Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

sábado, 23 de noviembre de 2013

La violencia de los animalistas

Los antitaurinos en Lima

Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofìa

Es 27 de octubre de 2013. Es domingo. La Plaza de toros de Acho, en Lima, se halla casi repleta en espera del inicio del festejo taurino más emblemático del Perú. Durante la semana precedente algunas ONG animalistas han convocado una manifestación para abolir las corridas de toros, como suele suceder desde el último lustro de la década de 1990 (una empresa por lo demás inútil, pues el Tribunal Constitucional, última instancia de la justicia en el Perú, se ha pronunciado ya hace tiempo favorablemente a la cultura taurina peruana y considera que la práctica de su continuidad es un derecho. Los fallos de este tribunal son inapelables). La manifestación es al frente de la zona más vulnerable de la plaza, a la altura de la Puerta de Sol, que es donde, antes de que se iniciaran estas manifestaciones, los aficionados esperaban a los toreros triunfadores que salían en hombros con sus trofeos. Pero este año de 2013 la municipalidad ha resuelto que los manifestantes, que de ordinario son muy violentos, se ubiquen a unos prudentes 150 metros de la puerta. Una medida de protección hacia los aficionados largamente esperada. Pero los señores (si puedo llamar “señores” a estas personas) desean estar más cerca, y como la policía se los impide, arremeten contra ella a pedradas. Tres humildes policías terminan heridos. Un policía fue apuñalado por uno de los “señores”.

Como quien firma es aficionado a la tauromaquia desde su infancia, su testimonio ha de tomarse con cierta seriedad. Lejos están ya los días en que las familias limeñas iban seguras y tranquilas a ver los espectáculos taurinos. Hoy es inevitable un cierto temor ante la presencia de los “señores”, que pueden llegar a ser unos auténticos gángsters en el mundo de la animalia. Pero antes de continuar hagamos un poco de historia. Esta idea de hacer manifestaciones violentas en la Puerta de Sol es de un origen bastante peculiar. No procede de los activistas “animalistas”, que luchan por los Derechos Humanos extendidos a los animales (a quienes, sin embargo, continúan criando en granjas, comiendo a la parrilla y arrancándoles la piel para hacerse el calzado). Procede de una secta peruana que le rinde culto a los extraterrestres y que esgrime como argumento contra las corridas de toros la presunta prohibición que han hecho los alienígenas de alimentarse de carnes rojas (lo que, en medio de su cándida estupidez, es bastante más lógico que cualquier cosa que le haya oído yo argumentar a los “señores” animalistas). Como no podemos comer carne de vaca, mal hacemos matando a los toros. Lo único que encuentro reprochable de estos próceres intergalácticos de los actuales acuchilladores de policías es el haber empobrecido su propia dieta. Comer carne de vacuno es muy favorable para el cerebro.

Mi memoria para este tema me es bastante fiel. Desde la era de los adoradores de alienígenas hasta hoy he visto toda clase de atrocidades animalistas. He visto con estos ojos que comerse han los gusanos (unos simpáticos animales) cómo los animalistas han escupido a la cara sobre inocentes señoras, cómo han golpeado y pateado en el suelo a jóvenes aficionados, como han asaltado para robar a quienes estacionaban su automóvil cerca de la Puerta de Sol, como han intimidado y amenazado a personas ancianas y hasta a niñitos que iban de la mano con sus padres. Los he visto en tropillas (pues los “señores”, a diferencia de los de la época de Mussolini, nunca fueron muchos realmente) golpeando autos o empujándolos, con sus ocupantes dentro. Durante todos estos años por los que viaja mi memoria las autoridades municipales y la policía se han hecho de la vista gorda ante estos atropellos, limitándose a hacer un pequeño escudo en torno al ingreso al coso. La idea que subyace ante esta indiferencia frente a la violencia de los “señores” es que ellos tienen el “derecho” de expresar su disconformidad ante la cultura taurina y que, ante derecho tan sagrado, bien vale la pena sacrificar la seguridad y la integridad de los aficionados, dejados totalmente a su suerte. Este año de 2013 es la primera vez en mi vida que veo que la policía hace un cerco holgado y cómodo en torno de la plaza, que los animalistas son contenidos a una distancia razonable del coso y que las familias que salen de la Plaza de Acho pueden volver tranquilas a sus casas.

La pregunta que uno se hace es cuál es la causa de que un antitaurino sea capaz de acuchillar a un policía, que no es más que una persona humilde del pueblo que hace su trabajo. Uno podría decir que un torero es capaz de acuchillar a un toro, que es un humilde animal que no le hace daño a nadie, y que eso le produce un horror semejante al que estoy experimentando yo. Pero éste es el nudo de la cuestión. No tengo nada en contra de una cierta indulgencia con los animales. De hecho crío animales y –a falta de hijos, que no tengo- los trato como si fueran de mi familia. Pero hay algo que anda mal en la apreciación general de los animales en el “animalismo”, que constituye un olvido de la naturaleza animal, y que es propio de una sociedad donde el hombre ya no se relaciona adecuadamente con la naturaleza. Yo entiendo que mis mascotas tienen un status quasi humano, pero reconozco que los peces de los océanos –por poner el caso- no pueden tener el mismo trato que mi gato. Sería increíble que hubiera ONG interesadas en el sufrimiento de los peces que pescamos, que es real y que a nadie le importa. Nadie que lo piense seriamente puede creer que los animales y los hombres tenemos o compartimos algo así como “los mismos derechos”. Creer que los derechos que le atribuimos a los humanos son más o menos los mismos que los que tienen los animales es un presupuesto básico para hacer lo que hacen los “señores” contra los aficionados a los toros.

Si yo fuera consciente de que un grupo de humanos va a ser engordado en una granja para su consumo, o que va a ser criado inflándole el hígado para hacer paté, o que va a crecer en un establo para aprovechar su piel y su carne me sentiría especialmente tocado por el tema, y un cierto horror me justificaría para expresar, incluso usando la violencia, mi desacuerdo. Unos bebés engordados en una granja para hacerlos luego al horno y servirlos en un restaurante gourmet. La mera idea me subleva y creo que sublevaría a cualquier persona mentalmente saludable. No me sorprendería que alguna persona exaltada organizara manifestaciones para salvar a los bebés y no encuentro nada reprobable la práctica de lanzar piedras contra quienes participaran de algo tan horrible. Incluso el uso de arma blanca en una rebelión me parecería algo lícito y razonable. Pero algo diferente sucede con los animales. Por algún motivo vemos en nuestros viajes por el campo inmensas granjas repletas de pollos de engorde que van a acabar en nuestras cocinas y no se nos ocurre hacer nada para liberar a los pollos de su encierro. No se me ocurre que una persona que esté en sus cabales desee, llena de indignación, acuchillar al dueño de la granja o a sus empleados. Por algún motivo será. Ese motivo, cualquiera que éste sea, debe ser tomado en cuenta por nuestros queridos enemigos, los “señores”.
 
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