Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

jueves, 29 de mayo de 2008

En torno a "El mito del Uno"


Unas palabras sobre El mito del Uno

Víctor Samuel Rivera

Escribí el texto que abajo acompaña por sugerencia amable de mi colega Antonio Hermosa, de la Facultad de Filosofía y Estética de la Universidad de Sevilla, una verdadera casualidad, pues era él jurado para una publicación sobre pensamiento reaccionario en el Perú que, después de mucho trajinar (pues la han leído Mauricio Novoa, Luis García-Corrochano, Eduardo Hernando Nieto, Cristóbal Aljovín, José Carlos Ballón, María Luisa Rivara, Carmen MacEvoy, Agustín de la Puente Brunke, para hablar sólo de los peruanos) finalmente se imprimirá, casi ya como todo lo que escribo, en la vieja Europa. En fin. Hermosa, como un acto de extraordinaria generosidad, me abrió, junto con la publicación de mi paseado texto (que apenas esté impreso publicitaré desde esta esquina de la posmodernidad), las puertas de una publicación virtual de pensamiento político hispánico de su universidad. Publico este texto que redacté especialmente para Sevilla, aunque con algunas modificaciones. El original se halla en la Biblioteca Virtual Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico, en su sección "Tribuna", a la que sin más invito. Mis alumnos de la Universidad Nacional Federico Villarreal han sacado una copia también en su blog (en realidad, confieso que su copia me animó a colgar el texto también a mí).



Voici le texte:
Escribo estas líneas en torno de un libro editado por Gianni Vattimo y Teresa Oñate, en el que tengo la honra de haber sido invitado como colaborador. Lo acaba de imprimir la editorial Dickynson, en Madrid. Su título completo es El mito del Uno. Horizontes de Latinidad, y se lo ha planeado como una colección que se llamaría “Hermenéutica de Civilizaciones”. El volumen aún no llega a Lima, donde vivo y escribo. Me gusta el libro de Vattimo porque no es sólo un trabajo académico. El libro mismo es en realidad un acto político, que se enmarca dentro de la postura, cada vez más radicalmente antiliberal, del pensamiento del filósofo de Turín. Deseo aquí dar a conocer el sentido epocal de este libro, su significado como evento, lo que ces una manera de decir: su significado histórico en la historia que reconocemos ser la nuestra. Creo que me ha impulsado bastante para esta composición el conocer ayer la sugerencia de alguno de los planes de la futura administración americana del Partido Republicano de los Estados Unidos. Que el asesor del candidato republicano ha tenido la extraordinariamente oportuna idea de crear un bloque militar intervencionista, que el asesor en cuestión llamaría “bloque de las democracias”. La idea consiste en integrar una política global de intervención militar, en Alianza de Democracias, para expandir y promover la Ilustración. Para decirlo en un lenguaje más periodístico y más emotivo: Para promover la democracia y los derechos humanos. Si leemos el libro de Vattimo y Oñate bajo esta clave, tenemos el evento de e-mergencia del Uno, del Uno que es mito y al que, con la fuerza propia del lenguaje de la filosofía, es imperativo destruir (“destruir” en el sentido de Heidegger, que ahora mal llamamos “des-construir”). He aquí pues lo que creo El mito del Uno significa. Hay que destruir en el pensamiento lo que es del pensamiento de los eficaces del Bloque de las Democracias.

Giannteresio Vattimo publicó en La Habana en 2006 un libro llamado Ecce Comu, “He aquí el comunista”. En realidad una recopilación de artículos de prensa y tesis políticas a raíz de su raudo paso como diputado por el Congreso de Europa. Es interesante porque muestra la transformación de un creyente en los ideales entusiastas del mundo de la aldea global y el pensamiento único de las “Democracias” a su actual credo antisistema. Es la historia de un convencido en la democracia de alta intensidad estilo Umberto Mangabeira que descubre que ésta no es posible en el régimen norteamericano y que comprende (¡finalmente!) la realidad social de la americanización de Europa, esto es, de su re-velación como territorio del pensar político norteamericano. En Ecce Comu Vattimo se proclama “comunista”, significando con ello una postura contrailustrada, políticamente (y no estéticamente) contrailustrada. En mi opinión, se trata en lo fundamental de un efecto retórico para un auditorio sensible a la palabra “comunista”. El “comunismo” parece ser allí un espacio conceptual vacío, pues lo propiamente “comunista” es la interpretación de la acción política en función de una sociología economicista (la teoría de las clases sociales) y una metafísica progresiva de la historia. Estos dos tópicos conceptuales y filosóficos, sin embargo, pasan hoy como vejeces intraficables de la época del cientificismo positivista y que todos comprendemos, no como interesantes claves para la interpretación de la realidad, sino como la traducción secularizada de ideas cristianas desfondadas de su contenido religioso. Lo que en la religión se realiza aún en el ultramundo no ni remotamente puede ser tomado en serio como nociones de interés conceptual. Puede argumentarse que estas ideas estén incorporadas socialmente, y que en los actores sociales aún es frecuente asociar motivaciones respecto de la identidad humana a la condición económica pero, por la misma razón, carecen de eficacia filosófica. Son más bien tópicos emotivos para la gente que se considera izquierdista cultural, esa gente rica que complace su conciencia combatiendo su régimen de vida sólo en el pensamiento, tópicos propios pues para el lenguaje de los periódicos italianos y españoles donde Vattimo colabora. Por esa razón no expresan pensamiento, sino “bulla”, cuyo significado habrán de buscar el analista político y el filósofo rebasando la frontera de los usos sociales, que liquidan y trivializan el vocabulario extremista, que es así un simulacro de la pasividad y la resignación a la que se han entregado (que es, por supuesto, lo que Vattimo no desea). Pero “comunista”, ya que no refiere positivamente, debe tomarse como esfera de crítica del orden político significado por la Ilustración, como lo que yo llamo “pensar el margen” de la Ilustración, esto es, más allá de donde las ideas ilustradas son eficaces. En mi opinión, no interesa tanto la ineficacia conceptual del comunismo, sino la del liberalismo político. El liberalismo político, luego de algunos años de éxito en que su agenda parecía ser el pensar efectivo de la humanidad, ha terminado por lograr su hegemonía en una actitud incrédula que, creo, es la única manera seria de sobrevivir a su imperio. Hay que interpretar el “comunismo”, pues, más bien de manera negativa, como “crítica” del mundo burgués reeditada desde un ángulo retóricamente marginal, el ángulo de un Vattimo que se estrella con su lenguaje como la famosa mosca en la botella de Wittgenstein, buscando la salida en el margen.

En tiempo anterior, en la Europa restauracionista, una retórica como la de Vattimo habría tenido un significado reaccionario, de involución hacia el Régimen de la civilización europea destruido por la Revolución Francesa, pero más por su secuela largamente poderosa en América (me refiero, claro, a la América Española). El pensar de la contrailustración aún no había conocido en su auxilio la crítica sistemática de la filosofía de la historia, que propiamente habría de hacer Kart Popper en el siglo XX (para combatir al marxismo), ni tampoco contaría en su haber con el severo cuestionamiento de la racionalidad tecnológica que harían después los filósofos y los epistemólogos de la revolución conservadora europea, como Martin Heidegger. No se vería beneficiado por la consecuencia conceptual de ambos fenómenos en la historia de la filosofía europea, que es la afirmación de la posmodernidad y la destrucción del mundo moderno en término de los conceptos.



En el siglo XIX una postura como la de Vattimo habría estado ligada directamente con los creadores de la teología política, Vizconde Luis de Bonald, Conde de Maistre y –algo tardíamente- la posición del Marqués de Valdegamas, cuyo horizonte es la perplejidad frente al sinsentido de la revolución universal (del Occidente). En Vattimo tenemos el marco fáctico del liderazgo político en la América Latina que ejerce el actual régimen de Venezuela, pero cuyo membrete ideológico impone el largamente venerable Fidel Castro, el más resistente y –a pesar de su lamentable testarudez- también el más heroico de los enemigos posmodernos de la dominación efectiva norteamericana. Castro aporta el membrete y la imagen de heroísmo. La eficacia histórica, en cambio, va con el Presidente de Venezuela, como cabeza de la actual ecumene antiliberal de esta América. En su tiempo, el terreno Hispanoamericano fue el más revolucionario de los continentes, esto es, el territorio donde mayor influjo y poder social fáctico tuvo la revolución europea. América fue el territorio metafísico de la centralidad de la revolución; es por ello que la reacción antiliberal sólo alcanzó seriamente a Europa, que resultaba ser así su periferia. En América no tenía lugar la Santa Alianza, sino la Doctrina Monroe, que era ya –como hace largo tiempo observó Carl Schmitt- la doctrina política mundial de los Estados Unidos. Somos ahora testigos de la inversión como evento, del evento invertido del territorio político de la modernidad ilustrada. Vattimo busca un Ecce Comu terreno nuevo para el pensar de la Ilustración, pero no un territorio moderno, sino sólo uno distinto. Si lo hace en América es porque se ha dado ya en términos fácticos el extremo irreversible (destinal) de la norteamericanización de Europa, esto es, del sello del sentido norteamericano, ilustrado, de la antigua Europa; esto, a la vez que la realidad de los hechos sociales, ha exigido la insurgencia de una nueva frontera para el mundo del margen que, por tener su eje en la historia política del Occidente, se ha apropiado del horizonte de su crítica. América Latina, de haber sido el centro del pensar de la revolución, es ahora el inverso del dominio norteamericano, justamente en la medida en que quedó al margen de la norteamericanización de Europa.

Es cosa propia de la precariedad de nuestro instalarse en el ser que haya resultado América el margen, allí donde antes había sido el centro, pues estar en el centro o al margen en parte es cosa acontecida, no resuelta. Pero para la mirada del filósofo esto tiene un gran significado, pues pone de manifiesto la orientación –y por ende el destino- de su trabajo. Admitamos que se puede ser el pensador de la centralidad. De hecho esa es la situación del común de los filósofos, que fuerzan los acontecimientois para acomodarlos al requerir de las democracias. Podemos suponer que es racional afrontar la tarea del pensamiento de esa manera, pero quienes afrontan el peso normativo de la centralidad (esa gente que cree en la doctrina política que es el dogma del Bloque de las Democracias) deben también dar la cara a la norteamericanización, esto es, al comportamiento político que ha dado lugar al desencantamiento del mudo liberal de la revolución que Vattimo ha tenido de la democracia y la universalidad presunta de la política policiaca de los Estados Unidos. El “bloque de las Democracias” estaría ya preparando un aparato para viabilizar y apurar, con la perentoriedad moral de la Ilustración, el comportamiento internacional en búsqueda de una aldea global y un pensamiento único, justamente ahora que el pensar del margen de ese pensamiento es más poderoso que nunca, esto es, ahora que el pensamiento político debe encarar que existe el territorio latinoamericano, que éste es grande, que éste existe, incluso si tan sólo fuera un escollo en la norteamericanización del Occidente.

En el siglo XIX el pensar de la reacción, en personajes como De Bonald o Valdegamas, no era sólo la puesta en movimiento de una serie de procesos sociales, consecuencia de la revolución europea, sino también un duelo conceptual acerca del sentido definitivo de la civilización tecnológica, que estaba aún invicto tras los sucesos aterradores que hicieron posible la realidad social del mundo revolucionario. Un cierto éxito destinal, fruto fundamentalmente de las guerras europeas, impulsó este pensamiento a expandirse bajo el presupuesto de que las objeciones más elementales para la concepción y la puesta en práctica de la forma liberal del mundo eran irrelevantes ante la facticidad manifiesta del poder victorioso de Estados Unidos. Un buen día, dejó de ser interesante que ese mundo estuviera fundado en acciones terribles, y estas acciones adquirieron un vocabulario que es el mismo del pensamiento del Bloque actual de las Democracias. Como ha notado Lyotard, el viejo Lyotard de la década de 1970, ése que Vattimo reivindica ahora, hay algo en esos sucesos aterradores que ha devenido por acumulación una experiencia espantosa y que empaña (y distorsiona, en todos los sentidos posibles) la apoteosis del mundo ilustrado que el dominio ecumenal de Estados Unidos representa en la imagen norteamericana del mundo. Hoy, cualquier pensar de la contestación política lleva de su parte el saldo de las razones que hacen posible el pensamiento posmoderno, y estos argumentos se sueldan con ideas irresueltas del siglo XIX, y esto porque han logrado un territorio. No sólo el de Vattimo mismo, sino el pensar que resulta acontecido luego y en el horizonte de crítica del mundo tecnológico, del desvanecerse desfondado de los mitos ilustrados que fueron extraídos sin permiso de la religión cristiana (como el progreso y los derechos del hombre), tienen un territorio. Este pensamiento, además, no es realidad sino después del evento de que hay un mundo vigente, un mundo anticipado y no pensado por la universalidad, que lo exige, que lo reclama. Hoy, cuando es manifiesto, dentro del Occidente, que la norteamericanización del mundo es intolerable, incluso si, como pretenden sus secuaces, es la “verdadera” forma del Occidente.

De un lado, un asesor del hoy aún futuro presidente republicano de Estados Unidos, propone un Bloque de las Democracias, una institución policiaca para intervenir militarmente en los Estados Canallas, como Birmania o Sudán, donde hay ahora gobiernos que no son del agrado de Estados Unidos, y en la circunstancia de que Estados Unidos tiene bajo su invasión al Irak, al Reino de Afganistán y, de una manera en que demuestra tácticamente su dominio, también Serbia y su antiguo territorio, un manojo de países ridículos dispuestos a firmar cualquier documento que permita aplastar en lo sucesivo Estados Canallas. Estados Unidos no puede ayudar solo a todas las naciones a ser democráticas y a tener derechos humanos liberales. Requiere que haya más y más naciones dispuestas a sacrificarse para que la aldea global esté calmada, para que el pensamiento único sea único realmente. Y en el ínterin desde la caída de la URSS, resulta que el Occidente tiene un nuevo borde invertido, allí donde casi no había nada, y se hace posible pensar en un territorio que debía, tenía que ser impensable. Otros, como China o Rusia, no pueden sin duda contarse en el nuevo Bloque de las Democracias. Entre otras razones, porque la experiencia hermenéutica del mundo sugiere un evento donde, como antes de la revolución, hay nuevas y distintas formas de ser, el mundo se hace complejo, se hace bello, deja de ser el mundo de los Estados Unidos. El Uno se muestra como un mito y los filósofos –algunos, los pocos- lo observan.

martes, 13 de mayo de 2008

Maurras y Montealegre




Maurras y Montealegre en 1914


Notas breves sobre el monarquismo del Marqués de Montealegre
Víctor Samuel Rivera

Recibí hace un par de meses una consulta de un estudiante de Gobierno de Science-Politique, también conocida como Science-Po, a quien conocí en París. Gabriel Dubois: Un lector maurrasiano (los tengo comunistas y monárquicos, schmittianos y socialdemócratas). Por desgracia –debo decir-, un lector que sufre algo para leer filosofía política y está interesado más bien en el pensamiento político, la franja intermedia entre la ciencia política de los abogados y la esfera propia de los filósofos. Su sufrimiento se acrecienta por un modesto dominio del castellano, que es bastante menos feliz que el mío del idioma de Napoleón III. Le dediqué en atención a su amistad y a las largas charlas en el Barrio Latino de París la versión francesa de mi “Alegato de la Reina de la Noche”, que es de lo más maurrasiano que haya podido yo escribir y se halla en francés, justamente, en este blog. Pero volvamos a la consulta. Gabriel Dubois deseaba que le explicara si era cierta una información que circula en Internet según la cual el Marqués de Montealegre de Aulestia (1885-1944) conoció y trató al monarquista y nacionalista francés Charles Maurras en fecha 1913-1914. Esta nota es para contestar esa pregunta.

José de la Riva-Agüero y Osma, Marqués de Montealegre de Aulestia, viajó a Europa en 1913 en compañía de su madre y su tía la Marquesa de Casa Dávila. Su madre deseaba introducirlo al circuito familiar de los Osma españoles, en particular con los Condes de Casa Valencia, una historia de la que he redactado un largo texto que espero ver impreso en España estos meses. Montealegre –que aún no portaba oficialmente el título de Castilla- deseaba en realidad visitar a los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, compañeros de colegio y para entonces reputados intelectuales que estaban en París. Breve sería la estadía familiar en la España de Don Alfonso XIII. En París había un entorno literario francés y latinoamericano que articulaba Pancho García Calderón, que había incluido desde personajes como Alfred Fouillée y el sicólogo Ribot, hasta los americanos Gonzalo Zaldumbide, Rufino Blanco y Rubén Darío. Era un circuito amplio y heteróclito y, por alguna razón que aún no me explico, Montealegre no terminaría de cuajar en él. Creo que es porque Montealegre estaba del lado de los Imperios en la guerra de 1914, un motivo más que notorio para distanciarse de Francia, su enemiga y aniquiladora. Aunque volvería a París muchas veces, las amistades calderonianas no serían más objeto de su amabilidad social. Pues bien. En ese círculo de relaciones de intercambio intelectual estaba incluido Charles Maurras y sus compañeros Camelots du Roi, en ese momento en plena fama, en particular desde la célebre (y hasta hoy proscrita del mundo “correcto”) publicación de “l’Enquéte sur la Monarchie” (1902). Creo que es interesante decir –sobre todo porque es la primera vez- que García Calderón era frecuentador y lector de Maurras y que lo cita explícitamente en sus obras escritas en lengua francesa de principios del siglo XX: Lo cita al nivel de sus sin duda más caros Fouillée o Gustave Le Bon, por ejemplo. Aunque para los peruanos Maurras no significa nada, la historia europea lo tenía, hacia el primer tercio del siglo XX, como la figura más prominente del pensar político después de Carlos Marx.


Bien. Aunque cueste creerlo, debido a la distorsión a la que está sujeto el pensar histórico peruano, Montealegre fue desde muy joven un firme monárquico institucional. Defendió la monarquía como el sistema más apropiado de gobierno para el Perú en 1905 y luego –de manera más interesante- en 1910, en su célebre La Historia en el Perú (cuyo ejemplar original tengo. Esta defensa, que parece algo desafortunada, era el resultado de sus estudios en filosofía de la sicología colectiva de esos años, sumados a un diagnóstico contrarrevolucionario de la entonces apenas centenaria historia política de esos pedazos infelices del Imperio Español que son las repúblicas latinoamericanas. Sabemos del propio marqués que para esa fecha (o sea, tres años antes de ir a Francia) aún no había leído a Maurras. Eso no importa, sin embargo, pues las tesis maurrasianas las conocía a través del libro Le Pérou Contemporain de García Calderón (1907)y, en todo caso, volvería a leer de ellas en 1912 y 1913, en que su amigo volvería a la carga con argumentos maurrasianos en otros libros. Debemos situar para el tiempo posterior de la estancia europea de 1913-1914 su acercamiento al tradicionalismo monárquico y, posteriormente, al religioso, esto por la influencia de los españoles Vásquez de Mella y el Marqués de Cerralbo, proceso que culminaría en posturas sin más propias de la contrarrevolución europea a la vez antimoderna y antidemocrática.

Aquí viene el episodio que nos interesa. Montealegre se fue de París a Roma una primera vez en enero de 1914. Ignoro cuándo regresó a la antigua capital de los Capetos, pero estuvo allí hasta setiembre de 1914, ostensiblemente del lado del Káiser y el Emperador de Austria y Rey de Hungría Francisco José, de buenas a primeras, sin interés de hacer polémicas con la gente francesa. No mucho tiempo después preguntó en París cómo hacer para entregarle sus libros a Charles Maurras, en carta perdida, pero cuya existencia sabemos por la publicada Carta a Francisco García Calderón del 7 de marzo de 1917, incluida en las obras completas del Marqués de Montealegre impresas en Lima, t. XVI pp. 718-719. Es evidente que quería mandarle a Maurras su “Elogio al Inca Gracilaso”, salido de la imprenta en 1916, con la intención de ofrecerle, además, ejemplares de las obras de fechas anteriores. Maurras no sabía español, así que el regalo no podía albergar propósitos académicos, ni podía ser una presentación personal o una manera de darse a conocer, sino que constituían un halago personal, una ofrenda, un detalle. El sentido común dicta que una acción de esta naturaleza sólo tenía sentido si ambos personajes se habían conocido personalmente. En 1917 no hubiera bastado con que se conocieran de oídas –digamos- pues eso no justifica que Riva-Agüero albergara la esperanza de que Maurras conservara sus tan valiosos (e inútiles) obsequios y no los tirara a la basura, por ejemplo. Si Maurras hubiera sabido español, sin duda, otro sería nuestro dictamen, pero no lo sabía. Uno podría preguntarse por qué, si estaba tan dispuesto a halagar a Maurras, éstos no se habían escrito entre sí, por qué no se hicieron amigos, por qué no aunaron fuerzas, cruzaron materiales o contactos, pues no hay rastro razonable ni siquiera de meros saludos entre ellos, algo bastante más extraño si se considera que Montealegre, desde 1921, regresó innumerables veces a París. Para cualquier historiador de las ideas queda claro que la distancia con Maurras obedece a las mismas razones que alejaron a Maurras, nacionalista y antigermanófilo, debía haber tenido algún punto tenso en su trato con Montealegre poco antes de la Primera Guerra Mundial, tan favorable el marqués a la causa de la Europa de los grandes imperios y tan pronto deplorador de la política nacional francesa de esa época.

Hasta aquí, querido Gabriel, el misterio de si se conocieron Montealegre y Maurras o no. Es evidente que sí se conocieron. Si Montealegre era el mejor amigo de García Calderón, y éste era del circuito de Maurras (y afines), su lector y consumidor editorial, resultaría increíble que no le presentara en París, en 1913 o 1914 a su mejor amigo, el monarquista peruano, la gran promesa reaccionaria de las letras americanas, quizá la única de su tiempo. Quien no pareció perdonar el incidente sobre Alemania, curiosamente, fue Maurras, quien sobreviviría a la Segunda Gran Guerra de parte de la República de Vichy. Sólo deseo agregar que, a pesar de no cultivar la cercanía personal de Maurras, Montealegre llegaría a ser virtualmente un agitador maurrasiano, trabajó en las décadas siguientes en el circuito de la contrarrevolución española del bando maurrasiano, justamente, contribuyendo a la difusión de las ideas de Maurras en círculos españoles. En el Perú, claro está, Montealegre era maurrasiano en privado, como no cabe de otra manera en un país signado por la revolución, como lo son los países de América Española; hay que tener muchas claves históricas, filosóficas y políticas para –como yo- ver la inmensa cercanía y la admiración por sus ideas. Ésta se haría patente más que nunca en 1936, en la fundación del partido peruano Acción Patriótica, una entidad cuyo modelo es la Acción Francesa de Maurras. Prometo escribir del asunto en otro momento.
 
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