El gobierno del burro
La ausencia del pensamiento
George
Orwell inició la redacción de su Rebelión
en la granja en 1943, novela política que logró imprimir en 1945. Para 1943
era previsible que Alemania y sus aliados perderían la Segunda Gran Guerra y
que se requería las bases para algo así como un nuevo orden político en el
mundo en el que todos los hombres pudieran estar de acuerdo, posiblemente para
que no hubiera más conflictos internacionales, una de cuyas consecuencias
remotas sería establecer una suerte de gobierno mundial regido con derechos
iguales para todos, que es el mundo donde estamos instalados. Orwell, que no
era muy confiado con la humanidad, quiso muy posiblemente sugerir que nuestro
futuro sería muy lógico, con un ordenamiento constitucional basado en derechos
inobjetables, pero donde el proceso de gestión constitucional, tarde o
temprano, para corregir los inevitables y deplorables errores del gobierno hombre,
terminaría dándole el poder a los vanidosos y glotones cerdos de la granja,
bajo la legislación del más pensante de sus productos, la inteligencia del
burro. No recuerdo que alguien lo haya observado antes, pero Orwell hizo de la
descripción del deterioro social en La
República, que va desde el gobierno óptimo al pésimo, un vaticinio: que la
gestión del régimen político moderno corría el riesgo permanente, quizá interno
a su propia forma de ser, de darle la tarea social de pensar a los menos
capaces, a los burros de la granja.
Orwell
escribió antiutopías políticas, como Rebelión
en la granja y 1984. Unas
advertencias severas a estar alertas sobre el camino que la civilización
occidental tomó cuando resolvió centrar el pensamiento político no en
lo más sublime, la aspiración más alta, en lo más bello o lo más fascinante del
hombre, sino en la parte peor, en el burro y el porcino que hay en lo más
profundo de todo hombre que, después de todo, es un animal. Es curioso que
Orwell redactara estas obras sobre el futuro político de Europa a la misma vez
que otros grandes pesimistas de la forma de régimen político que se venía
gestando desde que la forma de gobierno puso en la mira al hombre. Al hombre en
lugar del bien, de la felicidad, del sentido de las cosas. A la misma vez que
se redactaba Rebelión en la granja Max Horkheimer y Theodor Adorno redactaban
la primera versión de Dialéctica de la
Ilustración, uno de los libros de
crítica política que toda persona sensata debería leer, no por sus objetivos
(los autores eran unos consumados colectivistas, es decir, unos gestores de
granjas) sino por la advertencia que su libro contiene: las sociedades
liberales que no hacen un esfuerzo por cuidar su libertad, se harán quizá ricas
como la sociedad de los cerdos en la granja de Orwell pero, tarde o temprano,
irremediablemente, concederán la gestión constitucional a los asnos, y serán
los asnos, antes que los cerdos, quienes tendrán la función de dictaminar la
forma correcta de vivir.
1943 fue
un año fundamental para el pensamiento político. Ludwig von Hayek, aparte de
Karl Popper, a mi juicio el pensador liberal más lúcido del siglo XX, ofrece un
argumento sociológico sobre la incapacidad de los sistemas totalitarios de
generar pensamiento inteligente, es decir, de apartar a los burros del gobierno
de la granja. Hayek advertía las causas de la derrota del nacional socialismo,
que habría de ser alguna vez la del sistema del comunismo soviético. En 1943 Hayek
hizo público el libro Camino de
servidumbre, que exalta posiblemente las bondades de un régimen político de
libertades. Voy a resumir la idea más básica de ese libro a mi manera, con el
perdón de los expertos. Siempre que hay un pensamiento dominante, y es sobre la
base de ese pensamiento que se selecciona a los funcionarios de un régimen
político, el resultado será que, tarde o temprano, se va a preferir a los
ciudadanos más incapaces de pensar sobre los más ingeniosos, creativos o
profundos. Los de ideas más permeables y más estúpidas, siempre que califiquen
como las ideas políticamente correctas, ganarán los concursos y las plazas, las
elecciones del partido y los puestos clave de los ministerios. El Estado
favorecerá la promoción de los intelectuales más imbéciles, que a su vez
gestarán y llevarán a la realidad las ideas más idiotas, con la complacencia de
los viciosos cerdos, que habrán de financiarles sus proyectos.
En
Orwell, Adorno y Hayek, este trío de políticos pesimistas de 1943, aparecen sociedades
del futuro, como la nuestra, en que a los pensadores políticamente incorrectos,
que son las más de las veces los mejor dotados para objetar, les va muy mal; a
los burros, los buenos amigos de los puercos, que hacen como de su cerebro, en
cambio, les va estupendamente, por lo que terminan como los presidentes, sino
los reyes de toda la granja. Las sociedades capitalistas tardías, cumpliendo
las profecías apocalípticas de Orwell y Adorno, han sacado al hombre del reino
y han colocado, en su lugar, al burro. Y mientras más borrico el burro, más
beneficios y premios recibe de los cerdos, con la comparsa muda de los
borregos. Con Hayek hemos de advertir al hombre a quién corresponde la
soberanía de la que los animales lo han desterrado. “Todos
los animales somos iguales”, repite constitucional, el burro. Algunos
animales somos racionales, sin embargo.