David
Sobrevilla, recuerdos
(1938-2014)
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad
Peruana de Filosofía
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A pocos filósofos
peruanos vivos, fueran o no mis profesores, he admirado realmente. A Miguel Giusti, que aborrece mi trabajo académico
y me marginó profesionalmente desde que descubrió
que sus ideas y las mías no eran muy parecidas, a Dios gracias. A diferencia de él, yo aprecio y valoro el talento y la originalidad de lo que hace alguien que puede pensar al revés que yo, y se lo he demostrado con sendas reseñas llenas de conocimiento de sus propias obras. A Rose-Mary Rizo-Patrón, de quien tomé no sus ideas modernistas y sus valores burgueses, sino su sentido de la disciplina y su honestidad académica. La estimé y la estimo como un ser admirable, a pesar de que creo que ha abrazado los valores equivocados que, por suerte, no fueron los que me enseñó a mí. A Francisco Miroquesada Cantuarias, de quien aprendí que el filósofo debe tener altura moral y apertura de espíritu, empatía por el diverso; que es antes un ser humano que un pensador. Y a Fernando Fuenzalida, que me enseñó felizmente lo contrario. Pero, ¿qué le debo a David?
que sus ideas y las mías no eran muy parecidas, a Dios gracias. A diferencia de él, yo aprecio y valoro el talento y la originalidad de lo que hace alguien que puede pensar al revés que yo, y se lo he demostrado con sendas reseñas llenas de conocimiento de sus propias obras. A Rose-Mary Rizo-Patrón, de quien tomé no sus ideas modernistas y sus valores burgueses, sino su sentido de la disciplina y su honestidad académica. La estimé y la estimo como un ser admirable, a pesar de que creo que ha abrazado los valores equivocados que, por suerte, no fueron los que me enseñó a mí. A Francisco Miroquesada Cantuarias, de quien aprendí que el filósofo debe tener altura moral y apertura de espíritu, empatía por el diverso; que es antes un ser humano que un pensador. Y a Fernando Fuenzalida, que me enseñó felizmente lo contrario. Pero, ¿qué le debo a David?
La cercanía y la
amistad de David Sobrevilla me han transmitido algo que es fundamental en mí
como investigador y, en último término, como pensador: que la filosofía no debe
estar divorciada de la realidad, que la realidad es el sentido del pensamiento,
que pensar sin la realidad delante es un oficio vano y estúpido. Me enseñó
también que nuestra realidad, peruana y latinoamericana, lo que he llamado en
otra parte “el margen del pensar”, es la tierra fundamental a partir y en función
de la cual el pensamiento es una experiencia legítima y verdadera y no un juego
de palabras o un vacío terequequeque con lo que dijo o no dijo Husserl en un
cuaderno destinado al olvido.
Dado que este texto es un homenaje –a mi manera- a un maestro grandioso, deseo contarle al lector por qué estaba tan molesto David conmigo en 1996. Para llegar allí debo ir al comienzo de la historia. David y yo nos conocimos en 1993, en la Universidad de Lima, en el extinto Instituto de Investigaciones Filosóficas, que dirigía Francisco Miroquesada. Vivíamos cerca entonces, él en Conquistadores y yo por la Av. 2 de Mayo, que está en el mismo distrito, y muy amablemente me llevaba camino de regreso en su carro. Tomábamos café y tortas (pues aún comía tortas yo en esa época) pero, sobre todo, me regalaba algunas tardes largas veladas en su sala, que era como una biblioteca alejandrina que había sido invadida por unos sillones intrusos. Me reprochaba allí no saber alemán, pues vivía orgulloso, como sanmarquino que era, de haber sido becado en Alemania, país sobre cuyos pensadores posiblemente supo demasiado, sin que fuera muy fructífera finalmente toda su erudición germánica. Es un sino de los que aman a Alemania en el mundo de la filosofía peruana: la admiran tanto que la dejan intacta. Mi falta de interés por Alemania lo inhibió de darme apoyo para una beca de posgrado al extranjero, a cambio de lo cual me hablaba de sus libros, lo que creo ha resultado más provechoso para mí en el largo plazo.
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David tenía ideas
políticamente kantianas, unas ideas que parecen muy valiosas éticamente, pero
que conducen en una sociedad capitalista y decadente a un conformismo que está
bien lejos de los rasgos de lo bello o de lo útil. Los valores políticos de
David, justamente por kantianos, eran nihilistas y afirmaban, sin que David
pudiera percibirlo, unas instituciones sociales y un orden mundial basado en la
economía. Yo era joven, y no sabía qué era el nihilismo y creo que no sabía
exactamente los riesgos del vínculo inevitable entre la fascinación y la
verdad. Pero no tengo hasta hoy la menor duda: en lo que a mí respecta, antes
que a Kant, prefiero la verdad. Y la verdad, siguiendo la pauta del propio pensamiento
de David, debe cosecharse de la realidad, no de los abstractos libros de
Alemania.
David y yo discutimos
sobre un artículo que escribí sobre Mario Bunge, alineándome de alguna manera a
algunos profesores de la Universidad Católica del Perú que eran sus
detractores. Debo decir que David llevaba una relación bastante tensa con esos
mismos profesores por razones profesionales. Venía de distanciarse de Miguel
Giusti, con quien había trabajado en la Universidad de Lima años antes y con
quien guardaría una rivalidad de por vida que yo humanamente habría olvidado en
la hora postrera. Perdonar no es divino, es humano. Tolerar es lo que es
divino.
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En el diario El Sol, entonces un periódico bastante
exitoso, escribí en el debate generado por el trato agraviante a Mario Bunge en
la Universidad Católica el artículo “Mi vela
en este entierro”, donde denunciaba, en un lenguaje que hoy me da cierta
pena y con unos valores confusos de los que espero haberme ya librado, lo que
yo consideraba que eran las razones genuinas para estar contra Bunge y, no digo
su filosofía, sino su ideología. David pensó que yo deseaba complacer a mis
antiguos profesores, con los que para ese entonces ya no me ataba mayor lazo y
creyó sinceramente que había sido una maniobra para obtener una prebenda, de
allí el griterío sobre que no me daban ni iban a darme nada estos profesores,
con los que él mismo se llevaba tan mal. Pero yo escribí ese texto por
honestidad intelectual, y nunca le pregunté a ninguno de mis exprofesores si
les interesó o no los párrafos que escribí, que he transcrito en la parte de abajo
de este texto para que quien quiera, lea el motivo del disgusto. Por suerte,
David, luego de algunos años me perdonó lo que tomó después por un error
juvenil. Volvió a invitarme –aunque no tan seguido, debo confesar- a visitar su
casa. Y volvió a ofrecerme tortas que esta vez, llevado por la edad, le rechacé.
La última vez que vi a
David y conversé largamente con él debe haber sido en 2009 o 2010. Le obsequié orgulloso un paquete con varias
de mis publicaciones indexadas, que él me auguró alguna vez que nunca podría
imprimir, dado el boicot de mis antiguos maestros en publicarlas en Lima.
Estaba orgulloso de mostrarle que lo había logrado solo. Estaba David ya
enfermo de cáncer cerebral. Esa tarde última David fue muy dulce y amable.
Conversamos un largo rato. No estaba muy contento con mi cercanía con Gianni
Vattimo, que entre tanto se había convertido en mi amigo y maestro definitivo.
Y consideraba un terrible error que me hubiera dedicado yo a hacer estudios
sobre pensadores políticos peruanos antikantianos y enemigos jurados del mundo
moderno de su ilustrada Alemania. Pero me felicitó generoso por dedicar mi
pensamiento al Perú. Fuiste mi aliento, David, en hacerlo. Y lleno de gratitud
como estoy, David, dondequiera que estés, te pido perdón una vez más por no
haber percibido, en 1996, que a los amigos hay que respetarlos, que Bunge era
tu amigo y que yo te debía entonces el cariño de mi silencio y no la verdad de
mis opiniones, que pude haberme ahorrado.
_____________________
Diario El Sol [Lima], 02 de agosto de 1996
Mi vela en
este entierro
Cuatro palabras sobre el filósofo Mario Bunge,
que hace poco estuvo en Lima en dos oportunidades
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad
Peruana de Filosofía
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