Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

Datos personales

Mi foto
Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

lunes, 27 de junio de 2011

La jerga del “evento” (II-II)


La jerga del “evento”
Réplica a Augusto Sánchez Torres (II-II)
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía



En este post voy a continuar mis observaciones al artículo de Augusto Sánchez Torres sobre mi “Ilave, ontología de la violencia o el terror en el Altiplano” cuyo original escribí en 2005 para un Congreso de la Asociación Española de Ética y Política celebrado en Sevilla. Me ocuparé desde la página 195, la sección tercera y última del texto de Sánchez. Se trata de la sección más filosófica. No la voy a esclarecer tanto para el señor Sánchez como para mis propios lectores, que pueden sentirse algo extraños con los reproches de los que mi manera de pensar es objeto. Esta vez voy a comentar por numerales, recogiendo fragmentos o ideas de Sánchez.

1. Primero me acusa de “pura especulación” (p. 194). Lo que sería de lamentar es que me acusara de “pura información periodística”, pero justamente no puede hacer eso. Vale.

2. “El tema de Rivera no es Ilave, sino “la jerga del evento”. Sus especulaciones “ontológicas” pretenden producir ejemplos empíricos” (Sánchez, p. 195).

El tema sí es Ilave, pero considerado como un acontecimiento histórico de interés filosófico-político, no como un lugar geográfico o un referente de la historia social, etc. Es la diferencia entre una actitud positivista, “científica” y una lectura filosófica. Creo que Sánchez no comprende la gravedad del asunto.

No se pretende producir “ejemplos”. No es que tengo una teoría y busco un caso para “verificarla”. Esto es imaginarse la hermenéutica como en una actividad pseudocientífica. Es justamente lo que la hermenéutica no es. Nunca se busca poner ejemplos para probar teorías, al menos no teorías en el sentido de la ciencia experimental. Se trata de argumentar en torno al sentido de ciertas evidencias de la experiencia (en este caso, histórico social), esclarecer un sentido que ya se tiene. Hay un “evento” (algo que sucede) y se piensa en ello. Pensar es aceptar ese evento, destacar y poner de relieve los aspectos que hacen más intensa la experiencia de su significado. No es probar una teoría o poner ejemplos de ella.

Si Sánchez hizo una tesis sobre Ilave es porque él mismo considera que Ilave es un “evento” de la misma manera que yo. No importa qué haya argumentado en su tesis. Hay un dato básico: Ilave es algo que pasó (un evento), y que por ello compromete el interés del pensamiento (por eso es un evento y no sólo una noticia más).

3. Luego Sánchez resume de manera admirable mi postura fundamental de que el liberalismo es generador de conflictos porque “lo propio del liberalismo es la incapacidad para el Otro” (p. 196). Sánchez replica afirmando:

a. Que (sin embargo) el liberalismo “es un antídoto contra el terror” (citando a J. Shklar).
b. Que hay muchos “liberalismos”.

A lo primero respondo ya en el lenguaje de Sánchez, que se acomoda a sus objeciones. Me pregunto si en los bombardeos y las acciones criminales de Estados Unidos y sus aliados en Libia, Afganistán, Irak o Yugoslavia el liberalismo es “un antídoto contra el terror”. Si Sánchez lo cree, entonces me da la razón. El liberalismo es terrorista.

A lo segundo le respondo con la patencia de lo anterior. Cuando hablamos de liberalismo nos referimos a una realidad histórico-social, y no primaria ni principalmente a un concepto. El concepto se explica a partir de la realidad histórico social. ¿Bombardea Irak? Sí. ¿Bombardea Afganistán? Sí. Luego, ya sabemos qué es el liberalismo del que estoy hablando. Todo lo demás es retórica.

4. Luego me acusa de “reaccionario” por unos motivos que salen de cuadro. Afirma que soy reaccionario porque 1. pienso “a priori” y 2. creo en “verdades universales”. Me deja perplejo. Tengo entendido que los que piensan “a priori” son precisamente (algunos) los liberales. Es el pensamiento liberal el que, salvo en su versión pragmatista, es universalista. Es universalista Kant, pero también J. S. Mill. Son universalistas los liberales Habermas y Apel. El pensamiento reaccionario, en cambio, es lo contrario: es antiuniversalista. Justamente por eso se llama “reaccionario”, porque REACCIONA contra la modernidad, esto es, contra el universalismo. Luego, si estoy influenciado por ese pensamiento, debo ser antiuniversalista. ¿No cree usted, señor Sánchez?

La lección que sale de lo anterior es la siguiente:
Para hablar del pensamiento reaccionario hay que conocerlo primero.



5. Se pregunta Sánchez si soy “afecto a las monarquías”, algo que vincula a las “verdades” universales. Y afirma que no me atrevo “a decirlo sinceramente” (p. 197). ¿Qué tiene que ver esto con la ontología de la violencia, con Ilave, etc.?

Sea dicho de pasada. Inglaterra es una monarquía y es un país bastante liberal, como pueden dar fe Tony Blair y otros asesinos que con tanto gusto propagan por las armas el liberalismo en el mundo.

¿Cuándo Obama asesinó brutalmente a Osama Bin Laden, que estaba indefenso en su casa con su familia, dialogó mucho?

6. Luego afirma que no distingo tipos de democracia, liberal, republicana, deliberativa, etc (p. 197). Es verdad, no lo hago, pero es porque no viene al caso con el tema.

7. Me gusta lo que sigue (primer y segundo párrafos de la p. 198), pero tampoco hace al caso.

8. “Las dicotomías y polarizaciones no sirven para un análisis…”. Veamos.




Una dicotomía, en mi caso “amigo/enemigo” del que derivo la idea más propia de mi texto, es una herramienta básica en el pensamiento filosófico. Es la base para el pensamiento (aunque ciertamente, no es su fin). Pensar, de otra parte, no es sinónimo de “analizar” ni de “análisis”, salvo en la filosofía moderna, que comprendo es la afección de Sánchez. En hermenéutica pensar no es “analizar”, sino hacer dialéctica, en el sentido aristotélico de la expresión. La dialéctica es la lógica de la historia y del pensamiento político y es lo contrario del análisis.

Lo de “polarizar” es un juego de palabras. Las dicotomías sirven para pensar. La polarización es un fenómeno social por el que unos se oponen con más énfasis a otros. Si Sánchez ha comprendido mi texto (cosa que no dudo), entenderá que el liberalismo genera polarizaciones. Yo no las genero, yo las pienso.

“Polarizar” es una cosa, usar dicotomías para pensar es otra. Es altamente malicioso juntar una estrategia conceptual con una actitud política.

9. En la página 199 Sánchez sugiere que mi trabajo recomienda la violencia. Sánchez me atribuye que sería “legítima” para “una colectividad o una persona” (p. 199). Lo primero es mío, lo segundo es una cosecha bastante extraña de su entendimiento analítico.

Yo no recomiendo la violencia. Afirmo que es fundante, que instituye, que hace lugar. En algún sentido, todo hacerse lugar es violencia. Eso pienso, eso piensa Gianni Vattimo (en otra entrada, a partir de Walter Benjamin) y eso piensa también Carl Schmitt en El nomos de la Tierra, cuya lectura aconsejo a Sánchez. La violencia como un acto físico, como un golpe, una muerte, puede ser fundante, pero no tiene el patrimonio de lo fundante. Para ser más claro: no hay una relación conceptual entre el carácter fundante de la violencia y la violencia física efectiva, el uso de golpes o un crimen. O sea: la violencia no es siempre fundante. Una fundación no es siempre un golpe, o un crimen, etc. aunque es más fácil notar y entender un origen a partir de la idea de una violencia.

Cuando digo “fundante” y lo califico des “violento” en un sentido filosófico que en mi caso recojo de Heidegger, quien a su vez lo toma de la Física de Aristóteles para aplicarlo a las instituciones humanas como eventos históricos. En Aristóteles “violento” se opone a “natural”, pero no significa un golpe, un crimen, etc., sino significa “aparición” de algo no esperado. Hace ser lo que no era. Esta idea, que puede rastrearse desde Aristóteles, fue desarrollada luego por Joseph de Maistre y es así como la usa Heidegger, quien prudentemente no hizo filosofía política. Seguramente teniendo en mente situaciones como la que atravieso ahora.

Con una malicia que realmente es indignante, Sánchez agrega la expresión “una persona” (p. 199). ¿Creerá que deseo hacerle “violencia” a él o a alguna otra persona porque deseo “reconocimiento”? ¿Está insinuando que avalo la delincuencia, la venganza personal o algo así? La sugerencia sale de lo filosófico y es motivo de extrañeza, por decirlo de alguna manera. Agrega Sánchez: “Tómese nota de las consecuencias prácticas de esta inquietante afirmación” (p. 199). Indignación es una palabra que me acomoda bastante.

Hay que distinguir filosófico de no filosófico.

Obviamente, Sánchez insinúa que yo felicito la violencia individual. Esta afirmación según la cual “una persona” puede usar la violencia para ser reconocida es un lamentable testimonio de lo mal que se puede leer un texto ajeno o bien de lo mucho que puede influenciar la mala voluntad a la hora de interpretar el texto de otra persona. Me pregunto: ¿No estoy tratando de Ilave? ¿De dónde sale aquello de “una persona”?: Del afán exagerado, desmedido y no muy agraciado de deteriorar mi trabajo, de ponerlo a una altura periodística y de degradarlo así, de lo que debía ser una discusión sobre la “facticidad”, el “sensus communis” o el “evento”, a una acusación personal según la cual yo justifico y promuevo la violencia, social (Ilave) y privada (¿?). Lo primero pasa como un malentendido, fruto tal vez de un conocimiento algo superficial de los referentes filosóficos de mi trabajo. Lo segundo, en cambio, que no se sigue para nada de mi texto, es un infeliz disparate.

Queda claro que, personalmente, le damos a Sánchez reconocimiento y no violencia. Al leer su texto no se me ocurrió ir a golpearlo.

10. Escribe Sánchez que según Carl Schmitt “la enemistad es una virtud humana” (p. 199). ¿De dónde saca Sánchez semejante cosa? De Schmitt no puede ser. En todo caso, una afirmación de esa magnitud debe estar en alguna obra que yo no conozco y que, posiblemente, Sánchez tampoco conozca. Conocer libros es más importante de lo que parece a simple vista. Concedido que Sánchez conoce mucho más que yo a su pueblo Aymara, pero suponer que conozca lo que piensa Carl Schmitt es una auténtica “violencia”, en el sentido antes anotado en la observación 9.

11. En el Epílogo (p. 200) Sánchez me acusa de no haber leído bien “Liberalismo político” de John Rawls (1993). A veces Sánchez, con todo el respeto que me merece, no atina. Como profesional, la norma que sigo es nunca opinar sobre lo que no sé. Nunca cito ni me refiero a lo que no he leído o no conozco. Harían bien todos los liberales en general en seguir la misma norma. Es muy sana.

12. Sánchez concluye rechazando que la violencia genere reconocimiento. En eso simplemente se equivoca. Luego agrega que el reconocimiento es una “necesidad vital” y una “construcción dialógica” (p. 201). Temo que las citas de Hans-Georg Gadamer y Charles Taylor que usa no vienen al caso. En general, efectivamente, el diálogo es una manera de generar reconocimiento, pero el tema del artículo mío que Sánchez critica tiene que ver con situaciones en las que el diálogo ha fracasado, y cómo ciertas formas de entender el régimen político (el liberalismo) contribuyen a acelerar la violencia por su incapacidad, justamente, para el diálogo (hay un artículo de Gadamer en “Verdad y Método II” que trata de eso, lo recomiendo).



Señor Sánchez. Con todo el respeto que me merecen los seres humanos en general. En mi texto “Ilave, ontología de la violencia o el terror en el Altiplano” se trata de interpretar el fenómeno del “terror como reconocimiento”, no de una recomendación, o una receta para hacerse reconocer. Menos de un aliciente para que los malosos o los resentidos justifiquen actos personales de violencia. Se trata de entender cómo la violencia (social, se entiende) puede dar origen a un reconocimiento (social, esto es, de una entidad política que tiene un ser histórico). Me hubiera gustado que el autor se centrara en las propuestas conceptuales de mi texto, que son no pocas, en las categorías que propuse, etc. y que pensara en alternativas o en reconsideraciones. Por desgracia, la prensa y la retórica han jugado una pasada a la ontología.

Caetera desiderantur…

Mesa redonda: Los cholos al poder, con Ricardo Paredes Vasallo

Mesa redonda
Los cholos y el poder
Ricardo paredes Vasallo/ Víctor Samuel Rivera/ Eduardo Hernando Nieto/ Andrés Montoya

Centro Cultural Mocha Graña
Sáenz Peña s/n Barranco (Lima)
4:00 pm.

sábado, 25 de junio de 2011

The Joseph de Maistre Homepage (publicidad académica del portal Joseph de Maistre)




Painting by Karl Vogel von Vogelstein, painted about 1810
Private collection, photo by the Musées d’Art et d’Histoire de Chambéry

The Joseph de Maistre Homepage

viernes, 17 de junio de 2011

La jerga del “evento” (I-II). Réplica a Augusto Sánchez Torres

La jerga del “evento” (I-II)
Réplica a Augusto Sánchez Torres


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


Voy a comentar brevemente un artículo de Augusto Sánchez Torres, magíster en filosofía y profesor de la Universidad de San Martín de Porres (Lima). El texto me concierne especialmente, pues es un comentario referido a un trabajo mío del año 2006, mi Ilave, ontología de la violencia o el terror en el Altiplano (Solar, Año 2, Nº 2, 2006). El texto de Sánchez tiene por título principal La jerga del “evento” y la abstracción del “otro” y fue impreso en Solar (Lima) Año 5, Nº 5, 2009, pp. 187-201. Entiendo que el profesor Sánchez ha redactado su tesis de postgrado sobre el tema al que mi artículo se dedica. También que Sánchez tiene especial interés por su origen, Ilave, un pueblo aymara. Voy a comentar el artículo de Sánchez en la misma secuencia en que su autor compuso su texto.


Sánchez inicia resumiendo mi texto (pp. 187-189). Aunque hay algunos deslices retóricos que me parecen poco amables, considero en general que se trata de una auténtica introducción a lo que mi “Ilave” quiso decir. A diferencia de la mayoría de apreciaciones que he escuchado o leído sobre mis trabajos, Sánchez demuestra que ha comprendido la trama fundamental. Esto solo lo califica ya como un interlocutor académico digno de esta respuesta o de cualquier otra. Sánchez comprende que hago algo que llamo “hermenéutica política” o también “ontología política”. Es una interpretación (que aún va en camino, de la que mi “Ilave” va en calidad de esbozo) de la propuesta de “ontología de la actualidad” de Gianni Vattimo. La tesis central, como nota el propio Sánchez, es que la “enemistad, la conflictividad y la violencia son constitutivos de nuestra identidad” (citándome a mí). Es una tesis ontológica básica: creo que el conflicto es el concepto nodal de toda interpretación filosófico-política de los hechos sociales. En esto hay una iniciativa escandalosa, pues la hermenéutica de cuya tradición me siento parte, Gadamer-Vattimo, contiene fuertes elementos opuestos. “El ser que puede ser pensado es lenguaje”, escribió en célebre frase Hans-Georg Gadamer. Nada podría ser más extraño entonces a la hermenéutica que pensar el conflicto. Pero si esto fuera así, la hermenéutica no podría darnos alcance en lo más fundamental. Los liberales piensan donde no hay problemas. Creo que un hermeneuta puede ser liberal. También que un hermeneuta puede no estar interesado en los hechos sociales, sino en la estética o algo parecido. Pero considero que lo que les queda a los hermeneutas luego de que los liberales han tomado la parte pacífica es lo más interesante. Que es lo ontológico. Vale.



Sánchez entiende en sus páginas introductorias también que en mi Ilave hay una segunda tesis: el liberalismo como forma de régimen político y como metafísica (no distingo ambas cosas) es generador de conflictos. Esto se debe a que como metafísica y como régimen político desconocen la noción de enemistad. Desconocen el rol fundante de la enemistad en las relaciones sociales. Esto es así porque presuponen –metafísica y régimen político- la conmensurabilidad de todos los conflictos. Sánchez ha señalado la influencia de Carl Schmitt (p. 188). No se equivoca. Como ya he intentado decir arriba, intento trabajar la ontología de la actualidad como un pensamiento del conflicto, una hermenéutica del conflicto y la conflictividad. En 2006 eso sonó un poco (bastante) escandaloso para quienes tenían interés en estos temas. En 2008 Gianni Vattimo lo expuso así en su Lezione di congedo, dal Dialogo al conflicto, sobre la cual he redactado un pequeño trabajo y un comentario de 35 páginas que se imprimió en España. Por lo demás, pensar la política desde el conflicto en el mismo sentido schmittiano es algo que puede rastrarse en pensadores de diversa tradición y teóricos de lo político.


El la sección 1. “Recuperando y aclarando los datos empíricos” (pp. 189-191) Sánchez intenta corregir mis conocimientos de geografía y realidad social peruana. “Sospecho que él (o sea, yo) nunca ha pisado Ilave” (p. 189). Se equivoca. Sí conoz Ilave. Pero no creo que eso sea muy relevante. Me pregunto si para escribir sobre el Imperio Romano tuvieron que haberlo visitado Theodor Mommsen o Fustel de Coulanges. Yo también sospecho que ninguno de los dos sabios pisó jamás el Imperio de César y Antonino Pío, que desapareció oficialmente en 476 DC, mucho antes de que alguno de los dos tuviera la felicidad de ir allí. Eso no quita interés ni verdad a sus conocidos trabajos sobre Roma y su Imperio.


En la sección 2, “¿Ilave ha comenzado a existir después del crimen? ¿El agente del evento es un desconocido?” (pp. 191-195) Sánchez se esmera en esclarecer datos de historia social cercana; recoge frases dramáticas de mi texto, las saca del contexto y luego las corrige sobre la base de datos empíricos. Si no estuviera seguro de que es lo contrario, diría que Sánchez no ha entendido lo que ha leído. Exagera el sarcasmo (lo cual encuentro lejos de estar mal), pero a costa de pesar perdiendo la red de sentido de los conceptos. “Hay que apreciar este ejercicio supremo de imaginación” –escribe Sánchez-, “lamentablemente carente de asidero”, repetimos con él. Me hace recordar, salvando las distancias, los chistes sobre el lenguaje filosófico que Rudolph Carnap se echaba en la década de 1930 contra la “jerga” de nuestro maestro Martin Heidegger. Los chistes de Carnal eran muy graciosos, pero no revelaban de Carnap un interés muy intenso que digamos en entender lo que leía de Heidegger. Admitamos que Heidegger hacía otro tanto, pero soy de los que creen que la jerga de Heidegger tiene aún mucho qué decir a pesar de las correcciones gramaticales de Carnap.

En la página 192 de la sección 2 Sánchez deduce que de mi texto hay que inferir que “Ilave es un pueblo asesino”. Arte de birlibirloque. Yo jamás he escrito tal cosa. De todo el artículo, ésta es la sección que me merece menor confianza, académicamente hablando. No sólo creo que Sánchez juzga erróneamente. De mi artículo un lector paciente debe deducir lo contrario, que si juzgara mi texto a Ilave, lo haría para absolverlo, pues el texto está escrito con la finalidad de responsabilizar al sistema político liberal, algo que el propio autor reconoce en su introducción. Sánchez agrega que acuso (sic) de “asesino” al pueblo de Ilave porque “Rivera no está aquí (en Ilave), pues él no es ni andino, ni ilaveño, ni aymara; él es limeño” (p. 192). Tinta en exceso. Quiere decir que no entiendo los problemas de Ilave porque no llevo sangre aymara y –deduzco- que él entiende más porque es aymara neto de nacimiento. Implica que él comprende a Ilave o lo aymara mejor por una cuestión racial. Es un acontecimiento sorprendente que alguien haya escrito algo así. Podría ocurrírseme que Sánchez justamente no entiende mi texto porque él es aymara y mi texto no. Pero yo no razono con localismos, que podrían hacer pensar a mis lectores que soy racista. “Tamaña desmesura”, añade con humildad Sánchez (p. 192). Supongo que escribe esto en calidad de interlocutor en un diálogo racional y no en calidad de aymara.

Lo que sigue, hasta la página 194, es una interesante crónica policial del asunto "Ilave" que no necesita de mi concurso. Luego subraya que aparentemente mi filosofía política no parte de la “realidad social y se pone a su servicio” (p. 194). Eso no es serio. ¿Hegel no hizo filosofía política? ¿Kant no hizo filosofía política? Si Sánchez responde afirmativamente, me gustaría que me explicara cuánto de la “realidad social” de la que él se esmera en escribir aparece en sus textos más emblemáticos. No imagino a Kant dando informes exactos y objetivos de geografía o costumbres locales para su "Historia universal desde un punto de vista cosmopolita". Y -de pasada- no comprendo aquello de que el filósofo de la política “se pone a su servicio”, al servicio de la vida práctica. ¿Al servicio de quién? Cortocircuito del pensamiento.

“Volvamos a Ilave” (p. 194). Sánchez ingresa un episodio nuevo. El autor se sujeta de una frase y la distorsiona. “Comete un exceso verbal”, escribe de mí. Indico en alguna parte de mi texto que “Ilave es después del crimen”. Quiero decir que adquiere identidad ontológica en un sentido en que no la tuvo antes del crimen. En Heidegger se hablaría de “una fundación”. En Vattimo, de un “evento”. En Schmitt de "un acto de violencia". No voy a volver a escribir aquí lo mismo que contiene mi artículo. Hay que leer El Origen de la obra de arte de Heidegger, por ejemplo, y no sólo a Carl Schmitt. Creo que para la cuestión teórica, que tan ausente está hasta el momento, Sánchez requiere de un horizonte de lecturas filosóficas más generoso, que complemente el innegable conocimiento de geografía, costumbres, economía e historia social que Sánchez de Ilave, a lo que se une su vínculo racial y “terrestre”, por decirlo a la manera de Schmitt. Mucho conocimiento, perom poca filosofía. Una carencia que se puede remediar. Pero Sánchez vuelve a la carga otra vez.


Sánchez me refuta en la página 194 de una manera mágica. Me hace recordar ahora que Ilave no puede ser “después del crimen” porque ya existía desde antes, es decir, antes del evento que dio lugar a mi artículo y a su tesis. Que es un pueblo ancestral, me informa, que existe desde hace años de años de años, que tiene una “rica historia pre-colonial” (p. 194), etc. ¿Qué me quiere sugerir con eso? ¿Qué existe desde que la fundaron los aymaras? Entonces le concedo que “existe” desde el Paleolítico, desde el Pleistoceno. ¿Y dónde estaría el interés filosófico de eso? Sí, Lima existe desde 1535, aunque tal vez tenga una “rica historia pre-colonial” que yo no conozco. 1535: fundación de Lima, pero Lima no es un evento. Por aquí va el punto.

Debe aclararse que de lo que se trata aquí, se trató en mi artículo “Ilave” y en general se trata en mis textos de ontología política es de una fenomenología de los hechos histórico-sociales del presente. Eso es “ontología de la actualidad” (Vattimo/Foucault) u “ontología política”. Eso hago en la mayor parte de mis pequeños ensayos de ontología política de este blog. Los hechos histórico-sociales son evento cuando requieren y exigen un sentido. Esto no ocurre siempre; al contrario, es casi nunca. Hablamos de “evento” con singularidades en la vida social, no cuando son hechos banales y cotidianos. “Evento” es un término que designa un acontecer social, pero que es también histórico-social, o sea, que quiebra la atención y la transforma (en sentido hermenéutico) en una narración política. Esta narración es “la historia reciente”, por así decirlo, y es en ese horizonte que se aplican todas las expresiones que tanta sorpresa le causan al autor.

Es en este sentido, en este único sentido que Ilave, el pueblo de Ilave, no es un evento sino y desde el crimen que motiva mi texto (y la misma tesis de Sánchez, imagino). Pensemos en las Torres Gemelas en 2001, en la caída de la Bolsa de Nueva York en 2008. Las Torres Gemelas tienen, junto con la Bolsa, una “rica historia” pasada, sólo que su interés como objetos de reflexión para un hermeneuta de la actualidad no se dirige hacia esa historia. Esa historia puede ser interesante, sí, pero no es evento. Veo la historia de Roma, y recuerdo la Batalla de Actium. Obviamente, Actium ya existía antes, hace años antes de la batalla, etc. ¿Y eso qué importa?


Por ahora me detengo. Habrá una segunda parte, dedicada a las páginas que faltan del texto de Sánchez. Quiero insistir, por si alguien estimara que antes no le he hecho ya suficientemente, en que, al menos en lo referente a la introducción y resumen de mi “Ilave” que el texto de Sánchez es una correcta lectura de su significado. Con datos empíricos que en sí son muy interesantes y recomendables para un geógrafo o un periodista, el autor me reprocha “que no tengo ojos sino en la capital” y que concibo que “la historia del Perú se escribe en Lima”. Mucha personalidad, mucha intensidad. No veo igual medida para el trabajo con los conceptos, su uso o su origen, que es mi trabajo y que debería ser también el suyo. No deja de sorprenderme el interés extraordinario en mostrar mi composición como una especie de afrenta al Ande, como si yo no tuviera aprecio por los hombres del Ande o no valorara un poco la realidad vital del Perú o los peruanos. Es ciertamente cruel que me lo diga justamente a mí, que vengo de dedicar casi una década de lectura y estudio sobre el Perú, la nación peruana y la peruanidad. Sánchez reacciona ante la lectura de mi “Ilave” como si no hubiera entendido lo que he escrito, lo cual juzgo falso. El comentarista adopta una posición de ofendido racial que es inconveniente, y que tampoco está justificada, lo que me fuerza a esta respuesta. Creo que una familiaridad extraña hace que confunda el seso de todos los limeños. En este caso me confunde –seguramente sin intención- con algún filósofo liberal del Callao, de impecable bigotina nacional socialista.

Caetera desiderantur…

miércoles, 15 de junio de 2011

Ni el Cielo ni el Infierno (María Cecilia Villegas, con comentarios)

Ni el Cielo ni el Infierno

María Cecilia Villegas


Tomo este artículo de Correo, edición del 14 de junio de 2011

La campaña presidencial terminó y ahora lo responsable es analizar por qué perdió la derecha. Los últimos 21 años, el Perú fue gobernado en el marco de una economía liberal basada en el mercado y las libertades individuales, aunque en contados casos éstas hayan sido transgredidas durante los 90. Se estabilizó la economía, se derrotó al terrorismo, se dieron garantías para la inversión extranjera y, como consecuencia, el Perú creció y redujo considerablemente el índice de pobreza. Sin embargo, sin asco, volteamos el timón.

García tiene gran responsabilidad: la falta de una política social inteligente, el mal manejo de los conflictos sociales y la mala administración del gasto público. Los fujimoristas, por su lado, no respondieron ni aclararon las acusaciones. Mención especial merecen sus nefastos voceros. Empero, no son los únicos.

Desde los resultados de la primera vuelta, se formaron dos bandos: los que apoyaron al presidente electo, lo hicieron con plena convicción. El Nobel se hizo garante y aseguró que Ollanta representaba la democracia, la libertad y la lucha contra la corrupción. El hijo lo siguió. El Sano y Sagrado llegó un poco retrasado, después de su equipo técnico. Todos aseguraron que podíamos confiar en Ollanta. Podemos argumentar que el Nobel, el hijo y el Sano y Sagrado fueron impulsados por odios y enconos personales, pero su apoyo fue incondicional.

Quienes apoyaron a Keiko, lo hicieron a regañadientes, dudosos, poniendo el parche por delante: "No es la mejor opción", "No me gusta pero qué voy a hacer, es el mal menor". Ésos que creen tener una gran conciencia moral, ésos tenían que taparse la nariz para votar por el fujimorismo. Esa falta de coherencia y seguridad hizo que C, D y E dudaran. ¿Por qué apoyar a alguien que no convence a los ricos, que representa la corrupción, la dictadura?

Una derecha madura y organizada hubiese hecho suyos los logros económicos del gobierno de Fujimori. Lamentablemente, la derecha peruana es débil, pusilánime, carece de hidalguía y valor. Esa derecha debió apoyar a Keiko y defender sus ideales liberales. Tristemente, cuando PPK y Castañeda lo hicieron, fue a medias y tarde. Toda esa tibieza de aquellos que debieron comprometerse y no lo hicieron. Demasiado limpios, demasiado puros. Esos tibios que prefieren no ensuciarse ni hacerse responsables, a ellos Dante Alighieri les tiene reservado un lugar especial: ni el Cielo ni el Infierno; el Perú de Ollanta.

Escucho alzados los tambores de guerra de Gana Perú. Sería inaceptable que el expresidente Fujimori sea trasladado a una cárcel común, aunque el vengativo Nobel lo crea necesario. Espero que la clase política tenga la grandeza de salir a oponerse. Por las razones arriba expuestas, permítanme dudarlo.


_____


Hola. Me gusta la gente inteligente, aun cuando no comparta yo su ideología. Quise expresamente acotar este texto de María Cecilia Villegas porque pronto voy a escribir en detalle sobre el mismo tema. Se trata de por qué los agentes políticos que apoyaron siempre y desde un principio la candidatura de Keiko Fujimori no adoptaron el tono emocional adecuado, que era el correspondiente a una guerra civil. Cecilia lo ve como una falta de la derecha. Dicho así, como si fuera una cierta displicencia imbécil de parte de ciertos sectores sociales ante la gran política, es un reproche. Y sólo un reproche moral. Pero adquiere un sentido extraordinario si se comprende mejor que a las elecciones recientes, como un evento, subyacía una realidad más profunda. Dejaré el tema para después.

Que quede expuesto que, sea como fuere, lo que es moralmente correcto ahora es acatar el funcionamiento de las instituciones políticas y sus reglas.

sábado, 11 de junio de 2011

Todo tiene su final (Carlos Meléndez, con comentarios)

Todo tiene su final
Carlos Meléndez
Tomado de su blog El Jorobado de Notredame, accesible en el archivo de Correo.


Por primera vez tendremos un gobierno de izquierdistas elegido democráticamente (aunque ellos mismos se empeñaron en hablar de fraude los días previos) y es, valgan verdades, hasta cierto punto merecido para quienes insistieron por diversas vías (desde el proyecto revolucionario, la organización partidaria, pasando por el frente electoral y ahora a través del atajo de un outsider militar) llegar al poder. Felicidades muchachones del ayer. No creía que la harían. Precisamente mi escepticismo sesgó parte de mi análisis durante la campaña: al igual que muchos otros no pensé que Humala podría triunfar; al igual que pocos sí veía las posibilidades del fujimorismo debido a su soporte social. Gajes del oficio de analista político.

Con esta columna termina mi colaboración con el diario Correo. Agradezco a su director por permitirme tener un espacio semanal desde el cual coincidimos y discrepamos, pero sobre todo desde donde pretendí (usted lector juzgará si con éxito o no) promover una voz discordante en medio de un unísono políticamente correcto que ha pecado de acrítico y que hasta ahora estigmatiza los argumentos que no suenan a aplausos. Precisamente por eso, Correo me pareció la palestra ideal para azuzar los prejuicios con los que se lee la prensa nacional.

Al nuevo gobierno le deseo lo mejor, ya que el panorama que se le viene no es sencillo. Ha levantado las expectativas de los sectores movilizados y tiene que demostrar que tiene operadores políticos para contener la violencia. Me gustaría ver a Javier Diez Canseco volviendo a Puno a desbloquear carreteras. Ha prometido un cambio en la administración de políticas sociales, pero no distingo una tecnocracia social capaz de trascender los papelógrafos y los plumones de las ONG. Como quisiera que Mocha dé el salto a una Dilma. El Ministerio de la Mujer debe dejar de ser lo más mediocre de la burocracia estatal. Si de verdad creen que su triunfo electoral ha sido la victoria de la memoria (sic), me gustaría verlos capaces de plantear políticas de reconciliación y de promoción de los derechos humanos que calen en las mayorías (¡ahora no tienen excusa!). Si de verdad están convencidos que ésta es la oportunidad del progresismo para gobernar y hacerlo bien, me gustaría ver a los palomillas de Twitter dejar las redes virtuales y volverse activistas de redes sociales reales. Si de verdad creen que Lima no es el Perú, agarren sus chivas y múdense a Ilave a construir democracia. Y a los que votaron por Humala, dejen el rollo ridículo de "vigilantes" (eso en todo caso sería para la oposición), y tengan un rol activo. No caigan en la ilusión de la democracia participativa, porque no podemos darnos el lujo de un posible fracaso de Humala. Ahí sí podríamos tocar fondo.



____

Unos pocos comentarios insubstanciales a las partes subrayadas del artículo de Carlos en negrita.

1. Keiko debió ganar. Representa el 75% de los votos del exterior. El 60% de los votos de Lima (esto es, de las clases educadas), el 80% del voto céntrico (esto es, de las clases propietarias, San Isidro, Miraflores, Surco, etc.). Era el voto católico (Rey, la jerarquía eclesiástica) y el protestante (Humberto Lay). Era además un voto esencialmente popular urbano (Keiko triunfó sobre Ollanta hasta en Villa el Salvador). Pero, pese a todo, perdió. Eso implica que un segmento de las gentes educadas, los religiosos, los propietarios y el pueblo llano resolvió no votar por Keiko. Eso fue resultado de la campaña de Ollanta, llena de calumnias y falsedades a las que uno puede sobreponerse solo lentamente. La guerra sucia contra Keiko duró una semana. En tres semanas el resultado se hubiera repuesto y Keiko hubiera triunfado.

Si algo demuestra el actual triunfo de la extrema izquierda en el Perú es que una buena campaña (inclusive una muy sucia) es un elemento que no debe desestimarse en un proceso electoral. Keiko hizo una pésima campaña. Su oponente es a todas luces un personaje más que cuestionable. Keiko se limitó a criticarle generalidades. Su campaña, a diferencia de la de Ollanta, manifiesta una increíble incapacidad para entender la metafísica de la política. Estos últimos comicios constituyeron una analogía de guerra civil y era muy importante marcar posición y adoptar el tono emocional de una guerra civil. Keiko no lo hizo, y perdió.

2. Victoria de la memoria: De la memoria de la izquierda caviar y de la extrema izquierda. La "memoria" sólo afectó al voto urbano popular de Lima. Y es una memoria de la que no nos acordamos otras personas. Creo que el 25% de peruanos que votaron como "fujimoristas duros" poseen una memoria social de mejor calidad. Keiko no hizo nada por esa memoria. Había que recordar lo que la izquierda había hecho del Perú entre 1969 y 1992. Pero de eso no se hizo campaña. Es una lástima.

Ahora veremos con calma qué ocurre en el Perú.

lunes, 6 de junio de 2011

La jerga del evento/ Augusto Sánchez Torres


Una presentación inicial
para una respuesta a "La jerga del evento"
de Augusto Sánchez Torres


He leído con especial interés un artículo de Augusto Sánchez Torres. Éste se titula "La jerga del evento" y es una respuesta a mi "Ilave: el terror como reconocimiento" publicado por la Revista Solar Nº 5, Año 5, 2009, pp. 187-201. Encuentro el trabajo bastante bien hecho, como una totalidad textual. La lectura me ha entretenido bastante y considero que es valiosa en tanto intenta (y logra) ser una consideración académica sobre uno de los trabajos sobre los que guardo más simpatía. El original de mi trabajo fue escrito para un congreso de la Asociación de Ética y Política Española y expuesto en Sevilla en el año 2006. Luego lo cedí a la revista de Ciencias Sociales y política Socialismo y Partipación, que no me dio respuesta, aunque lo publicó con fecha atrasada en el número que cita Sánches Torres. La versión que tomo por la más apropiada y definitiva fue impresa por Solar en el Nº 2, Año 2, pp. 35-50. Hice del mismo texto una versión ampliada, que tengo en casa y deseo acomodar en libro (con otros textos de factura semejante). No me reconozco completamente en el texto que critica Sánchez Torres, pues el tiempo nunca pasa en vano, pero algunas ideas básicas, sobre todo "la jerga del evento" son elementos centrales de mi pensamiento. Creo que el autor de la crítica merece una respuesta en aquello en que juzgo que se equivoca, en que considero que me malinterpreta o donde, a mi juicio, tal vez no ha dado en el clavo. Lo más relevante para mí, sin embargo, es la idea de "evento", que -insisto- es un aspecto nodal en la filosofía que hago y también en las cosas que creo y enseño. No es una mera "jerga". Es una herencia conceptual con la que en esa ocasión quise llevar a la práctica una modalidad de la hermenéutica filosófica que se denomina "ontología de la actualidad" y pienso que sería deshonesto conmigo mismo no hacer una breve respuesta, que no deseo apresurar dada la calidad de lo que vengo de leer. Por el momento deseo dejar el enlace para que el propio lector que así lo considere pueda echarle un vistazo al texto de crítica.

Augusto Torres Sánchez, "La jerga delo evento. Respuesta a "Ilave: ontología de la violencia o terror en el Altiplano" de Víctor Samuel Rivera", Solar Nº 5, Año 5, 2009, pp. 35-50
 
VISITANTES
Contador
 
VISITANTES EN LINEA
tracker
 
ESTOY EN