Datos personales
- Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.
miércoles, 9 de agosto de 2017
Tradicionistas y maurrasianos. José de la Riva-Agüero (1904-1919)
miércoles, 26 de julio de 2017
Tradicionistas y maurrasianos. José de la Riva-Agüero (1904-1919)
lunes, 23 de marzo de 2015
Discusión en el Instituto Porras sobre la Revista de la Universidad Católica (1932-1945)

domingo, 17 de junio de 2012
La conspiración monarquista de 1911. Parte XII. En el Bulletin de la Bibliothèque Américaine

Me permito republicar el video del Emperador Carlos Habsburg
domingo, 8 de abril de 2012
La conspiración monarquista de 1911. Parte VIII



martes, 3 de abril de 2012
La conspiración monarquista de 1911. Parte VII



martes, 6 de marzo de 2012
La rebelión monarquista de 1911 (Parte V)
La rebelión monarquista de 1911
Parte V
Víctor Andrés Belaunde en medio de maurrasianos
Carácter de la literatura del Perú independiente
Nosotros (1934-1946)
Víctor Samuel Rivera

Víctor Andrés aparece en la crónica frente al estandarte de una concepción laica de la nacionalidad; aparece bajo la sombra del maurrasianismo, el tradicionalismo positivista. En términos muy generales, toda la generación de Ventura había pasado por la lectura del folleto de Ernest Renan ¿Qué es una nación? [1882]. Renan había desarrollado una lectura liberal del concepto de nacionalidad, que interpretaba la nación como una empresa colectiva voluntaria, en la que la cohesión tenía su acento en la libertad. Esta concepción del nacionalismo debía oponerse al nacionalismo alemán, que apelaba a compromisos sustantivos, “espirituales”, esto es, de naturaleza histórica y cultural, y cuyo representante era Johann Gottlieb Fichte. Fichte se convirtió de alguna manera en la figura ideológica del nacionalismo alemán de la misma época, encarnado en la persona del Emperador Guillermo II. En el retrato de Ventura, los del 900 son unos desconfiados sistemáticos frente a una nacionalidad fundada sólo en la libertad. De hecho, en Nosotros Ventura coloca énfasis en Fichte y Guillermo II; cita el Discurso a la nación alemana (1808), que es la obra emblemática de Fichte en relación con el tema de la nacionalidad. Como en Fichte, el programa genérico del “doloroso nacionalismo” del 900 consiste en “fundar nuestro futuro optimista en nuestro más lejano pasado”; Ventura justifica esta elección en “el muy reciente era tan triste”, motivo por el cual “nos vino a todos una urgente vocación de historiadores”. El pensamiento del “futuro” era fundado “en el más lejano pasado”. Es conveniente aclarar que, en el 900, ese pasado lejano no era el de los Incas. Era el del inicio español del Perú. Lo que interesa subrayar ahora es que, en un contexto como éste, es sencillo comprender que el nacionalismo del 900 fuera “tradicionalista” en el sentido filosófico. Se trataba de fundar la patria en el pasado, en la historia de la nación. Eso es lo que hacía Maurras.
A diferencia del liberalismo de Renan, el “nacionalismo doloroso” de los del 900 no debía construirse como una empresa de libertad. “El verdadero patriotismo consiste” –escribe Ventura añadiendo una cita de Fustel de Coulanges- en “el amor del pasado, en el respeto por las generaciones que nos han precedido”. Ventura concluye de esta manera la sección de Nosotros que se titula “Materiales para un discurso a la nación peruana”. Se trata, como es manifiesto, de un discurso fichteano, pero al que se le añade una cita más de Fustel de Coulanges, con lo que adquiere un cierto toque a la vez maurrasiano y francés. Por toda seña: Fustel de Coulanges era un francés cercano al entorno cultural de Maurras. “Nada puede añadirse a esta perfecta definición de Fustel de Coulanges, que corrige y humaniza el misticismo patriótico de Fichte”. El proceso del pensamiento pasa así de Renan a Fichte. El nacionalismo que Ventura adjudica en 1935 a
No es muy difícil darse cuenta de que Renan y Fichte son autores cuyas nacionalidades no habían mantenido una relación muy armónica que digamos. Renan era francés; Fichte, alemán. Entre la época de Fichte y la madurez de Ventura Alemania y Francia venían de tener una centenaria relación de enemistad. Se habían enfrentado primero a causa de Napoleón y su expansionismo revolucionario. Si omitimos el periodo de
martes, 28 de febrero de 2012
La rebelión monarquista de 1911 (Parte IV)
L'Action Française y el Dios del Conde de Maistre
La rebelión monarquista de 1911 (Parte IV)
Nosotros (1934-1946)
Víctor Samuel Rivera

En nombre de Charles Maurras, el líder de l’Action Française, podremos llamar a las ideas que giran en torno suyo y del movimiento que las acompañaban con el epítome de “maurrasianas”; a la corriente de pensamiento en general la llamaremos “maurrasianismo”, un neologismo para la lengua española que es tan útil como acogedor para los efectos de esta composición. Maurras y sus seguidores, los lectores y transmisores del significado social del Conde de Maistre a inicios del siglo XX, adaptaron las ideas tradicionalistas en una clave más sociológica que religiosa, enfatizando el lado pragmatista del pensamiento del Conde de Chambéry. El “catolicismo” de los maurrasianos es más una manera de pensar que una religión. Es un catolicismo positivista, es decir, posiblemente sin tanto Cristianismo. En la imaginería religiosa el catolicismo que los maurrasianos habían tomado de Joseph de Maistre enfatizaba más el carácter colérico del Dios del Antiguo Testamento que la ternura del Jesús que había nacido en un pesebre. El Conde de Maistre era muy considerado a inicios del siglo XX por una razón que ahora resulta más bien paradójica. De Maistre era famoso por haber santificado la guerra en sus Veladas de San Petersburgo, entonces una obra popular; era frecuente asociarlo en esa época, por su justificación de la guerra, con el pensamiento de su antípoda, Federico Nietzsche, uno de los fundadores del nihilismo antimoderno. El Dios católico de los maurrasianos, antes que Jesús, era el Dios Sabaoth, el Dios de los Ejércitos que hacía alianza con un pueblo. Era el Dios que, leal a la alianza con el pueblo de Israel, hundía en la muerte el carruaje del faraón de Egipto; definitivamente, no era el dulce Jesús que le había pedido de beber alguna vez agua a una samaritana.

Desde el punto de vista doctrinario, Ventura, Francisco y José no eran de ir a la Iglesia. Aunque no ha sido subrayado aún lo suficiente, una clave central del pensamiento del 900 peruano es su cercanía al pensamiento de Maurras. No se define mal a los del 900 si se los caracteriza como unos maurrasianos, esto es, unos pragmatistas esotéricos. No estaban muy convencidos de que la modernidad política hubiera traído consigo beneficios irrenunciables al consagrar el régimen representativo y los Derechos del Hombre. Nadie expresaba mejor esa disconformidad que de Maistre. Más bien, en su compañía, se trataba de interpretar y aprovechar el lado religioso y aun místico de los agentes del universo social móvil e inestable que la Revolución de 1789 había creado. En este sentido, escribe Francisco en 1907: “En el catolicismo no vemos la verdad absoluta, sino la utilidad social”. El resto que acompaña la cita es manifiestamente para cualquier lector atento a los lenguajes culturales una argumentación extraída de las Considérations sur la France del Conde de Maistre. Si se piensa que leemos demasiado entre líneas, el propio Francisco confirma nuestras sospechas. Se trata de un fragmento de “maurrasismo” o “maurrasianismo”, una interpretación positivista de las ideas del Conde de Chambéry. Una referencia académica tomada de Maurras remata la argumentación maistriana.

La crónica de Ventura es tajante. Frente al Cristianismo amoroso de Víctor Andrés Belaunde, los del 900 se reconocían en una tradición que rápidamente se puede rastrear en las ideas de positivistas de esa época del estilo de Maurras. Su nacionalismo era, entonces, maurrasiano y, además, siempre francés. “Francés” no es en oposición aquí a “alemán”, sino a “español”, esto es, a tradicionalista religioso. “Nuestra generación no fue ponente de la teoría española de la gracia santificante” –dice Ventura para el lector entre líneas- “ni fue víctima de semejante candor” . Nada de “gracia santificante”; “nuestra generación aprendió que debemos contar solo con nosotros mismos”. Es obvio que en este código, para Víctor Andrés quedaba sólo la puerta falsa. Poco antes Ventura ha citado a Ernest Renan [1823-1892]. Renan es famoso por haber orientado el pensamiento francés de la nación y la nacionalidad en el siglo XIX y era un referente indispensable de Ventura y sus amigos de retrato. Pero Renan es también famoso por haber escrito La vie de Jésus [1863], una biografía blasfema y escandalosa sobre el Jesús del Cristianismo. La influencia de este Renan, para quien la figura de Jesús es mitológica, es manifiesta en Carácter de la literatura. “Dios apoya siempre” –cita a Renan Ventura en Nosotros - “al pueblo que tiene mejor artillería” . En las páginas dedicadas expresamente a la personalidad y obra de Víctor Andrés, Ventura es inagotable en sus elogios; éstos se extienden a sus ensayos religiosos, pero el lector entre líneas observa una sombra de Renan, un espectro renaniano y laico que al final insurge por su nombre. A pesar de todo el talento que Belaunde parece tener para escribir sobre el Cristianismo, “Jesucristo sigue pareciéndome como a Renan” –escribe Ventura-. “Yo consiento en arrodillarme ante el sublime Perdonador –termina Ventura con Belaunde- siempre y cuando no me quiten el revólver del cinto”. Puede ser que haya del Cristianismo “misterio” –doctrina esencial del esotérico Conde de Maistre-, pero aquello del “amor” no cuadraba bien la fotografía para enmarcar de los hijos del 900.
jueves, 23 de febrero de 2012
La rebelión monarquista de 1911. Parte III
Parte III
El testimonio de Ventura (II parte)
Nosotros (1934-1946)




El Conde Joseph de Maistre y su obra contrarrevolucionaria tuvieron un rol importante en el discurso nacionalista que estaba en boga en la Francia del 900. Sus Considérations sur la France [1796] y las Soirées de Saint Petersbourg [Veladas de San Petersburgo, 1821] son los textos más influyentes de este autor en el periodo que nos interesa. El Conde que escribía en francés era natural de Chambéry, una población la zona francoparlante del antiguo Reino de Piamonte-Cerdeña; era el autor engreído de los antiliberales del 900, fueran estos franceses o no franceses. Los cautivaba por varios motivos. Uno de ellos era su prosa, un auténtico modelo de composición literaria en lengua francesa. Pero esto no era sino un ingrediente frente a su aspecto más tentador: su interpretación político-social. El Conde nacido en Chambéry era el ejemplo de todo rechazo frente a la modernidad, políticamente hablando. De Maistre cautivaba a los novecentistas por su ensañamiento con el republicanismo jacobino, su crueldad contra las teorías contractualistas del Estado, y su postura implacable contra la declaración de los Derechos del Hombre. El Conde no era sólo un fenómeno literario y conceptual, era también uno de los autores decisivos para comprender la literatura y el lenguaje social de la Francia de 1905.

Caetera desiderantur...
martes, 18 de enero de 2011
Montealegre como subversivo (1909-1914)
Franceses, hispanistas y monarquistas (1909-1914)
Montealegre como subversivo
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


Mientras escribía su carta del año 1909, Ventura llevaba ya tres años en París. Vivía allí desde 1906 con su madre y sus hermanos, con Juan, José y Francisco. Para entonces el último era considerado en Europa un polígrafo célebre, un representante de las letras latinoamericanas. La Academia Francesa le había concedido ya un premio por su obra Le Pérou contemporain, uno de los grandes manifiestos de los “novecentistas”. Francisco era, pues, famoso. Para hacerse una idea de quién era ya Francisco en 1909 basta figurárselo sentado en la calle del Café Cornot, a 50 metros de la Place de l’Ètoile, renovando charlas, esta vez con grandes personalidades de la vida filosófica francesa del momento. Podemos figurarnos a Gustave Le Bon, Gabriel Tarde, Émile Boutroux, Gabriel Séailles, Théodor Ribot o Henri Poincaré. Ventura –que algún día habría de ser postulado al Premio Nóbel de Literatura- hacía entonces un esfuerzo bastante fructuoso por no quedarse atrás. Mientras recordaba las charlas antiguas de la Recoleta, podía jactarse de haber publicado ya también su primer folleto con los Hermanos Garnier, en 1908. En 1909, mientras escribía a Riva-Agüero, soñaba con terminar su más famosa obra de juventud, la hoy rara compilación de literatura peruana Del romanticismo al modernismo. Ventura quería en las letras hispanoamericanas lo que su hermano en la filosofía. En este contexto pasan las charlas “un poco subversivas”. También estas referencias monárquicas que, como habrá notado el lector, sugieren un verdadero enigma.
Ventura estaba elaborando los prólogos y los comentarios a su Del romanticismo al modernismo en un contexto muy afortunado de relaciones ligadas a su interés por publicar libros y volverse famoso. Alrededor de 1907, se había topado con una red de hispanistas franceses que giraban en torno de Fouché Delbosc. Por este último conoció a uno de los grandes expertos en literatura hispanoamericana y un representante singular de los estudios hispánicos en Francia, Ernest Martinenche (1869-1950). Éste era a su vez amigo muy cercano de un hispanista de origen argentino que vivía en París y que era de oficio editor de libros, Charles Lesca. Martinenche, además de estar interesado en la cultura y la literatura “hispánica” -que ahora llamaríamos más bien “iberoamericana”-, venía de ingresar en la docencia en la Universidad de La Sorbona de París, en 1907, lo que señala el inicio de una larga y exitosa carrera académica como experto en temas españoles y latinoamericanos. Edición de libros y ambiente universitario. Pues bien. Resulta que el círculo hispanista de Fouché Delbosc era también el nido de un tipo particular de activistas monárquicos, vinculados a l’Action Française, un órgano de prensa de la extrema derecha integrista francesa. Estos monarquistas como Martinenche y Lesca se caracterizaban por ser también positivistas y nacionalistas, y estaban asociados, a través de l’Action Française, con los grandes pensadores y activistas franceses del monarquismo de la época, Charles Maurras y Maurice Barrès. En 1907 Francisco había citado a estos dos últimos en su Le Pérou Contemporain. Riva-Agüero debía estar interesado, pues, en estos personajes. ¿No parecían cómplices acaso de sus charlas “subversivas” y “monárquicas”? Ventura, ahora, mientras componía su Del romanticismo al modernismo, los tenía muy, muy cerca.
Durante el año 1909 Ventura, que era muy ingrato para escribir, redactó una lista notable de cartas para Riva-Agüero, entre otros motivos, para obtener el material para la compilación del año siguiente, cuya existencia en la imprenta era debida a la ayuda de Martinenche y Lesca. El de Lártiga había redactado en 1905 una tesis de bachiller el Letras dedicada en gran parte a la historia de la literatura que ahora Ventura quería compilar. El libro es Carácter de la literatura del Perú independiente. El libro de Riva-Agüero, poblado de observaciones literarias, era en realidad un texto de sociología o psicología colectiva basado en el modelo de Hyppolite Taine y en el que se había desarrollado una historia de la literatura peruana, y muy en particular del periodo que Ventura refiere como “romanticismo”. Para 1909 José conservaba el material con el que había trabajado, una buena parte los originales de las obras citadas, pero también copias de los originales que su autor no había podido comprar y que debía haber tomado de la Biblioteca Nacional. En su mayor parte se trataba de obras raras y muy valiosas. Ventura, en París, no tenía acceso a nada de eso, y a José, en cambio, ese material le parecía ahora marchito e inútil. Ventura, consciente de que deseaba de Riva-Agüero más y más material para su compilación literaria, de que éste era inaccesible, y aun de que Del romanticismo al modernismo era una suerte de reciclamiento del trabajo de su amigo de la Calle de Lártiga, debía interesarle tentar al amigo en esta doble militancia hispanista-monarquista por el lado que estaba más asegurado: la monarquía.

Charles Lesca y Ernest Martinenche, los editores y contactos de Ventura, eran unos monarquistas nacionalistas y positivistas. Pero el autor de la tesis de 1905 también lo era. No ya en las polémicas infantiles a la salida del colegio, sino como tesista universitario. Riva-Agüero venía de haber defendido en 1905 la tesis de la “superioridad teórica de la monarquía”, un tópico que es fácil de olvidar en un país donde la idea misma de la nación se piensa en parámetros republicanos. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?” –podemos imaginar releyendo Riva-Agüero la carta de Ventura de 1909-. Pues bien: esas charlas continuaban en París, y las proseguía Ventura con sus amigos los literatos hispanistas. La posición monarquista es desarrollada como uno de los temas centrales de la obra, en particular en la sección dedicada al poeta Felipe Pardo y Aliaga, cuyas tendencias monarquistas la historiografía no se atreve a afirmar. Ventura usó de referente para su propia obra el texto de José, que sus amigos editores hispanistas podían leer en castellano. Ventura dedicó tiernamente la obra a Riva-Agüero y le dedicó unas líneas en calidad de escritor en la sección “los nuevos”, en cierta medida dedicada a resaltar a “los cinco”, esto es, a los “novecentistas”.
No mucho después de la impresión del libro de Ventura, en 1910, la Ciudad de los Reyes fue visitada por una extraña y diminuta comisión académica francesa. Ésta estaba integrada nada menos que por Martinenche y Lesca; la visita del hispanista y del editor fue sucedida por otra del propio Ventura, en 1911, en que intervino activamente en la vida política de Riva-Agüero. Desde el punto de vista formal, Martinenche venía acompañado por Lesca para crear lazos universitarios. En esta línea, Martinenche invistió a Riva-Agüero de corresponsal y encargado de la sección peruana de una institución dedicada a fortalecer los vínculos franco-latinoamericanos. En calidad de tal Riva-Agüero comenzó a redactar para una publicación dirigida por Martinenche unos reportes periódicos sobre la situación de la cultura, la producción bibliográfica y la literatura peruana, que se iniciaron en 1910 y continuaron un par de años más, hasta 1912. Pero ya sabemos que a Riva-Agüero, luego de su libro de 1905, no le interesaba la literatura peruana. Le interesaban en realidad más los temas subversivos de la sección política de su libro de 1905, que iba desarrollando en las obras sucesivas del mismo periodo de relación con Ventura y los hispanistas franceses, esto es, entre 1909 y 1912. Se trataba de la forma de régimen político y de temas como la monarquía, la guerra y el fundamento del orden social, los mismos temas de los cinco caminando desde la Calle de Amargura hasta Lártiga y viceversa. Algo nos sugiere que Lesca y Martinenche no atravesaron el planeta Tierra desde el Café Cornot hasta el palacio de la Calle de Lártiga para confirmar un corresponsal de literatura, sino para contactar con este Riva-Agüero subversivo. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?”, relee Riva-Agüero la letra de Ventura.