Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

sábado, 17 de julio de 2021

La mala hegemonía o el gobierno del burro


El gobierno del burro
La ausencia del pensamiento

 “Todos los animales son iguales”. Éste es el artículo que el sabio republicano, Benjamín, estableció como texto constitucional definitivo para el Estado en 1945. La sabiduría política de Benjamín desembocó en este texto tan simple y claro luego de algo que el teórico político Jon Elster hubiera llamado un proceso de gestión constitucional; un proceso bastante largo, donde se hubo ensayado diversos modelos de régimen político que recuerdan mucho al proceso de decadencia social que describe Platón en La República al clasificar las formas de régimen político. Hay que reconocer que en la granja predominó a lo largo del tiempo un conflictivo modelo democrático, impulsado por los cerdos, y que finalmente había resuelto en versión definitiva y para el bien de todos Benjamín, el burro del Estado. El texto completo de la Constitución burraca de 1945, resultado del incesante fracaso del proceso constitucional, se completaba con el siguiente inciso aclarativo: “algunos animales son más iguales que otros”. El burro había impuesto a los cerdos y a otros animales de menor jerarquía un orden jurídico constitucional donde todo el mundo estaba de acuerdo con que todo siempre debía ir muy mal, que este mal estaba en realidad muy bien y que, ciertamente, había que ser muy burro para oponerse a algo tan deseable.

            George Orwell inició la redacción de su Rebelión en la granja en 1943, novela política que logró imprimir en 1945. Para 1943 era previsible que Alemania y sus aliados perderían la Segunda Gran Guerra y que se requería las bases para algo así como un nuevo orden político en el mundo en el que todos los hombres pudieran estar de acuerdo, posiblemente para que no hubiera más conflictos internacionales, una de cuyas consecuencias remotas sería establecer una suerte de gobierno mundial regido con derechos iguales para todos, que es el mundo donde estamos instalados. Orwell, que no era muy confiado con la humanidad, quiso muy posiblemente sugerir que nuestro futuro sería muy lógico, con un ordenamiento constitucional basado en derechos inobjetables, pero donde el proceso de gestión constitucional, tarde o temprano, para corregir los inevitables y deplorables errores del gobierno hombre, terminaría dándole el poder a los vanidosos y glotones cerdos de la granja, bajo la legislación del más pensante de sus productos, la inteligencia del burro. No recuerdo que alguien lo haya observado antes, pero Orwell hizo de la descripción del deterioro social en La República, que va desde el gobierno óptimo al pésimo, un vaticinio: que la gestión del régimen político moderno corría el riesgo permanente, quizá interno a su propia forma de ser, de darle la tarea social de pensar a los menos capaces, a los burros de la granja.

            Orwell escribió antiutopías políticas, como Rebelión en la granja y 1984. Unas advertencias severas a estar alertas sobre el camino que la civilización occidental tomó cuando resolvió centrar el pensamiento político no en lo más sublime, la aspiración más alta, en lo más bello o lo más fascinante del hombre, sino en la parte peor, en el burro y el porcino que hay en lo más profundo de todo hombre que, después de todo, es un animal. Es curioso que Orwell redactara estas obras sobre el futuro político de Europa a la misma vez que otros grandes pesimistas de la forma de régimen político que se venía gestando desde que la forma de gobierno puso en la mira al hombre. Al hombre en lugar del bien, de la felicidad, del sentido de las cosas. A la misma vez que se redactaba Rebelión en la granja Max Horkheimer y Theodor Adorno redactaban la primera versión de Dialéctica de la Ilustración, uno de los libros de crítica política que toda persona sensata debería leer, no por sus objetivos (los autores eran unos consumados colectivistas, es decir, unos gestores de granjas) sino por la advertencia que su libro contiene: las sociedades liberales que no hacen un esfuerzo por cuidar su libertad, se harán quizá ricas como la sociedad de los cerdos en la granja de Orwell pero, tarde o temprano, irremediablemente, concederán la gestión constitucional a los asnos, y serán los asnos, antes que los cerdos, quienes tendrán la función de dictaminar la forma correcta de vivir.

            1943 fue un año fundamental para el pensamiento político. Ludwig von Hayek, aparte de Karl Popper, a mi juicio el pensador liberal más lúcido del siglo XX, ofrece un argumento sociológico sobre la incapacidad de los sistemas totalitarios de generar pensamiento inteligente, es decir, de apartar a los burros del gobierno de la granja. Hayek advertía las causas de la derrota del nacional socialismo, que habría de ser alguna vez la del sistema del comunismo soviético. En 1943 Hayek hizo público el libro Camino de servidumbre, que exalta posiblemente las bondades de un régimen político de libertades. Voy a resumir la idea más básica de ese libro a mi manera, con el perdón de los expertos. Siempre que hay un pensamiento dominante, y es sobre la base de ese pensamiento que se selecciona a los funcionarios de un régimen político, el resultado será que, tarde o temprano, se va a preferir a los ciudadanos más incapaces de pensar sobre los más ingeniosos, creativos o profundos. Los de ideas más permeables y más estúpidas, siempre que califiquen como las ideas políticamente correctas, ganarán los concursos y las plazas, las elecciones del partido y los puestos clave de los ministerios. El Estado favorecerá la promoción de los intelectuales más imbéciles, que a su vez gestarán y llevarán a la realidad las ideas más idiotas, con la complacencia de los viciosos cerdos, que habrán de financiarles sus proyectos.

            En Orwell, Adorno y Hayek, este trío de políticos pesimistas de 1943, aparecen sociedades del futuro, como la nuestra, en que a los pensadores políticamente incorrectos, que son las más de las veces los mejor dotados para objetar, les va muy mal; a los burros, los buenos amigos de los puercos, que hacen como de su cerebro, en cambio, les va estupendamente, por lo que terminan como los presidentes, sino los reyes de toda la granja. Las sociedades capitalistas tardías, cumpliendo las profecías apocalípticas de Orwell y Adorno, han sacado al hombre del reino y han colocado, en su lugar, al burro. Y mientras más borrico el burro, más beneficios y premios recibe de los cerdos, con la comparsa muda de los borregos. Con Hayek hemos de advertir al hombre a quién corresponde la soberanía de la que los animales lo han desterrado.  “Todos los animales somos iguales”, repite constitucional, el burro. Algunos animales somos racionales, sin embargo.


 

 
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