Francis Bacon y la política del milagro
Prioridad de la profecía sobre la ironía
II- A Salomona: metapolítico de la ciencia
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Curiosamente, Bacon, quien durante los siglos XVIII y XIX fue tomado como
padre de la filosofía moderna, sino al menos como padre de la ciencia
experimental, parece haber sido en vida y obra un ironista consumado, en medio
de cuyas sutilezas haría lugar para pensar un tipo de sociedad que es, aunque
libre de los elementos violentos y desagradables de la metafísica, la misma que
Rorty deseaba llevaran a la práctica los liberales de izquierda unos 500 años
después. La ironía de Bacon es clave para entender su pensamiento, y esto nos
conduce a una de sus obras más significativas en el presente, la Atlantis Nova, que es el texto donde la
hallaremos asociada a la profecía. Atlantis
Nova (La Nueva Atlántida) es una
de las utopías más recordadas y conocidas de la modernidad temprana, impresa
póstumamente en 1627. Lord Canciller redactó este texto poco antes de su
muerte, en 1626, y corrió la edición a cargo de William Rawley, su secretario.
Bacon era consciente de que sus obras sobre ciencia natural publicadas antes de
esa fecha podían resultar al lector del futuro algo enjundiosas, como ya lo
habían sido para los lectores del presente, así que resolvió crear un texto que
resumiera lo que Bacon mismo encontraba como lo más relevante de su programa: estimular
la idea general de la ciencia como una necesidad social. Aquí hay una sutileza
que podría dejarse para luego, pero que debe subrayarse. El conocimiento entre
los antiguos cumplía también una función social, sólo que ésta muy diversa de la
que Bacon quería defender. Ambas se hallaban ligadas, de una u otra forma, a
una concepción política del saber; cambiar, reemplazar, revolucionar el
estatuto social de la ciencia implicaba una transformación política o, mejor,
una nueva metafísica de la política, algo que Joseph de Maistre denominó metapolítica. En cualquier caso, la
ciencia antigua o premoderna era teleológica,
esto es, ligada a los fines propios de la comunidad política, que era también
el lugar propio del hombre; en la ciencia la comunidad política realizaba la
plenitud de sí misma. Hoy es difícil representarse esta manera de entender el
conocimiento, aunque es muy probable que Bacon y sus contemporáneos lo hubieran
entendido mejor, ya que fueron educados en ella; esto en gran medida da algún
mérito a sus críticas y mayor originalidad a sus propuestas. Atlantis Nova, como texto utópico, era
una manera de hacerse una idea de la clase de sociedad que sería posible
realizar si la concepción teleológica de los antiguos fuese reemplazada por otra,
la moderna.
Para los pensadores premodernos en general, y no sólo para los antiguos, conocer
completaba, llenaba y culminaba el conjunto de los presupuestos que de hecho le
dan sentido a la existencia de una comunidad política. Era como la cultura superior,
las excelencias de los ritos religiosos, la poesía, las artes visuales,
musicales y escénicas, sólo que se diferenciaba de todo eso por su naturaleza
de logro personal; la ciencia era una virtud propia de un personaje social, el
sabio, cuya función era alcanzar un objetivo de la existencia humana que se
hallaba socialmente reservada para él. El conocimiento era el despliegue y la
plenitud de una persona, cuyo vínculo con la sociedad se hallaba en que ésta
debía crear las condiciones materiales que hicieran posible la subsistencia del
sabio que, para dedicarse a la ciencia, debía ser ociosa productivamente
hablando. En este contexto, una comunidad política sin conocimiento (esto es,
sin sabios) debía considerarse una sociedad incompleta, del mismo modo en que
un minusválido no es plenamente una persona; es una persona, pero no plena en
sus facultades. La ausencia de conocimiento (esto es, de los sabios) en una
sociedad que en otros rubros podría ser exitosa sería como una mala babosería reinando
sobre un hombre fuerte, joven y bello. Era mejor la sensatez y la orientación del
sabio marginal en una sociedad que fuera imperfecta en otros factores, como ser
menos extensa territorialmente o tener menos riqueza acumulada, y no había
razón teórica ni lógica para suponer que una sociedad pudiera ser muy exitosa en
otros aspectos sin la presencia de sabios, o hallarse ante la presencia de
ellos en una sociedad en otros aspectos disminuida o modesta. Bacon vio
claramente, no que el conocimiento de su época hubiera aumentado o mejorado
respecto del pasado, sino que era de una naturaleza enteramente diversa de lo
que se ha descrito. Bacon creyó que la nueva ciencia encerraba un elemento
móvil que no sólo cambiaba, sino que invertía la función social que los antiguos
le habían asignado a la ciencia y a sus cultivadores.
Bacon quería explicar en Atlantis
Nova que la analogía que se acaba de hacer para explicar la función que los
antiguos asignaban al conocimiento no ilustraba lo que los científicos contemporáneos
a él intentaban lograr, y que en cierta medida ya estaban logrando. Pero se
adelantó hasta el diseño del teléfono, los submarinos, los aviones y los
motores para producir energía; interpretó todo eso políticamente; pensó que se
trataba de las consecuencias de un cierto orden social que podía ser instituido.
Aunque pensaba en las posibilidades sociales y políticas de una realidad
histórica que ya existía, es notorio que otros utopistas de su tiempo no fueron
capaces de proyectarse al futuro de la misma manera sorprendente. Se trata de
un curioso saber intuitivo, puesto que referido en el futuro a realidades (como
los aviones, etc.), tomado con seguridad de la atmósfera de éxito sin
precedentes que los modernos iban difundiendo insensiblemente con sus logros sobre
el prestigio de los antiguos, aunque sea inexplicable no tanto que Bacon haya
imaginado ciertos logros tecnológicos fruto de la nueva ciencia, sino que sea
él quien lo haya hecho y no ningún otro utopista con una visión metafísico
política del futuro.
La de Bacon era la época de Nicolás Copérnico, Johannes Kepler, William
Harvey, Descartes y Galileo Galilei. Bacon no estaba realmente muy enterado de
la ciencia que le era contemporánea, y ni siquiera de los éxitos notorios que la
antigua había logrado; no conocía los estudios de la palanca de Arquímedes,
pero tampoco los avances en matemáticas que se operaban desde fines del siglo
XVI, que eran notables y esenciales en los cambios que iba teniendo la práctica
científica; ignoraba o despreciaba el trabajo de Galileo y Copérnico, la teoría
del magnetismo, etc., que fueron determinantes en la revolución científica de
su tiempo. Aunque estos logros debían mucho a las matemáticas avanzadas y a su
integración en la formulación de teorías, a pesar de algunas apelaciones en
contrario, Bacon nunca hizo nada parecido a comunicar el cálculo matemático con
la descripción de hechos observables en un laboratorio. Supo muy poco de
matemáticas como para pensar ese tipo de sutilezas. William Harvey, ese
compatriota suyo que descubrió la circulación sanguínea, no en vano dijo una
vez que Bacon escribía de física como se esperaba lo hiciera un Lord Canciller;
Bacon era –y esto es más importante de lo que se puede pensar-, antes que un
hombre de ciencia, un pensador político de la ciencia.



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