Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

sábado, 23 de mayo de 2009

La Reina derrocada por la Providencia Santa


Teología para el golpe de Estado
El Nacimiento de la Paz de Descartes (IV)

Las tres partes precedentes se hayan disponibles en pdf en la Biblioteca Virtual de Pensamiento Político Hispáinico Saavedra Fajarado
Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacion al Federico Villarreal (IV)

Hemos visto que el argumento central del Ballet se despliega lateralmente desde el centro hacia los lados, que son también claramente el pasado y el futuro, que están integrados en una unidad de comprensión narrativa. El argumento es, luego de la lectura del Discurso, la Carta sobre la Irresolución y Las Pasiones del Alma, claramente un extenso caso de una Reina irresuelta. Es un problema filosófico político, a saber, ¿qué hacer, qué sucede si la que decide no decide? Estamos ante una Pallas no puede ser sabia, pues le falta el criterio de definición de la sabiduría, que es la resolución en las acciones. Ya sabemos que es por eso que el problema se presenta como la convocatoria a sus consejeros, a sus pares, y a los Estados Generales-. Pero la historia de la Reina es que ésta no es capaz de admirarse por la gravedad del evento, no es capaz de ver la importancia del asunto. En los términos de la Carta del amor, Pallas no es capaz del “amor perfecto” que deben tener los soberanos por su pueblo. “Ella tiene el poder del destino”, decía el coro. Ése es el problema. Tiene un poder muy grande, que hay que quitarle.


Hay elementos para pensar que Descartes podría haberse visto influenciado por la lectura de Nicolás Maquiavelo, de quien sabemos con certeza leyó El Príncipe y luego los Comentarios a Tito Livio. Pero lo cierto es que era crítico con la idea de Maquiavelo de que un Príncipe pueda legitimarse a partir de una iniciativa propia. En buen cristiano, era contrario a los golpes de Estado. En realidad la legitimación no es posible como un proceso humano pues, como hemos visto, la legitimidad es un presupuesto anterior, de orden ontológico; en la argumentación de Descartes sobre las pasiones, basado en la admiración, que es la pasión primitiva ante algo dado “más noble que nosotros”. Pero también hemos visto que la racionalidad relativa a la decisión atiende asuntos y eventos y es, por tanto, histórica, sujeta a un acontecer que no está enteramente en manos del hombre, salvo en la medida estricta de las decisiones. Como ya se anota en la Carta sobre la Irresolución, éstas, incluso cuando son resueltas y rápidas, pueden ser fallidas . Entonces se agrega la idea de que la resolución, que es una virtud, depende en parte de la suerte. No nos vamos a detener ahora en este tema, de por sí muy complejo tanto histórica como conceptualmente. Sí podemos afirmar que la relación entre la virtud y la suerte en la decisión del Príncipe va vinculada en la idea del acaecer como Providencia. Dice la Carta sobre la Irresolución que a la hora de afrontar el evento y decidir: “No es asunto aquí de tener temor de lo desconocido (que pueda venir)”. Por lo tanto –agrega Descartes para terminar la carta- “Lo mejor en esta clase de materias es confiarse en las manos de la Providencia Divina y dejarse llevar por ella”. La solución final del Ballet terminará precisamente de esta manera.


La entrada antepenúltima del Ballet plantea una idea inusual. La paz, que es el “asunto importante” sobre el que debe decidir la Reina, es en realidad el prototipo de un suceso admirable, de un evento que es nuevo, y que por ello recibe y es deudor en el esquema de Las Pasiones de un sentimiento fundante, que en la política es la remisión ontológica del origen y, por lo mismo, de la legitimidad. En efecto. Hacia la Entrada XVIII, justo antes de que termine el Ballet, Jano presenta la peculiaridad de la situación irresuelta como una decisión entre la vista conjunta, narrada. del futuro y el pasado juntos: “Dos frentes por eso tengo /Hacia atrás uno que representa /Toda la vida precedente /El otro el porvenir por objeto tiene”. Jano, pues, alega instando a una decisión fundante en proporción al carácter nuevo del acontecer:




“Pues bien, con frecuencia se ha creído
Que parecidos estos dos frentes eran,
Pero ya que inestables son los tiempos
Juzgar es preciso de manera otra.

De este modo, hasta ahora no habiendo
Otra cosa visto que una larguísima guerra
Y ya que la Paz sobre la Tierra viene
Para de toda angustia librarnos,

Se dará cuenta uno de que, sin de ser sabio necesidad alguna,
Ni de extraordinario pensar en nada,
Que la imagen que atrás me queda
Menos bella es que la que adelante tengo”.



No importa qué vaya a pasar después, el régimen debe ser cambiado, pues cualquier cosa que haya estado pasando hasta el fin de la Entrada XVIII no podría ser mejor. No hay, pues, nada qué decidir ya. Se observa que la Reina que deliberaba no estaba finalmente tan atenta al evento, –digámoslo de esta manera, más cartesiana- la Reina no se había dejado ella misma admirar por lo que debía haberla conmovido, la paz. La narración indica entonces qué se ha hecho (y qué se debe hacer) aquí. Dejarse llevar por la Providencia Divina, esto es, saltarse la prerrogativa real de las decisiones y transformar el régimen político. Para el lector avieso, es el derrocamiento del régimen de la Reina como decididora. El alegato de los recitativos, esto es, el alegato del pueblo, no deja duda de que “aunque uno ignore lo que va a pasar”, “uno no debe tener miedo”, temor del régimen nuevo, sino aceptar la Providencia. Una Reina indecisa, en el esquema de la Carta del Amor, es necesariamente una Reina injusta. Le falta la Sabiduría –lo que siendo Pallas es bastante triste-, pero también el “amor perfecto” al pueblo que se requiere para la vida política. Se requiere, pues, de la Justicia. No nos extrañe este recitativo final del pueblo, ante el que podemos ver danzando a la pobre Cristina, sin la menor idea de que representando su propio derrocamiento, e incluso ya no su nacimiento, sino su muerte:

“Pueblos que creen tantas maravillas ver
¿Quién los ojos les deslumbra?
Nunca antes cosas parecidas se ha visto.
Piensen que en éxtasis su espíritu en los Cielos está.

Pues a Pallas, las Musas y las Gracias a ver van
La Justicia, y la Paz también”




Es notorio que de manera súbita, la suerte y la ineptitud de la Reina han impuesto una forma nueva de régimen político, en el que se hallan las notas que a la Reina Pallas le hacen falta: La Justicia y la Paz. Es interesante observar que ambas ingresan en categoría de dioses nuevos, pues no se hallan en la lista de los miembros de los Estados Generales, son pues “las maravillas que deslumbran”, esto es, objeto de admiración y, por lo mismo, impresiones fundantes del régimen. Pallas parece estar aún en su trono, pero el texto del Ballet no podría ser más expresivo para la nueva situación. A partir de ahora la Reina no tiene más “el poder del destino”, sino que –notoriamente “la Justicia y la Paz co-gobiernan con ella”. Es inevitable observar que el Reino de Pallas ha sido tomado por la Providencia cristiana y que Pallas, desde ahora, es una nueva Cristina, esto es, una cristiana. El bando de los dioses, la vida sensual y los devaneos intelectuales de las Gracias y las Musas de la Corte de Pallas son ahora reemplazados por un régimen que recoge los alegatos del pueblo. Pero es notorio en el texto que este régimen entre Pallas, la Justicia y la Paz es un gobierno de tres, un gobierno trinitario. Acto seguido, Descartes parece comparar el Cielo cristiano del nuevo gobierno con el Olimpo de los dioses indecisos: “¿No juzgarán acaso” (se refiere a la Justicia y la Paz al lado de Pallas) “Que lo que en el Cielo es bello está ya todo aquí?”. La Reina antigua, la irresuelta e injusta reina que quería celebrar su natalicio, danza ahora en realidad su muerte, el paso del régimen de los dioses al de la teología política cristiana. Su lugar lo ocupa ahora la “Sabiduría eterna”, esto es, el Dios del cristianismo. “Agrego los versos de un ballet que se va a representar mañana en la noche para engordar el paquete”, escribe Descartes a Brégy el 18 de noviembre de 1649, saliendo del Te Deum por el cumpleaños de la soberana. ¿Entendería alguien la lección de filosofía política que le daba a la irresuelta Cristina? Concluye el Ballet:







“Vais oh pueblos a ver a Pallas, las Musas y las Gracias,
Pero también a la Justicia y a la Paz.
¿No juzgarán acaso sus rostros viendo,
Que lo que en el Cielo es bello está ya todo aquí?

Por PALLAS la sabiduría eterna se entiende;
Pues es PALLAS la que en este lugar reina.
La Justicia y la Paz reinan con ella.
No tenemos, sin embargo, más que una sola reina y un solo Dios”




lunes, 11 de mayo de 2009

Reina belicosa y pacífica

Irresolución soberana



Irresolución soberana
El Nacimiento de la Paz de Descartes (III)

Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacional Federico Villarreal


Impresiona mucho anotar la analogía entre la situación trazada por el argumento del Ballet frente al esquema relativo a las decisiones en > Las Pasiones del Alma, el texto que la Reina real no tenía interés en leer. Lo primero que debe observar el lector es la relación entre la resolución y la sabiduría. En realidad, para tener sabiduría, como era el deber de Pallas Atenea, la Reina debía ser resuelta, decidida. Las Pasiones de 1649 concluyen definiendo la sabiduría como control de las pasiones, y está presupuesto que ese control se manifiesta como una capacidad para decidir. Como vamos a ver ahora, hay una interpretación política de esta sabiduría como control de las pasiones, que contiene dos elementos fundamentales: 1. afecta al concepto de la justicia como virtud política y 2. por lo mismo, atiende también a la idea de un régimen apropiado. La idea está ya presente en la correspondencia política con la Princesa Isabel de Bohemia y en la Carta sobre el Amor para Chanut, gran parte dedicado a saber cómo es que debe amarse a una Reina. Curiosamente, sin embargo, un esbozo de ésta aparece en un conocido texto de Descartes doce años anterior, el Discurso del Método(1637).



Como es sabido, uno de los temas del libro es la moral entendida como resolución en las acciones. El tópico de la sabiduría como sinónimo de la resolución era pues bastante antiguo, y si la Reina hubiera conocido aunque sea superficialmente la obra del filósofo se hubiera percatado de ello. Para explicar la relación entre sabiduría y resolución en términos conceptuales, podemos seguir la idea wittgensteiniana de “criterio”. Habría que indicar que para Descartes la resolución en las acciones es un criterio de la sabiduría; esto es, que no podemos decir que una persona es una sabia cartesiana si es indecisa; no es verdadera la inversa, sin embargo, pues no todo hombre resuelto y decidido es sabio. Con certeza, entonces, el indeciso no es un sabio. Desde el punto de vista político, desde el “amor político”, tampoco es sabio el súbdito propiamente hablando, sino sólo el Príncipe. O la Reina. Mediando, claro está, que su amor “sea perfecto”.


Como cuestión general la idea de que la resolución de las acciones es un criterio wittgensteiniano de la sabiduría no es un tópico de la década de 1640. Se halla en realidad desde el Discurso del Método, cuya Tercera Parte está dedicada a lo que conocemos como la “moral provisional”. La idea es que la moral era “provisional” mientras no se hubiera desarrollado exhaustivamente los fundamentos de la física, problema que para 1937 no parecía con arreglo. En parte esos problemas están más claros con Las Pasiones del Alma, pues para su fecha de composición hay una teoría física sobre la moral. Si Cristina de Suecia hubiera siquiera leído el Discurso de 1637, habría notado desde un inicio la malicia del argumento del Ballet. De las tres reglas de las que consta la moral provisional, nos acercaremos a las primeras dos, que son las más susceptibles de una interpretación política. La primera de las reglas de la moral provisional del Discurso nos recuerda el “amor político” de la Carta sobre el amor para Chanut. Se trata de obedecer (obéir) fundamentalmente al gobierno y las costumbres y prácticas sociales, lo que Leo Strauss define como el “régimen político”. La opinión de Descartes sobre la pertinencia de estas reglas no había variado para los años siguientes.


El amor político que hemos presentado en la Carta del Amor, como hemos anotado, tiene un referente doble: 1. el Príncipe y “los grandes”, o el Reino, la comunidad o la patria que éstos representan, y 2. los súbditos. De los primeros se espera la generosidad o benevolencia, esto es, para abreviar, un sentido del cuidado y preocupación de los súbditos. De los segundos se espera la obediencia, mediando sentimientos como la admiración, que es bueno anotar que Descartes coloca en 1649 como la primera de las pasiones y en cierto sentido, la pasión fundante de las demás. Es evidente que la regla de obéir del Discurso está pensada básicamente para las personas políticamente dependientes, esto es, para los súbditos, los que se admiran, políticamente hablando. La segunda de las reglas de la moral provisional se refiere a la firmeza del carácter, esto es, a la resolución que, como es fácil de colegir, es una regla principesca, de los que reciben la admiración de los demás. La regla prescribe -cito literalmente- “ser lo más firme y lo más resuelto posible en mis acciones”. Es verdad que la resolución no se le solicita sólo a los reyes, pero vamos a aclarar ese punto en el párrafo siguiente. Se puede constatar que en el Discurso la resolución se dice en orden a las decisiones; por lo tanto, está previsto que hay ocasiones para deliberar y que el cambio de opinión es posible; el punto central sin embargo –y volvemos a citar- tomar en cuenta que cuando estos cambios tienen lugar, y hay que tomar decisiones nuevas, la rapidez es un síntoma de virtud, esto es, mientras más rápidamente se tome la decisión ésta se considera moralmente más adecuada. Descartes argumenta esto diciendo que se debe a que “las acciones de la vida no toleran muchas veces el retraso”. En realidad, es manifiesto que el objeto de la Tercera parte del Discurso consiste en definir la virtud como esta capacidad de decidir sin dilaciones.

La decisión del Príncipe está desarrollada específicamente en una carta a la Princesa Isabel de Bohemia de mayo de 1646. En esta carta se explica la razón de por qué la prontitud en decidir es considerada una virtud. “Es muy sensato tomarse tiempo para deliberar antes de emprender negocios de importancia –escribe el filósofo- mas cuando ya está comenzado el asunto (affaire) y no hay desacuerdo en lo esencial, no veo el provecho de buscar demoras en la discusión de las condiciones”. Agrega después que éste es el caso cuando el “negocio emprendido es interesante”. Hay un argumento práctico: si nos demoramos mucho puede perderse una oportunidad de resolver en nuestro favor. Pensemos en términos de la guerra y la paz, que es lo que nos interesa. “Por ello estoy convencido” –agrega Descartes- de cuán necesarias son la resolución y la prontitud en los asuntos ya empezados”. Esta regla es precisada en términos análogos a Cristina. El contexto de la carta a Isabel se relaciona con la idea del elemento de la fortuna y la suerte, impregnados de la atmósfera de Maquiavelo, a quien se acaba de criticar. La carta concluye con una interesante observación político-teológica, sobre la relación entre la voluntad soberana y la Providencia divina, que apartamos para el final. Si volvemos a la regla principesca, es manifiesto que ésta se refiere a la interpretación de la Providencia, del que el soberano es comisario. Esperamos que, en lo sucesivo, esta “Carta sobre la Irresolución” sea incluida junto a la Carta sobre el Amor y la Carta sobre el Bien Supremo, entre los textos clave de la filosofía política de Descartes.


Enfoquémonos de nuevo en la regla que hemos llamado “principesca”. Para comenzar, si recordamos nuevamente la Carta sobre el amor, es inevitable observar que Descartes ha señalado que esta regla como especialmente importante para la causa de la patria, la comunidad o del Reino. Se trata de un tema relativamente obsesivo, pues lo reconocemos ya de esta manera formulado en una carta a la Princesa Isabel de Bohemia de 1645 y repetido otra vez en mayo de 1646. Tomar las decisiones rápidamente es, por tanto –dice Descartes- cosa de los “príncipes” y de “los grandes”, razón por la cual los súbditos “les rendimos honores” y –confirma nuestra sospecha el filósofo- “estamos dispuestos a morir por ellos”. Ya sabemos que esto significa que nos hacemos voluntarios en sus guerras a pesar de que no nos convenga: nuestras mujeres se quedan solas y nosotros nos quedamos lisiados o pobres. Es obvio que el tema de la resolución está peculiarmente vinculado al tema de la guerra, y la decisión entre guerra y paz. Como determinadora del régimen, esta decisión del Príncipe es así además la decisión política fundamental, la que se relaciona con la admiración, por tanto. El tema es expresamente retomado en el artículo LIX de Las Pasiones del Alma que se titula –no creo que para nuestra sorpresa- “De la irresolución, la valentía, la audacia, la emulación, la cobardía y el espanto”. Desde el punto de vista político, es una decisión ontológica. No es casual encontrar en el Ballet que haya un coro para los cobardes y un extenso alegato del dios Pánico, el dios del miedo militar; debe subrayarse que es el dios Pánico el primero en alegar a favor de la Paz en la procesión narrativa contra la actitud belicosa de la Reina Pallas y el dios Marte, su consejero. Escribe Descartes en Las Pasiones que “la cobardía es contraria a la valentía y el miedo o el espanto a la audacia”. Al lector avieso no debe sorprenderle a estas alturas que tengamos entera la lista de pasiones de que trata expresamente el Ballet. En efecto. Resumida en un párrafo, está la lista completa, si incluimos la irresolución, que trataremos ahora. Ya sabemos que como pasión del alma, es sólo un problema del “Príncipe” o los grandes, pues en la guerra los demás están obligados a obedecer.



La irresolución, como la valentía o el pánico, son característicamente pasiones que podríamos llamar “históricas”, esto es, que acontecen en orden a la admiración de lo nuevo, de manera narrativa, es notar (como diría la Carta sobre la Irresolución) cuál es el “asunto importante” que envía la Providencia. En este sentido, el problema del Ballet aparece como la admiración hacia el evento de la paz que llega. Son pasiones que tienen los jefes o las tropas, en ese orden. Es porque son históricas, relativas a un evento, que son también pasiones políticas, que atienden al Príncipe y sus súbditos. Se relacionan con la admiración, que se define como la pasión que se produce al “primer encuentro con algún objeto nos sorprende”, sea porque “lo creemos nuevo” o porque “nos asombramos” y “nos conmueve”. En su lenguaje, la idea central es que el evento conmueve porque se impone, pero que se impone narrativamente, esto es, como una historia que tiene un comienzo, un comienzo admirable, y un comienzo de cuyo final no tenemos control.

Es evidente que el amor político es amor de admiración ante lo que estuvo primero. En el caso político, esto implica la prioridad ontológica del Príncipe, que adquiere carácter de evento, y es por tal que debe ser admirado y obedecido. Las pasiones relativas a la irresolución se definen todas ante un evento, en particular a hechos relativos a la guerra, aunque también con la paz. En Las Pasiones la irresolución se asocia a la expectativa ante acontecimientos futuros –escribe Descartes- “aunque el evento que esperamos no dependa/ de nosotros en absoluto”. Recordamos que ésa es la situación general del Reino de Pallas. Se da una apertura histórica en la que un evento se hace presente. Así es como culmina el coro, en recitativo final: “Pueblos que creen tantas maravillas ver/ ¿Quién los ojos les deslumbra?/ Nunca antes cosas parecidas se ha visto”. Pero ante el evento hay uno que decide y que, como Pallas, “tiene el poder del destino”. No todos deciden. El filósofo distingue claramente entre los acontecimientos que dependen y los que no dependen de uno, y es manifiesto que la guerra y la paz no dependen de los súbditos, sino de la Reina. Para la soberana vale el caso siguiente: “cuando el evento nos aparece dependiendo de nosotros, puede haber dificultades en la elección de los medios o en la ejecución”. Es elocuente la descripción del Reino de Pallas. Ya sabemos que la Reina “tiene el poder del destino”, esto es, que el evento de la paz depende de ella. En el esquema del amor político, la resolución les corresponde a “los grandes” en la medida en que los eventos dependen de su voluntad. Fuera de cuestión es que la soberana presenta el cuadro de “dificultad en la elección de los medios”. De eso se trata el Ballet entero en realidad. Cuando hay dificultades en decidir, escribe Descartes: “la irresolución nos dispone a deliberar o a pedir consejo”. Estamos ante la Reina que consulta a los Estados Generales.



martes, 5 de mayo de 2009

Pallas, Reina con problemas

Para versión en pdf en la Biblioteca Virtual de Pensamiento político hispánico Saavedra Fajardo, haga click aquí

Los reales problemas
El Nacimiento de la Paz de Descartes (II)

Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacional Federico Villarreal

Continúo con la versión libre del texto sobre "El Nacimiento de la Paz" de Descartes que voy a exponer en el Centro de Investigaciones Filosóficas de Buenos Aires el 7 de mayo. Pronto en pdf

El argumento del Ballet no parece dar ocasión de disputa, pero se ve tan fácil que no se ha reparado mucho (nada) en su contenido. Pallas era soberana de un Reino que atravesaba una larga e infructífera situación de guerra, “una larguísima guerra” que genera un descontento que obliga a establecer los Estados Generales, que habrían de deliberar acerca del estado de guerra y paz. La guerra y la paz es una situación política básica. Sabemos que la situación entre guerra y paz en general es fundadora del orden político, esto es, que se vincula con la instauración de un tipo de régimen político determinado. Los estamentos representados en los Estados Generales se reúnen para decidir la paz, pero también para tomar una decisión que atiende a la naturaleza del régimen. Una particularidad del argumento es que la decisión definitiva sobre la guerra y la paz debe ser tomada sólo por la Reina, lo que es en realidad la causa principal de la de la dificultad. El problema más importante, pues, no es la decisión, sino el hecho de que ésta recae sobre la Reina y que depende excesivamente de ella. El Ballet lo expone así en el recitativo central: “Ya que Pallas tiene el poder del destino/ Y a todo esto pronto puede poner fin”. En el contexto es claramente una llamada de atención. Digamos: La Reina tiene la prerrogativa de decidir y puede terminar con la guerra. No se requiere mucha imaginación para comprender que el tema que está en el centro –literalmente en el centro- es que Pallas se demora mucho en tomar la decisión política solicitada. En el esquema de Las Pasiones, la Reina adolece del defecto de ser una persona irresuelta, esto es, se lo piensa mucho. Se le pide que decida “pronto”, esto es, se la apura, pero la señora se toma su tiempo. En la realidad, lo que ocurre es que la Reina se demora demasiado. En el contexto en que debería decidirse por la Paz, se pasa el tiempo danzando. Ella danza sin voz mientras la Guerra continúa haciendo su trabajo.



El Ballet es un escenario de parlamento, y se extiende como una serie de interpretaciones del problema enfocadas desde los intereses de agentes sociales determinados, cada uno de los cuales expone sus razones para exigir la decisión real. En vista que con pantomimas y disfraces, el Ballet funciona como una procesión narrativa. Quizá sea útil mostrar cuáles son los estamentos que aparecen en esta procesión de argumentaciones para instar a la decisión de la Reina. Hay tres estamentos. Los dioses, el Ejército y el pueblo. Los dioses son como la alta nobleza. Este grupo incluye a Pallas aconsejada por Marte, que son personajes principales, pero también al Terror Pánico y a Jano, al dios Apolo, a la Tierra, la Fama, la Gloria y la Victoria, a quienes debemos añadir las nueve Musas y las tres Gracias; estas últimas inevitablemente hacen recordar a la Corte en el exilio de Isabel de Bohemia, cuya familia femenina era conocida por ese nombre. Este grupo define sus intereses en oposición al Ejército. El Ejército está formado por voluntarios y caballeros, aunque, singularmente, a éstos no se les incluye sino por alusión, indirectamente. El Ejército es un grupo cuyo desagregado no podía ser más infeliz, pues da lugar en la narración a tres estirpes de seres despreciables: los cobardes, los lisiados y los pillos. Por extensión, el estamento militar representa el interés de las mujeres del pueblo, cuya voz tiene por intermediario a este Ejército lamentable, que a primera vista parece una banda de tontos y delincuentes.

No es difícil encontrar un cierto carácter ambivalente del significado tan desfavorable de las figuras militares. Es interesante comparar a las mujeres desgraciadas del Ejército con las felices féminas divinas, las Musas o las Gracias, por ejemplo; a diferencia de las anteriores, éstas sobrepasan en número a los varones, son la mayor parte de las voces de su clase en hablar y llevan una vida regalada de cultura y conocimiento, más o menos como Cristina de Suecia. Notoriamente, las mujeres divinas no sufren las desgracias de la guerra; las del pueblo, en cambio, atraviesan una suerte doblemente lamentable. Viven en la ignorancia, desprendidas de los goces de la cultura, pero viven también en la infelicidad, negadas como están de los placeres de su sexo porque sus hombres o están ausentes, o se han vuelto incapaces o la guerra los ha envilecido. Junto a los dioses y al Ejército, se añade un último estamento: los campesinos. Es fácil reconocer a la Reina en Pallas y su consejero principal, Marte, dios de la Guerra, así como el inmenso descontento del pueblo. Escuchados los alegatos de los estamentos, uno no puede dejar de sentir cierta incomodidad moral ante una Reina que parece indiferente ante la desdicha general que produce su irresolución.

Son numerosas las voces de la procesión narrativa. Pero no hay que hacer mucho esfuerzo para comprender que en el texto del ballet –a pesar de la variedad de voces- hay contrapuestos sólo dos grupos de interés. De un lado está la Reina y su consejero, el dios Marte, que desean la guerra. “Aunque sea buen aspecto el que tengan/ E incluso de raza divina sean” sucede que “vencidos por lo regular son”. Podemos pensar en la Reina Ana y el Cardenal Mazarino, o también en Cristina de Suecia y su ambicioso Canciller Axel Oxenstiern, que comparten plaza junto con la nobleza; el titular simbólico de este segmento es Apolo, rodeado del afectuoso tropel de las musas y las gracias. Si referido este elemento a la Cristina, una injusticia, pues sabemos que Oxenstiern y ella se llevaban bastante mal. De otro lado tenemos un estamento popular, que incluye a los campesinos y a la Tierra, pero también a las mujeres. Es natural ver allí finalmente al Ejército, en tanto éste está formado de voluntarios que salen del pueblo y no de la nobleza. Hay que recordar que los voluntarios son los esposos o los novios de las mujeres y que, manifiestamente, sufren por carecer de las gracias y otros beneficios femeninos de los que gozan los nobles, pero que además regresan de la batalla lisiados o pobres.



Es un detalle interesante el que los tres recitativos, que funcionan en una clave teatral como un coro anónimo, son en realidad la voz de los voluntarios, esto es, la voz del pueblo como una totalidad. Como recordamos, es la única que voz cuyo libreto es cantado. Y es notorio que el solista se dirige a la Reina, que danza. Es el pueblo quien habla cuando Pallas aparece en escenario. En la Carta sobre el amor a Chanut de febrero de 1647, y en referencia al amor que debe sentirse por los reyes, hay una extensa referencia a lo que podríamos llamar con Descartes “el amor por el todo” o por “el cuerpo”. Con esto se refiere una concepción relativa a la comunidad política muy interesante. Es una solidaridad de “amor” entre desiguales en torno del mando. De un lado está “el amor a lo que está más alto de nosotros” y su recíproca, lo que “es menos que nosotros” o “es menos noble”. Se trata de la pasión relativa al súbdito y al soberano. En este esquema del gobierno real y el “amor” comunitario, el pueblo es el objeto de las virtudes soberanas, en particular la benevolencia y, viceversa, el soberano es objeto de un amor que podemos llamar “político”, pues es el amor a la comunidad de pertenencia o “al príncipe”. “Cuando un ciudadano se une de voluntad a su príncipe o a su país debe verse como una parte muy pequeña del todo” –agrega Descartes- especialmente, “si su amor es perfecto”. Este amor político está singularmente vinculado con la obediencia; es la obediencia en general, pero en especial la obediencia militar, que es aquí más el caso. La obediencia va de la mano con la idea del mando y la decisión a la que está sujeta. Pero la voz del pueblo tiene en contraposición a una Reina Pallas muda, que no sólo no canta, sino que tampoco tiene voz en el libreto. Es muy curioso que la Reina sea el único personaje que no habla en una narrativa donde se trata de que todos hablen. Un motivo es que “ella tiene el poder del destino”, y su lugar es escuchar. En efecto: Pallas es la Sabiduría, y no hay que hacer mucho esfuerzo para comprender que la sabiduría es una cualidad moral que requiere de la deliberación. Pero los que obedecen requieren que el príncipe decida, y no sólo que escuche.



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