
Vattimo, que entre tanto se había convertido en mi amigo y maestro definitivo.
Y consideraba un terrible error que me hubiera dedicado yo a hacer estudios
sobre pensadores políticos peruanos antikantianos y enemigos jurados del mundo
moderno de su ilustrada Alemania. Pero me felicitó generoso por dedicar mi
pensamiento al Perú. Fuiste mi aliento, David, en hacerlo. Y lleno de gratitud
como estoy, David, dondequiera que estés, te pido perdón una vez más por no
haber percibido, en 1996, que a los amigos hay que respetarlos, que Bunge era
tu amigo y que yo te debía entonces el cariño de mi silencio y no la verdad de
mis opiniones, que pude haberme ahorrado.
_____________________
Diario El Sol [Lima], 02 de agosto de 1996
Mi vela en
este entierro
Cuatro palabras sobre el filósofo Mario Bunge,
que hace poco estuvo en Lima en dos oportunidades
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad
Peruana de Filosofía
Mario Bunge, físico
argentino. El hombre culto se preguntará por qué el autor de su manual universitario de metodología ha dado tanto alboroto últimamente. El filósofo de
profesión sabe que todo esto tiene que ver con su restringido olfato para las
buenas maneras en la Universidad Católica. Pero también sabe que la forma de
ser porteña es sólo la nata mantecosa de
ciertas cuestiones más profundas acerca de cómo interpretar la racionalidad y
el sentido de la vida. Para la calle todo parece tener que ver con que si el
buen señor es o no un positivista. Y aquí viene el problema, pues los
argumentos esgrimidos hasta ahora terminan no convenciendo ni a Bunge. Y es
que, después de todo, no parece ser tan terrible que alguien sea positivista.
Para Bunge sólo hay
una genuina filosofía. Cito sus propias declaraciones: “La Filosofía (“rigurosa”)
debe impulsar con el ejemplo a que la gente estudie… la ciencia y la técnica”.
Cualquier otra cosa es “charlatanería”. No discutamos si esto es o no ser un
positivista. Pero es un hecho que este señor cree que hay una filosofía
“rigurosa” (que coincide con la suya) y que por serlo es democrática. Mucho me
temo que esto, lejos de hacerlo un impecable demócrata, lo acerca de modo
sospechoso al culto a la técnica que hizo posible el “archicientífico”
exterminio nazi y justificó la barbarie “materiocientífica” del comunismo. En
efecto. La ciencia y la técnica, por más “rigurosas” que sean, sólo son medios
para fines que no son ni “ciencia” ni “técnica”. La idea de un rigor racional
calculado de la “ciencia” hace de la filosofía una herramienta indirecta del
totalitarismo. Es otra historia si Heidegger o Husserl sean mejor prenda. Pero
lo que está en juego aquí es que la filosofía “rigurosa” no es ninguna mansa
paloma democrática. En el caso de Bunge, no sólo están involucrados los modales
de un físico argentino, sino también la clase de racionalidad que queremos
realizar en el mundo. Y si he de poner mi vela en un entierro, que sea en el
del totalitarismo. Y espero que Bunge ponga también la suya.
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