Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

miércoles, 25 de abril de 2012

La conspiración monarquista de 1911. Parte IX. La superioridad teórica de la monarquía



La conspiración monarquista de 1911
Parte IX

La superioridad teórica de la monarquía

Víctor Samuel Rivera

Carácter de la literatura es víctima de una gran injusticia si se lo lee como un libro de literatura. Se trataba en realidad de un texto de sociología y de política. José se inspiraba en la obra de Hyppolite Taine Histoire de la littérature anglaise [1873], de análoga factura. Como antes había hecho Taine, José desarrolló una historia de la literatura con una finalidad política, que incidía en el periodo que Ventura refiere como “romanticismo”. Ventura mismo nos da testimonio de haber interpretado el libro de José de esta manera. Para 1909, José conservaba el material con el que había trabajado el lustro anterior, una buena parte los originales de las obras citadas, pero también copias manuscritas de obras que José no había podido conseguir para tener en propiedad y que debía haber trascrito él mismo, sea de la Biblioteca Nacional o sea de bibliotecas particulares, como la del filósofo Javier Prado. En su mayor parte se trataba de obras raras y muy valiosas. Ventura, en París, no tenía acceso a nada de eso, y a José, en cambio, ese material le parecía ahora marchito e inútil. Sin dilación, a la primera solicitud, José se lo mandó en “siete paquetes”. Pero Ventura, de apetito insaciable, insistía en solicitar de Riva-Agüero más y más material. Como se observa, Del romanticismo al modernismo era una suerte de reciclaje del trabajo (y de la biblioteca) del buen amigo de Lártiga. Ventura debía tentar a José para esta generosidad tan exagerada. Estaban allí Lesca y Martinenche; pero es evidente que no podían conmoverlo con la literatura. ¿En razón de qué podía José interesarse en estos contactos?






















Charles Lesca y Ernest Martinenche, los editores y contactos de Ventura, ingresan aquí en su calidad de nacionalistas royalistes. Hay sobrados estudios sobre el activismo monarquista francés del género al que estos personajes pertenecen en el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, cuya cronología coincide en lo más básico con estas historias franco-latinoamericanas que venimos refiriendo. El monarquismo positivista francés estaba en su pico más alto. Pues bien. El autor de la tesis de 1905 también se consideraba a sí mismo todo lo que eran los contactos de Ventura. Un “hispanista”, un nacionalista y un monarquista. La misma tesis de 1905 había sustentado, desde presupuestos positivistas, lo que llamaría años después él mismo, en la década de 1940, la “superioridad teórica de la monarquía”. El filósofo Alejandro Deustua le escribía a Riva-Agüero por esos años, en referencia a la tesis de 1905: “Yo no habría defendido nunca, como usted lo ha hecho, la forma monárquica de gobierno como conveniente para el Perú”. “Es que en usted el liberalismo es un accidente” –agrega Deustua-. En referencia a este periodo valen los elocuentes términos del escritor mejicano José Vasconcelos, amigo a quien el futuro marqués de Montealegre de Aulestia conoció en una visita de Vasconcelos al Perú en 1916. Al conocerlo, “Riva-Agüero sostenía el programa cabal de la Acción Francesa, antes de que la Acción Francesa difundiera su tesis”. Vasconcelos, en alusión a las ideas monarquistas de Riva-Agüero, que le parecen a él más bien anecdóticas, agrega con cierta ironía: “La tesis de Riva-Agüero estaba en su sangre”. José era de derecho Marqués de Montealegre. El texto que incluye estas observaciones es un ensayo pequeño, de tipo memoria y semblanza que se titula Mi amigo el Marqués.


En 1909 la monarquía había regido el Perú tres siglos; la República, en cambio, apenas 80 años. La monarquía lucía espléndida en prósperos países modernos, en particular, en los Imperios Alemán y Austro-Húngaro, ambos países jóvenes, más jóvenes que la República del Perú. En contraste, el Perú que se había originado en 1821 era un ejemplo de anarquía e incertidumbre, el exacto contrario de esos Imperios; uno era el efecto de la guerra Franco-Prusiana de 1870 y el otro el resultado legitimista y monárquico de la revolución de 1848 en Europa Central. No parecía ilógico vincular el pensamiento de la nacionalidad con la cuestión  de la naturaleza del régimen político, así como las razones de su respectivo éxito o fracaso. Las impresiones más vivas del José de esa época sobre la monarquía han desaparecido, y sólo podemos hacernos una idea bastante vaga a partir de la correspondencia, que se conserva muy escasa de antes de la década de 1920, como es el caso de la carta de Deustua de 1909 que venimos de citar. Pero podemos hacer un esfuerzo por reconstruir lo que falta.



domingo, 8 de abril de 2012

La conspiración monarquista de 1911. Parte VIII



La conspiración monarquista de 1911. Parte VIII
Los monarquistas franceses y Riva-Agüero


Víctor Samuel Rivera


Resulta un hecho sorprendente de la historia de los contactos franco-latinoamericanos que el círculo hispanista de Foulché-Delbosc no fuera solamente una comandita de intereses literarios. En realidad los hispanistas de este círculo eran también parte no tan colateral del activismo político francés. Martinenche y Lesca eran nacionalistas maurrasianos y monarquistas. Ambos realizaban estudios sobre España y la América española y portuguesa, pero estaban vinculados, en mayor o menor grado, al activismo de l’Action Française. Este movimiento de la extrema derecha francesa, para 1909, se caracterizaba por una postura monarquista; su libro emblemático era Enquête sur la monarchie [1901-1903, reedición de 1911] de Charles Maurras, libro que sería uno de los más célebres textos ideológicos anteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Charles Lesca y Ernest Martinenche eran unos académicos hispanistas, pero también unos nacionalistas monarquistas, unos royalistes. En este liderazgo nacionalista y monárquico destacaba, al lado de Maurras, el poeta Maurice Barrès [1862-1923]. Éste último con toda certeza, se hizo amigo cercano de Ventura, quien lo cita expresamente en Nosotros. Hay que decir que, en términos generales, Ventura admiraba en Barrès tanto su pluma como su ideología. Maurras, por su parte, tuvo sin duda trato personal con Francisco, que también conocía y apreciaba, junto a su persona, su doctrina. Tanto Francisco como Ventura tuvieron trato de amistad con otros maurrasianos menores del entorno íntimo del movimiento; un ejemplo es el provenzal Marius André; a través de este último, la revista parisina Hebdomadaire, importante en la biografía de Riva-Agüero, incluiría a inicios de la década de 1920 diversas notas sobre el Perú, el centenario de la Independencia peruana, “los novecentistas”, la revista Mercurio Peruano y la obra de Francisco. Lesca fue amigo próximo tanto de Barrès como de Maurras. Es razonable preguntarse cuál era el límite entre el activismo y los estudios iberoamericanos, si es que había alguno.


Desde fines de 1908, Ventura comenzó una serie insistente de cartas para Riva-Agüero, en un ciclo que iría a cerrarse alrededor de 1911, la fecha del “fracaso”. Hay que considerar que Ventura era especialmente ingrato para escribir y que casi no le había escrito nada a José desde que se había mudado a París en 1906. Después de una lista enorme de pedidos y reclamos por los tan deseados libros para hacer la compilación de 1910 escribe Ventura: “No te olvides de que, a pesar de todas mis lentitudes para contestarte, de todas mis perezas, tienes aquí un amigo que de veras de quiere”; agrega: “creo como tú que nada más engorroso que escribir una carta”. Sin duda que le resultaba muy engorroso escribir a Ventura, sobre todo considerando que José se ha encargado de hacernos saber que él sí se apuntaba para escribirle a su amigo, que normalmente –antes de 1909- no le contestaba nada.

Sin menoscabo de otras intenciones, hacia 1909 Ventura estaba muy interesado en obtener el material que estaba preparando para el año siguiente, cuya existencia en la imprenta era debida a la ayuda de Martinenche y Lesca. El de Lártiga había redactado en 1905 su tesis de bachiller en Letras dedicada en gran parte a la historia de la misma literatura que ahora Ventura quería compilar, al extremo de que en gran medida el libro de Ventura puede ser considerado una variación del de Riva-Agüero. El texto de José que usaba Ventura es Carácter de la literatura del Perú independiente, el mismo libro que había servido para el modelo de nacionalismo esbozado por Ventura en Nosotros. El lector entre líneas comprende que la historia de Del romanticismo al modernismo y la del nacionalismo descrito en 1935 es la misma historia.

martes, 3 de abril de 2012

La conspiración monarquista de 1911. Parte VII



La conspiración monarquista de 1911. 
Parte VII
Una mirada desde el Café Fouquet(1909-1913)

Víctor Samuel Rivera


1909. “¿Recuerdas nuestras largas charlas un poco subversivas y monárquicas?”, le escribe Ventura García Calderón a José. Es una carta entusiasta, seductora. Ventura tenía entonces 24 años y alcanzaba a la memoria del joven historiador unos episodios colegiales entonces bastante cercanos. Ventura remite al grupo de amigos que salía en 1900 del Colegio de la Recoleta. Implica, pues, un retrato de “Nosotros”: unos niños que charlan a la salida. Los García Calderón vivían en un palacete en la Calle de la Amargura, al lado del colegio. Tres cuadras más allá, en la Calle de Lártiga, frente a la Iglesia de San Agustín, estaba la casa de los Riva-Agüero. Los amigos recorrían la recta entre ambas casas con charlas inexhaustas sobre Nietzsche, de Maistre y Donoso Cortés. Ventura llamaba a este grupo de muchachos “los cinco”; eran Ventura y su hermano Francisco, pero también, junto con José, Carlos Zavala, Mansueto Canaval y Raymundo Morales de la Torre. Les interesaba la excepción, la historia y la guerra. Pero Ventura y Francisco eran amantes de la subversión. La charla con José se centraba en un tema: la forma de régimen político más apropiado para el Perú. Conversaban sobre la monarquía constitucional y la república anárquica; comparaban el brillo del Imperio del Brasil del siglo XIX, expansivo y exitoso, con el Perú de la misma centuria, una monarquía opulenta que agonizó a la enjuta entidad revolucionaria y fracasada sobre cuyos recuerdos aplastaba cadencioso su paso la conversación. Por haber charlado así los cinco alrededor de 1900 a veces se les llama a ese “nosotros” “los novecentistas”. Los jóvenes pensaban en el Perú republicano, vencido en la guerra de 1879. Discutían a viva voz la teoría “del buen tirano” .


Mientras escribía su carta del año 1909, Ventura llevaba ya tres años en París. Se había mudado allí en 1906 con su madre y sus hermanos Juan, José y Francisco. Había que acomodarse. Para 1909 Francisco [1883-1953] ya era considerado en Europa un representante de las letras latinoamericanas. En 1907 había impreso Le Pérou contemporain, uno de los grandes manifiestos de los “novecentistas”. La Academia Francesa premiaría pronto la obra. En 1909 Francisco era, pues, famoso. A Francisco hay que figurárselo sentado en el Café Fouquet, a 50 metros de la Place de l’Ètoile . En el Fouquet gozaba de la compañía de las grandes personalidades de la vida filosófica francesa. Sus contertulios eran Gustave Le Bon, Émile Boutroux, Gabriel Séailles, Théodor Ribot o Henri Poincaré, con todos los cuales mantuvo relación personal e incluso amistad. Séailles, quien era entonces una de las lumbreras académicas de París, había prologado la obra de 1907 premiada por la Academia. En 1909 Ventura –que algún día habría de ser postulado al Premio Nóbel de Literatura- hacía entonces un esfuerzo bastante infructuoso por no quedarse atrás de su hermano. Él, personalmente, no era aún nadie.

Mientras recordaba las charlas antiguas de la Recoleta, Ventura se jactaba sin exceso de haber publicado un humilde folleto de crónicas de prensa que se llamaba Frívolamente; se trataba de una colección de ensayos de periódico que logró imprimir con la Editorial Garnier, en 1908. “Te mando mi libro –escribe entonces a José-. No lo leas. Hojéalo un poco y nada más. Sin modestia, te diré que es mediocre”. La mediocridad tenía una explicación simple: el origen de su libro tenía “un motivo comercial”; Ventura necesitaba dinero y ganar escribiendo más de esos articulillos, para lo cual requería “conseguir correspondencia de los periódicos sudamericanos”. Se trataba, en suma, de “tonterías de periodista”. En 1909, mientras escribía a Riva-Agüero, soñaba con un libro de mayor fuste. Se trataba de una antología literaria peruana, la hoy rara compilación Del romanticismo al modernismo. Ventura quería en las letras hispanoamericanas lo que su hermano había logrado en la filosofía. En este contexto repasan los amigos las charlas “un poco subversivas”. Allí donde se ve pura literatura hay también interés político: subversivo y monarquista.



Ventura estaba elaborando en París los prólogos y los comentarios a su Del romanticismo al modernismo en un contexto muy afortunado. Alrededor de 1907, mientras su hermano recibía el premio de la Academia Francesa, Ventura se había topado con una red de académicos franceses ávidos de conocimiento sobre la América Latina. Esta red giraba en torno a la figura del célebre hispanista Raymond Foulché-Delbosc [1864-1929], a quien algún día su hermano dedicaría un ensayo célebre. Por este último Ventura conoció a uno de los grandes expertos en literatura hispanoamericana de su tiempo, un representante singular de los estudios hispánicos en Francia, Ernest Martinenche [1869-1950]. Éste era a su vez amigo muy cercano de un hispanista de origen vasco-argentino que se había asentado en París; se trata de Charles Lesca [1871-1948].

Hacia 1910 Lesca era de oficio editor de libros y trabajaba intensamente en el ambiente editorial. Martinenche, además de estar interesado en la cultura y la literatura “hispánica” -que ahora llamaríamos más bien “iberoamericana”- venía de ingresar en 1907 en la docencia en la Universidad de La Sorbona de París; éste era para Martinenche el inicio de una larga y exitosa carrera académica de tres décadas como experto en temas españoles y latinoamericanos. En calidad de hispanista, Martinenche viajaría varias veces a lo largo de su vida a la América Latina, especialmente a la Argentina; junto con Lesca, fue incorporado como miembro de la Academia del Brasil. Ninguno era, pues, cualquier persona. Durante el periodo que va entre 1909 y los reacomodos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ambos llegarían a ser verdaderas celebridades en el mundo de los lazos franco-iberoamericanos. Es comprensible que Ventura viera con entusiasmo la cercanía de Foulché-Delbosc y de su corte, que encontraba en él –al principio, sin duda a través de su hermano Francisco- un nexo privilegiado para su propia fama. De por medio estaba la amistad de José de la Riva-Agüero.
 
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