Víctor Samuel Rivera

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El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

martes, 11 de agosto de 2015

Francis Bacon y la política del milagro Prioridad de la profecía sobre la ironía / II- A Salomona: metapolítico de la ciencia

  




Francis Bacon y la política del milagro
Prioridad de la profecía sobre la ironía



II- A Salomona: metapolítico de la ciencia


Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


Curiosamente, Bacon, quien durante los siglos XVIII y XIX fue tomado como padre de la filosofía moderna, sino al menos como padre de la ciencia experimental, parece haber sido en vida y obra un ironista consumado, en medio de cuyas sutilezas haría lugar para pensar un tipo de sociedad que es, aunque libre de los elementos violentos y desagradables de la metafísica, la misma que Rorty deseaba llevaran a la práctica los liberales de izquierda unos 500 años después. La ironía de Bacon es clave para entender su pensamiento, y esto nos conduce a una de sus obras más significativas en el presente, la Atlantis Nova, que es el texto donde la hallaremos asociada a la profecía. Atlantis Nova (La Nueva Atlántida) es una de las utopías más recordadas y conocidas de la modernidad temprana, impresa póstumamente en 1627. Lord Canciller redactó este texto poco antes de su muerte, en 1626, y corrió la edición a cargo de William Rawley, su secretario. Bacon era consciente de que sus obras sobre ciencia natural publicadas antes de esa fecha podían resultar al lector del futuro algo enjundiosas, como ya lo habían sido para los lectores del presente, así que resolvió crear un texto que resumiera lo que Bacon mismo encontraba como lo más relevante de su programa: estimular la idea general de la ciencia como una necesidad social. Aquí hay una sutileza que podría dejarse para luego, pero que debe subrayarse. El conocimiento entre los antiguos cumplía también una función social, sólo que ésta muy diversa de la que Bacon quería defender. Ambas se hallaban ligadas, de una u otra forma, a una concepción política del saber; cambiar, reemplazar, revolucionar el estatuto social de la ciencia implicaba una transformación política o, mejor, una nueva metafísica de la política, algo que Joseph de Maistre denominó metapolítica. En cualquier caso, la ciencia antigua o premoderna era teleológica, esto es, ligada a los fines propios de la comunidad política, que era también el lugar propio del hombre; en la ciencia la comunidad política realizaba la plenitud de sí misma. Hoy es difícil representarse esta manera de entender el conocimiento, aunque es muy probable que Bacon y sus contemporáneos lo hubieran entendido mejor, ya que fueron educados en ella; esto en gran medida da algún mérito a sus críticas y mayor originalidad a sus propuestas. Atlantis Nova, como texto utópico, era una manera de hacerse una idea de la clase de sociedad que sería posible realizar si la concepción teleológica de los antiguos fuese reemplazada por otra, la moderna.

Para los pensadores premodernos en general, y no sólo para los antiguos, conocer completaba, llenaba y culminaba el conjunto de los presupuestos que de hecho le dan sentido a la existencia de una comunidad política. Era como la cultura superior, las excelencias de los ritos religiosos, la poesía, las artes visuales, musicales y escénicas, sólo que se diferenciaba de todo eso por su naturaleza de logro personal; la ciencia era una virtud propia de un personaje social, el sabio, cuya función era alcanzar un objetivo de la existencia humana que se hallaba socialmente reservada para él. El conocimiento era el despliegue y la plenitud de una persona, cuyo vínculo con la sociedad se hallaba en que ésta debía crear las condiciones materiales que hicieran posible la subsistencia del sabio que, para dedicarse a la ciencia, debía ser ociosa productivamente hablando. En este contexto, una comunidad política sin conocimiento (esto es, sin sabios) debía considerarse una sociedad incompleta, del mismo modo en que un minusválido no es plenamente una persona; es una persona, pero no plena en sus facultades. La ausencia de conocimiento (esto es, de los sabios) en una sociedad que en otros rubros podría ser exitosa sería como una mala babosería reinando sobre un hombre fuerte, joven y bello. Era mejor la sensatez y la orientación del sabio marginal en una sociedad que fuera imperfecta en otros factores, como ser menos extensa territorialmente o tener menos riqueza acumulada, y no había razón teórica ni lógica para suponer que una sociedad pudiera ser muy exitosa en otros aspectos sin la presencia de sabios, o hallarse ante la presencia de ellos en una sociedad en otros aspectos disminuida o modesta. Bacon vio claramente, no que el conocimiento de su época hubiera aumentado o mejorado respecto del pasado, sino que era de una naturaleza enteramente diversa de lo que se ha descrito. Bacon creyó que la nueva ciencia encerraba un elemento móvil que no sólo cambiaba, sino que invertía la función social que los antiguos le habían asignado a la ciencia y a sus cultivadores.



Bacon quería explicar en Atlantis Nova que la analogía que se acaba de hacer para explicar la función que los antiguos asignaban al conocimiento no ilustraba lo que los científicos contemporáneos a él intentaban lograr, y que en cierta medida ya estaban logrando. Pero se adelantó hasta el diseño del teléfono, los submarinos, los aviones y los motores para producir energía; interpretó todo eso políticamente; pensó que se trataba de las consecuencias de un cierto orden social que podía ser instituido. Aunque pensaba en las posibilidades sociales y políticas de una realidad histórica que ya existía, es notorio que otros utopistas de su tiempo no fueron capaces de proyectarse al futuro de la misma manera sorprendente. Se trata de un curioso saber intuitivo, puesto que referido en el futuro a realidades (como los aviones, etc.), tomado con seguridad de la atmósfera de éxito sin precedentes que los modernos iban difundiendo insensiblemente con sus logros sobre el prestigio de los antiguos, aunque sea inexplicable no tanto que Bacon haya imaginado ciertos logros tecnológicos fruto de la nueva ciencia, sino que sea él quien lo haya hecho y no ningún otro utopista con una visión metafísico política del futuro.

La de Bacon era la época de Nicolás Copérnico, Johannes Kepler, William Harvey, Descartes y Galileo Galilei. Bacon no estaba realmente muy enterado de la ciencia que le era contemporánea, y ni siquiera de los éxitos notorios que la antigua había logrado; no conocía los estudios de la palanca de Arquímedes, pero tampoco los avances en matemáticas que se operaban desde fines del siglo XVI, que eran notables y esenciales en los cambios que iba teniendo la práctica científica; ignoraba o despreciaba el trabajo de Galileo y Copérnico, la teoría del magnetismo, etc., que fueron determinantes en la revolución científica de su tiempo. Aunque estos logros debían mucho a las matemáticas avanzadas y a su integración en la formulación de teorías, a pesar de algunas apelaciones en contrario, Bacon nunca hizo nada parecido a comunicar el cálculo matemático con la descripción de hechos observables en un laboratorio. Supo muy poco de matemáticas como para pensar ese tipo de sutilezas. William Harvey, ese compatriota suyo que descubrió la circulación sanguínea, no en vano dijo una vez que Bacon escribía de física como se esperaba lo hiciera un Lord Canciller; Bacon era –y esto es más importante de lo que se puede pensar-, antes que un hombre de ciencia, un pensador político de la ciencia. 

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