Gaspar Rico y Angulo
El último periodista del Antiguo Régimen peruano
Víctor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Un día de 1808, por un extraño malentendido,
Lima saltó en júbilo. La Ciudad de los Reyes salió entera a festejar la gloria
de Fernando VII. Españoles, negros y castas, nobles, sotanas y gente de toda
condición saltaba de júbilo. El periódico Minerva
Peruana había hecho saber a sus suscriptores, y era leído en voz alta en
los siete cafés de la ciudad, las fondas y otros espacios públicos, que Carlos
IV había abdicado y que Napoleón había puesto en la cárcel al más odioso
personaje de la Monarquía, el abominable ministro Manuel Godoy. El júbilo era
mayor al saber que los franceses, lejos de extender su revolución satánica a territorio
español, ofrecían en cambio todo su apoyo militar al nuevo Rey, por gracia de
Dios, Don Fernando VII. El trono y el altar estaban asegurados, y lo que se
había llamado en Lima antes “la Bestia monstruosa de San Juan” iba a quedarse
detrás de los Pirineos. Todo era algarabía, toros, trajes y coches de la
nobleza. En medio del griterío de vivas al Rey desde calles y balcones estaba
Gaspar Rico y Angulo, en ese momento un próspero comerciante.
Rico era un personaje extraño. Nacido en la
Rioja, había desembarcado en el Callao en 1794, para avecindarse en Lima y
poner un comercio. Al llegar no lo sospechaba, pero iba a llegar a ser una de
las figuras más relevantes –la más relevante- del periodismo peruano durante el
Antiguo Régimen. Iba a ser un publicista audaz, de gran estilo, astuto y
personaje decisivo para quien desee entender el proceso histórico que condujo a
la caída del régimen español en el Perú. La historiografía peruana no le
concede mucho mérito, no es considerado prócer de la patria, y no hay calle con
su nombre ni escultura ni monumento alguno que lo honre, como sucede con toda
sociedad cuyo fundamento metafísico es el repudio por el pasado como es el
caso, en general, en todas las repúblicas.
Por confesión propia sabemos que Gaspar Rico y
Angulo era asiduo de los lugares públicos de Lima, como las fondas, tertulias y
cafés, el más famoso de los cuales era el Café de Bodegones, cerca del Palacio
Real. Estos espacios habían adquirido carácter político justamente hacia la
llegada de Rico al Perú. Desde 1793, en que se supo del asesinato del Rey Luis
XVI por la Revolución en Francia, los cafés y lugares públicos en general, que
ya existían desde mediados del siglo XVIII, se habían vuelto espacios para la
discusión y la opinión política que antes, o era muy débil o no existía en
absoluto. A Rico le encantó encontrarse con esta nueva vida de la publicidad, y
era asiduo concurrente de los espacios de opinión. Rico participaba
intensamente de esta vida civil nueva marcada por la circulación de papeles
impresos, por lo general venidos del extranjero, y que en Lima se consolidó
hacia la época de la Revolución con la impresión de dos periódicos locales, la Gaceta de Lima y el Mercurio Peruano. Luego del caos informativo de 1808, una explosión
editorial inspirada por el gobierno del Reino intentó poner las cosas en su
lugar. No era para menos. Luego del júbilo de 1808 por Fernando VII Lima, la
Ciudad de los Reyes, supo la triste verdad; la Revolución había llegado a la
Monarquía y el Rey, lejos de estar en su trono, se hallaba preso. No había más
Rey. El 13 de octubre, según testimonio del Virrey José Fernando de Abascal,
los siete cafés de Lima amanecieron con pasquines colgados en sus puertas que
juraban fidelidad al Rey prisionero.
En medio de un cierto caos de información
política, que en otras regiones de la España de esta parte del Atlántico había
dado lugar a Juntas, algunas de ellas de carácter francamente revolucionario,
en 1810 la Corte del Reino resolvió auspiciar la impresión de la Gaceta del Gobierno de Lima, inspirada
en alguna medida como orientadora de la opinión, posiblemente idea del sabio y
asesor virreinal Hipólito Unanue. Rico, interesado en intervenir con su pluma
en los asuntos públicos, solicitó se le encargara la redacción del periódico al
Virrey, que lo rechazó, posiblemente porque Rico en ese momento no era más que
un comerciante que carecía de antecedentes en el mundo editorial. Pero resultó
que las Cortes, ese mismo año, decretaron la libertad de imprenta en toda
España, lo que se supo en el Perú al año siguiente. Rico, resentido con el
Virrey, resolvió combatir la política de Abascal en su Gaceta fundando un periódico propio, que suscribió las ideas
liberales que primaban en las Cortes, que para entonces se asentaron en la ciudad
de Cádiz. El periódico se iba a titular El
Peruano, y duraría entre 1811 y el año siguiente, en que sería cerrado por
las autoridades por propalar “principios revolucionarios y tumultuosos”; a Rico
este episodio le significaría el destierro hasta 1816. Hubo motivo para ello,
pues este periódico, fiel al resentimiento de Rico, que iba a ser su redactor,
se dedicó a propalar las ideas nuevas de las Cortes, que rápidamente, desde su
tercer número, adoptaron el tono radical de ser la continuación de los principios
de la Revolución Francesa. El periódico tuvo, mientras circuló, fama
internacional, y su lectura alcanzó a ser exitosa en Buenos Aires, entonces
baluarte revolucionario en América.
Rico fue redactor anónimo. Firmaba los
artículos más sonoros como “el Invisible”, aunque se valió de otros seudónimos
también para no ser inculpado. Astutamente, para llevar adelante su plan, se
asoció con el administrador de la entonces famosa Imprenta de los Huérfanos,
Bernardino Ruiz, y con un conocido periodista de ideas liberales, el flamenco
Guillermo del Río; éste último librero famoso de obras relacionadas con la
Revolución Francesa y periodista cuyo local de ventas se hallaba en la Calle
del Arzobispo. Del Río aparecía como el editor y responsable del papel impreso,
por lo que recaía sobre él tanto la fama del periódico como la responsabilidad
legal de su contenido. Pues bien. El
Peruano, enemigo de Abascal, que era bastante conservador, por decir lo
menos, no sólo publicaba los anónimos de Rico, que escribía en lenguaje
exaltado, sino que difundía papeles de las discusiones de las Cortes que
insistían en uno de los puntos más peliagudos de sus sesiones, la idea de la
igualdad civil entre españoles europeos y americanos, y entre miembros de las
castas, los negros libres y la población indígena, cuya élite, descendiente de
los incas y preferentemente monárquica y conservadora, no podía controlar lo
que estaba una vez impreso.
Es necesario aquí hacer un alto social. De
hecho, en 1812 se produjo uno de los escasos levantamientos del Reino en ese
periodo que, de acuerdo a los testimonios de época, que son algo confusos,
sindicaban claramente a estos artículos sobre la igualdad de El Peruano como sus inspiradores. Esto
no es del todo seguro, pues hay factores discordantes y testimonios
contradictorios. La rebelión se produjo en los partidos de Huánuco, Panatahuas
y Huamanlíes, y estuvo a cargo de la masa campesina indígena. A inicios del
siglo XIX era mucho menos frecuente que ahora hablar castellano entre los
indios, y menos probable aún, que éstos pudieran leer, o siquiera comprar un
ejemplar de El Peruano. Además, hay
testimonios de que los indios insurrectos venías de recibir propaganda oral e
iconografía de gente blanca de procedencia desconocida que divulgaba entre los
caseríos aislados de la Sierra la extraña idea de que estaba por llegar un
Inca, a falta de Rey, que se llamaba Juan José Castelli. En todo caso, si El Peruano se leía, no con poca
satisfacción, en la subversiva Buenos Aires, también debía leerlo alguna gente
en la Intendencia de Tarma, donde se produjo el levantamiento.
Conforme avanzaba el tiempo de publicación de El Peruano, hubo una serie de
reacciones, algunas de ellas interesantes. Lo más probable es que todo el
contenido verdaderamente subversivo del periódico fuese redactado por Rico
mismo, lo que habrá de verificarse alguna vez con un análisis estilístico de
los artículos. Pero Guillermo del Río aceptaba colaboraciones externas, fiel
este hombre a la idea ilustrada de la opinión pública como un diálogo abierto,
que admitía disensiones y discusión. Éste es el origen de fascinantes textos
contrarrevolucionarios procedentes de los propios lectores, a los que, al
parecer, no les hacía ninguna gracia el contenido de la campaña de “el
Invisible”, que acusaban su disconformidad con los principios revolucionarios,
con la opinión mayoritaria en las Cortes e, incluso, al menos en un caso,
contra las Cortes mismas, cuyo gobierno fue acusado de incapacidad para
enfrentar a Napoleón y la ocupación francesa de la sede central de la
Monarquía. Algunos colaboradores identificaron los principios de la revolución
en España, esto es, lo que en Cádiz se discutía, con los de Francia –como de
hecho era el plan del periódico-, de la cual se recordaba en Lima más los crímenes
del Terror de 1793 y el asesinato del Rey Luis que ideas como las de libertad o
fraternidad, que habrían de esperar aún una década para ser asimiladas por el
lenguaje político ordinario. Agustin Barruel, autor de la teoría de la
Revolución como una conspiración masónica, circulaba en Lima con la misma
holgura que la obra monárquica moderada de Montesquieu.
Los colaboradores insospechados de El Peruano fueron implacables contra la
Revolución –la francesa y la española- cuyos principios fueron acusados de
satanismo, de ser obra del “diablo” y del “Anticristo”, de hacer causa común
con el aceleramiento de la anarquía social o, en el peor de los casos, con el
fin del mundo. Es de lamentarse que Gaspar Rico hubiera tenido que defenderse
de colusión con las huestes del Infierno, que tenían fama muy ganada de
espantosos en una Lima cuajada de monjas y procesiones suntuosas y semanales.
Pronto las autoridades, que seguramente estaban más del lado del público que
del solitario escritor, exigieron la identidad verdadera del firmante de los
textos revolucionarios y Guillermo del Río, a quien no le quedaba de otra, pues
de otro modo podía ser penado él mismo, denunció a Rico por su nombre como el
autor de los libelos. Abascal debe haberse quedado atónito al reconocer que el
fallido redactor de la Gaceta, a
quien había él mismo rechazado como inexperto, fuese esa pluma tan notable y
capaz de hacer cosas terribles en un Reino preferentemente pacífico como era
entonces el del Perú. Es tradición sindicar a los frailes de la Santa
Inquisición de haber denunciado a Rico finalmente ante la Junta de Censura, un
procedimiento que estaba previsto en el decreto de libertad de imprenta, pero
la verdad es que, luego de la insurrección en la Intendencia de Tarma, que
estalló en el verano de 1812, el periódico se fue haciendo insoportable para el
gobierno del Virrey. Aunque la Junta de Censura fue bastante benévola, Abascal
embarcó a Rico a España, de donde no volvería sino hasta el fin de su mandato.
Después de esta historia de liberalismo y
revolución de Gaspar Rico y El Peruano,
nadie podría sospechar el resto de la historia conocida de este periodista.
Durante la existencia del periódico, otra vez con Guillermo del Río como
editor, salió a la calle El Satélite del
Peruano, un periódico aún más radical que El Peruano y que, por ello, no tuvo sino unos pocos números antes
de cerrar. Es de sospecharse que Rico, no cansado con polemizar con la opinión
pública de verdad, hubiera querido dar la impresión de que su periódico no era
el único en suscribir las nuevas ideas. Pero el resto de la prensa del periodo
era más bien partidaria del Rey legítimo, y era sospechoso que sólo un
periódico, o dos, fueran tan apasionados con principios que, en lugar de
reponer a los reyes en sus tronos, les cortaban la cabeza. Para quienes
encuentran la identidad peruana a partir de la instauración definitiva de los
principios liberales en la República, cosa que no ocurrió sino luego de la
rendición de los Reales Castillos del Callao en 1825, Rico debía figurar en la
historia peruana como un héroe, como el más destacado publicista liberal del
Antiguo Régimen y, por lo mismo, también como fundador o gestor de lo que
habría de ser el periodismo republicano. Sin embargo esto no es así. ¿Cuál es
el motivo de esta situación?
Gaspar Rico, luego de su destierro por
Abascal, su enemigo, regresó al Perú en 1816, cuando el ciclo revolucionario en
Europa había terminado y las autoridades legítimas habían, finalmente,
recuperado sus tronos. Esta vez era Abascal quien se regresaba a España. Y
Rico, entonces famoso por su intervención en la prensa, no volvió más a
dedicarse al comercio que lo había traído a Lima en 1794. Apenas llegar, fundó
el periódico fidelista El Investigador,
que iba a circular hasta 1817, y del que, por desgracia, no se conserva
ejemplar alguno. Luego de ese ensayo editorial se hizo más que famoso por una
obra que era la antípoda de El Peruano; en ella abominaba de la revolución
primero, y de la república después, por un periódico en el que, libre de sus
enconos con el gobierno, saldría el pensamiento definitivo del autor. Este
periódico iba a llamarse El Depositario.
El Depositario fue impreso en Lima
desde 1821 expresamente para apoyar la causa de la Monarquía católica, y su
redactor único, Gaspar Rico, acompañaría en persona al último Virrey del Perú
en los diversos lugares en los que éste instaló la Corte del Reino durante la
guerra civil. Publicó en el Cuzco, por tanto, última capital que fuera de la
monarquía peruana.
Cuando la causa del Rey legítimo parecía definitivamente
perdida, y grandes reaccionarios como el asesor virreinal Hipólito Unanue y el
Padre José Joaquín Larriva se pasaban en masa a los nuevos amos, Rico, junto
con buena parte de la nobleza y el clero de Lima, varios miles de personas
indefensas, se refugió en el Callao, resistiendo allí los embates definitivos
de la revolución. Desde allí, en medio del hambre y la peste, Rico continuó
sacando hasta el final de su vida El
Depositario, haciendo mofa, con el mismo estilo sarcástico de su pluma
magnífica, de los jefes extranjeros que, en ese momento, cambiaban el país para
siempre.
Gaspar Rico y Angulo murió, posiblemente de
enfermedad, poco antes de la rendición española de los Reales Castillos. Fue
acompañado en la muerte por frailes, familias leales a la Monarquía y una parte
significativa de la nobleza peruana. Guillermo del Río llevó, ya bajo la
república, una vida breve y oscura existencia en proyectos que hoy no se
recuerdan. El Peruano es el único
periódico de inicios del siglo XIX que ha reproducido en su integridad la
famosa Colección Documental de la Independencia del Perú, que recoge la documentación para investigar la Independencia del Perú
y fue impresa en ocasión del Sesquicentenario de ese episodio por la dictadura
del General Juan Velasco Alvarado.