Café con el Anticristo
Lima: el tiempo político para la Revolución Francesa
(1794-1812)
Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Tras el
oscuro velo de la libertad (III)
La Bestia es “enemiga del culto y de los
reyes: ved aquí su divisa, propia del Infierno”, se lee en el Mercurio (Mercurio Peruano, 19/06/1794, 118). El lector observa que hay dos
rasgos que caracterizan la Revolución: su lucha contra los tronos y la
religión; pero ambos son negativos. Es
conocido que en lógica no se admite definiciones negativas. No se dice aquí qué es, sino contra qué está; por lo mismo, se trata de una definición que no
define nada. Pero si los principios de la Revolución están ausentes, se habla
en cambio –como se ha anotado ya- de los agentes y de sus acciones. De acuerdo
con los textos, de los partidarios de la Revolución podía decirse muchas cosas;
eran ateístas, deístas, jacobinos, materialistas, naturalistas, francmasones y
filósofos, “detestables monstruos”, “codiciosos y rapiñadores” (Gaceta de Lima, 26/04/1794, 128). Se los
podía describir claramente por sus acciones: eran asesinos, regicidas y
sanguinarios. En cualquier caso, el hecho factual e innegable es que la opinión
pública, esto es, los lectores ordinarios o humildes oyentes de diarios,
folletos y pasquines, como Lorenzo Momblán, estaban bastante enterados sobre
qué tenía lugar en la Revolución. No
sabían mucho más de los “principios”. Nadie
los podía explicar.
Nadie
los podía explicar. Como se observa, la opinión
pública de 1794, o lo que se llamaba más bien “el público” (Mercurio Peruano, 13/01/1791, 29),
entendía que había principios revolucionarios, y que estos principios eran la
causa de la guerra. Es manifiesto que el más preocupante es “la voz halagüeña
de libertad”, aunque había otros
principios igualmente incomprensibles.
Y lo característico de lo que tenía lugar
en la Francia es que estuviera regido por estos principios inexplicables. La
Santa Inquisición los llamaba “perjudiciales máximas” (cf. Santa Inquisición, 1794).
El Virrey prefería llamarlos “máximas perniciosas” (Gil de Taboada, 1795). Alguna vez el Mercurio los menciona como “máximas del
libertinaje” (Mercurio Peruano 10/11/1793, 164) y, en los
periódicos y los cafés, en general, se hablaba de la “filosofía”, la “falsa
filosofía” o se deslizaba tímidamente la expresión “principios”. Y eso era
todo.
Como se ve, el carácter inexplicable del principio de la Revolución va de la mano con el
reconocimiento de sus consecuencias. Hay que subrayar que de las consecuencias
sí se puede hablar y escribir. Ante esto, lo inexplicable se impone en el mundo
social, puesto que no se puede negar por sus consecuencias, capta el interés y
conmueve emocionalmente: a esto podemos llamarlo “evento”, “acontecimiento” o
“hecho”. Las consecuencias del evento tienen testigos, se pueden apuntar en
crónicas y difundir en gacetas. Las consecuencias salen de un “velo”, pero
están a la vista. El evento se caracteriza por ser histórico, pues sus
consecuencias indudablemente lo son, queriendo decir con esto que, aunque el
“velo” no puede ser explicado, sus consecuencias pueden ser narradas y contadas
en crónicas. Así lo anotó Hipólito Unanue en una reflexión introductoria al
fenómeno revolucionario. Escribe Unanue: “En seis mil años que existe el género humano no presenta su Historia
hechos tan escandalosos como los que ofrece en el día la Francia” (Mercurio Peruano, 15/08/1793, 254). Las
consecuencias del evento, “los hechos”, abren un ámbito histórico con el cual,
como se observa en el texto, se identifican. Son el criterio que instala a la
Bestia en la Historia humana. Las consecuencias de la Revolución, para 1794,
eran el regicidio, los sacrilegios, los crímenes y las diversas atrocidades de
jacobinos, ateístas, filósofos y libertinos. Las consecuencias se describen
como acontecimientos históricos en el sentido de que se transforman o hacen las
veces del reconocimiento de los “principios” en el ámbito de la experiencia
social, que son así sus “efectos”. Son la forma social de los principios que,
aunque ocultas tras el “oscuro velo” de lo inexplicable,
por eso mismo tienen una relación fundante
respecto de las consecuencias.
Un evento
se hace fundante, creador de un
ámbito histórico, justamente por el carácter inexplicable e infundado de su
procedencia (cf. Rivera,
2014). La “Bestia monstruosa de San Juan” era un evento fundante: fundante de un ámbito histórico. Pero se hace
preciso volver un momento al episodio de Lorenzo Momblán.
En testimonio del teniente de policía Juan
Egaña, que estuvo presente durante la reacción de Momblán en el café de
Bodegones, éste “se enardeció a favor de la causa verdadera que defienden todas
las naciones” (cf. Egaña,
1794). Una de las ideas centrales de la declaración del comerciante catalán es
que el acontecimiento revolucionario de Francia no era un episodio más de la
historia de ese país, sino que abarcaba en sus consecuencias al conjunto del
mundo. Reconocemos la misma idea de Unanue. Este evento fundante instala un mundo histórico que abarca al hombre en
toda su extensión. Pero interesa subrayar que el evento es entendido aquí como
una extensión. “Todas las naciones”
es una alusión geográfica, que señala un alcance.
Sus límites no son los de la Francia, sino el conjunto del universo humano. Sea
lo que fueren los principios revolucionarios, por abarcar en sus consecuencias
al conjunto “del género humano”, alcanzan universalidad
espacial. “Este acontecimiento doloroso” es presentado como un “suceso
execrable” que “ha producido o producirá la misma indignación, el mismo dolor
en todas partes del globo” (Mercurio
Peruano, 15/08/1793, 255). La Gaceta subraya
esta universalidad espacial de la Revolución: “Tales son las empresas de la
secta jacobina, que ha jurado un odio inmortal a todos los pueblos del Universo
que no quieran concurrir con ella” (Gaceta
de Lima (26/04/1793, 127). “Todos los pueblos” están involucrados en el
evento (en este evento), que las funda históricamente como un ámbito en el que
hay que “concurrir”.
Caetera desiderantur...
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