Los
antitaurinos en Lima
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofìa
Es 27 de octubre de 2013. Es domingo. La Plaza
de toros de Acho, en Lima, se halla casi repleta en espera del inicio del
festejo taurino más emblemático del Perú. Durante la semana precedente algunas
ONG animalistas han convocado una manifestación para abolir las corridas de
toros, como suele suceder desde el último lustro de la década de 1990 (una
empresa por lo demás inútil, pues el Tribunal Constitucional, última instancia
de la justicia en el Perú, se ha pronunciado ya hace tiempo favorablemente a la
cultura taurina peruana y considera que la práctica de su continuidad es un
derecho. Los fallos de este tribunal son inapelables). La manifestación es al
frente de la zona más vulnerable de la plaza, a la altura de la Puerta de Sol,
que es donde, antes de que se iniciaran estas manifestaciones, los aficionados
esperaban a los toreros triunfadores que salían en hombros con sus trofeos.
Pero este año de 2013 la municipalidad ha resuelto que los manifestantes, que
de ordinario son muy violentos, se ubiquen a unos prudentes 150 metros de la
puerta. Una medida de protección hacia los aficionados largamente esperada.
Pero los señores (si puedo llamar “señores” a estas personas) desean estar más
cerca, y como la policía se los impide, arremeten contra ella a pedradas. Tres
humildes policías terminan heridos. Un policía fue apuñalado por uno de los
“señores”.
Como quien firma es aficionado a la
tauromaquia desde su infancia, su testimonio ha de tomarse con cierta seriedad.
Lejos están ya los días en que las familias limeñas iban seguras y tranquilas a
ver los espectáculos taurinos. Hoy es inevitable un cierto temor ante la
presencia de los “señores”, que pueden llegar a ser unos auténticos gángsters
en el mundo de la animalia. Pero antes de continuar hagamos un poco de
historia. Esta idea de hacer manifestaciones violentas en la Puerta de Sol es
de un origen bastante peculiar. No procede de los activistas “animalistas”, que
luchan por los Derechos Humanos extendidos a los animales (a quienes, sin
embargo, continúan criando en granjas, comiendo a la parrilla y arrancándoles
la piel para hacerse el calzado). Procede de una secta peruana que le rinde
culto a los extraterrestres y que esgrime como argumento contra las corridas de
toros la presunta prohibición que han hecho los alienígenas de alimentarse de
carnes rojas (lo que, en medio de su cándida estupidez, es bastante más lógico
que cualquier cosa que le haya oído yo argumentar a los “señores” animalistas).
Como no podemos comer carne de vaca, mal hacemos matando a los toros. Lo único
que encuentro reprochable de estos próceres intergalácticos de los actuales
acuchilladores de policías es el haber empobrecido su propia dieta. Comer carne
de vacuno es muy favorable para el cerebro.
Mi memoria para este tema me es bastante fiel.
Desde la era de los adoradores de alienígenas hasta hoy he visto toda clase de
atrocidades animalistas. He visto con estos ojos que comerse han los gusanos
(unos simpáticos animales) cómo los animalistas han escupido a la cara sobre
inocentes señoras, cómo han golpeado y pateado en el suelo a jóvenes
aficionados, como han asaltado para robar a quienes estacionaban su automóvil
cerca de la Puerta de Sol, como han intimidado y amenazado a personas ancianas
y hasta a niñitos que iban de la mano con sus padres. Los he visto en tropillas
(pues los “señores”, a diferencia de los de la época de Mussolini, nunca fueron
muchos realmente) golpeando autos o empujándolos, con sus ocupantes dentro.
Durante todos estos años por los que viaja mi memoria las autoridades
municipales y la policía se han hecho de la vista gorda ante estos atropellos,
limitándose a hacer un pequeño escudo en torno al ingreso al coso. La idea que
subyace ante esta indiferencia frente a la violencia de los “señores” es que
ellos tienen el “derecho” de expresar su disconformidad ante la cultura taurina
y que, ante derecho tan sagrado, bien vale la pena sacrificar la seguridad y la
integridad de los aficionados, dejados totalmente a su suerte. Este año de 2013
es la primera vez en mi vida que veo que la policía hace un cerco holgado y
cómodo en torno de la plaza, que los animalistas son contenidos a una distancia
razonable del coso y que las familias que salen de la Plaza de Acho pueden
volver tranquilas a sus casas.
La pregunta que uno se hace es cuál es la
causa de que un antitaurino sea capaz de acuchillar a un policía, que no es más
que una persona humilde del pueblo que hace su trabajo. Uno podría decir que un
torero es capaz de acuchillar a un toro, que es un humilde animal que no le
hace daño a nadie, y que eso le produce un horror semejante al que estoy
experimentando yo. Pero éste es el nudo de la cuestión. No tengo nada en contra
de una cierta indulgencia con los animales. De hecho crío animales y –a falta
de hijos, que no tengo- los trato como si fueran de mi familia. Pero hay algo
que anda mal en la apreciación general de los animales en el “animalismo”, que
constituye un olvido de la naturaleza animal, y que es propio de una sociedad
donde el hombre ya no se relaciona adecuadamente con la naturaleza. Yo entiendo
que mis mascotas tienen un status quasi humano, pero reconozco que los peces de
los océanos –por poner el caso- no pueden tener el mismo trato que mi gato.
Sería increíble que hubiera ONG interesadas en el sufrimiento de los peces que
pescamos, que es real y que a nadie le importa. Nadie que lo piense seriamente
puede creer que los animales y los hombres tenemos o compartimos algo así como
“los mismos derechos”. Creer que los derechos que le atribuimos a los humanos
son más o menos los mismos que los que tienen los animales es un presupuesto
básico para hacer lo que hacen los “señores” contra los aficionados a los
toros.
Si yo fuera consciente de que un grupo de
humanos va a ser engordado en una granja para su consumo, o que va a ser criado
inflándole el hígado para hacer paté, o que va a crecer en un establo para
aprovechar su piel y su carne me sentiría especialmente tocado por el tema, y
un cierto horror me justificaría para expresar, incluso usando la violencia, mi
desacuerdo. Unos bebés engordados en una granja para hacerlos luego al horno y
servirlos en un restaurante gourmet. La mera idea me subleva y creo que
sublevaría a cualquier persona mentalmente saludable. No me sorprendería que
alguna persona exaltada organizara manifestaciones para salvar a los bebés y no
encuentro nada reprobable la práctica de lanzar piedras contra quienes
participaran de algo tan horrible. Incluso el uso de arma blanca en una
rebelión me parecería algo lícito y razonable. Pero algo diferente sucede con
los animales. Por algún motivo vemos en nuestros viajes por el campo inmensas
granjas repletas de pollos de engorde que van a acabar en nuestras cocinas y no
se nos ocurre hacer nada para liberar a los pollos de su encierro. No se me
ocurre que una persona que esté en sus cabales desee, llena de indignación,
acuchillar al dueño de la granja o a sus empleados. Por algún motivo será. Ese
motivo, cualquiera que éste sea, debe ser tomado en cuenta por nuestros
queridos enemigos, los “señores”.
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