Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

sábado, 25 de abril de 2009

Pallas y la Guerra


Para acceso a la versión en pdf en la Biblioteca Virtual de Pensamieto Político Hispánico Saavedra Fajardo haga click aquí


Esta es la primera parte de mi cobferencia para el Centro de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Buenos Aires en el "Coloquio Descartes" 2009. Pronto en pdf (y en unos meses impresa con notas)

Pallas y la Guerra
El Ballet por el nacimiento de la Paz de Descartes (1649)

Parte I: Ballet para la Reina

Víctor Samuel Rivera

El 18 de diciembre de 1649 salía Descartes del Te Deum por el natalicio de la Reina, que cumplía entonces 23 años. Estaba muy mortificado por su inútil rol en la Corte de Cristina de Suecia, en la que llevaba varias semanas sin hacer nada, al menos no nada “útil”. Era el filósofo de la Corte, aunque la Corte filosofaba bastante poco con él. Descartes había dedicado los que serían las últimas semanas de su existencia a las letras. Sabemos que eran ésas justamente las actividades que más odiaba. Compuso una comedia francesa, los estatutos de un proyecto de Real Academia Sueca de las Ciencias y unos versos bastante simplotes para un ballet para celebrar el final de la Guerra de los Treinta Años. La Paz de Münster, que era su final desde el punto de vista jurídico, había sido firmada apenas un par de meses atrás y Su Majestad quería honrarla con una danza alegórica. La Reina vivía bastante tensa en sus tratos con los diversos estamentos. La nobleza, apoyada por el Canciller Axel Oxenstiern, había presionado para obtener de la Paz condiciones más convenientes, aunque riesgosas; la Reina y la población en general habían deseado una paz menos problemática, que es la que se había impuesto y es la que Cristian deseaba celebrar. Descartes mientras tanto estaba bien aburrido. Esa misma tarde del 18 de diciembre escribió al conde de Brégy que “los reyes más poderosos de la Tierra” no son capaces de ofrecer “la tranquilidad y el reposo” a los que no pueden “lograrla por sí mismos”. Replicaba el filósofo: “no estoy en mi elemento”. Es indudable que esos reyes más poderosos eran en realidad dos señoras guerreras: las triunfadoras de la Guerra, Cristina de Suecia y la Reina de Francia. El lector de Descartes comprende rápidamente que la misma Reina que pretende proclamar la paz es en realidad incapaz de ofrecerla.



El Ballet por el Nacimiento de la Paz es un texto en verso francés que fue danzado en Estocolmo el 19 de diciembre de 1649. Era el tercero de una serie de cinco ballets políticos encargados por la Reina Cristina de Suecia entre 1649 y 1650 a su coreógrafo Antonie Beaulieu. Cada uno de ellos traducía de manera alegórica aspectos problemáticos del régimen de la soberana, lo que sugiere que los encargó así ella misma, que danzaba además el papel central de sí misma. En el orden de la serie, el primero se refiere a su virginidad, que muchos tomaban por simulación de lesbianismo, aunque otros la tomaban por excusa social por cercanía con el mismo conde de Brégy; el segundo se refiere a su afición por la cacería –tan masculina-. Este tercero se ocupaba de celebrar la Paz de Münster. Aunque se ha dudado de la autenticidad del texto, puede darse por sentado que éste le fue encargado a Descartes: aparentemente de manera casual. Se había sido danzado pocos días atrás el Ballet de Diana Victoriosa, que había sido compuesto por el versificador francés Hélie Poirer; a éste le hubiera correspondido la tarea de componer el Ballet para el Nacimiento de la Paz, pero sabemos que Poirer había muerto repentinamente, lo más probable que de un ataque fulminante del mismo frío espantoso que acabaría también con Descartes. En el ínterin, el filósofo estaba inactivo en la Corte, y parece lógico habérselo encargado a él. En todo caso, es curioso que pasaran muchos meses antes de que se estrenase el ballet siguiente, esto es, que se hallara un versificador francés nuevo que sustituyera a los sucesivamente muertos Poirer y Descartes.

El Ballet consta de 19 “entradas” de bailes con pantomimas. Contiene también tres recitativos, al inicio, al final y al medio de la obra, cantados por un solista; en ellos danzaba Cristina en persona en el papel de la diosa Pallas Atenea, figura de la Reina que traía la paz al mundo. En las entradas se realizaba pantomimas con bailarines disfrazados de diversos personajes. Hay textos en verso para la mayoría de ellos, que se repartieron en francés, alemán y sueco, según las habilidades lingüísticas de los asistentes, y que no eran para cantarse, sino para ser leídos como libreto de la danza y cada uno lo leía en su lengua. Como es obvio por la Carta al conde de Brégy, Descartes no estaba muy interesado en su composición, pero debía haber visto en la idea general de una alegoría política una ocasión singular para expresar su disgusto a la Reina, que después de todo muy posiblemente no iba a entender nada del mensaje; también era un modo de dar forma a sus ideas políticas, como una protesta privada, una manera de darse un gusto. Después de todo, el filósofo venía de un periodo de hondo interés por temas y problemas relativos a la filosofía práctica que eran resultado de sus vínculos con personajes de la realeza y debía ser muy frustrante no ser acogido.


Es fundamental recordar que, entrada la década de 1640, Descartes había venido escribiendo textos cortos sobre ética y filosofía política; entre éstos se incluye una larga crítica a Séneca en partes y un examen lapidario de El Príncipe de Macchiavelo, que encontramos en la correspondencia con Isabel de Bohemia. Fruto de este interés serían textos muy conocidos en la historiografía cartesiana, como la “Carta sobre el amor” para Hector-Pierre Chanut, para 1649 embajador de Francia en Estocolmo, y la “Carta sobre el bien supremo”, escrita para Cristina, tal vez por indicación del mismo Chanut. Desde la óptica de Descartes, la expresión más compleja de sus ideas en torno a la filosofía práctica estaba en el Las Pasiones del Alma, que consideraba un texto ético-político. Descartes venía de haber impreso en Holanda este texto ese mismo mes, pero la soberana – a quien el libro estaba dedicado- parecía más interesada en el ballet que en la filosofía. Si la Reina leía Las Pasiones, al tener a ojos vistas los versos del Ballet comprendería rápidamente que el texto en verso era –como vamos a ver- un inmenso reproche. Descartes tenía el dato de que Diana Victoriosa llevaba su libro para los ratos libres en la cacería y puede conjeturarse que el filósofo deseaba con este gesto ser invitado a retirarse de Suecia. Lo más probable en realidad era que Descartes contara con que la Reina no había leído nada entonces y tampoco leería nada después, lo cual le garantizaba que, aunque no se le permitiera salir de Estocolmo, la Reina iba al menos a hacer el ridículo de danzar un ballet que era el hazmerreír de sí misma.

A la Reina que mandaba hacer alegorías políticas debe haberle parecido ideal que el filósofo político –seguramente el único que conocía- se ocupara del ballet. Es improbable que Cristina hubiera leído los textos de metafísica o de ciencia del filósofo francés. Leyó su carta sobre el bien supremo luego de casi un año de remitida. El desconocido Descartes aparecía tal vez ante la Reina de 22 años bajo la imagen de los hombres de letras de su entorno, unos examinadores e intérpretes de textos griegos. ¿Por qué no habría de dársele a este francés algún trabajo? –se preguntaba la Reina-. Al irónico y deprimido filósofo esta situación incómoda debe haberle parecido la ocasión para darle a la Señora una de las lecciones de filosofía política que a la soberana no le interesaba escuchar. El Ballet, pues, versaría sobre Cristina, travestida en la diosa Pallas, una diosa política, la diosa de la polis por antonomasia, Atenas. La antigua Pallas Atenea era una deidad militar, que se representa siempre con casco y que era además la representación de la sabiduría, cualidad que en las ideas morales de Descartes era fundamental para el gobernante. Redactar el Ballet sería ocasión de demostrar que, si había una cualidad de la que carecía Cristina era, precisamente, la sabiduría. La Reina no escuchaba al filósofo ni se interesaba por sus obras. Además la acusó de ateísmo. Pero dejemos estos puntos para el final, en la parte II de este post.


El argumento del Ballet no parece dar ocasión de disputa, pero se ve tan fácil que no se ha reparado mucho (nada) en su contenido. Pallas era soberana de un Reino que atravesaba una larga e infructífera situación de guerra que genera un descontento que obliga a establecer los Estados Generales, que habrían de deliberar acerca del estado de guerra y paz. La guerra y la paz es una situación política básica. Sabemos que la situación entre guerra y paz en general es fundadora del orden político, esto es, que se vincula con la instauración de un tipo de régimen político determinado. Los estamentos representados en los Estados Generales se reúnen para tomar una decisión que atiende a la naturaleza del régimen. Una particularidad del argumento es que la decisión definitiva sobre la guerra y la paz debe ser tomada sólo por la Reina. El problema más importante no es la decisión, sino el hecho de que ésta recae sobre la Reina y depende así de ella. El Ballet lo expone así en el recitativo central: “Ya que Pallas tiene el poder del destino/ Y a todo esto pronto puede poner fin”. Digamos: La Reina tiene la prerrogativa de decidir y puede terminar con la guerra. No se requiere mucha imaginación para comprender que el tema que está en el centro –literalmente en el centro- es que Pallas se demora mucho en tomar la decisión política requerida. En el esquema de Las pasiones de alma la Reina es una persona irresuelta, esto es, se lo piensa mucho. Se le solicita que tome la decisión “pronto”, pero la señora se toma su tiempo. En la realidad, lo que ocurre es que la Reina se demora demasiado en tomar las decisiones políticas. En el contexto en que debería decidirse por la Paz, se pasa el tiempo danzando. Ella danza sin voz mientras la Guerra continúa haciendo su trabajo.

El Ballet es un escenario de parlamento, y se extiende como una serie de interpretaciones del problema enfocadas desde los intereses de agentes sociales determinados, cada uno de los cuales expone sus razones para exigir la decisión real. En vista que con pantomimas y disfraces, el Ballet funciona como una procesión narrativa. Quizá sea útil mostrar cuáles son los estamentos que aparecen en esta procesión de argumentaciones para instar a la decisión de la Reina. Hay tres estamentos. Los dioses, el Ejército y el pueblo. Los dioses son como la alta nobleza. Este grupo incluye a Pallas y a Marte, que son personajes principales, pero también al Terror Pánico y a Jano, al dios Apolo, a la Tierra, la Fama, la Gloria y la Victoria, a quienes debemos añadir las nueve Musas y las tres Gracias; las últimas inevitablemente hacen recordar a la Corte en el exilio de Isabel de Bohemia, cuya familia femenina era conocida por ese nombre. Este grupo define sus intereses en oposición al Ejército. El Ejército está formado por voluntarios y caballeros, aunque, singularmente, a éstos no se les incluye sino por alusión, indirectamente. El Ejército es un grupo cuyo desagregado no podía ser más infeliz, pues da lugar en la narración a tres estirpes de seres despreciables: los cobardes, los lisiados y los pillos. Por extensión, el estamento militar representa el interés de las mujeres del pueblo, cuya voz tiene por intermediario a este Ejército lamentable, que a primera vista parece una banda de tontos y delincuentes. Pero no es difícil encontrar un cierto carácter ambivalente del significado tan desfavorable de las figuras militares. Es interesante comparar a las mujeres desgraciadas del Ejército con las felices féminas divinas, las Musas o las Gracias, por ejemplo; a diferencia de las anteriores, éstas sobrepasan en número a los varones, son la mayor parte de las voces de su clase en hablar y llevan una vida regalada de cultura y conocimiento, más o menos como Cristina de Suecia. Notoriamente, las mujeres divinas no sufren las desgracias de la guerra; las del pueblo, en cambio, atraviesan una suerte doblemente lamentable. Viven en la ignorancia, desprendidas de los goces de la cultura, y en la infelicidad, negadas como están de los placeres de su sexo porque sus hombres se han vuelto incapaces o se han envilecido por la Guerra. Junto a los dioses y al Ejército, se añade un último estamento: los campesinos. Es fácil reconocer a la Reina en Pallas y su consejero principal, Marte, dios de la Guerra, así como el inmenso descontento del pueblo. Escuchados los alegatos de los estamentos, uno no puede dejar de sentir cierta incomodidad moral ante una Reina que parece indiferente ante la desdicha general que produce su irresolución.

Son numerosas las voces de la procesión narrativa. Pero no hay que hacer mucho esfuerzo para comprender que en el texto del ballet –a pesar de la variedad de voces- hay contrapuestos sólo dos grupos de interés. De un lado está la Reina y su consejero, Marte, que desean la guerra. Podemos pensar en Ana de Francia y Mazarino, o también Cristina de Suecia y su ambicioso Canciller Axel Oxenstiern, que comparten plaza junto con la nobleza; el titular simbólico de este segmento es Apolo, rodeado del afectuoso tropel de las musas y las gracias. Si referido este elemento a la Cristina, una injusticia, pues sabemos que Oxenstiern y ella se llevaban bastante mal. De otro lado tenemos un estamento popular, que incluye a los campesinos y a la Tierra, pero también a las mujeres. Es natural ver allí finalmente al Ejército, en tanto éste está formado de voluntarios que salen del pueblo y no de la nobleza. Hay que recordar que los voluntarios son los esposos de las mujeres del pueblo y que, manifiestamente, sufren por carecer de las gracias y otros beneficios femeninos de los que gozan los nobles, pero que además regresan de la batalla lisiados o pobres.Un detalle interesante que nunca ha sido observado es que los tres recitativos, que funcionan en una clave teatral como un coro anónimo, son en realidad la voz de los voluntarios, esto es, del pueblo como una totalidad. En el esquema del gobierno real el pueblo es el objeto de las virtudes soberanas. Es el pueblo quien habla cuando Pallas aparece en escenario. En contraposición, Pallas es muda. Curiosamente, es el único personaje que no habla en una narrativa donde se trata de que todos hablen. Un motivo es que “ella tiene el poder del destino”, y su lugar es escuchar. En efecto: Pallas es la Sabiduría, y no hay que hacer mucho esfuerzo para comprender que la sabiduría es una cualidad moral que requiere de la deliberación.

Esto se descubre por su confesión de tener por objeto la “Gloria”. Ya Madame Géneviève Rodis-Lewis ha notado que en el vocabulario político cartesiano la “gloria” es el objetivo de la actividad del soldado, a diferencia del del jefe, que es la Victoria. Suena a Diana Victoriosa. La gloria es el bien “que ha estado en nosotros en tanto está en la opinión de los demás” (Pasiones del Alma, 140). Es, pues, un bien político; no es difícil argumentar que se trata de una referencia a la dignidad, en lo que se opone a la “vergüenza”. Madame Rodis-Lewis ha insistido en varias ocasiones en que la idea de la gloria es una constante en el pensamiento de Descartes, y que refiere a una experiencia personal del autor en la Guerra de los Treinta Años, adonde –como confiesa el Discurso del Método, fue él mismo en calidad de “voluntario”. Los voluntarios de los recitativos no se expresan en calidad de asaltantes y tarados, sino en calidad de personas dignas que son víctimas de la guerra. Es manifiesto que las víctimas apelan a la benevolencia de la soberana. Tenemos entonces que las únicas partes del Ballet que eran cantadas, a cargo de un solista, son la voz de la multitud de los más desafortunados en la guerra, a quienes Pallas tiene que escuchar. Es para ellos para quienes es molesto esperar las decisiones de la Reina.

4 comentarios:

Los villarrealinos dijo...

Estimado profe,

algunas referencias que da no cuadran con los materiales del seminario, por ejemplo el Begy aparece en el archivador como vizconde, y usted lo nombra conde. otra cosa, la carta que cita es de fecha equivocada, la tenemos en la bibliografia de investigacion y es del 15 de enero de 1650

sldos

Los villarrealinos dijo...

perdón profe, es "Bregy", no "begy", es error de tipeo.

Víctor Samuel Rivera dijo...

Estimados alumnos.

1. Lo siento por el canbio de título nobiliario del Vizconde de Brégy. En efecto, en el archivo del Seminario Descartes de Brégy aparece como "conde". Esto se explica porque estoy citando de Richard Watson (cuyo link está en el post). En la edición Adam y Tannery se establece el título nobiliario correcto: Vizconde de Brégy-Fléxelles.

2. Sí. Confirmo que hay error en la fecha de la segunda carta (yo la confundí con la primera, esta vez inducido por citarla de Madame Rodis Lewis). ¡Lo que deseo saber es cómo hicieron para descubrir ese error! Hay que ser especialista para saberlo.

3. Al público en general suplico que comprendan que este post es parte de la composición (en marcha) de una conferencia-artículo para el Centro de Investigaciones Filosóficas de la UBA que voy a dictar la semana entrante.

Prometo que no habrá errores para su versión definitiva, que ya he entregado a los organizadores.

Un abrazo al pillo del alumno que me pone en aprietos.

VSR

Ricardo Milla dijo...

Estimado Victor Samuel:

Mil disculpas por no comentar hace mucho, pero ando a full, you know.

Bueno. Es excelente todo esto. Decart es un éxito.

La paz llegará con la Verdad y la Libertad. Decart es un anticipo de la paz. Ahora ¿qué paz? Esperemos no la que incitó las invasiones a los países de tercer mundo perpetrados el gran defensor de la Libertad del norte.

El evento se crea. Está ya. Ahora la realidad cambia y el pasado, que dicta el presente y el futuro, regresará, pues el deseo, como diría Haro, es motor de nuestro actuar, y el deseo es no sólo a futuro, sino que se basa en lo pasado para proyectarse en una tendencia violentamente futuriza.

Saludos,
Ricardo.

 
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