Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

domingo, 5 de febrero de 2012

La rebelión monarquista de 1911. Parte I


El Emperador se va… (1919)



1919. Su Majestad Guillermo II coge el vagón del tren que lo llevará al exilio. Era el último emperador de Alemania. La Primera Guerra Mundial había terminado. El soberano depuesto era entonces “un figurante más en ese carnaval de reyes sin/ destino que transitan melancólicos y tristes”. Un gesto de misericordia del lector arrastra una ventanilla hacia el derrotado Fernando de Bulgaria; en el fondo se aplasta la dignidad enrarecida de Carlos y Zita, los legítimos soberanos de la arruinada Austria-Hungría. Una lágrima sonríe nostálgica por las reales familias de Baviera y de Sajonia. Su Majestad de Alemania –así se lee en una crónica- “escapa a Holanda en su confortable vagón pullman, envuelto en un cómodo abrigo de pieles, leyendo sin duda, en el trayecto, a su autor favorito Jorge Ohnet”. El autor de la crónica tiene en mente la novela Les Rois en exil de Alphonse Daudet [1880]. Tal vez el soberano se acomoda ahora el abrigo en Holanda. “El Emperador se fatigó muy pronto de la admiración de los siervos de la gleba alemana” –se lee en una crónica-. El Emperador cierra en Holanda su libro de Ohnet mientras, en alguna parte de Madrid, un peruano de educación y lengua francesa escribía las crónicas de su tragedia para los diarios de Lima y Buenos Aires. Era Ventura García Calderón [1885-1959]. Con la crónica del exilio de Guillermo II Ventura ponía punto final a una serie de artículos que había iniciado en 1914 sobre la Primera Guerra Mundial. Pero se ponía también fin allí a un tierno episodio de su amistad con José de la Riva-Agüero y Osma [1885-1944]. El fin de una micro historia social del nacionalismo royaliste en el Perú.


Por extraño que pueda parecer, la desgracia de Guillermo II marcaba los derroteros de la historia del pensamiento y la práctica política del Perú del 900. Afectaba su concepción de la nación y lo nacional. Entre los miembros de esa generación los hubo en la guerra partidarios del Emperador Guillermo, otros de la República Francesa. En la dinámica de los lenguajes sociales, ambos grupos marcaron diferencias referidas al concepto de nación. Los partidarios de Francia adoptaron o enfatizaron un discurso liberal, para el que la nación era una empresa libre colectiva y cuyos valores eran los de la Revolución Francesa. Los otros hicieron lo propio con el discurso nacional alemán, que estaba basado en la idea del compromiso con una identidad histórica específica. Detrás estaba el problema por antonomasia del 900, la idea de la nación peruana.


Los filósofos, sociólogos y escritores del 900, llamados en conjunto la “Generación del 900” o “los novecentistas” se definían por oposición a sus maestros universitarios, los positivistas y afrancesados que los habían precedido. Con la aclaración de que se trata de un término que alude a una esfera cronológica, “novecentista” se reserva en el uso de los estudios histórico-sociales de manera peculiar para José y sus amigos más cercanos, en especial en tanto éstos fueron pensadores de la nacionalidad peruana. Los del 900 pensaron la nacionalidad en contraposición a como lo habían hecho antes sus inmediatos predecesores; los positivistas pensaron la nación a la manera liberal, en oposición y pugna con la herencia española. Los del 900 hicieron en cambio un esfuerzo integrador en el pensamiento de la nacionalidad.

La historia social del siglo XIX, desde la secesión del Perú del Imperio Español y la instauración definitiva del régimen republicano en 1825 había definido la existencia política y la identidad nacional en oposición a España. La nación peruana había sido pensada a lo largo de la centuria anterior en oposición, contraste y negación de la herencia española del Perú. Esta tendencia general había reforzado la idea de nación en términos de republicanismo y laicidad y era aún manifiesta en los autores más relevantes de inicios del siglo XX. El ejemplo de esta actitud es el discurso Estado social del Perú durante el coloniaje [1894], del filósofo Javier Prado. Un referente indispensable es también el literato anarco-positivista Manuel González Prada [1845-1918]. Quienes, como Ventura García Calderón, habían ingresado en la vida intelectual en el 900, emprendieron una interpretación de la nación de signo opuesto. “Nuestra generación me parece adoptar una actitud ecuánime y justa con España” –escribe Ventura-. A diferencia de los positivistas, como Prado y González Prada, no pretendieron actuar como científicos, sino como hombres de letras. Su modelo referente generacional era un bibliotecario que redactaba crónicas históricas o “tradiciones” peruanas en el estilo de las novelas románticas de Sir Walter Scott. Era Ricardo Palma [1833-1919]. En el 900 Palma, ya notable en su juventud por su intervención en la prensa política y la poesía, era reconocido por sus Tradiciones Peruanas, la colección de estas crónicas, que su autor centraba en el periodo español de la historia del Perú [1535-1825].


En 1905 José de la Riva-Agüero había tomado la obra de Palma como su referente programático en la composición de Carácter de la literatura del Perú independiente. El acercamiento a España, una visión benevolente de la vieja monarquía y una concepción pragmatista del catolicismo eran las líneas de esa obra. Es notorio que las referencias a Palma formaban parte de un programa ideológico del cual Carácter de la literatura aparecía como una transformación. Lo que en Palma había sido hasta entonces un élan literario iba a convertirse en un estudio sociológico o histórico-social; iba a tener su lugar como una teoría, como una teoría nacionalista. Ventura García Calderón, utilizando un vocabulario que no le fue privativo, denomina a este programa de Riva-Agüero en 1912 “restauración nacional”; el autor de Carácter de la literatura es calificado en este mismo sentido de “profesor de nacionalismo” . En el mismo año su hermano, el sociólogo Francisco García Calderón, denomina a José en una de sus obras más emblemáticas “profesor de la restauración nacional”. Es evidente que hubo una atmósfera en que se le atribuía a José una teoría “nacionalista” y “restauradora”. En 1894 Javier Prado, el filósofo del positivismo peruano, había dado forma a un discurso de la nación y lo nacional que diagnosticaba los males del Perú en la herencia de su pasado. En 1905 José habría de realizar la tarea contraria. La agenda nacional era también una agenda restauradora, ligada al rescate y recuperación del pasado histórico. Estas ideas serían el patrimonio común del pensamiento político nacional de los autores más representativos del entorno de Ventura.


Dedico esta Parte I a Martín Duncan.

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