Ponencia contra el aborto.
(El día en que los niños se reirán de Georges Soros).
Ponencia: Matagente; Las reglas del juego/ Una argumentación antiabortista
Miércoles 18 de julio, 4: 00 pm - 5 00 pm
Lugar: auditorio de Letras UNMSM.

Hablar de naturaleza de las Ciencias Humanas es quizás algo menos
complicado de lo que la gente comúnmente cree. En una época de cientificismo
cultural, donde todo lo que debe ser considerado ciencia parece ser objeto de
consulta para un científico, la mera pretensión de una ciencia de ser “humana”
da la impresión de ser poco atenta a la naturaleza del tiempo histórico en que
vivimos, de ser una especie de reliquia anticuaria; en todo caso, obedecería a
la incapacidad de los humanistas, de los interesados en las cosas humanas, de aceptar
con resignación que hace ya tiempo la ciencia, la ciencia científica, es la
poseedora de facto del predio al que se pretende acceso. Esta situación
paradójica, que hace del humanista un asaltante confundido de una propiedad
ajena, sin embargo, responde no tanto a su testarudez o una cierta falta de
talento por admitir el rol hegemónico y, diríamos mejor, excluyente, que los
propios humanistas han asignado al cientificismo cultural; es efecto de una
causa oculta, escondida en una actitud de la cultura cientificista que, al fin
y al cabo, como su origen, no es en absoluto científica, sino la complicidad
involuntaria en los efectos nefastos en el saber de una ideología.
Las universidades, los profesores y los maestros creen cultivar bien
las Ciencias Humanas de modos que, vistos desde lejos, producen una cierta
perplejidad: todo (o casi todo) es matemáticas; se estudia a través de
estadísticas, experimentos y teorías construidas, de curvas de cálculo numérico
evolutivo en el consumo; miden la excelencia académica de sus propios trabajos
con patrones que resultan tener admirables resultados en las empresas, los
flujos financieros o los diseños de teorías físicas o astronómicas. Hay vigente
un sistema global de organización de los documentos “científicos” de los
humanistas, pero en ese sistema global, creado en un relieve cientificista, es casi un milagro que cuadre una obra
verdaderamente humanista, de tal modo que los genuinos humanistas que se hallan
infiltrados en las instituciones cientificistas deben hacer trampa para pasar
las obras creativas e interesantes para un humanista como genuinos productos
del mercado del conocimiento cientificista. Pensemos si el De natura deorum de Cicerón, una de las obras más admirables de la
cultura romana, sería admitido por la cultura científica; la mirada del
auditorio se hace pesimista; todos sabemos que la ciencia cientificista le
pediría a Cicerón partes prefijadas para el texto, citaciones intercaladas con
fecha y formas de composición argumentativa y redacción que seguramente irían
perfectas en un texto de física cuántica o macroeconomía, pero que no es
posible que jamás cumplieran Cicerón, Montaigne, La Harpe, Heidegger, William
James, Tocqueville o Plutarco.
Hace 100 años era frecuente la reflexión seria sobre el puesto, o la
reivindicación del puesto, que las humanidades debían tener en las nuevas
sociedades democráticas y capitalistas. Fueron notables los esfuerzos entonces
de Wilhelm Dilthey, y luego de Edmund Husserl. Pero hasta estos mismos grandes
pensadores admiraban tan excesivamente a las ciencias naturales, que no fueron
capaces de explicar de manera satisfactoria la siguiente paradoja, que era ya
la misma en su tiempo: por qué si el mundo moderno ha instalado la ciencia científica
como la única ciencia, hay gente que se empeña en hacer que las humanidades
sean ciencia; por qué, por así decirlo, a pesar de que, desde que las Ciencias
Humanas viven exiliadas en un universo social cientificista y se han sometido
algunas veces con culpable falta de virilidad al recurso de las estadísticas,
las encuestas o las rigurosas pautas de las indexadoras, no parecen haber hecho
nada en favor de la ciencia que ellos realmente buscan: si se juntara una pila
de artículos indexados en los últimos 20 años, sin duda se tendría una montaña,
pero nunca una sola coma de Nietzsche en su periodo de demencia. El nulo apoyo que
los empresarios millonarios o sus empleados en las democracias hacen para el
trabajo de esta gente muestra, sea dicho con claridad, que se trata de gente
extremadamente terca; y esa terquedad no es signo de bajeza moral, sino el
indicador de que lo que distingue y califica a esas ciencias como ciencias
auténticas acerca de las cosas humanas se halla más allá de esto: la productividad
en cosas y objetos útiles, la lógica de la empresa y lo empresarial, la idea de
generar un especial bienestar material a quienes las profesan.
Quien esto redacta leyó hace muy poco el De vera religione, un tratado juvenil de San Agustín escrito básicamente
para defender el cristianismo ortodoxo en la época teodosea, en que tenía mala
fama entre los paganos. Sin querer, san Agustín, felizmente ajeno a los
necesarios retorcimientos de la argumentación de Heidegger, por cuya dificultad
se ha aquí omitido, explicó algo allí que era básicamente lo mismo que se me ha
pedido hacer: explicar la naturaleza de las Ciencias Humanas, en qué sentido
son ciencias y por qué valdría la pena ser un poco más pobres y un poco menos
populares por dedicarse a ellas, quizá para explicar al perplejo alumno joven
qué hace aquí cuando sería más científico si dedicara su única existencia
temporal a estudiar econometría o finanzas. Bajo el supuesto de que el
conocimiento se dirige por intereses (y no solo por amor al saber ni mucho
menos), se pregunta san Agustín si es que acaso los espectáculos del Coliseo, o
la fama en el foro, o hacer el equivalente de los viajes en crucero en el Mar
Mediterráneo son razones suficientes para dedicarse a cultivar alguna idea de
“ciencia”. Recuerda de manera oblicua el santo de Hipona esta paradoja por la
cual deseamos saber, tener ciencia (gnosis)
y que, al fin y al cabo, lo que nos guía en esa dirección es un saludable amor
a nosotros mismos, que no conocemos, pero que nos orienta a querer saber lo que
no remata en una herramienta o una cuenta bancaria.
El 21 de enero será el inicio de la administración
Trump en los Estados Unidos. Como en la historia humana nada es coincidencia,
en Francia se va a conmemorar el sacrificio en la guillotina del Rey Luis XVI. Ambos
acontecimientos se sitúan en una estela de sentido y marcan, por su fecha
idéntica, un arco de significado; vamos a intentar comunicar al público que por
aquí pasa una hermenéutica de la actualidad: haremos un diagnóstico y una
prognosis de lo que el límite presente de ese arco significa. Todo diagnóstico
del mundo social establece algunos parámetros como signa tempora: acontecimientos que parecen realizar un sentido, del
cual (en nuestras emociones y expectativas) encontramos ser sus portadores. Todos
los diagnósticos presuponen un margen de incertidumbre que intentamos ser
también agentes, aunque sea –como es el caso- agentes del pensar. Mientras
tanto, quede sentado que este año 2017 son elecciones en Francia. Es completamente
seguro que el Frente Nacional, hoy el partido político más grande y organizado
de ese país, llegará a la segunda vuelta, disputando con el Partido Republicano
cuyo líder –por algo que el lector verá mejor después- es tipificado como un
conservador religioso. Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional, y uno de
los personajes más extraordinarios del movimiento social europeo antiliberal,
estuvo esta semana en la Torre Trump de Nueva York. Obviamente, coordinando
algo con Donald Trump. Pero dejemos los signa
tempora que hablan de Trump y Le Pen un instante y vayamos por otro frente,
el Frente internacional.
Muy pocos intelectuales -y sin duda nunca los analistas
políticamente correctos- diagnostican considerando a los agentes sociales
marginales incorrectos visibles; no lo hacen sino cuando están a la puerta de
ser electos y realizan un acto de fuerza cuyas consecuencias son inevitables.
Se trata de un error metodológico de estos señores; ellos quieren evitar
ampliar lo que llaman la “visibilidad” de lo que esos agentes representan,
quizá con la oscura intención de opacar o impedir su éxito; del mismo modo,
impulsan y exageran de manera patética lo que les conviene para conservar su
mundo, como ha sido el caso con la candidatura demócrata americana en 2016, por
la que lloran hasta hoy. Pero la realidad tiene una cierta astucia, que es
notoriamente más inteligente que los pobres analistas y expertos; mientras
éstos se ciegan a sí mismos en las falsedades y las idioteces que desean
hacerle creer a los demás, la realidad social se hace ver por sí sola: lo hace
por medios incorrectos, desde las redes sociales, los memes y el Facebook hasta
la violencia espontánea, como ocurre hoy mismo en el Perú, cuando los medios se
alían con los empresarios para ocultar (“hacer invisible”) una corrupción de la
que el hombre común no es ignorante. Como respuesta a las políticas de
promoción de la sexualidad y de encubrimiento de la corrupción (que alguien que
ha pretendido ocupar la silla más alta de mi nación se hace el loco simulando
su responsabilidad en ella), el pueblo sale a las calles o pone fuego los hitos
que los corruptos usan hasta hoy para enriquecerse con su pobreza. Los agentes
invisibilizados por la prensa y los analistas un buen día se hacen visibles
solos, sin que medie lógica alguna.
Lo políticamente correcto y lo visible constituyen un
solo ámbito; aunque ya no se usa más la expresión “pensamiento único”, está
presupuesto en la identidad entre lo visible y lo correcto que hay un precio
para hacerse visible en el mundo histórico y social: es adherirse a lo que
podríamos llamar la constitución del
mundo visible, cuya esencia es el liberalismo. Ese liberalismo es lo que ha
llegado a ser lo referido por la expresión “pensamiento único” de los últimos
años. Los agentes incorrectos juegan en este ámbito el rol de amenazas; solo
sobresalen y se diagnostica sobre ellos en calidad de amenazas. Todo lo que
sobresale y, en cambio, no es amenaza, se integra en esta constitución liberal, y rápidamente los analistas y los expertos lo
aprueban y promocionan. Por motivos que sería largo e infructuoso detallar
aquí, en el lapso de los últimos tres lustros, la liberalidad de lo así llamado
liberal se relaciona con dos
aspectos: la promoción del placer, notoriamente el sexual, y el aligeramiento
de las identidades, la banalización de los compromisos ancestrales y las
expectativas de largo plazo. Si se actúa con esfuerzo para promover una agenda
social, algo que es asombroso ver hacerse en la izquierda burguesa global, de
seguro contará con el apoyo de los medios, la complicidad de organismos no
gubernamentales y, con todos ellos, el de los grupos empresariales millonarios
que, tras la sombra, financian a esta izquierda burguesa y a los medios.
Pues bien. Del mismo modo que todos sabemos que Donald
Trump es un político favorable a los rusos, y que eso no es por un interés
personal, económico o dinástico, sino por otras razones, y que es favorable a
Le Pen, y que es favorable al Brexit (y, por increíble que parezca, a la
disolución o al menos a la desactivación de la OTAN y la Unión Europea),
también Trump tiene la representación de los intereses de los sectores religiosos
de las sociedades occidentales, algo que es muy significativo bajo la
constitución liberal, que es ampliamente hostil con las religiones; esto
último, la hostilidad del liberalismo contra la religión, en fenómeno reciente,
podría explicar por qué ahora y no jamás antes, ha existido integrismo
terrorista islámico a escala mundial. No puede negarse que, aparte de lo
mentado, hay una atmósfera de adhesión de los nuevos movimientos nacionalistas,
incluso de un extraño nacionalismo norteamericano, así como de pertenencia
racial blanca (pero que, por la veta nacionalista, admite adhesión de
diversidad de razas y naciones). Lo mismo cabe con la muy comentada Alt-right; la Alt-right es un movimiento neoconservador que funciona entre las
élites globales de los así llamados Millenials.
Y se debe decir: también los intereses del movimiento monárquico, que funciona
de manera integral en el conjunto del planeta, aunque de modo más enfático en
Europa.
El Príncipe Leka II de Albania, recientemente casado y
a cuyo matrimonio asistieron varias de las casas reales importantes depuestas
en el siglo XX, ha sido invitado a la ceremonia de investidura de Trump. Trump,
quien no ha recibido felicitación de parte de ninguna de las monarquías
“correctas” de Europa, lo ha sido en cambio de las “incorrectas”, como los
príncipes electores del Santo Imperio Romano, de las casas reales de Francia, Rusia,
Mónaco y Bulgaria, entre otras que me abstengo de citar con holgura pues todo
aquí es de memoria y no quisiera consignar un dato falso para la posteridad.
Sepa el lector que el Rey de Serbia, quizá uno de los más cercanos a su
reposición en el trono en Europa, fue en persona a la Torre Trump a felicitar
al candidato triunfador de las elecciones americanas acompañado de la familia
real serbia, del mismo modo en que lo hizo Leka II en otra fecha. Luis XX de
Francia y su esposa, la reina, fueron también invitados con el pretexto de que
representan a alguna diminuta e insignificante asociación civil que opera en la
ciudad de Cincinatti, aunque todos sabemos que se trata del heredero legítimo
del trono de Francia, y que el día 21 deberá estar en las ceremonias por el
regicidio de su ancestro en París. Es notorio que, para una historia simbólica, Luis XX es invitado
en nombre de Luis XVI y lo representa. Por supuesto François Hollande, el
tirano actual de París, no ha recibido invitación que se conozca.
Si tomamos la Internacional blanca como un frente
antiliberal, que se define cono un movimiento social e histórico contra las
consecuencias de la constitución liberal en el mundo, no es ni puede ser
pensado como “derecha”. Es notorio, y el lector interesado en los asuntos de la
historia social presente lo sabe, que existe también un antiliberalismo de
izquierda. En la práctica, hay movimientos antiliberales que se autodefinen
como izquierdistas y se los reconoce especialmente por su renuencia a las
agendas de promoción del placer individual. Es el caso de la Venezuela chavista
y Cuba, por ejemplo: son los únicos Estados del así llamado “socialismo del
siglo XXI” que no han reconocido políticas de orientación sexual en sus
gobiernos, por lo que devienen así parte de la Internacional blanca, del lado
de los grupos religiosos y –a su pesar- de la Alt-rigt misma inclusive; también
es el caso de los regímenes africanos de izquierda, que siguen la misma línea
que sus pares americanos: no solo se resisten a la promoción de la sexualidad
sino que, por ejemplo, en lugar de hostilizar a la religión, en estos últimos
años la han protegido legalmente o han abrazado una constitución religiosa. Son
“incorrectos” políticamente, y tienen sobre ellos la presión del mundo visible,
que diagnostica su desastre real o imaginario y pronostica diariamente su
desenlace final.
