Café con el Anticristo (1794-1811)
Perú: temporalidad y evento en la modernidad temprana
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Lorenzo Momblán estaba bastante irritado ese domingo por la mañana en que fue, como tantos españoles peruanos o europeos de 1794, a conversar al Café de la Calle Bodegones, en el centro de Lima (Egaña, 1794). Esa mañana se encontró Momblán en el café con algunos partidarios declarados de la “Bestia”, vale decir, de la Revolución Francesa. Estaba dispuesto a denunciarlos. Por lo demás, folletos, periódicos y pasquines del día estaban allí, en la mesa, mientras en algunas esquinas del recinto se leía en voz alta algunos de ellos con la anuencia cómplice del teniente de policía. El Rey Carlos IV estaba en guerra contra la República Francesa desde el año anterior y la papelería del local estaba plagada de información, a veces verdadera, otras un poco falsa, de lo que ocurría en Europa. El ambiente era tenso, y giraba entre el temor y la curiosidad (Rosas Lauro, 2006, 167-176). Se había expandido el rumor de que varios avecindados de Lima, franceses de origen, estaban en la contienda celebrando a su país; este rumor se había agravado por la misteriosa aparición en los portones de las iglesias de pasquines revolucionarios: “¡Viva la libertad francesa! ¡Abajo la tiranía española!” (González, 1794). Incluso la puerta de la Santa Inquisición había amanecido un día con un pasquín de ese tipo. ¿Quién sino un francés podía preferir el sistema político de la Francia regicida por el gobierno de la Monarquía católica? (Lohmann & Gunter, 1992, 161-162). Pero ya no era sólo una cuestión de países en conflicto: era en realidad una cuestión de lo que el lenguaje político y social de las siguientes décadas iba a llamar más bien “principios”. En cualquier caso, los franceses de Lima no iban a Bodegones. Momblán, pues, no estaba irritado por ellos, sino por otra cosa: porque en el café algunos españoles como él estaban del lado de los principios de la Bestia: de la “libertad” francesa contra la presunta “tiranía” española.
En cualquier caso, es incierto que alguien en
un café de la Lima de 1794 tuviera una idea muy clara de cuáles eran los
“principios” que gobernaban a la Francia, esa Francia de la Revolución con la
que se estaba en guerra y que se había identificado ya como la Bestia del Apocalipsis: “Ésta es aquella Bestia
monstruosa, de quien habla San Juan, misterio de iniquidad, madre de todas las
inmundicias y abominaciones de la Tierra” (Mercurio
Peruano, 15/06/1794, 218-219). La opinión pública de Lima conocía antes más
de los crímenes y atrocidades de la “Bestia” que de sus posibles principios; su
“filosofía”, “¡Cuán horrible y desastrada en sus efectos!” (Mercurio Peruano, 15/06/1794, 217). En
los cafés se murmuraba mucho de jacobinos y libertinos, de la Asamblea de
Francia y sus discusiones absurdas; del sacrificio sanguinario de la Reina
María Antonieta y de las procesiones y misas de los franceses monárquicos en
Tolón. Todos, esto es, el público, sabían lo que pasaba. Pero para 1794 ni
siquiera el propio Virrey del Perú, Francisco Gil de Taboada (Mendiburu, 1933,
t. VI, 8-47), podía explicar, de todos los principios revolucionarios, ni el
más fundamental: “la libertad”. Para Gil de Taboada, en sus propias palabras,
los principios revolucionarios se escondían tras “el oscuro velo de la
libertad”. Todo dependía del “velo oscuro” de una palabra que, en el lenguaje
de los franceses, parecía a los peruanos de 1794 un concepto inexplicable (Gil
de Taboada, 1794a). No se hablaba de la Revolución a través de sus principios,
sobre qué la inspiraba. Entonces,
¿cómo se hablaba de ella? ¿Cómo se daba cuenta de la Revolución? Para la
opinión pública de los cafés se lo hacía a través de sus agentes y,
naturalmente, de lo que éstos hacían. Los
principios se daban a conocer por las acciones
que desencadenaban.
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