Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.
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miércoles, 9 de agosto de 2017

Tradicionistas y maurrasianos. José de la Riva-Agüero (1904-1919)


Tradicionistas y maurrasianos
José de la Riva-Agüero (1904-1919)

Fondo Editorial del Congreso del Perú
Colección Bicentenario



De venta en la Librería del Fondo Editorial del Congreso, Librería Inestable, Libros Peruanos, Librería Acuedi, Librería Ideal y pronto en todas las librerías importantes del Perú.


miércoles, 26 de julio de 2017

Tradicionistas y maurrasianos. José de la Riva-Agüero (1904-1919)

Tradicionistas y maurrasianos. José de la Riva-Agüero (1904-1919)
Víctor Samuel Rivera

Fondo Editorial del Congreso de la República
Colección Bicentenario


Mi libro fue presentado el viernes 21 de julio de 2017
Feria Internacional del Libro (Lima)

Presentado por Cristóbal Aljovín de Losada y Marcel Velázquez






lunes, 23 de marzo de 2015

Discusión en el Instituto Porras sobre la Revista de la Universidad Católica (1932-1945)





El marqués en el Apocalipsis
El pensamiento político oculto
de la Revista de la Universidad Católica, 1932-1944


En el contexto del Taller Porras, que se celebra semanalmente los días viernes de 3:00 pm a 5:00 pm bajo la dirección del Dr. Cristóbal Aljovín de Losada, se presenta este viernes 27 la investigación del Dr. Víctor Samuel Rivera con el título arriba puesto. Se trata de una lectura entre líneas, según el modelo de investigación histórica de Leo Strauss, de la Revista de la Universidad Católica en el periodo en el que formó parte de la vida universitaria de la Universidad Católica del Perú el marqués de Montealegre de Aulestia, don José de la Riva-Agüero y Osma. Se va a intentar probar el tipo de pensamiento político vigente en la revista y, por lo mismo, en la universidad, en el periodo indicado. Se comprobará la influencia en las clases de Charles Maurras y las publicaciones de la Acción Francesa, del Conde Joseph de Maistre y del pensamiento místico político de la derecha de la época. Se podrá ver el antiliberalismo radical de los textos de la publicación, identificar a los profesores (uno se sorprende cuando averigua quiénes son) y, particularmente, el régimen de temporalidad del pensamiento entero de la revista y la enseñanza universitaria, signada por la idea del Apocalipsis y la experiencia un tiempo de mal radical cuyo evento fundante es la Revolución Francesa, en especial el terror de 1793. Del mismo modo la valoración de los nacionalismos europeos y el apoyo que el Marqués don José ofrecía al régimen de Mussolini con el auspicio de la universidad.









domingo, 17 de junio de 2012

La conspiración monarquista de 1911. Parte XII. En el Bulletin de la Bibliothèque Américaine


La conspiración monarquista de 1911. Parte XII.
En el Bulletin de la Bibliothèque Américaine 

Meses después de la visita de Martinenche y Lesca de 1910, resulta que Riva-Agüero terminó siendo él mismo la conexión peruana con el Groupement. No se oyó más de tratos con el rector ni el decano ni los profesores de San Marcos. 

En 1910 Lesca nombró a José corresponsal de la publicación que sacaba el Groupement, el Bulletin de la Bibliothèque Américaine. Se trataba de recoger material local para la biblioteca en París, seguramente con operaciones de canje o colaboración simple. Riva-Agüero colaboró en el Bulletin en tres números, entre 1910 y 1911. En dos números hizo recuentos anuales de la cultura en el Perú. En otro más publicó una crítica al libro Sociología, que Mariano H. Cornejo, exitoso profesor de la materia, había impreso en Madrid en dos tomos. José suspendió sus aportes al Bulletin de la Bibliothèque Américaine en 1912. El motivo parece ser muy simple. Francisco había fundado en París la Revista de América, una publicación cultural sobre la América Latina. Francisco, con las colaboraciones de José para el Bulletin de Martinenche a la vista, le solicitó a su amigo que lo apoyara. José tuvo en la revista de Francisco una sección propia llamada “Letras Peruanas”; su contenido era más o menos el mismo que el de los artículos antes destinados al Bulletin. Escribió en Revista de América desde 1912 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. La Revista de América era además en gran medida una competencia del Bulletin. Es evidente que no podía publicar lo mismo en ambas revistas. Como sea, ya sabemos que a Riva-Agüero, luego de su libro de 1905, no le interesaba la literatura peruana para nada.

Mientras Lesca, Martinenche y Francisco tratan, como antes Ventura, de sustraer de José su hondo conocimiento literario y cultural peruano, como académico, al pensador de Lártiga le interesaban más otros temas, la parte más subversiva de la sección política de su libro de 1905. Este interés se manifestaba en las obras sucesivas que compuso en el mismo periodo de la relación con Ventura y los hispanistas franceses, esto es, entre 1909 y 1913. En los años intermedios publicó tres libros que con toda certeza nada tenían que hacer con la literatura peruana. Eran más bien relativos a temas de sociología y filosofía política: La Historia en el Perú [1910], Fundamento de los interdictos posesorios [1911] y Concepto del Derecho [1912], al que ya referimos antes. En los tres el asunto trasversal tiene que ver con la forma de régimen político, el rol de la fuerza en las constituciones políticas, la guerra y el liderazgo en el orden social. El lector entre líneas reconoce los temas de las charlas subversivas de “los cinco”. Los imagina caminando sobre los ecos entristecidos de la antigua capital de la Monarquía en el Perú. En el recuerdo de Ventura, “como cuando hacíamos cinco o seis veces el trayecto de Lártiga a la Amargura”.


Me permito republicar el video del Emperador Carlos Habsburg
Caetera desiderantur...

domingo, 8 de abril de 2012

La conspiración monarquista de 1911. Parte VIII



La conspiración monarquista de 1911. Parte VIII
Los monarquistas franceses y Riva-Agüero


Víctor Samuel Rivera


Resulta un hecho sorprendente de la historia de los contactos franco-latinoamericanos que el círculo hispanista de Foulché-Delbosc no fuera solamente una comandita de intereses literarios. En realidad los hispanistas de este círculo eran también parte no tan colateral del activismo político francés. Martinenche y Lesca eran nacionalistas maurrasianos y monarquistas. Ambos realizaban estudios sobre España y la América española y portuguesa, pero estaban vinculados, en mayor o menor grado, al activismo de l’Action Française. Este movimiento de la extrema derecha francesa, para 1909, se caracterizaba por una postura monarquista; su libro emblemático era Enquête sur la monarchie [1901-1903, reedición de 1911] de Charles Maurras, libro que sería uno de los más célebres textos ideológicos anteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Charles Lesca y Ernest Martinenche eran unos académicos hispanistas, pero también unos nacionalistas monarquistas, unos royalistes. En este liderazgo nacionalista y monárquico destacaba, al lado de Maurras, el poeta Maurice Barrès [1862-1923]. Éste último con toda certeza, se hizo amigo cercano de Ventura, quien lo cita expresamente en Nosotros. Hay que decir que, en términos generales, Ventura admiraba en Barrès tanto su pluma como su ideología. Maurras, por su parte, tuvo sin duda trato personal con Francisco, que también conocía y apreciaba, junto a su persona, su doctrina. Tanto Francisco como Ventura tuvieron trato de amistad con otros maurrasianos menores del entorno íntimo del movimiento; un ejemplo es el provenzal Marius André; a través de este último, la revista parisina Hebdomadaire, importante en la biografía de Riva-Agüero, incluiría a inicios de la década de 1920 diversas notas sobre el Perú, el centenario de la Independencia peruana, “los novecentistas”, la revista Mercurio Peruano y la obra de Francisco. Lesca fue amigo próximo tanto de Barrès como de Maurras. Es razonable preguntarse cuál era el límite entre el activismo y los estudios iberoamericanos, si es que había alguno.


Desde fines de 1908, Ventura comenzó una serie insistente de cartas para Riva-Agüero, en un ciclo que iría a cerrarse alrededor de 1911, la fecha del “fracaso”. Hay que considerar que Ventura era especialmente ingrato para escribir y que casi no le había escrito nada a José desde que se había mudado a París en 1906. Después de una lista enorme de pedidos y reclamos por los tan deseados libros para hacer la compilación de 1910 escribe Ventura: “No te olvides de que, a pesar de todas mis lentitudes para contestarte, de todas mis perezas, tienes aquí un amigo que de veras de quiere”; agrega: “creo como tú que nada más engorroso que escribir una carta”. Sin duda que le resultaba muy engorroso escribir a Ventura, sobre todo considerando que José se ha encargado de hacernos saber que él sí se apuntaba para escribirle a su amigo, que normalmente –antes de 1909- no le contestaba nada.

Sin menoscabo de otras intenciones, hacia 1909 Ventura estaba muy interesado en obtener el material que estaba preparando para el año siguiente, cuya existencia en la imprenta era debida a la ayuda de Martinenche y Lesca. El de Lártiga había redactado en 1905 su tesis de bachiller en Letras dedicada en gran parte a la historia de la misma literatura que ahora Ventura quería compilar, al extremo de que en gran medida el libro de Ventura puede ser considerado una variación del de Riva-Agüero. El texto de José que usaba Ventura es Carácter de la literatura del Perú independiente, el mismo libro que había servido para el modelo de nacionalismo esbozado por Ventura en Nosotros. El lector entre líneas comprende que la historia de Del romanticismo al modernismo y la del nacionalismo descrito en 1935 es la misma historia.

martes, 3 de abril de 2012

La conspiración monarquista de 1911. Parte VII



La conspiración monarquista de 1911. 
Parte VII
Una mirada desde el Café Fouquet(1909-1913)

Víctor Samuel Rivera


1909. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?”, le escribe Ventura García Calderón a José. Es una carta entusiasta, seductora. Ventura tenía entonces 24 años y alcanzaba a la memoria del joven historiador unos episodios colegiales entonces bastante cercanos. Ventura remite al grupo de amigos que salía en 1900 del Colegio de la Recoleta. Implica, pues, un retrato de “Nosotros”: unos niños que charlan a la salida. Los García Calderón vivían en un palacete en la Calle de la Amargura, al lado del colegio. Tres cuadras más allá, en la Calle de Lártiga, frente a la Iglesia de San Agustín, estaba la casa de los Riva-Agüero. Los amigos recorrían la recta entre ambas casas con charlas inexhaustas sobre Nietzsche, de Maistre y Donoso Cortés. Ventura llamaba a este grupo de muchachos “los cinco”; eran Ventura y su hermano Francisco, pero también, junto con José, Carlos Zavala, Mansueto Canaval y Raymundo Morales de la Torre. Les interesaba la excepción, la historia y la guerra. Pero Ventura y Francisco eran amantes de la subversión. La charla con José se centraba en un tema: la forma de régimen político más apropiado para el Perú. Conversaban sobre la monarquía constitucional y la república anárquica; comparaban el brillo del Imperio del Brasil del siglo XIX, expansivo y exitoso, con el Perú de la misma centuria, una monarquía opulenta que agonizó a la enjuta entidad revolucionaria y fracasada sobre cuyos recuerdos aplastaba cadencioso su paso la conversación. Por haber charlado así los cinco alrededor de 1900 a veces se les llama a ese “nosotros” “los novecentistas”. Los jóvenes pensaban en el Perú republicano, vencido en la guerra de 1879. Discutían a viva voz la teoría “del buen tirano” .


Mientras escribía su carta del año 1909, Ventura llevaba ya tres años en París. Se había mudado allí en 1906 con su madre y sus hermanos Juan, José y Francisco. Había que acomodarse. Para 1909 Francisco [1883-1953] ya era considerado en Europa un representante de las letras latinoamericanas. En 1907 había impreso Le Pérou contemporain, uno de los grandes manifiestos de los “novecentistas”. La Academia Francesa premiaría pronto la obra. En 1909 Francisco era, pues, famoso. A Francisco hay que figurárselo sentado en el Café Fouquet, a 50 metros de la Place de l’Ètoile . En el Fouquet gozaba de la compañía de las grandes personalidades de la vida filosófica francesa. Sus contertulios eran Gustave Le Bon, Émile Boutroux, Gabriel Séailles, Théodor Ribot o Henri Poincaré, con todos los cuales mantuvo relación personal e incluso amistad. Séailles, quien era entonces una de las lumbreras académicas de París, había prologado la obra de 1907 premiada por la Academia. En 1909 Ventura –que algún día habría de ser postulado al Premio Nóbel de Literatura- hacía entonces un esfuerzo bastante infructuoso por no quedarse atrás de su hermano. Él, personalmente, no era aún nadie.

Mientras recordaba las charlas antiguas de la Recoleta, Ventura se jactaba sin exceso de haber publicado un humilde folleto de crónicas de prensa que se llamaba Frívolamente; se trataba de una colección de ensayos de periódico que logró imprimir con la Editorial Garnier, en 1908. “Te mando mi libro –escribe entonces a José-. No lo leas. Hojéalo un poco y nada más. Sin modestia, te diré que es mediocre”. La mediocridad tenía una explicación simple: el origen de su libro tenía “un motivo comercial”; Ventura necesitaba dinero y ganar escribiendo más de esos articulillos, para lo cual requería “conseguir correspondencia de los periódicos sudamericanos”. Se trataba, en suma, de “tonterías de periodista”. En 1909, mientras escribía a Riva-Agüero, soñaba con un libro de mayor fuste. Se trataba de una antología literaria peruana, la hoy rara compilación Del romanticismo al modernismo. Ventura quería en las letras hispanoamericanas lo que su hermano había logrado en la filosofía. En este contexto repasan los amigos las charlas “un poco subversivas”. Allí donde se ve pura literatura hay también interés político: subversivo y monarquista.



Ventura estaba elaborando en París los prólogos y los comentarios a su Del romanticismo al modernismo en un contexto muy afortunado. Alrededor de 1907, mientras su hermano recibía el premio de la Academia Francesa, Ventura se había topado con una red de académicos franceses ávidos de conocimiento sobre la América Latina. Esta red giraba en torno a la figura del célebre hispanista Raymond Foulché-Delbosc [1864-1929], a quien algún día su hermano dedicaría un ensayo célebre. Por este último Ventura conoció a uno de los grandes expertos en literatura hispanoamericana de su tiempo, un representante singular de los estudios hispánicos en Francia, Ernest Martinenche [1869-1950]. Éste era a su vez amigo muy cercano de un hispanista de origen vasco-argentino que se había asentado en París; se trata de Charles Lesca [1871-1948].

Hacia 1910 Lesca era de oficio editor de libros y trabajaba intensamente en el ambiente editorial. Martinenche, además de estar interesado en la cultura y la literatura “hispánica” -que ahora llamaríamos más bien “iberoamericana”- venía de ingresar en 1907 en la docencia en la Universidad de La Sorbona de París; éste era para Martinenche el inicio de una larga y exitosa carrera académica de tres décadas como experto en temas españoles y latinoamericanos. En calidad de hispanista, Martinenche viajaría varias veces a lo largo de su vida a la América Latina, especialmente a la Argentina; junto con Lesca, fue incorporado como miembro de la Academia del Brasil. Ninguno era, pues, cualquier persona. Durante el periodo que va entre 1909 y los reacomodos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ambos llegarían a ser verdaderas celebridades en el mundo de los lazos franco-iberoamericanos. Es comprensible que Ventura viera con entusiasmo la cercanía de Foulché-Delbosc y de su corte, que encontraba en él –al principio, sin duda a través de su hermano Francisco- un nexo privilegiado para su propia fama. De por medio estaba la amistad de José de la Riva-Agüero.

martes, 6 de marzo de 2012

La rebelión monarquista de 1911 (Parte V)


La rebelión monarquista de 1911
Parte V
Víctor Andrés Belaunde en medio de maurrasianos

Carácter de la literatura del Perú independiente
Nosotros (1934-1946)

Víctor Samuel Rivera

Víctor Andrés aparece en la crónica frente al estandarte de una concepción laica de la nacionalidad; aparece bajo la sombra del maurrasianismo, el tradicionalismo positivista. En términos muy generales, toda la generación de Ventura había pasado por la lectura del folleto de Ernest Renan ¿Qué es una nación? [1882]. Renan había desarrollado una lectura liberal del concepto de nacionalidad, que interpretaba la nación como una empresa colectiva voluntaria, en la que la cohesión tenía su acento en la libertad. Esta concepción del nacionalismo debía oponerse al nacionalismo alemán, que apelaba a compromisos sustantivos, “espirituales”, esto es, de naturaleza histórica y cultural, y cuyo representante era Johann Gottlieb Fichte. Fichte se convirtió de alguna manera en la figura ideológica del nacionalismo alemán de la misma época, encarnado en la persona del Emperador Guillermo II. En el retrato de Ventura, los del 900 son unos desconfiados sistemáticos frente a una nacionalidad fundada sólo en la libertad. De hecho, en Nosotros Ventura coloca énfasis en Fichte y Guillermo II; cita el Discurso a la nación alemana (1808), que es la obra emblemática de Fichte en relación con el tema de la nacionalidad. Como en Fichte, el programa genérico del “doloroso nacionalismo” del 900 consiste en “fundar nuestro futuro optimista en nuestro más lejano pasado”; Ventura justifica esta elección en “el muy reciente era tan triste”, motivo por el cual “nos vino a todos una urgente vocación de historiadores”. El pensamiento del “futuro” era fundado “en el más lejano pasado”. Es conveniente aclarar que, en el 900, ese pasado lejano no era el de los Incas. Era el del inicio español del Perú. Lo que interesa subrayar ahora es que, en un contexto como éste, es sencillo comprender que el nacionalismo del 900 fuera “tradicionalista” en el sentido filosófico. Se trataba de fundar la patria en el pasado, en la historia de la nación. Eso es lo que hacía Maurras.

A diferencia del liberalismo de Renan, el “nacionalismo doloroso” de los del 900 no debía construirse como una empresa de libertad. “El verdadero patriotismo consiste” –escribe Ventura añadiendo una cita de Fustel de Coulanges- en “el amor del pasado, en el respeto por las generaciones que nos han precedido”. Ventura concluye de esta manera la sección de Nosotros que se titula “Materiales para un discurso a la nación peruana”. Se trata, como es manifiesto, de un discurso fichteano, pero al que se le añade una cita más de Fustel de Coulanges, con lo que adquiere un cierto toque a la vez maurrasiano y francés. Por toda seña: Fustel de Coulanges era un francés cercano al entorno cultural de Maurras. “Nada puede añadirse a esta perfecta definición de Fustel de Coulanges, que corrige y humaniza el misticismo patriótico de Fichte”. El proceso del pensamiento pasa así de Renan a Fichte. El nacionalismo que Ventura adjudica en 1935 a la Generación del 900, desde Francisco hasta Víctor Andrés, es una especie de término medio entre la empresa colectiva libertaria de Renan y el nacionalismo extremista de Fichte, aunque corrido más hacia Fichte. Pero esto no es otra cosa que una postura maurrasiana. Sería excesivo mostrar que buena parte del texto de “Materiales” es, en líneas generales, un resumen de Carácter de la literatura del Perú independiente que había escrito José. Basta con realizar un cotejo temático. No en vano Sánchez trataba a los del 900 como “generación de 1905”: eran en alusión a ésta, la gran obra a la vez nacional y maurrasiana. Ventura la estaba reivindicando como la encarnación del espíritu de su tiempo.

No es muy difícil darse cuenta de que Renan y Fichte son autores cuyas nacionalidades no habían mantenido una relación muy armónica que digamos. Renan era francés; Fichte, alemán. Entre la época de Fichte y la madurez de Ventura Alemania y Francia venían de tener una centenaria relación de enemistad. Se habían enfrentado primero a causa de Napoleón y su expansionismo revolucionario. Si omitimos el periodo de la Santa Alianza y la restauración, las relaciones entre ambos países se definieron en la guerra franco-prusiana de 1870, que fue el origen del Imperio Alemán y –notoriamente- también el final del Segundo Imperio Francés. Bajo esta consideración, es fácil notar que cada uno de los pensadores de la nación y la nacionalidad representaba una versión alternativa y que ambos eran incompatibles entre sí. El Ventura de 1935 coloca a su generación en el centro del debate, esto es, en una posición moderada, aunque es un centro –por decirlo de alguna manera- bien tirado a la derecha. Ese centro era francés, aunque algo bien distinto de Renan; era semejante en cambio a las ideas de Charles Maurras y l’Action Française.




martes, 28 de febrero de 2012

La rebelión monarquista de 1911 (Parte IV)


L'Action Française y el Dios del Conde de Maistre
La rebelión monarquista de 1911 (Parte IV)
Nosotros (1934-1946)


Víctor Samuel Rivera

En nombre de Charles Maurras, el líder de l’Action Française, podremos llamar a las ideas que giran en torno suyo y del movimiento que las acompañaban con el epítome de “maurrasianas”; a la corriente de pensamiento en general la llamaremos “maurrasianismo”, un neologismo para la lengua española que es tan útil como acogedor para los efectos de esta composición. Maurras y sus seguidores, los lectores y transmisores del significado social del Conde de Maistre a inicios del siglo XX, adaptaron las ideas tradicionalistas en una clave más sociológica que religiosa, enfatizando el lado pragmatista del pensamiento del Conde de Chambéry. El “catolicismo” de los maurrasianos es más una manera de pensar que una religión. Es un catolicismo positivista, es decir, posiblemente sin tanto Cristianismo. En la imaginería religiosa el catolicismo que los maurrasianos habían tomado de Joseph de Maistre enfatizaba más el carácter colérico del Dios del Antiguo Testamento que la ternura del Jesús que había nacido en un pesebre. El Conde de Maistre era muy considerado a inicios del siglo XX por una razón que ahora resulta más bien paradójica. De Maistre era famoso por haber santificado la guerra en sus Veladas de San Petersburgo, entonces una obra popular; era frecuente asociarlo en esa época, por su justificación de la guerra, con el pensamiento de su antípoda, Federico Nietzsche, uno de los fundadores del nihilismo antimoderno. El Dios católico de los maurrasianos, antes que Jesús, era el Dios Sabaoth, el Dios de los Ejércitos que hacía alianza con un pueblo. Era el Dios que, leal a la alianza con el pueblo de Israel, hundía en la muerte el carruaje del faraón de Egipto; definitivamente, no era el dulce Jesús que le había pedido de beber alguna vez agua a una samaritana.

Desde el punto de vista doctrinario, Ventura, Francisco y José no eran de ir a la Iglesia. Aunque no ha sido subrayado aún lo suficiente, una clave central del pensamiento del 900 peruano es su cercanía al pensamiento de Maurras. No se define mal a los del 900 si se los caracteriza como unos maurrasianos, esto es, unos pragmatistas esotéricos. No estaban muy convencidos de que la modernidad política hubiera traído consigo beneficios irrenunciables al consagrar el régimen representativo y los Derechos del Hombre. Nadie expresaba mejor esa disconformidad que de Maistre. Más bien, en su compañía, se trataba de interpretar y aprovechar el lado religioso y aun místico de los agentes del universo social móvil e inestable que la Revolución de 1789 había creado. En este sentido, escribe Francisco en 1907: “En el catolicismo no vemos la verdad absoluta, sino la utilidad social”. El resto que acompaña la cita es manifiestamente para cualquier lector atento a los lenguajes culturales una argumentación extraída de las Considérations sur la France del Conde de Maistre. Si se piensa que leemos demasiado entre líneas, el propio Francisco confirma nuestras sospechas. Se trata de un fragmento de “maurrasismo” o “maurrasianismo”, una interpretación positivista de las ideas del Conde de Chambéry. Una referencia académica tomada de Maurras remata la argumentación maistriana.


La crónica de Ventura es tajante. Frente al Cristianismo amoroso de Víctor Andrés Belaunde, los del 900 se reconocían en una tradición que rápidamente se puede rastrear en las ideas de positivistas de esa época del estilo de Maurras. Su nacionalismo era, entonces, maurrasiano y, además, siempre francés. “Francés” no es en oposición aquí a “alemán”, sino a “español”, esto es, a tradicionalista religioso. “Nuestra generación no fue ponente de la teoría española de la gracia santificante” –dice Ventura para el lector entre líneas- “ni fue víctima de semejante candor” . Nada de “gracia santificante”; “nuestra generación aprendió que debemos contar solo con nosotros mismos”. Es obvio que en este código, para Víctor Andrés quedaba sólo la puerta falsa. Poco antes Ventura ha citado a Ernest Renan [1823-1892]. Renan es famoso por haber orientado el pensamiento francés de la nación y la nacionalidad en el siglo XIX y era un referente indispensable de Ventura y sus amigos de retrato. Pero Renan es también famoso por haber escrito La vie de Jésus [1863], una biografía blasfema y escandalosa sobre el Jesús del Cristianismo. La influencia de este Renan, para quien la figura de Jesús es mitológica, es manifiesta en Carácter de la literatura. “Dios apoya siempre” –cita a Renan Ventura en Nosotros - “al pueblo que tiene mejor artillería” . En las páginas dedicadas expresamente a la personalidad y obra de Víctor Andrés, Ventura es inagotable en sus elogios; éstos se extienden a sus ensayos religiosos, pero el lector entre líneas observa una sombra de Renan, un espectro renaniano y laico que al final insurge por su nombre. A pesar de todo el talento que Belaunde parece tener para escribir sobre el Cristianismo, “Jesucristo sigue pareciéndome como a Renan” –escribe Ventura-. “Yo consiento en arrodillarme ante el sublime Perdonador –termina Ventura con Belaunde- siempre y cuando no me quiten el revólver del cinto”. Puede ser que haya del Cristianismo “misterio” –doctrina esencial del esotérico Conde de Maistre-, pero aquello del “amor” no cuadraba bien la fotografía para enmarcar de los hijos del 900.

jueves, 23 de febrero de 2012

La rebelión monarquista de 1911. Parte III



La rebelión monarquista de 1911
Parte III

El testimonio de Ventura (II parte)

Nosotros (1934-1946)


La sección de Nosotros “ideario y sentimentario” es una extensa crónica fotográfica de los amigos. Por su fecha de composición los remite a un factor cercano en el tiempo. Los enmarca como “el elenco de (los) desterrados por el régimen de Leguía”. Se refiere al “Oncenio”, nombre por el que la historiografía conoce al régimen populista de Augusto B. Leguía [1919-1930], que venía de terminar. Con esta referencia Ventura marca una distancia respecto de Sánchez y su generación, quienes, como los historiadores Jorge Basadre o Jorge Guillermo Leguía, habían conocido en el Oncenio una década de prosperidad. Francisco y Ventura, que dependían en París de prebendas estatales, la pasaron en cambio realmente muy mal. Pero el mérito no es tan grande después de todo. Sobre el horizonte de fondo de la tragedia y la derrota, el lector entre líneas comprende que una buena parte de los nombres del listado de Ventura expresa el fracaso del 900; la nacionalidad ha fracasado en sus propias existencias apagadas y mediocres. Esto es más que evidente si se recuerda que para 1935 todos habían alcanzado el medio siglo de vida e iban camino inexorable de la vejez. Somos “los maduros, por no decir los viejos”, escribe Ventura . En la mayor parte de los casos su vida intelectual y civil estaba terminada o, al menos, ya estaba definida. El lector entre líneas comprende que hay una referencia enfática a los tres primeros de todos los personajes citados, Francisco, José y Víctor Andrés. Son los “exiliados” del Oncenio por antonomasia. La abrumadora mayoría de sus demás compañeros se había adaptado más pronto que tarde con el régimen difunto. La responsabilidad del “nacionalismo doloroso” recaía, pues, sobre los grandes personajes generacionales. Pero rápidamente uno comprende que el número de personajes se reduce a dos: Francisco y José. Tres, si incluimos al autor de la crónica.


A Víctor Andrés le correspondió un trato especial. En la lógica de la crónica, sirve para trazar los límites del “nacionalismo doloroso” del 900. Dato esencial es que Víctor Andrés era católico: era, pues, la excepción generacional, el heterodoxo del grupo. Víctor Andrés había sido, desde su juventud universitaria, un católico conservador . Mientras José, Francisco y Ventura leían los libros de Donoso, Renan y Joseph de Maistre, Víctor Andrés usaba su tiempo en leer al Cardenal Mercier, un psicólogo tomista de moda y un autor mucho menos poderoso. Víctor Andrés, antes que a los teólogos políticos, prefería a Pascal y a Bossuet, sin esmerarse mucho tiempo tampoco. Belaunde se describe a sí mismo en 1903 de este modo: “me asía a mis lecturas incompletas de Pascal y de Bossuet y me repetía a mí mismo: el Cristianismo es misterio y es amor” . En el ambiente hostil de una generación con otras lecturas “Tenía temor de perder mi fe” –reconoce con candor el arequipeño-. En el océano belicoso, ruta del barco generacional, Belaunde se sentía “como un náufrago” : estaba flotando ante la mirada perpleja de lectores del famoso defensor de la guerra: el Conde de Maistre; lectores de Renan, de Nietzsche, Émile Boutroux y William James, a ninguno de los cuales alcanzaría Víctor Andrés a conocer nunca muy bien . No sorprende nada que Belaunde aparezca en la crónica de Ventura despachado desde la introducción. No se trata de la persona, claro está, sino de sus ideas.




En 1935 Ventura parece tener claro que el tema de la nacionalidad, resultado de la experiencia social de la guerra, no tuvo solución en su grupo a través del uso político del catolicismo ortodoxo que practicaba Belaunde. Pero al 900 el Cristianismo no le era extraño en absoluto. Al contrario, le era muy común, pero través de una fuente bastante diversa que el buen Cardenal Mercier. Se trata del tradicionalismo o “ultramontanismo” francés. El tradicionalismo francés es una forma de pensamiento político que surge de la reacción religiosa contra la Revolución Francesa de 1789. Como teoría y práctica se extiende en Europa continental en gran medida hasta la Segunda Guerra Mundial y su influencia no se limita a los medios intelectuales católicos. Como doctrina, el ultramontanismo está impregnado de un cierto esoterismo pragmatista que se opone al racionalismo típico del liberalismo y, en general, de la ideología de las Luces. En las historia de la filosofía del siglo XIX, su filosofía es conocida por la historiografía como la “Escuela Teológica” y su representante emblemático es el Conde Joseph de Maistre [1753-1821]. El Conde de Maistre es uno de los artífices intelectuales de la Santa Alianza, la contrarrevolución religiosa y la restauración monárquica de 1814 en adelante.


El Conde Joseph de Maistre y su obra contrarrevolucionaria tuvieron un rol importante en el discurso nacionalista que estaba en boga en la Francia del 900. Sus Considérations sur la France [1796] y las Soirées de Saint Petersbourg [Veladas de San Petersburgo, 1821] son los textos más influyentes de este autor en el periodo que nos interesa. El Conde que escribía en francés era natural de Chambéry, una población la zona francoparlante del antiguo Reino de Piamonte-Cerdeña; era el autor engreído de los antiliberales del 900, fueran estos franceses o no franceses. Los cautivaba por varios motivos. Uno de ellos era su prosa, un auténtico modelo de composición literaria en lengua francesa. Pero esto no era sino un ingrediente frente a su aspecto más tentador: su interpretación político-social. El Conde nacido en Chambéry era el ejemplo de todo rechazo frente a la modernidad, políticamente hablando. De Maistre cautivaba a los novecentistas por su ensañamiento con el republicanismo jacobino, su crueldad contra las teorías contractualistas del Estado, y su postura implacable contra la declaración de los Derechos del Hombre. El Conde no era sólo un fenómeno literario y conceptual, era también uno de los autores decisivos para comprender la literatura y el lenguaje social de la Francia de 1905.



La influencia del Conde de Maistre en el pensamiento del 900 se hace manifiesta en la historia político-social de Francia, en particular a través de su interpretación por el movimiento l’Action Française. L’Action Française reivindicaba un discurso de la nacionalidad integral, sustentado en el uso social de la tradición y las prácticas sociales tradicionales. Como movimiento intelectual recuperaba e insertaba socialmente las ideas de Joseph de Maistre en un contexto contemporáneo. L’Action Française, este movimiento del cual de Maistre era ícono, era liderada por el poeta Charles Maurras (1868-1952), que sería premio de la Academia Francesa.

Caetera desiderantur...

martes, 18 de enero de 2011

Montealegre como subversivo (1909-1914)




Franceses, hispanistas y monarquistas (1909-1914)
Montealegre como subversivo


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

“¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?”, le escribe Ventura García Calderón a José de la Riva-Agüero en 1909. Ventura alcanzaba a la memoria del joven historiador unos no muy remotos episodios colegiales. El grupo de amigos que salía del Colegio de la Recoleta, al que tiernamente Ventura llamaba “Los cinco”, recorría el tramo entre la Calle de la Amargura y la de Lártiga con interminables charlas sobre Nietzsche, de Maistre y Donoso Cortés. Eran Ventura y su hermano Francisco, pero a veces también, junto con José, Mansueto Canaval y el frustrado poeta Raymundo Morales de la Torre. Les interesaba la excepción, la historia y la guerra. Pero para Ventura y Francisco, amantes de la subversión, la charla con Riva-Agüero se centraba en la forma de régimen político más apropiada para crear un gobierno futuro para el Perú. Conversaban sobre la monarquía constitucional y la república anárquica, comparaban el Imperio del Brasil del siglo XIX, expansivo y exitoso, con la historia del Perú de la misma centuria, de su paso de Reino poderoso a enjuta entidad revolucionaria y fracasada, ruina sobre cuyos recuerdos aplastaba cadencioso su paso. Por haber charlado así los cinco alrededor de 1900, algún día sería el grupo llamado “los novecentistas”. Pero por esto último, por su interés en una forma de régimen político apropiada para el Perú, alguna vez los cinco y sus postreros adherentes serían conocidos como los “futuristas”. Los jóvenes discutían para el futuro la teoría “del buen tirano”.

Mientras escribía su carta del año 1909, Ventura llevaba ya tres años en París. Vivía allí desde 1906 con su madre y sus hermanos, con Juan, José y Francisco. Para entonces el último era considerado en Europa un polígrafo célebre, un representante de las letras latinoamericanas. La Academia Francesa le había concedido ya un premio por su obra Le Pérou contemporain, uno de los grandes manifiestos de los “novecentistas”. Francisco era, pues, famoso. Para hacerse una idea de quién era ya Francisco en 1909 basta figurárselo sentado en la calle del Café Cornot, a 50 metros de la Place de l’Ètoile, renovando charlas, esta vez con grandes personalidades de la vida filosófica francesa del momento. Podemos figurarnos a Gustave Le Bon, Gabriel Tarde, Émile Boutroux, Gabriel Séailles, Théodor Ribot o Henri Poincaré. Ventura –que algún día habría de ser postulado al Premio Nóbel de Literatura- hacía entonces un esfuerzo bastante fructuoso por no quedarse atrás. Mientras recordaba las charlas antiguas de la Recoleta, podía jactarse de haber publicado ya también su primer folleto con los Hermanos Garnier, en 1908. En 1909, mientras escribía a Riva-Agüero, soñaba con terminar su más famosa obra de juventud, la hoy rara compilación de literatura peruana Del romanticismo al modernismo. Ventura quería en las letras hispanoamericanas lo que su hermano en la filosofía. En este contexto pasan las charlas “un poco subversivas”. También estas referencias monárquicas que, como habrá notado el lector, sugieren un verdadero enigma.

Ventura estaba elaborando los prólogos y los comentarios a su Del romanticismo al modernismo en un contexto muy afortunado de relaciones ligadas a su interés por publicar libros y volverse famoso. Alrededor de 1907, se había topado con una red de hispanistas franceses que giraban en torno de Fouché Delbosc. Por este último conoció a uno de los grandes expertos en literatura hispanoamericana y un representante singular de los estudios hispánicos en Francia, Ernest Martinenche (1869-1950). Éste era a su vez amigo muy cercano de un hispanista de origen argentino que vivía en París y que era de oficio editor de libros, Charles Lesca. Martinenche, además de estar interesado en la cultura y la literatura “hispánica” -que ahora llamaríamos más bien “iberoamericana”-, venía de ingresar en la docencia en la Universidad de La Sorbona de París, en 1907, lo que señala el inicio de una larga y exitosa carrera académica como experto en temas españoles y latinoamericanos. Edición de libros y ambiente universitario. Pues bien. Resulta que el círculo hispanista de Fouché Delbosc era también el nido de un tipo particular de activistas monárquicos, vinculados a l’Action Française, un órgano de prensa de la extrema derecha integrista francesa. Estos monarquistas como Martinenche y Lesca se caracterizaban por ser también positivistas y nacionalistas, y estaban asociados, a través de l’Action Française, con los grandes pensadores y activistas franceses del monarquismo de la época, Charles Maurras y Maurice Barrès. En 1907 Francisco había citado a estos dos últimos en su Le Pérou Contemporain. Riva-Agüero debía estar interesado, pues, en estos personajes. ¿No parecían cómplices acaso de sus charlas “subversivas” y “monárquicas”? Ventura, ahora, mientras componía su Del romanticismo al modernismo, los tenía muy, muy cerca.

Durante el año 1909 Ventura, que era muy ingrato para escribir, redactó una lista notable de cartas para Riva-Agüero, entre otros motivos, para obtener el material para la compilación del año siguiente, cuya existencia en la imprenta era debida a la ayuda de Martinenche y Lesca. El de Lártiga había redactado en 1905 una tesis de bachiller el Letras dedicada en gran parte a la historia de la literatura que ahora Ventura quería compilar. El libro es Carácter de la literatura del Perú independiente. El libro de Riva-Agüero, poblado de observaciones literarias, era en realidad un texto de sociología o psicología colectiva basado en el modelo de Hyppolite Taine y en el que se había desarrollado una historia de la literatura peruana, y muy en particular del periodo que Ventura refiere como “romanticismo”. Para 1909 José conservaba el material con el que había trabajado, una buena parte los originales de las obras citadas, pero también copias de los originales que su autor no había podido comprar y que debía haber tomado de la Biblioteca Nacional. En su mayor parte se trataba de obras raras y muy valiosas. Ventura, en París, no tenía acceso a nada de eso, y a José, en cambio, ese material le parecía ahora marchito e inútil. Ventura, consciente de que deseaba de Riva-Agüero más y más material para su compilación literaria, de que éste era inaccesible, y aun de que Del romanticismo al modernismo era una suerte de reciclamiento del trabajo de su amigo de la Calle de Lártiga, debía interesarle tentar al amigo en esta doble militancia hispanista-monarquista por el lado que estaba más asegurado: la monarquía.


Charles Lesca y Ernest Martinenche, los editores y contactos de Ventura, eran unos monarquistas nacionalistas y positivistas. Pero el autor de la tesis de 1905 también lo era. No ya en las polémicas infantiles a la salida del colegio, sino como tesista universitario. Riva-Agüero venía de haber defendido en 1905 la tesis de la “superioridad teórica de la monarquía”, un tópico que es fácil de olvidar en un país donde la idea misma de la nación se piensa en parámetros republicanos. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?” –podemos imaginar releyendo Riva-Agüero la carta de Ventura de 1909-. Pues bien: esas charlas continuaban en París, y las proseguía Ventura con sus amigos los literatos hispanistas. La posición monarquista es desarrollada como uno de los temas centrales de la obra, en particular en la sección dedicada al poeta Felipe Pardo y Aliaga, cuyas tendencias monarquistas la historiografía no se atreve a afirmar. Ventura usó de referente para su propia obra el texto de José, que sus amigos editores hispanistas podían leer en castellano. Ventura dedicó tiernamente la obra a Riva-Agüero y le dedicó unas líneas en calidad de escritor en la sección “los nuevos”, en cierta medida dedicada a resaltar a “los cinco”, esto es, a los “novecentistas”.

No mucho después de la impresión del libro de Ventura, en 1910, la Ciudad de los Reyes fue visitada por una extraña y diminuta comisión académica francesa. Ésta estaba integrada nada menos que por Martinenche y Lesca; la visita del hispanista y del editor fue sucedida por otra del propio Ventura, en 1911, en que intervino activamente en la vida política de Riva-Agüero. Desde el punto de vista formal, Martinenche venía acompañado por Lesca para crear lazos universitarios. En esta línea, Martinenche invistió a Riva-Agüero de corresponsal y encargado de la sección peruana de una institución dedicada a fortalecer los vínculos franco-latinoamericanos. En calidad de tal Riva-Agüero comenzó a redactar para una publicación dirigida por Martinenche unos reportes periódicos sobre la situación de la cultura, la producción bibliográfica y la literatura peruana, que se iniciaron en 1910 y continuaron un par de años más, hasta 1912. Pero ya sabemos que a Riva-Agüero, luego de su libro de 1905, no le interesaba la literatura peruana. Le interesaban en realidad más los temas subversivos de la sección política de su libro de 1905, que iba desarrollando en las obras sucesivas del mismo periodo de relación con Ventura y los hispanistas franceses, esto es, entre 1909 y 1912. Se trataba de la forma de régimen político y de temas como la monarquía, la guerra y el fundamento del orden social, los mismos temas de los cinco caminando desde la Calle de Amargura hasta Lártiga y viceversa. Algo nos sugiere que Lesca y Martinenche no atravesaron el planeta Tierra desde el Café Cornot hasta el palacio de la Calle de Lártiga para confirmar un corresponsal de literatura, sino para contactar con este Riva-Agüero subversivo. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?”, relee Riva-Agüero la letra de Ventura.
 
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