Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Qué es la posmodernidad?



I. La marcha

Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Dei Gratia, 1992

La verdad marcha, y puede marchar más o menos rotundamente. Incluso a veces puede caminar, en el sentido de que va a alguna parte. Es propio de la verdad el ir, el desplazarse. Pero cuando decimos que “marcha” no sólo queremos decir que va a algún lado (o sea, que es un sentido), sino que adquiere, en nuestra lengua, las connotaciones de “marchar” y “poner en marcha”. No es necesario retorcer la fuente inspiradora de esta manera de comprender la verdad, El origen de la obra de arte, de Martin Heidegger (1935). Como el lector informado en hermenéutica a quien me dirijo sabe de sobra, este ensayo de Heidegger se considera normalmente como el inicio de la segunda etapa de su pensamiento, la Kehre y es el que abre la colección Holzwege (1935-1943). Pero dejémonos de exquisiteces. No habrá aquí juegos en alemán y traducciones esmeradas, pues consideramos tales cosas trabajo de traductores, que no de filósofos. En cambio tendremos aquí un intento de hacer comprender –especialmente a los jóvenes- qué es la posmodernidad desde el punto de vista de la tradición filosófica. Esto con la idea de ver cuán diferente es la posmodernidad como un horizonte de discusión filosófica y la posmodernidad fuera de la filosofía, como término del lenguaje ordinario. Fuera de la filosofía, hablar de “posmodernidad” y “posmoderno” es pura chapurrería ideológica que sirve –como todo lo moderno- para sindicar y castigar. Hace bipolaridades del estilo “sí” y “no”, donde sí es siempre el patrimonio del chapurrero. Esa chapurrería es mala porque obstaculiza el pensamiento, ni más ni menos. Privilegia un prejuicio que es poco profesional. El joven que desea ser filósofo debe abominar la chupurrería, por más que ésta se revista de los consabidos histerismos morales “de izquierda” y la –tan asquerosa- limpieza “moral” de los archiobispos laicos que la predican desde sus honorosísimos pasquines.



La noción de posmodernidad puede ser explicada de varias maneras. Esta vez vamos a tratarla desde el punto de vista de la verdad. Entiende la posmodernidad quien está atento a su verdad. Esto para atender las inquietudes de los jóvenes. En particular ésta: ¿un posmoderno puede ser de izquierda o de derecha? La pregunta, en 2010, luego de 20 años de la caída de Berlín, bien podría ser desestimada como el resultado de la falta de estudios histórico-sociales. Si el joven tiene –digamos- 23 años, es muy probable que no se acuerde del sentido histórico que ese concepto tiene, y cuya fuente es de la edad de la juventud de sus padres. Pero hay profesores de filosofía que hacen discurso filósofico de tipo ahistórico. Me refiero, como no puede ser de otro modo, a los liberales. Como Habermas creía haber integrado la hermenéutica al neokantismo, es posible que haya liberales que crean también que lo son. Esa discusión podemos dejarla para otro momento. Pero debe quedar claro que es por razones conceptuales e históricas (y no ideológicas o de opción personal) porque el liberalismo no sólo no ha incorporado la hermenéutica, sino que es incompatible con ella. Es una cuestión académica, no una cuestión ideológica o política.

Dejado lo anterior en claro, hagamos ahora filosofía. Para Heidegger –y para nosotros- la verdad marcha. “Marchar” es una metáfora militar. Es como “desfilar”, y se relaciona con lo marcial, con lo terrible de una marcha, que es el mostrarse de los que van: van a enfrentar la guerra. Este marchar no es sólo un caminar de cierta manera. Nos remite también a una música, la música de la marcha, la marcha militar como género musical. La marcha es el ritmo del que marcha. En francés se dice bien “ça va” como sinónimo exacto de la expresión “ça marche”: marchar es el ritmo del acontecer, que si el acontecer va, si el acontecer avanza, entonces marcha. Pero si marcha tiene un ritmo, y se reconoce por tanto en una marcha. Marcha, pues, de una manera. Esa manera es el significado del desfile. Esta metáfora de Heidegger, que he reconstruido de manera lo más pedagógica posible –para uso del los estudiantes que deseen ser filósofos seriamente-, nos hace pensar en qué es lo que tipifica la experiencia del ritmo, de la marcha. La marcha no es sólo una pieza musical, sino que su significado va con la realidad moral que está representada en la experiencia de vivir una marcha. Como es propio de la filosofía de Heidegger, pero en realidad de la hermenéutica en general, esta consideración nos dirige a un tono emocional. “Caminar” carece de todo, es lo más cercano a un mero ir. Pero en el mero ir uno siempre está pensando en la meta, mientras que el camino se le subordina como un instrumento. Es mi camino-para. Pero cuando “va”, el acontecer implica una canción. Pensemos en la melodía escrita por Joseph Haydn para el último Santo Emperador Romano Germánico. Hoy el himno de Alemania. Pero antes lo fue del Imperio Austro-Húngaro. Las letras no parecen hacerle mucha honra, pero lo que nos importa ahora es que la música de la marcha es también la marcha pues es el sentido de la marcha. Una marcha-desfile no marcha sin su música.


“Tono emocional” quiere decir: comprendemos la marcha marchada por el toque de la marcha. Cuando la marcha se toca durante la marcha, entonces “ça marche”, la cosa misma marcha. Y cuando eso sucede, podemos decir de ella que es “verdadera” en términos hermenéuticos. El tono emocional que da ritmo a la marcha nos hace partícipes de la forma de ser de la verdad. Esta participación “va” con la marcha. Podemos simplificar esto diciendo que se trata de un compromiso con lo que marcha. Escucho la marcha y –si soy francés- y me preguntan qué tal, entonces digo “ça marche”. Quiero decir: lo que veo en el ritmo de la marcha es verdadero, y se revela en esto: que manifiesta una emoción inevitable cuya experiencia. Ahora bien: no hay una relación necesaria entre la experiencia de la marcha y su ritmo, entre su verdad y el tono emocional que rodea una experiencia cualquiera. Se trata de un saldo conceptual que es propio de la manera de ser misma de ser parte o no ser parte de la marcha. La marcha llama la atención. La marcha musical irrumpe en el horizonte auditivo: se comprende que indica algo. Es una señal del acontecer que marcha. La marcha es una experiencia conmovedora y comprometedora cuando el irrumpir es aceptado como un llamado. Escucho la música y voy tras ella; me integro, por tanto, al sentido de la marcha, a la que entonces me adhiero. Como una cuestión de hecho, no hay ninguna necesidad lógica en que el llamado de la marcha despierte un sentimiento afirmativo. Muy al contrario, la marcha puede ser tomada de muchas maneras, en varias de las cuales uno puede aceptar o rechazar.

En una comprensión filosófica de la posmodernidad, ésta es un acontecer que marcha, esto es, se manifiesta como una verdad que hace su anuncio y presenta su ritmo. Pero a un llamado puede decírsele que no. Uno puede aplastar las manos contra las orejas para omitir el llamado. Este llamado igual llama, lo cual se confirma justamente en el rechazo. Incluso más en el rechazo que en la solicitud pues el llamado es un llamado político y lo propiamente político descansa en un no que no es una mera negación, sino una hostilidad hacia la marcha, justamente. Su verdad descansa en aceptarla o negarla, incluso cuando no puede evitarse oírla. El mero no, la negación simple, la ignoración mera del acontecer, habíala declarado Heidegger imposible en Holzwege. Tanto si marcha como si no marcha, marcha. Comprender qué y cómo marcha es nuestro trabajo. ¿Qué marcha con la posmodernidad? ¿Marcha la secularización –por ejemplo-, el laicismo, los derechos humanos, la democracia liberal, el libre mercado? Son parte de la marcha. Pero no son su ritmo. Y sólo el que atiende al ritmo, a la marcha, marcha.

Caetera desiderantur…

1 comentario:

Ricardo Milla dijo...

¿Entonces que pasa cuándo la verdad marcha con la marcha y el compás de la música? Pasa ella misma. ¿No es entonces reiterativo que la verdad se dé porque se da al marchar?

Ricardo.

 
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