Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

domingo, 26 de julio de 2015

Francis Bacon: Ironistas y metafísicos amargados








Francis Bacon y la política del milagro
Prioridad de la profecía sobre la ironía (I/ IV)


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

I. Ironistas y metafísicos amargados



En Ironía, contingencia y solidaridad (1989), pero también en diversas colaboraciones académicas que rodean la década de 1990, Richard Rorty recomendó la ironía como una virtud social. Rorty la representó como patrimonio y ventaja de la cultura política de izquierda en las sociedades liberales sobre sus eventuales rivales, tanto dentro como fuera de ellas; Rorty pensaba el ironismo de izquierda en contrapartida con el comunismo, que colapsaba el año de la publicación de su obra. El comunismo, si lo consideramos como una idea fuerza de la izquierda histórica del siglo XX, resulta demasiado profundo, demasiado dramático y apocalíptico y despreocupado, por lo mismo, de la vida cotidiana, que para los liberales de izquierda que Rorty desea defender es en realidad el centro de sus afanes. Ellos piensan –correctamente- que este tono dramático, apocalítico del comunismo (y de otras ideologías del siglo XX) son cosa de la religión, o de la metafísica, parte de un pasado remoto, anacrónico, aun cuando hay sólo una o dos generaciones humanas desde que ése era el tono predominante de la política. Nunca piensan estos liberales lo semejante que es su ambiente fresco y relajante a la atmósfera cortesana de las grandes monarquías del siglo XVIII, a cuya superficialidad siguió una experiencia histórica de fractura, años de guerra, hambre y desolación, en la que los divertidos cortesanos liberales de izquierda –que nunca pudieron predecir esa situación- fueron preferentemente ellos mismos las víctimas de un mundo que en gran medida fue obra de su propia banalidad. La cultura política liberal de izquierda rortyana puede imaginarse como un gran café cuyos comensales, los ironistas, transforman el pensamiento de la política en un escenario de diálogo cuya esencia va mediada por la comicidad sardónica, donde nunca hay nada que parezca ser tan importante como para alterar la conversación y pararse de la mesa para ver qué sucede allá afuera.


En el café de los ironistas hay gente a la moda, preferentemente ociosa, tecnológicamente equipada y al día en lo que considera ser la comunicación universal; piensan con una sonrisa que gestan el espacio público, un lugar hermenéutico donde lo que se halla instalado es la hilaridad; ésta es mordaz y deliciosamente cruel contra las prácticas más ancestrales y venerables de la humanidad, y no hay cultura ni cosa sagrada que no sucumba en la mesa a su humor implacable. Felicita y se congratula de las transformaciones y los cambios sociales, que busca en su risa promover, por lo que se define de izquierda; pero no hablamos de las grandes transformaciones sociales, como las revoluciones, las guerras y proyectos de gran escala de fuera de su cultura, ni de los proyectos de largo plazo, en cuya perspectiva pueda pensarse desde más allá de su propia muerte, sea para la generación que sigue o para la eternidad. Las grandes aventuras de transformación de la humanidad en un periodo largo de la historia del mundo, que llenaron de ilusión antes a los utopistas, les son extrañas, y las realidades sociales que las invocan los perturban y molestan. Si es el caso que para la utopía se requiere de un plazo mayor a la memoria necesaria para un chiste, el ironista abomina de la utopía. Se sienten extraños en su café cuando se representan los pensamientos a largo plazo que han sido tan importantes para el mundo moderno, como las ideas de Francis Bacon, pero también Jean-Jacques Rousseau, Inmanuel Kant, el conde de Saint Simon, Juan Donoso Cortés o Carlos Marx, a las que inexorablemente se juzga ser consecuencia de algún tipo de desorden mental, del fanatismo, la superstición, la ignorancia o –lo que es lo mismo- la falta de información tomada de las redes sociales americanas, que son las correctas, y una cierta dosis de imbecilidad radical, que dentro del café en cambio parece cosa rara, y se ahoga si surge en un sorbo de serio café de Colombia. Los liberales ironistas, como sea, regalan algo de seriedad para los cambios o transformaciones históricos, ya que son de izquierda, siempre que el plazo de su percepción sea breve y efímero como lo fue el sorbo anterior de café, y se halle lejos de toda consideración de lo que podemos llamar el largo plazo de la humanidad; de cinco años atrás la experiencia humana no importa nada; de cinco años en adelante, tampoco. Esas realidades de largo plazo no resultan nada graciosas y carecen de eco en la cafetería de los ironistas.

Al ironista rortyano, liberal y de izquierda, desconocerdor del largo plazo, Rorty le oponía el personaje que se toma demasiado en serio las cosas; la cultura de los ironistas tiene su contrapartida en otra cultura, más dramática, la cultura de la seriedad, la ansiedad por lo profundo y lo verdadero. Las culturas que practican poco la ironía pueden llegar a ser en

la visión de Rorty demasiado enfáticas; son amantes de la verdad, en lo cual el pensamiento de Rorty observa una cierta incapacidad para lo destacado, los original o diferente (siempre que se vea en los cafés). Rorty insistió en el valor social de la ironía porque tenía en mente –como era común en la época en que se hizo pública su propuesta-, algo que se llama hasta hoy “metafísica”, en un sentido desagradable y molesto. Esta metafísica lleva consigo las notas emocionales opuestas al ironismo: hay amargura ante la vida, resentimiento por los logros o las dignidades especiales de los demás, cierta cólera e indignación ante toda expresión o símbolo de algo serio, sea en sociedades alternativas, sea un intruso dentro del café; hay incluso un cierto deseo de venganza y afán por castigar al otro a quien, por lo demás, no se pude comprender. Un centenar de años antes Friedrich Nietzsche había diagnosticado esta caracterización de la metafísica como nihilismo, algo que consideraba un síntoma enfermizo de las mismas sociedades liberales que Rorty quería representar; para Nietzsche el nihilismo parecía prueba de la decadencia, de una complexión psicológica de comunidades sociales que, antes de haber sido superficiales, habían conocido alguna vez un tipo de vida más intenso y pleno, lo que explicaba su amargura frente a quienes excedían su propia superficialidad. Una cafetería ironista podía ser para Nietzsche –pace Rorty- también un ámbito metafísico: bajo la conversación hueca y la ignorancia de los plazos humanos más allá de la muerte escondían una inmensa amargura contra una intensidad que ellos mismos ya no eran capaces de experimentar.

 


Aparentemente el lector se halla ante una colisión de diagnósticos sobre cómo son o deberían ser las sociedades liberales de izquierda; si se encuentran o deberían estar pobladas por igualitarios resentidos o por ironistas simpáticos. Pero Nietzsche habría entrevisto que la cafetería de los ironistas era en realidad un club de metafísicos llenos de odio. En la última entrevista que en vida hizo Richard Rorty para Eduardo Mendieta Rorty expresa de manera especialmente enfática por qué el tipo de sociedad que su discurso quiso representar tenía la obligación moral de actuar como policía mundial contra los malos, esto es, contra los que podían tener un sentido serio de la existencia como antes los comunistas. El nihilismo transformado en un lenguaje social puede ser metafísico, en la más lamentable manera de expresar esa idea aunque, por supuesto, no todo pensamiento metafísico es nihilista.

Hacia inicios del siglo XX un lector peruano de Nietzsche, José de la Riva-Agüero, que conocía a Nietzsche como no muchos en su generación, hizo de la ironía la característica propia de los peruanos, en oposición a los españoles, de quienes apenas 80 años atrás venían de haberse separado políticamente; mientras los peruanos serían unos simpáticos humoristas, con capacidad para reírse de sí mismos al margen de cualquier obsesión por la verdad metafísica, sus primos españoles le parecían (y quizás aún lo sean) unos sombríos metafísicos decadentes, que parecen divertirse mucho en los cafés, pero son en realidad unos amargados llenos de odio, guiados por el afán de venganza. Aunque quiso referirse así a los españoles tradicionalistas del pasado, el lector del siglo XXI debe redirigir ese carácter sombrío tras la ironía de otro tipo de españoles, cuyos cafés son tan amenos y agitados como lo eran los de los cortesanos del siglo XVIII. En la ironía como Riva-Agüero la veía (y Rorty también) uno se distancia y suaviza aspectos de un sí mismo cuyo dramatismo se quisiera aligerar; en la metafísica del resentimiento y la venganza las cualidades y aun las diferencias del otro, por su capacidad de estimular algo tan poco deseable como el odio, elevan el punto de vista del demócrata social, que querría más bien ver a sus congéneres más parecidos a ellos mismos. Pero eso los hace tan poco tolerantes con los de afuera de la cafetería. Al parecer, ironía liberal de izquierda y resentimiento y amargura metafísicos, como Nietzsche parece haber pensado, pueden ser parte de un mismo horizonte de experiencia; el ironista rortyano ve todo pensamiento de largo plazo una auténtica amenaza a su cafetería, por lo cual deviene en perseguidor de los metafísicos, siéndolo él mismo de esa manera aún más, sólo que no en el pensamiento, sino en la acción. Y desde los ironistas cortesanos de los cafés del siglo XVIII ya sabemos qué les sucede a estos ironistas en el plazo que se sirven omitir, siendo muchas veces más corto de lo que imaginan.

¿Por qué hacer referencia tan larga aquí a la ironía y la metafísica? Porque este texto, aunque aún no aparente ser tal, es la introducción a un pensador ironista, sólo que posiblemente no liberal ni de izquierda, como José de la Riva-Agüero no lo fue. Un pensador que, siendo capaz de practicar la genuina burla de sí mismo para crear la atmósfera de un aligeramiento de las pretensiones de verdad instaladas en el mundo social fue capaz, a diferencia de los ironistas rortyanos, de pensar ese mismo mundo en un plazo largo, el largo plazo de la humanidad. Instaló la ironía como atmósfera, como espacio hermenéutico para proponer una utopía, de tal modo que el acercamiento irónico se ligó a un pensamiento del futuro y, por lo mismo, a un diagnóstico histórico que implica un cierto pensar que a la misma vez, por extenderse al futuro, no puede sino ser serio. Pero serio sin los caracteres desagradables que los antimetafísicos reprochan a la metafísca y esto fue posible, al menos en el orden de las ideas, por el traslapamiento del ironismo con un compañero insólito, que es el espíritu de profecía. Ese ironista que asoció aligeramiento metafísico del pensamiento con espíritu profético fue Francis Bacon, uno de los fundadores de la modernidad como utopía. 

lunes, 6 de julio de 2015

Esperando a los bárbaros (reseña)


Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacional Federico Villarreal (Lima, Perú)

Gianni Vattimo (1936- ) es el más prolífico, llamativo e interesante de cuantos suscriptores haya tenido el pensamiento posmoderno, y aquél en cuya interpretación la hermenéutica filosófica ha alcanzado mayor radicalidad. Dentro de una perspectiva deseada por el autor mismo, crítico audaz del liberalismo, ha dirigido la tradición heredada de Hans-Georg Gadamer y Martin Heidegger hacia una posición filosófico-política de radicalismo de izquierda. La hermenéutica, un pensamiento cuyas raíces se hallan comprometidas con el cuestionamiento del proyecto normativo ilustrado y se ligan con la revolución conservadora alemana, ha terminado intentando articular un posible lenguaje social para la izquierda anticapitalista posmoderna (aunque no sólo para ella). El filósofo de Turín, traductor de Hans-Georg Gadamer al italiano y estudioso de Martin Heidegger y Friedrich Nietzsche, alcanzó notoriedad intelectual definitiva como teórico del pensamiento débil y la posmodernidad, primero con El pensamiento débil (1983)[1] y luego con El fin de la modernidad (1985)[2] y Ética de la interpretación (1989)[3]. Fue profesor de Estética en la Universidad de Turín durante casi cuatro décadas; su retiro de la docencia universitaria dio ocasión a la disertación Del diálogo al conflicto (2008)[4], que marca un desplazamiento en su concepción de la hermenéutica; este discurso constituye la incorporación del turinés como lector filosófico de los cambios sociales y las transformaciones históricas. Esperando a los bárbaros acentúa un paso de Del diálogo al conflicto: desde un diagnóstico estetizante y dionisiaco posmoderno a la articulación de un lenguaje ontológico orientado a la interpretación de la resistencia y la subversión antiliberal. Éste es el horizonte para Esperando a los bárbaros.

La hermenéutica de Vattimo ha evolucionado desde un nihilismo radical, de disolución universal del sentido humano en la estética y la autorrealización narcisista, a ser la voz de los invisibles que padecen ese mismo proceso como una violencia: de la conformidad estética en un mundo de interpretaciones divergentes (y “débiles”) a la expectativa por lo nuevo en la historia, la “ontología del evento”[5]. Esperando a los bárbaros es parte de una trilogía impresa en Buenos Aires como proyecto editorial de la Federación de Docentes Universitarios (Fedun). Esperando a los bárbaros es la segunda y más novedosa entrega de esa trilogía, de la que forman parte De la realidad a la verdad[6] y Dios es comunista[7]. Se trata de un conjunto de conferencias y entrevistas ofrecidas en diversas visitas a la República Argentina que relacionan a Vattimo con el mundo público culto “peronista” de ese país (pág. 11), aunque también con los lenguajes sociales allí donde alcanza la influencia de su obra, una influencia cuya geografía en este caso es decisiva.

Vattimo, fuera de su Italia natal, ha logrado su mayor acogida como filósofo, la mayor difusión editorial, lectoría, participación en revistas, eventos académicos y colaboración de prensa, en el mundo hispanoamericano. Esta influencia se halla más acentuada en España, donde es colaborador del diario liberal-izquierdista El País y se encuentra la mayoría de sus publicaciones en lengua hispana; también su influencia es muy pronunciada en la Argentina y el Perú. Este vínculo hispanoamericano se ha visto reforzado por un compromiso explícito con aquellos procesos políticos de la región que han sido contestatarios en los últimos años del régimen económico, político y militar global del pensamiento único (pág. 63)[8]. Como se sabe, “pensamiento único” es una expresión creada por el publicista Ignacio Ramonet en 1995 para referirse al contexto histórico global posterior a la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría; designa el predominio consecuente del liberalismo político y económico (esto es, el capitalismo) luego de la autodisolución del comunismo. Esta hegemonía liberal ha sido denunciada por el turinés siguiendo una interpretación de Heidegger que permite reconocer en este fenómeno un horizonte de violencia metafísica[9]: contra los pueblos subordinados, contra “los invisibles y los silenciados” (pág. 71). El filósofo de Turín parece situar la hermenéutica como un compromiso ético y político con el evento, que acontece en la disidencia y la subversión social e histórica contra la imposición metafísica del liberalismo, especialmente en su faceta latinoamericana.

La plasmación hispano-latinoamericana del compromiso de Vattimo puede documentarse en Comunismo hermenéutico (2011)[10], obra conjunta con Santiago Zabala, orientada explícitamente para dar sustento filosófico a los procesos políticos disidentes del pensamiento único en la América Española; esa obra tiene como antecedente a Ecce comu, libro impreso en honor a Fidel Castro (2006)[11]. Argentina es uno de los lugares de mayor acogida de esta filosofía comprometida. No resulta nada casual la reimpresión con variantes de Ecce comu en Buenos Aires en 2009[12]; esta publicación inspiró parcialmente las Jornadas Internacionales de Hermenéutica, organizadas desde ese año hasta el presente de manera bienal por la Universidad de Buenos Aires. El compromiso entre la hermenéutica filosófica y los procesos políticos disidentes en América Latina, así como su recepción calurosa “peronista” en la Argentina explican la publicación en Buenos Aires de la trilogía que Esperando a los bárbaros integra; el Fedun no es una editorial académica, sino parte del aparato de difusión de un organismo sindical. Pero detrás de la influencia social y el interés político que las obras de Vattimo despiertan subyace un tema central de significado filosófico. Se trata de “el caso Heidegger”, una polémica sobre el compromiso político del maestro de Alemania que ha revestido inusual actualidad en la academia luego de la aparición parcial de los Cuadernos negros del autor alemán en 2014[13], texto cuya impresión esperaba inquieta la comunidad académica desde meses atrás; estos Cuadernos negros ofrecerían nuevas “pruebas” de lo obvio: del pensar comprometido de un autor en su contexto social. Las implicaciones de “el caso Heidegger” son relevantes porque se halla detrás de ellas la concepción de la racionalidad que la hermenéutica sostiene[14] y que Vattimo, desde el giro de Del diálogo al conflicto, opone al pensamiento único y la metafísica liberal. ¿Exige esto una ponderación del grado de “conflicto” que la ontología del evento acarrea? ¿Cuánto riesgo corren los intérpretes sociales de la hermenéutica?

Mientras los sindicatos de Buenos Aires difunden la obra del turinés, es sintomático que la comunidad filosófica haya guardado un prudente silencio sobre textos recientes de contenido político de Vattimo, en particular con Ecce comu pero, aún más, con Comunismo hermenéutico. Este silencio se relaciona con la versión aplicativa, “peronista” o “bolivariana”, con el interés y uso políticos que revisten ambas obras. En la hermenéutica en general, pero con claridad indiscutible desde Hans-Georg Gadamer, la comprensión no va desligada de la aplicación[15], esto es, de la capacidad de transferir los conceptos del filósofo a la interpretación y el compromiso con situaciones humanas concretas. Este programa, que Gadamer mismo se abstuvo de llevar a la práctica, se hace perceptible en analogía de los textos recientes de Vattimo con la conducta política y los escritos sociales de Martin Heidegger durante la fase nacional-socialista de la historia de Alemania[16] que, antes de la aparición de los Cuadernos negros en 2014, pusiera sobre el tapete Víctor Farías en la década de 1980[17]. A este respecto, aunque nadie en la comunidad filosófica lo haya hecho explícito aún y, más bien, se ha desdeñado[18], el lector podría sospechar que la dimensión aplicativa de la hermenéutica de Vattimo acarrea riesgos y peligros que, a la luz de la historia, el caso Heidegger muestra indeseables. ¿No podría Vattimo y su compromiso latinoamericano ir camino de cargar la filosofía con un nuevo “error” (algo así como “el error de Vattimo”)? Éste es el tema central de Esperando a los bárbaros: la defensa de la hermenéutica como un pensar desde el riesgo.

Esperando a los bárbaros es un conjunto de dos conferencias dictadas por Vattimo en Buenos Aires en el año 2013. La primera se titula “La muerte del arte de las obras de arte” (págs. 19-44); la segunda es “Esperando a los bárbaros (o sólo un dios puede salvarnos)” (págs. 45-73); un texto de estética seguido de otro de filosofía política. Es fácil notar sin embargo que ambos se complementan entre sí y constituyen un solo discurso en cuyo nudo se hallan a la vez Heidegger, sus Cuadernos negros y la pregunta por los riesgos del pensamiento del filósofo políticamente comprometido. Desde el prólogo, compuesto por el director de la Biblioteca Gianni Vattimo, Marcelo González Magnasco, se resalta el particular interés de la dimensión política de la segunda de estas conferencias (págs. 13-14); se referiría a una “izquierda débil” (pág. 16) con pretensiones de ser el pensamiento de “los débiles, los marginados, los invisibles” (pág. 18), sumidos en “un destino violento” (pág. 14). El lector frecuente de la obra de Vattimo se halla allí con lo que resulta una extraña novedad, a saber, la rehabilitación de una “actitud apocalíptica” (pág. 58)[19]; aunque esto puede pasar inadvertido, se trata de un tema filosóficamente determinante, relacionado con el alcance y la radicalidad del pensamiento de Vattimo y la versión de la hermenéutica que de ello se desprende. Desde la década de 1980 el turinés advertía que su obra era susceptible de una interpretación “apocalíptica”, que también denominó entonces “arcaísmo”[20]. Se trataba entonces de advertir contra un error; arcaísmo y Apocalipsis eran parte de una “desviación” de la hermenéutica; eran un peligro por su eventual estimulación a la violencia política, que entonces el autor “débil” recusaba; se trataba del temor ante sus posibles “consecuencias nihilistas” y “reaccionarias”[21]. Pero ya desde 2006 hay indicios de un giro hacia esta misma perspectiva apocalíptica antes negada (y a sus “consecuencias”): un riesgo propio de la “izquierda”, que quizá no resulte por ello tan “débil” ahora, que su autor ha pasado “del diálogo al conflicto”. Se hace necesario, como entiende el lector, encarar el caso Heidegger[22]. El conjunto del texto se sitúa en esta atmósfera apocalíptica que, como reconoce el autor (por sus antecedentes nazis), “puede causar un poco de vergüenza” (pág. 21).

Es conveniente aquí seguir el orden expositivo de las conferencias. “La muerte del arte de las obras de arte” es un extenso comentario a una frase de Nietzsche (cfr. págs. 21-22) que se halla orientado a señalar una propuesta sobre la experiencia artística en el tiempo presente, “en términos políticos o proféticos” (pág. 43); el arte aparece definido como una actividad que, por sus peculiares circunstancias históricas, tendría la misión política de “proponer un mundo”, lo cual es sólo posible para el artista si se halla “en contacto” con su entorno histórico (pág. 42). Es fácil reconocer allí la interpretación social y política que hace Vattimo del ensayo de Heidegger El origen de la obra de arte (1934)[23], y no extraña por ello que sea en función de Heidegger, en mayor medida que de Nietzsche, que se articula el sentido de la conferencia. Para Heidegger la experiencia de la obra de arte es un evento de “verdad”, un acaecer ontológico semejante a la “fundación de un Estado”[24]. Se trata de ordenar aquí un discurso sobre “qué es una experiencia estética” (pág. 22); en la estela de Heidegger, subraya el carácter fundante de una obra de arte como generadora de instituciones sociales nuevas, esto es, como hito social de un acontecer histórico transformador.

En el esfuerzo de “comprender la experiencia estética” (pág. 23) como Heidegger la expresa, el lector reconoce un desarrollo centrado en tres secciones. Se identifica una primera, que es un extenso comentario a la interpretación histórica de la estética según Hegel (págs. 22-28). La comprensión de “arte” de la obra de arte, así como su fin, pasaría básicamente por la herencia de la interpretación de lo artístico por Hegel, aunque su definición correspondería a lo que Luigi Pareyson –profesor de Vattimo-entiende como la concepción tradicional de la obra de arte (pág. 24): un acto de imposición de una realidad autónoma, algo que “se impone” (pág. 24) en “una época” (pág. 27). La segunda sección justificaría la posición de Heidegger a partir de condiciones sociales específicas de inicios del siglo XX: una acelerada industrialización y la objetualización mercantil de la obra de arte; éstas habrían sido enfrentadas por las vanguardias artísticas que precedieron a la conferencia de Heidegger de 1934 y en parte son su trasfondo de sentido (págs. 28-38). La tercera y última sección constituye la propuesta de Vattimo propiamente dicha (págs. 39-43). El lector observa que la definición del arte que pasaría por clásica a través de Pareyson adquiriría un relieve nuevo en el contexto  social de las vanguardias artísticas, frente al cual Heidegger habría politizado la imposición del carácter singular y fundante de la obra de arte. Se trataría de la forma filosófica de un “rechazo ético y político” (pág. 35) del significado social de la obra de arte clásica en la época moderna (cfr. págs. 28-30).

El lector comprende pronto el trasfondo de sentido de la conferencia sobre arte. Tras la propuesta final de Heidegger-Vattimo sobre el carácter social fundante del arte se halla el hecho de que Heidegger diseñó la versión final de El origen de la obra de arte entre 1934 y 1935; tenía entonces a la vista el fastuoso y multitudinario Congreso del Partido Nacional Socialista de Adolf Hitler en Nuremberg, pero aún más la inmortalización de ese mismo congreso por Leni Riefenstah

l en el film El Triunfo de la voluntad (que sin duda es una obra de arte), en suma, la dimensión monumental y artística de ese régimen nazi del que Heidegger era parte suscriptora (cfr. pág. 21). Cuando Vattimo es explícito con la deuda de Heidegger a veces disimula estas referencias nazis fechando el texto en 1936, cuando el vínculo de Heidegger con el Partido Nacional Socialista se había aligerado bastante, al menos respecto de la situación en 1934, que es la que explica el contenido político de la conferencia sobre la obra de arte[25]. Aunque nadie podría reprochar una adhesión similar en Vattimo, lo cual así pensado sería una mera vulgaridad periodística y una frivolidad estúpida, es manifiesto que hay una analogía histórica entre uno y otro filósofo, como Vattimo mismo admite[26]; se trata de una pertenencia mutua al horizonte de una concepción antimoderna y antiilustrada de la racionalidad humana que (para seguir la estrategia de argumentación de la conferencia) descansa en un contexto semejante[27]. “El error de Heidegger estuvo fundado en (un) sentimiento apocalíptico” (pág. 61) –escribe el de Turín-; por ello “es central que nos preguntemos si tenemos razones para ser apocalípticos hoy” (pág. 62), esto es, si vale la pena arriesgarse a error semejante. Y ya sabemos que hay un “cierto tono apocalíptico reciente” que la obra reciente de Vattimo desea rehabilitar, con todo y sus temibles “consecuencias”. Malgré tout, urge separar Apocalipsis de nazismo. Estamos en la conferencia siguiente.

La segunda conferencia no en vano se inicia con una frase que Vattimo toma de Heidegger: “Un gran pensador siempre dice una sola cosa” (pág. 47). Rápidamente el lector reconoce en la segunda conferencia el complemento de la anterior: “cuando hablamos de los filósofos” hay veces en que se debe dar cuenta de sus “vidas” (de sus vidas nacional socialistas) aunque sea “controvertido y problemático” (pág. 48), relativo a algo “respecto de lo que hablé hace seis meses” (pág. 49). Se trata –como ya sabemos- de un tema irresuelto de la conferencia anterior, que acarrea desde su giro político en Del diálogo al conflicto y que es una constante desde entonces[28]. Esta conferencia sitúa la anterior interpretación del arte como imposición social de algo nuevo “desde nuestra condición apocalíptica”; el manido tópico heideggeriano de la obra de arte como evento fundante, análogo a la “fundación de un Estado”. Es desde y porque hay una situación apocalíptica que Vattimo se ocupa de sustentar “la espera frente a la parusía” “sin intentar reducirla a algo que ya pasó”; a “una persona como el Führer” (págs. 72-73), por ejemplo, que es lo que haría un periodista muy documentado pero distraído que buscara en Heidegger (¿o Vattimo?) a un hombre equivocado antes que a un filósofo, como hizo antes Farías. Se trata de comprender e incluso de recuperar positivamente el error de Heidegger, eliminando “lo que ya pasó” (esto es, el nacional socialismo) pero “manteniendo una actitud crítica y conservando la esperanza” (pág. 73).

La conferencia “Esperando a los bárbaros” se inicia con una introducción retórica al tema de la conferencia a través de la explicación de su (doble) título, de un lado, un poema del griego Constantino Kavafis, de otra, una frase de Heidegger interrogado sobre su rol en la Alemania de Hitler. “Sólo un dios puede salvarnos” es una frase en una entrevista que concedió Heidegger en 1953 para la revista Der Spiegel[29]; como ya se ha anticipado, esta frase se relaciona con su compromiso nacional-socialista. El peso definitivo para el nuevo tono apocalíptico de Vattimo se halla en vincular de manera expresa una concepción de la experiencia histórica que acompaña, no sólo a Heidegger, sino al filósofo turinés mismo; se trata de entender la hermenéutica y la ontología del evento desde una urgencia y como un anunciar: como comprensión que no se agota en el presente, sino que adivina y tantea, peronista o bolivariana, en cualquier caso desde fuera de algo que, presente para el hombre, claramente no es de su disposición. En medio de un futuro que es y se quiere misterio, ya que experiencia tremenda y fascinante de una violencia insoportable, “con Heidegger y más allá de él”, preparándose “para una nueva venida del Ser”[30]. Una manera de explicar esto en relación con la historia es pensar desde el final, hacia la revelación de un advenir indisponible. El advenir de los bárbaros, que no pueden ser conocidos (cfr. pág. 50), sino adivinados en la esperanza, la esperanza de “la salud que viene de otro” (pág. 51).

Allí donde “el apocalipsis es el pensamiento único” (pág. 63) “si Heidegger estuviera aquí diría lo mismo”, aunque “quizá con una camiseta nazi” (pág. 67). Pero no es Heidegger quien se halla aquí, sino Vattimo y, en última instancia, con él y a través de él mismo como profeta, una experiencia histórica; instalada desde la violencia metafísica del pensamiento único; es esta experiencia lo que, a nuestro entender, conllevaría el pronóstico de una “parusía” (pág. 73). El hermeneuta adopta pues, una “actitud profética y política” (pág. 41); entiende que un pronóstico es anuncio de algo histórico que él mismo no sabe (cfr. pág. 48); diagnostica, pues, con “temor” (pág. 50) y adivina algo; espera en su advenimiento entre los invisibles y los débiles, allí donde los cuadernos de un filósofo, negros, verdes o rojos, parecen anunciar la esperanza.
Caetera desiderantur…





Tomado de Araucaria digital/ Sección reseñas




[1] G. Vattimo y P. A. Rovatti (eds.), El pensamiento débil [1983],  Madrid, Cátedra, 1995, 363 págs.
[2] G. Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna [1985], Barcelona, Gedisa, 2000, 169 págs.
[3] G. Vattimo, Ética de la interpretación, Barcelona, Paidós, 1992, 224 págs.
[4] G. Vattimo, “Del diálogo al conflicto. Lección magistral de despedida de la enseñanza”, en T. Oñate et alii, El compromiso del espíritu actual. Con Gianni Vattimo en Turín, Cuenca, Aldebarán, 2010, págs. 23-34.
[5] Cfr. G. Vattimo, Della realtà, Milano, Garzanti, 2012, págs. 99-140.
[6] G. Vattimo, De la realidad a la verdad. Conferencia con motivo de la distinción del Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Fedun, 2014.
[7] G. Vattimo, Dios es comunista. Conversaciones con Marcelo González Magnasco y Adriana Farías, Buenos Aires, Fedun, 2014, 89 págs.
[8] Cfr. G. Vattimo, Dios es comunista, págs. 55 y ss.
[9] Cfr. G. Vattimo, “Del diálogo al conflicto”, págs. 27-29: cfr. particularmente G. Vattimo, “Metafísica y violencia”, en S. Zabala (ed.), Debilitando la filosofía. Ensayos en honor a Gianni Vattimo, Barcelona, Anthropos, 2009, págs. 451-475; comparar el anterior con G. Vattimo, “Fundamentalismo democratico e dialettica del pensiero”, en VV. AA., Democracia profunda, reinvenciones nacionales y subjetividades emergentes, Río de Janeiro, Editora Universitaria Candido Mendes, 2007, págs. 403-410.
[10] G. Vattimo y S. Zabala, Hermeneutic Communism. From Heidegger to Marx, New York, Columbia University Press, 2011, 256 págs.
[11] G. Vattimo, Ecce comu, La Habana, Ciencias Sociales, 2006, 154 págs.
[12] G. Vattimo, Ecce comu. Cómo se llega a ser lo que se era, Buenos Aires, Paidós, 2009, 131 págs.
[13] M. Heidegger, Überlegungen II-VI (Schwarze Hefte 1931-1938), Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 2014 (GA 94); M. Heidegger, Überlegungen VII-XI (Schwarze Hefte 1938/39), Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 2014 (GA 95); M. Heidegger, Überlegungen XII-XV (Schwarze Hefte 1939-1941), Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 2014 (GA 96).
[14] Cfr. G. Vattimo, “La reconstrucción de la racionalidad”, en G. Vattimo (comp.), Hermenéutica y racionalidad, Santa Fe de Bogotá, Norma, 1994, págs. 141-161.
[15] Cfr. H-G. Gadamer, Verdad y Método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica, Salamanca, Sígueme, 1993, págs. 378 y ss.; J. Grondin, Introducción a la hermenéutica filosófica, págs. 168-169.
[16] Cfr. G. Vattimo, Della realtà, págs. 172 y ss.
[17] V. Farías, Heidegger y el nazismo [1987], México, FCE, 1998, 602 págs.
[18] Cfr. D. M. Leiro, “Hacia una hermenéutica de la escucha”, en T. Oñate et alii, El compromiso del espíritu actual. Con Gianni Vattimo en Turín, Cuenca, Aldebarán, 2010, pág. 60.
[19] Hace referencia a una (entonces) célebre conferencia de Jacques Derrida en Cerisy-La-Salle (1982). Cfr. J. Derrida, Sobre un tono apocalíptico adoptado recientemente en filosofía, México, Siglo XXI, 2006, 79 págs.
[20] Cfr. G. Vattimo, Más allá del sujeto. Heidegger y la hermenéutica, Barcelona, Paidós, 1989, págs. 15-16; G. Vattimo,  Ética de la interpretación, págs. 16 y ss., 64-65.
[21] G. Vattimo, Ética de la interpretación, pág. 22.
[22] Cfr. G. Vattimo, Ecce comu, págs. 52-53.
[23] M. Heidegger, “El origen de la obra de arte”, en Sendas perdidas, Buenos Aires, Losada, 1960, págs. 13-67.
[24] Cfr. M. Heidegger, “El origen de la obra de arte”, pág. 51; G. Vattimo y S. Zavala, Hermeneutic Communism, pág. 42; G. Vattimo, “Del diálogo al conflicto”, pág. 31.
[25] G. Vattimo, “Del diálogo al conflicto”, pág. 29; G. Vattimo, Della realtà, págs. 125-126.
[26] Cfr. G. Vattimo, “Del diálogo al conflicto”, págs. 32-33.
[27] Como explícitamente resalta el propio Vattimo en una entrevista de 2013; cfr. G. Vattimo, Dios es comunista,  págs. 67-68; G. Vattimo, “Del diálogo al conflicto”, págs. 28-29.
[28] Cfr. G. Vattimo, “Del diálogo al conflicto”, págs. 28-33; G. Vattimo, Della realtà, págs. 12 y ss.
[29] M. Heidegger, “Entrevista del Spiegel” [1976], M. Heidegger, La autoafirmación en la Universidad alemana. El Rectorado, 1933-1934. Entrevista del Spiegel, Madrid, Tecnos, 1989, pág. 71.
[30] G. Vattimo, “Metafísica y violencia”, en S. Zabala (ed.), Debilitando la filosofía. Ensayos en honor a Gianni Vattimo [2007], Barcelona, Anthropos, 2009, pág. 472.
 
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