La Internacional
blanca
Donald Trump en la guerra civil universal
Dedicado
a Mauricio y Mauricio
Víctor Samuel Rivera
Sociedad Peruana de Filosofía
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El mundo liberal, políticamente correcto, por alguna
razón que el lector deberá pensar más por su cuenta, promueve el
empobrecimiento de los factores de la acción social humana, reduciéndolos a la
promoción del placer individual. Una constitución integra ese mundo, a la misma
vez el mundo de los ricos y el mundo de los agentes de cambio social (sexual);
la izquierda, la gente “crítica” en ese mundo actúa patrocinada por varios de
los hombres más ricos de la Tierra.
Buena parte de la realidad social constituye un horizonte propio, paralelo al de lo incorrecto; a un lado y con medios propios, distintos de los que usa el mundo de lo visible y del dinero. Un meme ridiculizando a un actor de Hollywood que llora por la trágica candidata de Wall Street puede ser muy poderoso contra la actriz misma y contra la des/acontecida candidata demócrata. Otro meme destinado a poner en su lugar al activismo sexual cuyo origen tiene en gran parte la cuenta de Georges Soros puede ser más poderoso en el largo plazo que los millones de dólares invertidos por este en campañas en sentido contrario; es decir: los millones del dinero correcto, por razones que los expertos y los analistas no son capaces de comprender –y desaprueban largamente como amenazas-, son menos eficaces en la práctica que la acción espontánea de agentes que actúan gratis, desinteresadamente, de agentes que no ganan nada. Es este el caso de los agentes incorrectos visibles citados aquí, Le Pen y Trump, con la gente desempleada y margina que vota por ellos; es el caso también de los invisibles, esos que hacen memes burlándose de lo políticamente correcto, haciendo justamente lo que la CNN predica como el mal. Buena parte de la campaña liberal universal contra ellos consiste en acusarlos de ser interesados en algún sentido, de hacer los memes o competir contra Wall Street por dinero; hace sentido acusarlos de autoritarios, fascistas o insensibles (con los mejicanos ilegales o los migrantes negros del Mediterráneo), pues es notorio que se trata de agentes antiliberales; la “narrativa” de que estos agentes son interesados de modo económico, sin embargo, es posiblemente la única que no funciona. Nadie podría creérsela, y eso porque el interesado esencial es justamente el político, el empresario o el experto “políticamente correcto”: ése es el que juega su riqueza o su sueldo en el mundo y no sus enemigos que, al contrario, lo ponen en riesgo.
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Esto último, lo del movimiento monárquico, de tan
curioso y raro como es, merece especial atención. Antes de desarrollarlo, quede
constancia de que los mínimas organizaciones que se consideran a sí mismas
fascistas o nacional-socialistas o antisemitas y que circulan en las redes,
suelen ser muy desfavorables hacia Trump; Trump es acusado en esos medios de
sionista. Se hallan por lo mismo fuera de este diagnóstico.
Como una reflexión insertada aquí, debe subrayarse que
una de las víctimas preferidas de la invisibilidad que opera el inmenso poder
bajo cuyo auspicio trabajan mintiendo los expertos y los analistas es el
movimiento monárquico planetario, que opera desde Rusia hasta el África negra.
Quizá sería más preciso decir que el ámbito de la constitución liberal,
respecto de estos agentes sociales visibles, simula, exagera o tuerce su
visibilidad en interpretaciones simplistas e inviables de acontecimientos
auténticos, haciendo de cuenta que es lo que no es, y que lo que no es, es. La
premisa de esta conducta es que todo en el mundo del conocimiento social es
pura interpretación y nada más que interpretación, y que sus consumidores ellos
mismos identifican los cuentos de viejas como diagnósticos de expertos dada su
“corrección política”.
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Los rusos, Le Pen, el Brexit, los monarcas, los
religiosos y Trump son todos parte de un solo frente; se trata del frente
incorrecto, largamente una compleja solidaridad transnacional: Es el Frente
internacional antiliberal que, en honor de los monarcas invisibles, habremos de
llamar la Internacional Blanca.
La Internacional blanca no es solo un frente político,
que como tal carece de programa, no conoce ideología y es complicado decir que
se trata de un frente de “derechas”; la derecha formal, la de los partidos de
“derechas” como el Partido Republicano de Francia, o el Partido Popular
español, es una derecha políticamente correcta; los reyes y los Papas de ese
mundo son también políticamente correctos; esto se observa porque recomiendan y
aplauden, todos, la agenda revolucionaria de la constitución liberal del mundo
visible, promoviendo, pues, el placer individual por encima de todo compromiso
moral o de pertenencia. No debe confundirse nunca esta internacional blanca con
los partidos de derecha, que son lo mismo que los de izquierda, sirven y son
mantenidos generalmente por los mismos millonarios altruistas, estilo George
Soros. Si Georges Soros no mantiene con su dinero un grupo que se reconoce a sí
mismo como “de derechas”, puede decirse con certeza que ese grupo es parte de
la Internacional blanca; el grupo mismo no tiene que saberlo, aunque intuye y
actúa como parte de una concentración mayor de la que no dispone, pero de la
que se deja disponer. Siendo un frente político, lo es también y de modo
anterior, un movimiento histórico, de fuerzas que se concentran como incorrectas
desde diversos sentidos y perfiles. ¿Qué los une? Los une una reacción general
contra las consecuencias que el liberalismo ha tenido al imponer su
constitución en el mundo, de lo políticamente correcto del “pensamiento único”.
Es la fuerza de lo políticamente correcto lo que sirve de argamasa para unir a
todos los agentes en una especie de gran guerra civil global.
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No debe ser sorprendente que, en la compleja
constelación de las significaciones sociales, los regímenes de izquierda
incorrecta se hallen muy prestos a tomar acuerdos con los rusos, o a
confederarse con ellos de una u otra manera; así como los rusos fomentan y
subvencionan a los nacionalismos europeos, y tienen trato amable con ellos (con
Marine Le Pen y el Frente Nacional, por ejemplo), son aliados a la misma vez de
Cuba y Venezuela en América Latina, así como de los Estados izquierdistas del
África negra.
Si se define la Internacional blanca, en tanto un
movimiento histórico y social contra las consecuencias diversas de la
constitución liberal del mundo, esta no conoce la distinción entre izquierda y
derecha, y es lo suficientemente permeable en la práctica para acciones de
extensión inesperada, que los gestores del mundo correcto solo son capaces de
negar, y no de comprender. Las alianzas o la expansión, los límites de esta
Internacional, son inciertos y abarcan, de manera que no conoce consulta ni
opinión, al conjunto de todos los actores afectados por el liberalismo, al que
cada vez con más evidencia se muestra a los hombres como un extraño contubernio
entre los multimillonarios capitalistas (las empresas brasileñas corruptas, por
ejemplo), los medios de prensa y los izquierdistas correctos. Allí donde hay
incorrección, se halla la Internacional blanca para ampararla: son su extensión
ontológica; allí donde hay en cambio corrección, incluso de manera
involuntaria, allí se aloja su enemigo: el liberalismo.
La elección de Donald Trump como Presidente de Estados
Unidos representa un fenómeno históricamente extraordinario, que debe ser
comparado en la dimensión de su significado y las expectativas que representa para
el hombre a la Caída del muro de Berlín o a la Toma de la Bastilla, y se
presenta como un límite para la comprensión humana. Marca un después en el mundo histórico. Los
Estados Unidos, hasta el 20 de este mes de enero de 2017, han sido el nicho
simbólico de un orden mundial único y opresivo, del que era imposible salir,
por la razón o la fuerza; un orden cuya esencia maligna se adivina en la
variedad y complejidad de la alianza que lo ha enfrentado y lo enfrenta. En el
mundo más visible que los expertos y analistas permiten ver, constituía el eje
central de un mundo entregado a la revolución en los modos del placer, sin
mayor horizonte de destino que una sexualidad igualitaria y sin compromisos. En
la vida real, más allá de lo que se ve de la constitución liberal del mundo, ha
significado el intervalo de un régimen de terror político de pretensiones
universales; este ha vuelto la existencia humana algo más inestable, más
incierto y más espantoso de cuanto haya conocido antes jamás el hombre, razón
por la cual ha convocado un mundo en su contra, en un reinado de apenas tres o
cuatro lustros.
Inesperadamente, el Partido Republicano de Estados
Unidos hace un extraño guiño al Rey de Francia que padeció decapitado. Invita a
su sucesor, junto con una familia real que simboliza las casas de Europa
Oriental, Oriente y Occidente, a la investidura de Trump, el Presidente de los
invisibles de la Tierra; el Presidente de los oprimidos, de los pobres, de los
desamparados. Asiste la mirada al surgimiento de un mundo nuevo que, a pesar y
en contra del orden correcto, han generado actores invisibles, algunos de ellos
humanos; ese mundo se entrega ahora hacia un sentido y un destino, a la vez
antiguo y nuevo como la flama, cuyo acaecer solo conoceremos si tenemos
paciencia y ojos para la remisión de la verdad.
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