Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

lunes, 29 de marzo de 2010

Nueva biografía sobre el Marqués de Montealegre de Aulestia


Estimados lectores:
Les comunico la dicha de haber impreso mi segunda biografía del Marqués de Montealegre de Aulestia, José de la Riva-Agüero y Osma. Ésta se ha publicado en la prestigiosa Revista Escritos de Medellín, Colombia.
La publicacióm tiene un cierto aire hispánico al que me obligan los ya 8 años de trabajo dedicados al estudio de este gran personaje del pensamiento político nacional. En el transcurso de este año imprimiré otros tres artículos sobre su pensamiento filosófico y político.

lunes, 22 de marzo de 2010

Presentación de "Ontología del declinar"


Estimados lectores: Les entrego en forma de enlace web la reseña del libro colectivo "Ontología del declinar" presentada por Daniel Mariano Leiro para la conocida revista electrónica A Parte Rei. El texto de Leiro incluye el resumen del artículo mío contenido allí, Ex Oriente salus! Política desde el margen.

Abajo: Fotografía de Gianni en la Lezione di Congedo (Turín, 2008). En camisa azul, Daniel Mariano Leiro, coator de Ontología del declinar; puede verse también entre el selecto público a Teresa Oñate.

Para acceder al texto, haga click aquí.






domingo, 14 de marzo de 2010

La España teñida y la tauromaquia


La España teñida y la tauromaquia

(comentario a Jesús Mosterín en El País, 11/03/2010)

Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía



Aquí no tomamos el adjetivo “teñido” en su sentido cromático habitual (y mucho menos en sentido racial alguno), sino en el significado peyorativo con que nos referimos a quien aparenta una belleza en el cabello que es producto de la alienación psicológica. En ese sentido decimos: “el pelo de ese viejito no es negro: ¡es teñido!”, “ésa es una rubia al pomo” (teñida: de plástico, artificial, de claro tono acomplejado y de vergüenza, propia y ajena), con el triste fondillo semántico del reproche a una hondísima falta de autoestima y un desprecio de sí mismo que, en casos extremados, sugieren recomendar apoyo profesional. Nos referimos al compendio de una de las más tenebrosas tradiciones españolas que ha creado la Ilustración desde el trágico ingreso en el Reino de los modernos Borbones: el complejo de que la cultura y la tradición milenaria española debe subsumirse a los parámetros valorativos de la recentísima cultura dominante en el orbe occidental, la de moda en orden al control político del mundo: primero la Francia genocida de Robespierre, hoy la Anglosajonia bombardeadora de Tony, Georges, Obama y Bill, la Anglosajonia del pensamiento único y lo políticamente correcto. En esa tradición, España encontrará su sino cuando se mire al espejo y vea, finalmente, a Inglaterra o, mejor, cuando se vea exitosa en el espejo inmigrante en la Florida.



La inmensa mayoría de la gente opina que la tortura pública de los toros es una salvajada injustificable


La única moraleja es metodológica. La mayoría no es el criterio de la verdad




El connotado neopositivista profesor Jesús Mosterín ha escrito recientemente en un diario inglés llamado El País un artículo antiespañol, (¿o será un artículo inglés en un diario español?: el país es el mismo). Ejemplo de los que suelen salir de las canteras ideológicas de la prensa “progresista” hispana. Para esa prensa el problema central del hombre no es la destrucción planetaria por la dinámica de la civilización industrial, la violencia militar de la autotitulada “madre de las democracias” (y sus hijos, uno de ellos el ex Presidente Aznar), la migración, la crueldad sañuda de las corporaciones que trafican entre los pobres del planeta con alimentos o medicinas, sino (sujétese la brida:) ¡el Cristianismo! sin el cual, al fin, libre de preservativos, el calentamiento global y el capitalismo salvaje podrán anglocompletar el monopolio del control financiero de la aldea global. ¡Qué raro suena este lenguaje de la década pasada!, pero Mosterín redacta nostálgico, como su España, desde esa década: la década favorita de los liberales, su década dorada. Pero el siglo del que sale Mosterín nos confunde: ¿será la década de 1990? ¿de 1890? ¿de 1790?. Y es que lo rubio es irresistible. Es así que, con 50% neto de desempleo juvenil, con una economía colapsada y un giro político de su líder en contra de los países emergentes que son la esperanza de América Latina, la rubia España de Mosterín escribe a través de su profeta: "La única moraleja es metodológica. La tradición no justifica nada". Para cuestionar una de las prácticas más decisivas del carácter y la identidad cultural iberoamericanas, la tauromaquia, apunta correctamente el casi solitario cientificista sobreviviente del siglo XIX: el problema central acerca de juzgar el carácter cultural de la tauromaquia, que es la naturaleza de la tradición y la verdad. Pero señor Mosterín: justamente de ese problema, que es de índole conceptual, es que se deriva la falsedad de todo lo que usted ha escrito.



Entre 1890, que es el momento de apogeo del positivismo y 2010, ha habido un innegable proceso filosófico que, con poco éxito para rebatir la tauromaquia, lo ha tenido grande en cambio para destruir “La única moraleja metodológica” que extrae anglicano el profesor Mosterín de la voz de las mayorías. Mosterían podría haber leído Verdad y Método de Hans Georg Gadamer, o Ser y Tiempo de Martin Heidegger, o las Investigaciones Filosóficas de Ludwig Wittgenstein, o la Estructura de las Revoluciones Científicas de T. S. Kuhn; podría, por ahorrarse el tiempo, y ya que le es más afín en su ideología (de cuya cuña inglesa me ocupo en un segundo), simplemente haberse limitado a leer a la teoría falsacionista Sir Karl Popper. Pero Mosterín, cuando se trata de la naturaleza del pensar, del sentido de la verdad o de los alcances de la metodología para la vida humana, prefiere no a los filósofos, que escriben mucho y complejo, que fatigan la mente con razonamientos y atormentan la memoria, sino a las mayorías, que no escriben, ni piensan ni razonan, o lo hacen a través suyo, un método autista, sin duda, un método que ayuda mucho a que quienes se ven rubios al espejo luego del tinte digan “sí” con una sonrisa científica, ahora con el respaldo de la majestad innegable de los productos de belleza anglosajones que importa el país.



La tradición, esto es, las prácticas y creencias de las comunidades humanas son, en principio, el punto de partida de la verdad. Decía Aristóteles: “el punto de partida es lo que está dado de antemano”. Y lo de antemano se avala por su persistencia en el tiempo, esto es, se avala históricamente. Por supuesto que las cosas pueden cambiar, pero hay dos fórmulas para el cambio, la correcta y la de Mosterín. La una es la del razonable: se ampara en la continuidad misma de las prácticas y las creencias sociales, cuyos efectos generan el horizonte de lo que nos significa el sentido regular de las cosas. El cambio viene allí del balance de una serie de consensos que permiten la estabilidad de las prácticas y las instituciones sociales mismas. La segunda fórmula es la del dogmático, la propugnada por el fanatismo. El positivista, el científico, el moralista moderno, se coloca más allá y por encima de las prácticas y las valoraciones de los demás, lo que hace siempreel liberal. Podría limitarse a cuestionar, para lo que requeriría argumentaciones y un trabajo que no conocemos en el señor Mosterín. Entonces el positivista, el científico, etc. actúa con señorío con la verdad “verdadera” en la mano. Ésta segunda fórmula la reconocemos en la violencia, en el atentado, cultural, militar o periodístico contra quienes, ya que no iluminados con la verdad verdadera, pasan de meros hombres de la calle que va a la feria de San Isidro, o la de Acho, o la de Cartagena, en unos criminales a quienes hay que bombardear para que se vuelvan "correctos", como lo es el señor Mosterín. Es la violencia que España alguna vez propinó a Irak no hace mucho en nombre de la democracia. Estaba de antemano no el interés, las creencias o las prácticas humanas de los iraquíes, sino la verdad verdadera de quienes los invadieron para aniquilarlos. La primera salvajada que conozco es la intolerancia, y esa salvajada es la más salvaje de todas las que la historia de la filosofía del siglo XX se ha ocupado de denunciar en el positivismo. Pero claro, la mayoría no lee filosofía, sino que lee los periódicos ingleses. Y es la mayoría la que manda, ¿no señor Mosterín?

Se impone revisar brevemente el resto de lo que argumenta el señor Mosterín. Indica que los ingleses (o sea los rubios capitalistas de la amada isla del espejo) suprimieron las corridas de toros en el siglo XVIII. Una argumentación históricamente paradójica. Lo que quiso decir es que la muerte pública de las vacas fue suprimida en Inglaterra y que se comenzó a torturarlas y matarlas en privado. Pero hay que ser muy desconocedor de la cultura europea para creer que los ingleses practicaban las fiestas de toros como en la península española, Cataluña y América Latina. Me pregunto si "la mayoría" de la gente española que lee El País tiene una idea tan extraña de la historia de las costumbres europeas; de ser así, la España liberal, desempleada y quebrada de hoy es también una España inculta, que necesita ir al colegio.

Escribe el profeta español del siglo XIX: “Siempre resulta sospechoso que una práctica aborrecida en casi todo el mundo sea defendida en unos pocos países con el único argumento de ser tradicional en ellos”, con una referencia insultante a México y Colombia, que quedan como países bárbaros ante los cultos y refinados españoles que son sus lectores. ¿Qué lógica anglia, señor Mosterín? En Inglaterra desaprobarían su razonamiento. Las tres cuartas partes de la humanidad son ajenas al conflicto que usted señala, y es natural que defiendan sus costumbres quienes las tienen, y que no las comprendan los que no las tienen. Como anécdota añade el solitario cientificista: “Otros países más suaves de Latinoamérica, como Chile, Argentina o Brasil, hace tiempo que las abolieron”. Claro, señor Watson. México, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela eran países poblados y civilizados antes de que la revolución los desintegrara de España. Aquí se hacía versos en griego y se compraba cuadros de Rembrandt. Argentina y Chile eran bien diferentes, eran países despoblados o plazas militares y fueron ocupados después por inmigrantes de origen cultural no español. En algún sentido, pues, estaban mucho menos incorporados a España o Portugal y, mal que bien, no eran países civilizados antes del siglo XIX. “La única moraleja es metodológica: la tradición no justifica nada”, insiste terco el profeta de Inglaterra.

“Los españoles no tenemos un gen de la crueldad del que carezcan los ingleses; la diferencia es cultural” –dice con sabiduría Mosterín- “En España siguen celebrándose encierros y corridas de toros, pero no en Inglaterra”. Y mirad la explicación, españoles: “pues los ingleses pasaron por el proceso de racionalización de las ideas y suavización de las costumbres conocido como la Ilustración”. ¿Y España no? ¿Qué es el diario El País sino la Ilustración misma por escrito? ¿No es la quiebra económica española la Ilustración liberal?, ¿o es que la produjo el feudalismo? ¿La produjo el cristianismo, los preservativos o el Papa? ¿No la produjo la concepción anglosajona del liberalismo que preside la vida española desde hace 20 años? Pero escribe Mosterín, el cientificista.

Mosterín insiste: “la tradición no es justificación de nada”, o sea, vuelve a lo que sabemos que es falso, a saber, a negar el principio básico de la filosofía de la ciencia y la hermenéutica contemporánea (o sea, la filosofía vigente): que la tradición lo es todo, pues es el punto de vista fundamental para la comprensión y el sentido de la vida humana. Existe una excepción, pregonada infaustamente también por filósofos anglosajones, que lloran por las ballenas, pero condenan a muerte por estoque a los bebés no nacidos: que uno crea que los animales y nosotros somos iguales, como sospecho piensa Mosterín. En este caso habría que tratar de “tortura” y de “animales inocentes” a los que con toda certeza debe almorzarse cada tarde de parrilla el autor en algún restaurante de cheffs ingleses. Liquidar vacas no sería “inhumano”, sino “inanimal”, algo que las vacas mismas no creo suscribirían si tuvieran inteligencia y sin duda rechazarían todos los animales cuya forma de vida natural es depredar a otros, como consta han hecho los ingleses allí donde sus armas los han llevado. Y los leones no serían animales carnívoros, sino psicópatas. Pero Mosterín vuelve a la carga.



Ecribe Mosterín, esta vez apelando al sentimiento: "Cuando, en el Parlamento de Cataluña, Jorge Wagensberg mostraba uno a uno los instrumentos de tortura de la tauromaquia, desde la divisa hasta el estoque, pasando por la garrocha del picador y las banderillas, y preguntaba: "¿Cree usted que esto no duele?", un escalofrío recorría el espinazo de los asistentes". Obvio, pero, ¿qué clase de argumentación es esa? De lo anterior se deduce que los ingleses son unos desgraciados, ya que comen muchísima carne. El autor, a través de una falacia de autoridad, nos exhorta a leer –cito- “al gran jurista y filósofo liberal Jeremy Bentham” (o sea, al padre del liberalismo salvaje) que “señalaba que la pregunta éticamente relevante no es si pueden hablar o pensar (los toros), sino si pueden sufrir”. Pero en esto vuelve a las andadas inglesas: también sufren los animales que los antitaurinos se almuerzan en las fondas, y a las que –hasta donde yo conozco- los ingleses no han renunciado. Si el argumento de fondo del pensamiento de las mayorías fuera el que se cita de Bentham, entonces Bentham, como autoridad, califica tanto como cualquiera, y en la hipótesis anglosajona de que somos lo mismo que los animales, como la de cualquiera de nuestros semejantes. Y tal vez eso quiso decir el señor Mosterín, en cuyo caso sabemos ya qué recomendarle.

Y es que, para terminar, señores de España, si es irracional, es pensamiento único: la imposición del pensamiento anglosajón del adecuadamente citado materialista Jeremías Bentham como la corrección global. Abortar niños, o que los niños tengan dos padres, en lugar de uno solo, es cosa que la ley española decide sin consultar gran cosa a la mayoría de la raza humana; ahora el profesor Mosterín solicita que las vacas, las vacas que van a ser almorzadas de todas maneras, mueran de manera científica, como científica es la vida de los pobres animales que en granjas garantizan nuestro sustento. Pero el pensamiento único, que es también un pensamiento cientificista, nos conduce a la más increíble de las salvajadas, a arrear a los hombres a la pérdida del sentido, de la identidad y de la historia. Nos lleva a renunciar, no por la razón, sino por la fuerza de la violencia, al mundo cultural que hemos construido a través de los siglos, ¿a cambio de qué, señor Mosterín?, ¿del cientificismo del siglo XIX? No, no se diga lo que la mayoría no piensa. Será a cambio de lo que está detrás de todo aquí: de la idea de que la cultura y los valores de Anglosajonia, la bombardeadora, son intrínsecamente superiores a la identidad española, y latina; que la rubia Albión es nuestro progreso, nuestro adelanto y nuestra superación. Que son la imagen especular para la cual, España que alguna vez grande fuiste, el tinte rubio nos viene de jota y desempleo.

Caetera desiderantur…

jueves, 11 de marzo de 2010

Congreso Internacional de Hermenéutica Filosófica 2010



Congreso Internacional de Hermenéutica Filosófica

UAN-UNED


Medio siglo de Verdad y Método

de Hans Georg Gadamer


Los invito cordialmente a participar de este evento cuya afiche me ha sido remitido




martes, 9 de marzo de 2010

Dios, Patria y Rey (III). Carácter de la literatura: su composición



Para mis lectores historiadores del pensamiento político y la filosofía peruana. La lectura de este post debe sujetarse a la de sus precedentes en la numeración “Dios Patria y Rey”. Pronto voy a colgar una selección de archivo aparte de filosofía en el Perú.

A los lectores hermeneutas: les ruego que tengan paciencia.

Pronto: Hermenéutica de la actualidad. En abril o mayo regresamos con “Lezione di congedo” de Vattimo y otros comentarios de hermenéutica.



Dios Patria y Rey (II)
Carácter de la literatura del Perú independiente (1905)
Parte I: La composición del libro monarquista


Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacional Federico Villarreal



En Carácter de la literatura hay una tesis transversal de Riva-Agüero relativa a la influencia de las literaturas nacionales que debemos observar ahora. De acuerdo a Montealegre, estas influencias son fundamentalmente la española, la francesa y otras, en el orden que estamos anotando. “Otras” se refiere de manera general a la influencia inglesa, alemana e italiana. En principio, la influencia nacional fundamental es la de España, la cual resulta ser el “original” frente a la literatura peruana. Riva-Agüero llega a sostener la tesis bastante fuerte de que esta subordinación es inevitable, pues se remite al origen de la tradición literaria, que se vincula a su vez con la continuidad histórica de la lengua nacional, el español. Escribe Riva-Agüero que:

“En las grandes literaturas, v. gr.: la francesa, la inglesa, la italiana, es clarísima y casi inconfundible la línea que separa a los autores propios de los extraños. Sobre los criterios de nacimiento, nacionalidad y residencia, predomina el del idioma, que en la inmensa mayoría de los casos se confunde con el de la raza” (a partir de aquí en general cito la edición de 1905, pp. 170-171).

La conclusión respecto del “carácter” peruano es manifiesta:

“No sucede lo mismo con las que podríamos llamar literaturas provinciales y coloniales, a falta de más adecuado nombre, que vienen a ser subdivisiones de las primeras, dentro de las cuales están comprendidas por el vínculo superior de la lengua y de la raza” (p. 171).



La literatura peruana, pues, debe ser definida por su carácter subordinado porque, desde el punto de vista de la tradición literaria, depende de España. Eso quiere decir: los modelos eminentes literarios serán siempre los mismos que los españoles “por el vínculo superior de la raza”. Se trata de un vínculo “colonial” inevitable, que el lector entiende no afecta sólo al carácter literario, sino a la “raza” misma. Pero la literatura admite influencias nacionales externas al idioma y, de una u otra manera, también por ello estilos o caracteres de otros pueblos. Como vamos a ver después, la tesis fuerte es fundamentalmente una apariencia que, como todas, es algo engañosa, y hace menos evidente una de las sugerencias políticas más interesantes de la obra: la idea de que en el carácter peruano hay una suerte de germen de “originalidad”. La “originalidad” es una idea política muy poderosa: en el contexto conceptual de Tarde y Les lois de l’imitation, que ésta sea posible significa también la tesis de que puede pasarse de ser un país imitativo y “atrasado” a la condición de país original o “avanzado”; esto es, de país dependiente a un país con un carácter “propio”, no imitativo. El carácter “colonial” no implica la falta de originalidad. Desde el punto de vista político, es ésta la idea central que guía el libro entero: el Perú puede ser un país original.



El carácter colonial del Perú se vincula también con la fuente de su originalidad. Ésta procede de la historia de las influencias literarias y sociales en España misma, de la que el Perú era parte y con quien se identifica hasta 1824. Continuando la polémica entre Carácter de la literatura y Estado social del Perú durante la dominación española de Javier Prado, mientras que Prado confunde en los trescientos años de la monarquía peruana las dinastías de Habsburgo y Borbón como un único sistema político y un mismo “ideal”, Riva-Agüero se esmera en destacar sus diferencias a través de la evolución de la influencia literaria. Se trataría de una dinastía tradicional (tradicionalista) frente a una dinastía moderna. Pero sólo el gobierno austriaco, tradicional y católico, habría sido auténticamente hispánico y, por ello, orientado en la originalidad no sólo literaria, sino social y política de España; habría tenido un “ideal propio”: la teocracia católica. La dinastía borbónica, en cambio, por su origen francés, habría introducido la influencia de la Francia ilustrada, una Francia desdichada cuyo destino estaba en la anarquía, la revolución y la República. En España, el régimen borbónico habría desnaturalizado al país con la influencia francesa, llevándola a la negación de su “ideal”, que significaba también la desarticulación de su Imperio y su decadencia literaria y social hasta el presente, mientras no hubiera un “nuevo ideal” que remplazara al anterior. Aunque la influencia francesa habría hecho pasar a España de un país “adelantado” y con una literatura original a ser un país imitativo y “atrasado”, en el Perú, en cambio, habría definido en la historia social el tipo nacional, esto es, el tipo psicológico propiamente peruano . Desde un punto de vista general de la obra de Riva-Agüero, el ingreso del mundo moderno bajo la dinastía Borbón habría significado así la definición del carácter nacional peruano.

La originalidad del Perú, como vemos, depende de reconocer características del carácter nacional originado bajo el reinado de la dinastía borbónica, es decir, en el siglo XVIII. A partir de allí, la decadencia española es un proceso independiente del Perú. En cierto sentido, el “Perú independiente” sería un evento histórico cuyo origen habría sido la monarquía borbónica. Desde entonces, la influencia española procede de la tradición literaria, pero se filtra por el carácter nacional. Ahora bien. Esta originalidad es “colonial” en un sentido doble: porque procede de una evolución española, y porque además esta evolución significó el ingreso de la influencia francesa, habría que agregar, del “carácter francés”. Como esto ocurre inicialmente bajo los Borbones, hay una parte “francesa” en el carácter nacional peruano. En relación inversa a la historia social y política de España, Francia habría ido ocupando desde su génesis un lugar cada vez más relevante en la imitación peruana, hasta devenir en la pretensión de “influencia exclusiva” (pp. 231. 237), que albergaría la tendencia en convertirnos (de colonia española) en “colonia francesa”. Es inevitable pensar en la ideología positivista de Prado, cuya nacionalidad es indiscutible.

La influencia francesa se haría presente más particularmente a partir del periodo romántico. En este periodo se constataría también el ingreso de las influencias nacionales inglesa y alemana. Ahora bien: las influencias nacionales en el estilo literario no son mera literatura, sino que son elementos formativos del “carácter”, esto es, informan las expectativas políticas y sociales. Buena parte de la Sección VII está consagrada a este tema. España se afrancesa, y el Perú se afrancesa a través de España. Pero también el Perú se afrancesa por sí mismo, al seguir modelos literarios franceses, lo cual sería especialmente cierto en la prosa, y más en especial en la literatura social: la filosofía, la sociología y la ciencia política. Escribe Montealegre que de “filosofía y ciencias sociales y políticas” “no sabemos los peruanos sino por los libros y manuales franceses; y cuando nos aventuramos a estudiar a un pensador, crítico o literato que no es francés, no lo estudiamos sino porque en París está de moda”, “es una miserable servidumbre; es una triste y vergonzosa abdicación de nuestra raza, de nuestro ser y de nuestro criterio”. La influencia “exclusiva” francesa debe moderarse para evitar caer al estado de “colonia” del que habríamos salido hacia el siglo XVIII; éste es, en efecto, un tema central de la argumentación se la Sección VII. Un buen ejemplo de ese coloniaje, de ese “galicismo de pensamiento” ¿no sería acaso Javier Prado? Pero no había cómo nombrarlo. ¡Carácter de la literatura trata sólo de literatura!



Hemos ya visto la división en partes desde el punto de vista de las influencias nacionales. Pasemos ahora a los modelos o tipos literarios eminentes que dominan cada uno de los tres períodos básicos. Es notorio que hay una muy marcada para cada uno de los periodos de la parte narrativa de Carácter de la literatura. Para la sección “clásica”, conformada por el acápite III y el fragmento narrativo de la II dedicado a Melgar y Olmedo, el modelo eminente es el poeta español Manuel José Quintana. En la Sección IV, “romántica”, el modelo eminente es José Zorrilla. Llama la atención encontrar la “moderna” sin un modelo, pero el lector entre líneas advierte pronto que está descolocado en la Sección VII. Es evidente que es para no mencionarlo en la que le corresponde. Se trata de Rubén Darío. Los “modernos” -que en buena parte eran contemporáneos del marqués- “Se imaginan que rivalizan con Rubén Darío, poeta exquisito, pero funestísimo maestro”. Agrega Riva-Agüero que Darío es “admirable en sí a título de curiosidad singular” pero que en cambio resulta “aborrecible” “como jefe de escuela” (p. 233). Ya que “funestísimo maestro” y “aborrecible” “jefe de escuela” es natural que se lo mandara a otra parte. En lugar de tratar del maestro, se enfatiza por el contrario la influencia nacional francesa en especial párrafo aparte. En el desarrollo narrativo de las secciones II-VI no escapa al lector que frente a cada una de las personalidades “originales” corresponden los literatos peruanos del periodo respectivo como epígonos locales, cada uno de los cuales es objeto de diversos juicios, algunos de una espantosa crueldad y un no menor sentido de la chanza: “Mis juicios carecerán de aquella sólida y jugosa madurez que sólo dan los años y la experiencia” –se excusa el joven- “y he declarado con entera sinceridad la impresión que dichas obras me han producido” (p. 3). Los epígonos son valorados por el criterio de su originalidad artística, la cual es a su vez medida por su relación con los modelos eminentes y las influencias nacionales.



Nuestra clasificación de las secciones de la parte narrativa de Carácter de la literatura sugiere pronto que debe poder señalarse un autor representativo para cada periodo, tanto de la influencia nacional predominante como del modelo literario que se sigue. No deberá sorprendernos que a cada uno de estos tipos corresponda también un ideario político, cada uno de los cuales es correlativo a uno de los temas de la tesis de Prado. Y en efecto: para el clasicismo y Quintana el texto ofrece en la Sección III al poeta Felipe Pardo y Aliaga (1808-1868); para el romanticismo y Zorrilla tenemos en la Sección IV a Ricardo Palma; al modernismo y su “funestísimo” Darío corresponde Manuel González Prada (1848-1818). La influencia nacional de acuerdo con el proceso evolutivo de la imitación española se da de manera transversal. Así, al clasicismo corresponde la influencia de la España borbónica, al romanticismo la imitación española de autores eminentes franceses y al modernismo la influencia francesa. Como ya sabemos, hay un proceso que se inicia con una influencia española que es cada vez más dependiente, ella misma, de la de Francia. La idea central subyacente aquí es que, mientras más nos acercamos hacia el presente (de 1904) y vamos de un periodo literario al que sigue, más poderosa es la influencia francesa y, viceversa, mientras más alejados estamos del presente, mayor es la influencia española. El presente, es, sin duda, la imitación francesa directa, leída ya en francés. En el punto medio se halla el romanticismo, que con toda certeza tiene la preferencia del autor. Felipe Pardo es hijo del clasicismo, que es España imitando a la Francia del absolutismo; Palma imita la España romántica, que es también una imitación de la francesa (e indirectamente de la alemana y, sobre todo, de la inglesa, a través del novelista de leyendas Walter Scott). González Prada es ya casi Francia misma. El juicio de cada uno vendrá acompañado, como estudio sociológico, de cada uno de los temas del Prado de 1894.

Continuaremos la semana que entra.

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