Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

sábado, 25 de abril de 2009

Cristina, Reina Belicosa y Pacífica

Pallas y la Guerra


Para acceso a la versión en pdf en la Biblioteca Virtual de Pensamieto Político Hispánico Saavedra Fajardo haga click aquí


Esta es la primera parte de mi cobferencia para el Centro de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Buenos Aires en el "Coloquio Descartes" 2009. Pronto en pdf (y en unos meses impresa con notas)

Pallas y la Guerra
El Ballet por el nacimiento de la Paz de Descartes (1649)

Parte I: Ballet para la Reina

Víctor Samuel Rivera

El 18 de diciembre de 1649 salía Descartes del Te Deum por el natalicio de la Reina, que cumplía entonces 23 años. Estaba muy mortificado por su inútil rol en la Corte de Cristina de Suecia, en la que llevaba varias semanas sin hacer nada, al menos no nada “útil”. Era el filósofo de la Corte, aunque la Corte filosofaba bastante poco con él. Descartes había dedicado los que serían las últimas semanas de su existencia a las letras. Sabemos que eran ésas justamente las actividades que más odiaba. Compuso una comedia francesa, los estatutos de un proyecto de Real Academia Sueca de las Ciencias y unos versos bastante simplotes para un ballet para celebrar el final de la Guerra de los Treinta Años. La Paz de Münster, que era su final desde el punto de vista jurídico, había sido firmada apenas un par de meses atrás y Su Majestad quería honrarla con una danza alegórica. La Reina vivía bastante tensa en sus tratos con los diversos estamentos. La nobleza, apoyada por el Canciller Axel Oxenstiern, había presionado para obtener de la Paz condiciones más convenientes, aunque riesgosas; la Reina y la población en general habían deseado una paz menos problemática, que es la que se había impuesto y es la que Cristian deseaba celebrar. Descartes mientras tanto estaba bien aburrido. Esa misma tarde del 18 de diciembre escribió al conde de Brégy que “los reyes más poderosos de la Tierra” no son capaces de ofrecer “la tranquilidad y el reposo” a los que no pueden “lograrla por sí mismos”. Replicaba el filósofo: “no estoy en mi elemento”. Es indudable que esos reyes más poderosos eran en realidad dos señoras guerreras: las triunfadoras de la Guerra, Cristina de Suecia y la Reina de Francia. El lector de Descartes comprende rápidamente que la misma Reina que pretende proclamar la paz es en realidad incapaz de ofrecerla.



El Ballet por el Nacimiento de la Paz es un texto en verso francés que fue danzado en Estocolmo el 19 de diciembre de 1649. Era el tercero de una serie de cinco ballets políticos encargados por la Reina Cristina de Suecia entre 1649 y 1650 a su coreógrafo Antonie Beaulieu. Cada uno de ellos traducía de manera alegórica aspectos problemáticos del régimen de la soberana, lo que sugiere que los encargó así ella misma, que danzaba además el papel central de sí misma. En el orden de la serie, el primero se refiere a su virginidad, que muchos tomaban por simulación de lesbianismo, aunque otros la tomaban por excusa social por cercanía con el mismo conde de Brégy; el segundo se refiere a su afición por la cacería –tan masculina-. Este tercero se ocupaba de celebrar la Paz de Münster. Aunque se ha dudado de la autenticidad del texto, puede darse por sentado que éste le fue encargado a Descartes: aparentemente de manera casual. Se había sido danzado pocos días atrás el Ballet de Diana Victoriosa, que había sido compuesto por el versificador francés Hélie Poirer; a éste le hubiera correspondido la tarea de componer el Ballet para el Nacimiento de la Paz, pero sabemos que Poirer había muerto repentinamente, lo más probable que de un ataque fulminante del mismo frío espantoso que acabaría también con Descartes. En el ínterin, el filósofo estaba inactivo en la Corte, y parece lógico habérselo encargado a él. En todo caso, es curioso que pasaran muchos meses antes de que se estrenase el ballet siguiente, esto es, que se hallara un versificador francés nuevo que sustituyera a los sucesivamente muertos Poirer y Descartes.

El Ballet consta de 19 “entradas” de bailes con pantomimas. Contiene también tres recitativos, al inicio, al final y al medio de la obra, cantados por un solista; en ellos danzaba Cristina en persona en el papel de la diosa Pallas Atenea, figura de la Reina que traía la paz al mundo. En las entradas se realizaba pantomimas con bailarines disfrazados de diversos personajes. Hay textos en verso para la mayoría de ellos, que se repartieron en francés, alemán y sueco, según las habilidades lingüísticas de los asistentes, y que no eran para cantarse, sino para ser leídos como libreto de la danza y cada uno lo leía en su lengua. Como es obvio por la Carta al conde de Brégy, Descartes no estaba muy interesado en su composición, pero debía haber visto en la idea general de una alegoría política una ocasión singular para expresar su disgusto a la Reina, que después de todo muy posiblemente no iba a entender nada del mensaje; también era un modo de dar forma a sus ideas políticas, como una protesta privada, una manera de darse un gusto. Después de todo, el filósofo venía de un periodo de hondo interés por temas y problemas relativos a la filosofía práctica que eran resultado de sus vínculos con personajes de la realeza y debía ser muy frustrante no ser acogido.


Es fundamental recordar que, entrada la década de 1640, Descartes había venido escribiendo textos cortos sobre ética y filosofía política; entre éstos se incluye una larga crítica a Séneca en partes y un examen lapidario de El Príncipe de Macchiavelo, que encontramos en la correspondencia con Isabel de Bohemia. Fruto de este interés serían textos muy conocidos en la historiografía cartesiana, como la “Carta sobre el amor” para Hector-Pierre Chanut, para 1649 embajador de Francia en Estocolmo, y la “Carta sobre el bien supremo”, escrita para Cristina, tal vez por indicación del mismo Chanut. Desde la óptica de Descartes, la expresión más compleja de sus ideas en torno a la filosofía práctica estaba en el Las Pasiones del Alma, que consideraba un texto ético-político. Descartes venía de haber impreso en Holanda este texto ese mismo mes, pero la soberana – a quien el libro estaba dedicado- parecía más interesada en el ballet que en la filosofía. Si la Reina leía Las Pasiones, al tener a ojos vistas los versos del Ballet comprendería rápidamente que el texto en verso era –como vamos a ver- un inmenso reproche. Descartes tenía el dato de que Diana Victoriosa llevaba su libro para los ratos libres en la cacería y puede conjeturarse que el filósofo deseaba con este gesto ser invitado a retirarse de Suecia. Lo más probable en realidad era que Descartes contara con que la Reina no había leído nada entonces y tampoco leería nada después, lo cual le garantizaba que, aunque no se le permitiera salir de Estocolmo, la Reina iba al menos a hacer el ridículo de danzar un ballet que era el hazmerreír de sí misma.

A la Reina que mandaba hacer alegorías políticas debe haberle parecido ideal que el filósofo político –seguramente el único que conocía- se ocupara del ballet. Es improbable que Cristina hubiera leído los textos de metafísica o de ciencia del filósofo francés. Leyó su carta sobre el bien supremo luego de casi un año de remitida. El desconocido Descartes aparecía tal vez ante la Reina de 22 años bajo la imagen de los hombres de letras de su entorno, unos examinadores e intérpretes de textos griegos. ¿Por qué no habría de dársele a este francés algún trabajo? –se preguntaba la Reina-. Al irónico y deprimido filósofo esta situación incómoda debe haberle parecido la ocasión para darle a la Señora una de las lecciones de filosofía política que a la soberana no le interesaba escuchar. El Ballet, pues, versaría sobre Cristina, travestida en la diosa Pallas, una diosa política, la diosa de la polis por antonomasia, Atenas. La antigua Pallas Atenea era una deidad militar, que se representa siempre con casco y que era además la representación de la sabiduría, cualidad que en las ideas morales de Descartes era fundamental para el gobernante. Redactar el Ballet sería ocasión de demostrar que, si había una cualidad de la que carecía Cristina era, precisamente, la sabiduría. La Reina no escuchaba al filósofo ni se interesaba por sus obras. Además la acusó de ateísmo. Pero dejemos estos puntos para el final, en la parte II de este post.


El argumento del Ballet no parece dar ocasión de disputa, pero se ve tan fácil que no se ha reparado mucho (nada) en su contenido. Pallas era soberana de un Reino que atravesaba una larga e infructífera situación de guerra que genera un descontento que obliga a establecer los Estados Generales, que habrían de deliberar acerca del estado de guerra y paz. La guerra y la paz es una situación política básica. Sabemos que la situación entre guerra y paz en general es fundadora del orden político, esto es, que se vincula con la instauración de un tipo de régimen político determinado. Los estamentos representados en los Estados Generales se reúnen para tomar una decisión que atiende a la naturaleza del régimen. Una particularidad del argumento es que la decisión definitiva sobre la guerra y la paz debe ser tomada sólo por la Reina. El problema más importante no es la decisión, sino el hecho de que ésta recae sobre la Reina y depende así de ella. El Ballet lo expone así en el recitativo central: “Ya que Pallas tiene el poder del destino/ Y a todo esto pronto puede poner fin”. Digamos: La Reina tiene la prerrogativa de decidir y puede terminar con la guerra. No se requiere mucha imaginación para comprender que el tema que está en el centro –literalmente en el centro- es que Pallas se demora mucho en tomar la decisión política requerida. En el esquema de Las pasiones de alma la Reina es una persona irresuelta, esto es, se lo piensa mucho. Se le solicita que tome la decisión “pronto”, pero la señora se toma su tiempo. En la realidad, lo que ocurre es que la Reina se demora demasiado en tomar las decisiones políticas. En el contexto en que debería decidirse por la Paz, se pasa el tiempo danzando. Ella danza sin voz mientras la Guerra continúa haciendo su trabajo.

El Ballet es un escenario de parlamento, y se extiende como una serie de interpretaciones del problema enfocadas desde los intereses de agentes sociales determinados, cada uno de los cuales expone sus razones para exigir la decisión real. En vista que con pantomimas y disfraces, el Ballet funciona como una procesión narrativa. Quizá sea útil mostrar cuáles son los estamentos que aparecen en esta procesión de argumentaciones para instar a la decisión de la Reina. Hay tres estamentos. Los dioses, el Ejército y el pueblo. Los dioses son como la alta nobleza. Este grupo incluye a Pallas y a Marte, que son personajes principales, pero también al Terror Pánico y a Jano, al dios Apolo, a la Tierra, la Fama, la Gloria y la Victoria, a quienes debemos añadir las nueve Musas y las tres Gracias; las últimas inevitablemente hacen recordar a la Corte en el exilio de Isabel de Bohemia, cuya familia femenina era conocida por ese nombre. Este grupo define sus intereses en oposición al Ejército. El Ejército está formado por voluntarios y caballeros, aunque, singularmente, a éstos no se les incluye sino por alusión, indirectamente. El Ejército es un grupo cuyo desagregado no podía ser más infeliz, pues da lugar en la narración a tres estirpes de seres despreciables: los cobardes, los lisiados y los pillos. Por extensión, el estamento militar representa el interés de las mujeres del pueblo, cuya voz tiene por intermediario a este Ejército lamentable, que a primera vista parece una banda de tontos y delincuentes. Pero no es difícil encontrar un cierto carácter ambivalente del significado tan desfavorable de las figuras militares. Es interesante comparar a las mujeres desgraciadas del Ejército con las felices féminas divinas, las Musas o las Gracias, por ejemplo; a diferencia de las anteriores, éstas sobrepasan en número a los varones, son la mayor parte de las voces de su clase en hablar y llevan una vida regalada de cultura y conocimiento, más o menos como Cristina de Suecia. Notoriamente, las mujeres divinas no sufren las desgracias de la guerra; las del pueblo, en cambio, atraviesan una suerte doblemente lamentable. Viven en la ignorancia, desprendidas de los goces de la cultura, y en la infelicidad, negadas como están de los placeres de su sexo porque sus hombres se han vuelto incapaces o se han envilecido por la Guerra. Junto a los dioses y al Ejército, se añade un último estamento: los campesinos. Es fácil reconocer a la Reina en Pallas y su consejero principal, Marte, dios de la Guerra, así como el inmenso descontento del pueblo. Escuchados los alegatos de los estamentos, uno no puede dejar de sentir cierta incomodidad moral ante una Reina que parece indiferente ante la desdicha general que produce su irresolución.

Son numerosas las voces de la procesión narrativa. Pero no hay que hacer mucho esfuerzo para comprender que en el texto del ballet –a pesar de la variedad de voces- hay contrapuestos sólo dos grupos de interés. De un lado está la Reina y su consejero, Marte, que desean la guerra. Podemos pensar en Ana de Francia y Mazarino, o también Cristina de Suecia y su ambicioso Canciller Axel Oxenstiern, que comparten plaza junto con la nobleza; el titular simbólico de este segmento es Apolo, rodeado del afectuoso tropel de las musas y las gracias. Si referido este elemento a la Cristina, una injusticia, pues sabemos que Oxenstiern y ella se llevaban bastante mal. De otro lado tenemos un estamento popular, que incluye a los campesinos y a la Tierra, pero también a las mujeres. Es natural ver allí finalmente al Ejército, en tanto éste está formado de voluntarios que salen del pueblo y no de la nobleza. Hay que recordar que los voluntarios son los esposos de las mujeres del pueblo y que, manifiestamente, sufren por carecer de las gracias y otros beneficios femeninos de los que gozan los nobles, pero que además regresan de la batalla lisiados o pobres.Un detalle interesante que nunca ha sido observado es que los tres recitativos, que funcionan en una clave teatral como un coro anónimo, son en realidad la voz de los voluntarios, esto es, del pueblo como una totalidad. En el esquema del gobierno real el pueblo es el objeto de las virtudes soberanas. Es el pueblo quien habla cuando Pallas aparece en escenario. En contraposición, Pallas es muda. Curiosamente, es el único personaje que no habla en una narrativa donde se trata de que todos hablen. Un motivo es que “ella tiene el poder del destino”, y su lugar es escuchar. En efecto: Pallas es la Sabiduría, y no hay que hacer mucho esfuerzo para comprender que la sabiduría es una cualidad moral que requiere de la deliberación.

Esto se descubre por su confesión de tener por objeto la “Gloria”. Ya Madame Géneviève Rodis-Lewis ha notado que en el vocabulario político cartesiano la “gloria” es el objetivo de la actividad del soldado, a diferencia del del jefe, que es la Victoria. Suena a Diana Victoriosa. La gloria es el bien “que ha estado en nosotros en tanto está en la opinión de los demás” (Pasiones del Alma, 140). Es, pues, un bien político; no es difícil argumentar que se trata de una referencia a la dignidad, en lo que se opone a la “vergüenza”. Madame Rodis-Lewis ha insistido en varias ocasiones en que la idea de la gloria es una constante en el pensamiento de Descartes, y que refiere a una experiencia personal del autor en la Guerra de los Treinta Años, adonde –como confiesa el Discurso del Método, fue él mismo en calidad de “voluntario”. Los voluntarios de los recitativos no se expresan en calidad de asaltantes y tarados, sino en calidad de personas dignas que son víctimas de la guerra. Es manifiesto que las víctimas apelan a la benevolencia de la soberana. Tenemos entonces que las únicas partes del Ballet que eran cantadas, a cargo de un solista, son la voz de la multitud de los más desafortunados en la guerra, a quienes Pallas tiene que escuchar. Es para ellos para quienes es molesto esperar las decisiones de la Reina.

jueves, 2 de abril de 2009

Hacia el final del liberalismo

Liberalismo y progresismo

Para la versión en pdf en la Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispánico Saavedra Fajardo haga click aquí
Progresismo desde el 11 de setiembre
Apuntes de ontología de la actualidad

Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacional Federico Villarreal

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El 1 de abril la Agencia EFE hizo circular en el mundo la noticia de que el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, acusó a la Presidente de Chile, Michelle Bachelet de poner en peligro la unidad latinoamericana. El nudo de la polémica es que Bachelet invitó al Vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden y al Premier de la Reina de Inglaterra, el socialista Gordon Brown, a la cumbre de países progresistas.

Lo primero que uno puede destacar en la afirmación de Chávez del 1 de abril es que en realidad subyace un problema de semántica política: sobre qué o quién define a alguien o a algo como “progresista”. En realidad se trata de una cuestión ontológica, pues es referida a los criterios de algo, definir qué es o no algo; en este caso ser progresista o ser liberal. El ya preguntarnos por estros límites manifiesta una incertidumbre, y es esa incertidumbre en la que tiene lugar una verdad, una verdad acerca de quién, qué y cómo es posible la realidad de ser progresista. Ocurre, pues, un milagro: Nos guía lo que no entendemos; vamos donde no entendemos y tal vez no queremos. Respecto de los límites del progreso, su ingreso en la incertidumbre significa que están descentrados, esto es, que puede haber progreso en direcciones que se relacionan entre sí de manera polémica, incluso de manera altamente política en la línea de la oposición amigo-enemigo. No estamos sólo ante una terrible irregularidad semántica; estamos ante el ser del acontecer, pues tenemos progreso, y lo tenemos en varias direcciones que, por ser antagónicas políticamente, implican la desarticulación de la idea más básica de que un evento político es “progresista”. Por eso no entendemos y no queremos. Desde la hermenéutica creemos que a todo esto subyace en realidad una cuestión ontológica más profunda en la que se instalan los límites que buscamos, en la que lo que no entendemos, para que ocurra, debe ser comprendido. Como hermenéutica es de la interpretación histórica, en este caso de la izquierda y la derecha, de lo progresista y de su opuesto que gira en torno de una patencia extinta. Nos interesa aquí establecer los límites de la incertidumbre, aclarar el bosque de un progreso que no es ya el mismo para todos, en parte para hacerlo el mismo. Esto es ontología de la actualidad.

Estamos ante una experiencia presupuesta conflictiva respecto de la idea del progreso y lo liberal que vamos a intentar tratar ahora. Se trata de una apertura de sentido para “progresista” que lo sitúa fuera de los márgenes de lo “liberal”.

Nuestro problema subyace a una apertura de conflicto político. Para Estados Unidos e Inglaterra, el “progreso” se define con los rasgos criteriales de lo que hace tan sólo una década se consideraba “el pensamiento único”, la koiné política de la aldea global. Esto se traduce en la imposición de los criterios de democracia liberal, los derechos humanos liberales y el libre mercado; estas palabras expresaban realidades normativamente comprometedoras, pero “progresistas”; eran comprensibles en los países progresistas y no lo eran en los canallas: Allí su modelo de “progreso”. Como fenómeno del acontecer, es fascinante que Chávez tenga en su agenda de Estados que hay que llamar “progresistas” hoy a los mismos Estados Canallas y sus aliados, países políticamente incorrectos, que notoriamente no son democracias liberales, sino teocracias, regímenes políticos totalitarios, Estados étnicos nacionalistas o –en el más feliz de los casos- países que tienen buenas razones para desconfiar del libre mercado (los países latinoamericanos del ALBA), que estimulan la vida religiosa (como Rusia), la adhesión nacionalista, sea como fuere ésta entendida (Bolivia o Rusia), no hay ya respeto a la libre propiedad (Venezuela) y hay una tendencia marcada al control de la información. Pero estos Estados son progresistas y Estados Unidos no es progresista.



Tratar del progreso y el liberalismo, la modernidad, el nihilismo u otros términos en filosofía política es un motivo lícito de desconfianza en el lector especializado, en particular porque hay una larga tradición académica que atiende a la precisión como un requisito del pensamiento, un requisito originalmente tomado de las ciencias naturales, pero que no por ello puede desatenderse. Esto ocurre de manera particular en los términos políticos que, cuando se transponen a la hermenéutica de la vida cotidiana se refieren de modo inevitable a oposiciones polémicas, muy en particular con los deudores de las tradiciones de lenguaje conceptual liberal que se relacionan con la filosofía analítica. Las oposiciones polémicas son importantes en política, pero son indeseables en filosofía. No puede haber filosofía de la política, sin embargo, si esas oposiciones son olvidadas.



En primer lugar, intentamos articular un lenguaje hermenéutico político referido a la actualidad del acontecer. Pero esto presupone desde siempre las oposiciones no deseadas por el especialista. No hay que preocuparse mucho por eso. Pero las oposiciones son interesantes aquí porque constituyen un acontecer, esto es, son el despliegue de una realidad que pasa, que en este caso es la de los criterios de “progresista” que hay que seguir para ser incluido en la lista de “países progresistas”, en ninguno de los casos expresión apropiada para Estados Unidos. Hay un rasgo peculiar en la expresión citada del Presidente de Venezuela que sugiere una ambigüedad particular relacionada con el contraste progresismo/ liberalismo, que es el que se haya en realidad detrás de sus declaraciones. Chávez nos hace pensar en la manifiesta contraposición conceptual liberalismo/ revolución. Resulta que lo liberal no es revolucionario. ¿Quién ha olvidado –sin embargo- que el origen del liberalismo es la revolución? El liberalismo es para los filósofos la filosofía que puso en marcha la revolución de las Luces, la Ilustración, “el programa normativo de la Ilustración”. Pero el sentido revolucionario de la Ilustración viene afectado –como ha sido puesto ya de relieve por Vattimo- por la situación hermenéutica. En esta situación es un hecho que el programa entero de lo significado por “liberalismo” manifiesta la verdad de su opuesto como vigente y no importa quién sea el opuesto. Allí donde está el liberalismo es verdad la vigencia de su opuesto, sea lo que sea su opuesto. Por alguna razón lo revolucionario y lo progresista se intenta definir en una situación histórica en la que resulta que es más progresista lo que puede explicarse desde la Ilustración, pero no hacia ella.

En filosofía es notorio que esta situación hermenéutica que referimos es reciente, y por eso nos admira. En la teoría pudimos constatar el triunfo social del liberalismo en la década de 1990, en que el pensamiento único parecía exitoso tanto en la teoría como en la práctica. Coloquemos un hito en el ataque antiliberal del 11 de setiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York. Para el espectador, cualquier acontecimiento imaginable no comprendía este hecho, pero este hecho sucedió. En hermenéutica reconocemos el ser en los hechos significativos; en los hechos inolvidables y terribles. La muerte de alguien querido, la traición de un amigo entrañable, un hecho factual que transforma el significado de los hechos futuros. En el mundo político estos hechos se identifican polémicamente, se reconocen en contextos en los que cambian las expectativas de ciertos agentes. “Ya no es lo mismo después de esto”, decimos. Nada es igual si la Bolsa de Nueva York ha quebrado. No es lo mismo, por ejemplo, si el calentamiento global hace desaparecer violentamente el agua potable en unos meses, que si tarda lo mismo 40 años, si nuestros parientes mueren de cáncer en semanas a que tarden en morirse por la misma causa la vida entera. Los acontecimientos cambian las “chances” –diría Vattimo. Incluso para el más conservador, que desea que todo siga igual, cambia la perspectiva de sí mismo. En algún sentido el ataque del 11 de setiembre fue una chance y, en ese sentido, hizo vigente lo que esa chance iba a significar. Después del 11 de setiembre del 2001 no tiene ya sentido pensar que el liberalismo es el pensamiento único, porque otro pensamiento ha destruido las Torres Gemelas. El otro pensamiento, pues, es vigente. Es importante observar que no necesariamente estamos de acuerdo con lo que efectivamente ocurrió esa fecha tan trágica para los habitantes de Nueva York. Lo importante es que ese evento impensable cambió el significado del pensamiento del liberalismo, lo mismo que la caída del muro de Berlín cambió el significado del comunismo para siempre.




En la hermenéutica la facticidad guarda una relación con la deliberación y el cálculo racional de ventaja. Esto quiere decir que la praxis impone razones. Cuando esas razones transforman el significado de las expectativas el carácter normativo de los hechos se transforma, gira, se bifurca o se trastoca. En el trasfondo del 11 de setiembre se hizo real una vigencia de la radicalidad del otro, que se legitima así por la fuerza en el orden de la praxis. Fue el acontecer de lo ilustrado como algo en competencia con lo ilustrado. En la vigencia plena del pensamiento único este acontecimiento no tiene sentido; una vez ocurrido, es el pensamiento único el que deja de tener sentido y, por tanto, lo que ha perdido su sentido es el liberalismo como expectativa, que, en el mejor de los casos, ha dejado de ser la única expectativa. En los usos ordinarios de “liberalismo” se da por hecho una referencia a la Ilustración y, de manera más amplia, al programa normativo de la modernidad, que fenómenos como los atentados de Al Qaeda ponen en cuestionamiento. No se trata de que Al Qaeda sea vigente, sin embargo, sino que la negación es vigente, pues aunque el horror del hecho dificulte aceptar a Al Qaeda, es un hecho irreparable que existe la negación, que puede haber un no, y que ese no tiene una realidad. Hasta antes del 11 de setiembre, el no era teoría. Desde el 11 de setiembre, el no es la hermenéutica de la práctica humana. Hablar del liberalismo es también hacer frente a su oposición. Es claro que ésta no es meramente retórica, sino que apunta a ejercicios efectivos de resistencia, oposición o alternidad con los otros, que toman rasgos del 11 de setiembre. Esta afirmación pretende extenderse incluso aun cuando en los usos ordinarios hay una contraposición retórica, por ejemplo, el liberal puede referirse al Jefe religioso de Irán como un reaccionario, pero eso es cierto en una semántica de oposición polémica frente al liberalismo. A nadie escapa que Irán es aliado del régimen de Chávez y que quienes apoyan a Chávez de una u otra manera son también aliados de la teocracia iraní. Pero he aquí el punto: Para Chávez tanto como para los clérigos de Irán tomarse en serio ser progresista es tanto como asumir el significado destinal del 11 de setiembre.

La semántica común que se presenta como apertura histórico destinal del liberalismo ha sufrido una extraña revolución. Lo progresista se vincula con un acontecer de ruptura frente y en contraste con lo liberal. El ejemplo dramático con que he intentado explicar este asunto no implica una adhesión ni una simpatía con sus consecuencias morales personales. Implica sí la exposición que hace el hermeneuta de la alternidad entendida como un claro que se hace manifiesto en el bosque. La alternidad - parece querer decir Chávez- se instala como un factum hermenéutico fundamental que es también el acontecer frente al otro más primigenio de las oposiciones políticas en la actualidad. “Liberalismo”, que parece una palabra vacía, es el fondo hermenéutico de las iniciativas por un mundo futuro que se presenta bajo expectativas no ilustradas. El 11 de setiembre vino al caso que la utopía liberal de mostró ser enemiga en el seno de su tragedia, lo que hace sospechoso incluso aceptar las consecuencias normativas del programa con el que se identifica. ¿No es acaso ese programa el trasfondo de la violencia del otro?


Es un hecho manifiesto que aún un sector de la humanidad –y más aún la humanidad occidental- se identifica con el programa de la Ilustración, y ve el progreso y lo progresista en el avance de lo liberal en una historia liberal, en la que los derechos humanos liberales, la democracia liberal y la liberal economía de mercado triunfan inmutables en una expectativa de un mundo único e irrebatible. Pero es manifiesto en la experiencia histórica y en los lenguajes político sociales que una agenda progresista corre paralela al evento de no, que dice que no, y ese no no es una teoría, sino es el acontecer efectivo de la negación, sombra que se extiende sin límite, como una marcha para evitar o saltar por sobre las consecuencias del mundo liberal. Al Presidente Chávez la “unidad latinoamericana” le parece más “progresista” que los programas fácticos del Parido Demócrata y la socialdemocracia inglesa. Su sentido de lo progresista es también la apertura histórico destinal de un camino, de múltiples caminos para la praxis humana que no se conciben ya a sí mismos bajo nada que sea históricamente “único” y donde lo único ha literalmente saltado por los aires. La ontología de la actualidad vislumbra otros caminos cuyo acontecer, sin embargo, cuyo significado y cuya práctica dejaremos que muestre el Ser mismo.

 
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