La conspiración monarquista de 1911.
Parte VII
Una mirada desde el Café Fouquet(1909-1913)
Víctor Samuel Rivera
1909. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?”, le escribe Ventura García Calderón a José. Es una carta entusiasta, seductora. Ventura tenía entonces 24 años y alcanzaba a la memoria del joven historiador unos episodios colegiales entonces bastante cercanos. Ventura remite al grupo de amigos que salía en 1900 del Colegio de la Recoleta. Implica, pues, un retrato de “Nosotros”: unos niños que charlan a la salida. Los García Calderón vivían en un palacete en la Calle de la Amargura, al lado del colegio. Tres cuadras más allá, en la Calle de Lártiga, frente a la Iglesia de San Agustín, estaba la casa de los Riva-Agüero. Los amigos recorrían la recta entre ambas casas con charlas inexhaustas sobre Nietzsche, de Maistre y Donoso Cortés. Ventura llamaba a este grupo de muchachos “los cinco”; eran Ventura y su hermano Francisco, pero también, junto con José, Carlos Zavala, Mansueto Canaval y Raymundo Morales de la Torre. Les interesaba la excepción, la historia y la guerra. Pero Ventura y Francisco eran amantes de la subversión. La charla con José se centraba en un tema: la forma de régimen político más apropiado para el Perú. Conversaban sobre la monarquía constitucional y la república anárquica; comparaban el brillo del Imperio del Brasil del siglo XIX, expansivo y exitoso, con el Perú de la misma centuria, una monarquía opulenta que agonizó a la enjuta entidad revolucionaria y fracasada sobre cuyos recuerdos aplastaba cadencioso su paso la conversación. Por haber charlado así los cinco alrededor de 1900 a veces se les llama a ese “nosotros” “los novecentistas”. Los jóvenes pensaban en el Perú republicano, vencido en la guerra de 1879. Discutían a viva voz la teoría “del buen tirano” .
Mientras escribía su carta del año 1909, Ventura llevaba ya tres años en París. Se había mudado allí en 1906 con su madre y sus hermanos Juan, José y Francisco. Había que acomodarse. Para 1909 Francisco [1883-1953] ya era considerado en Europa un representante de las letras latinoamericanas. En 1907 había impreso Le Pérou contemporain, uno de los grandes manifiestos de los “novecentistas”. La Academia Francesa premiaría pronto la obra. En 1909 Francisco era, pues, famoso. A Francisco hay que figurárselo sentado en el Café Fouquet, a 50 metros de la Place de l’Ètoile . En el Fouquet gozaba de la compañía de las grandes personalidades de la vida filosófica francesa. Sus contertulios eran Gustave Le Bon, Émile Boutroux, Gabriel Séailles, Théodor Ribot o Henri Poincaré, con todos los cuales mantuvo relación personal e incluso amistad. Séailles, quien era entonces una de las lumbreras académicas de París, había prologado la obra de 1907 premiada por la Academia. En 1909 Ventura –que algún día habría de ser postulado al Premio Nóbel de Literatura- hacía entonces un esfuerzo bastante infructuoso por no quedarse atrás de su hermano. Él, personalmente, no era aún nadie.
Mientras recordaba las charlas antiguas de la Recoleta, Ventura se jactaba sin exceso de haber publicado un humilde folleto de crónicas de prensa que se llamaba Frívolamente; se trataba de una colección de ensayos de periódico que logró imprimir con la Editorial Garnier, en 1908. “Te mando mi libro –escribe entonces a José-. No lo leas. Hojéalo un poco y nada más. Sin modestia, te diré que es mediocre”. La mediocridad tenía una explicación simple: el origen de su libro tenía “un motivo comercial”; Ventura necesitaba dinero y ganar escribiendo más de esos articulillos, para lo cual requería “conseguir correspondencia de los periódicos sudamericanos”. Se trataba, en suma, de “tonterías de periodista”. En 1909, mientras escribía a Riva-Agüero, soñaba con un libro de mayor fuste. Se trataba de una antología literaria peruana, la hoy rara compilación Del romanticismo al modernismo. Ventura quería en las letras hispanoamericanas lo que su hermano había logrado en la filosofía. En este contexto repasan los amigos las charlas “un poco subversivas”. Allí donde se ve pura literatura hay también interés político: subversivo y monarquista.
Ventura estaba elaborando en París los prólogos y los comentarios a su Del romanticismo al modernismo en un contexto muy afortunado. Alrededor de 1907, mientras su hermano recibía el premio de la Academia Francesa, Ventura se había topado con una red de académicos franceses ávidos de conocimiento sobre la América Latina. Esta red giraba en torno a la figura del célebre hispanista Raymond Foulché-Delbosc [1864-1929], a quien algún día su hermano dedicaría un ensayo célebre. Por este último Ventura conoció a uno de los grandes expertos en literatura hispanoamericana de su tiempo, un representante singular de los estudios hispánicos en Francia, Ernest Martinenche [1869-1950]. Éste era a su vez amigo muy cercano de un hispanista de origen vasco-argentino que se había asentado en París; se trata de Charles Lesca [1871-1948].
Hacia 1910 Lesca era de oficio editor de libros y trabajaba intensamente en el ambiente editorial. Martinenche, además de estar interesado en la cultura y la literatura “hispánica” -que ahora llamaríamos más bien “iberoamericana”- venía de ingresar en 1907 en la docencia en la Universidad de La Sorbona de París; éste era para Martinenche el inicio de una larga y exitosa carrera académica de tres décadas como experto en temas españoles y latinoamericanos. En calidad de hispanista, Martinenche viajaría varias veces a lo largo de su vida a la América Latina, especialmente a la Argentina; junto con Lesca, fue incorporado como miembro de la Academia del Brasil. Ninguno era, pues, cualquier persona. Durante el periodo que va entre 1909 y los reacomodos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ambos llegarían a ser verdaderas celebridades en el mundo de los lazos franco-iberoamericanos. Es comprensible que Ventura viera con entusiasmo la cercanía de Foulché-Delbosc y de su corte, que encontraba en él –al principio, sin duda a través de su hermano Francisco- un nexo privilegiado para su propia fama. De por medio estaba la amistad de José de la Riva-Agüero.
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