#FilosofíaEnTiemposDePandemia
Lima,
jueves 18 de junio de 2020
Víctor
Samuel Rivera
1—
¿Qué opinión le merece toda la situación actual que vive el mundo y entorno a
la pandemia COVID 19?
Sobre las opiniones soy escéptico, aunque el mundo al que pertenecemos, en cambio, deposite su fe en ellas. Sobre temas públicos, altamente sensibles, y con hondo sentido político y moral, se recurre al artista, se acude al cómico, a la persona que lee las noticias; cuando no al mero y anónimo caminante, que es la expresión más íntima y esencial del opinador. A fines de la década de 1990, con la aparición y masificación de la computadora portátil y del internet, pareció cumplirse la utopía más ansiada del mundo moderno, el mundo de la comunicación transparente y sin límites, la sociedad posmoderna, la sociedad que Gianni Vattimo denominó entonces “transparente”; líquida o fluida, para pensar el tema en la terminología entonces tan potente de Zygmunt Bauman. De pronto la opinión, lo que los griegos llamaban éndoxa, la opinión como el derecho ilimitado a decir lo que sea sin importar de los labios de quién, terminó por ser el faktum de la razón posmoderna o, mejor dicho, de la posibilidad realizada donde el conocimiento y la opinión se han vuelto idénticos entre sí.
El
mundo al que pertenecemos, como un mundo humano específico donde opinar y estar en la opinión, por así decirlo, es
lo más metafísico a donde nos es
lícito llegar, es un mundo cuya constitución es un no saber donde el opinador reconoce sus derechos. Este tiempo y
mundo hace de la comunicación su trabajo, su actividad realizadora. Y es como
un mar de cristal donde cada uno que ve, ve lo mismo. Esa sociedad transparente
de la década de 1990 era como el Mar de Cristal, una figura profética del Apocalipsis de San Juan evangelista. El
Mar de Cristal es un extenso piso de espejo. Hacia el fondo el buen Dios
sentado. Allí doce santos obispos metropolitanos se ven a sí mismos, y
entonces, echando sus coronas al suelo, se humillan y adoran, una figura maravillosa
de la liturgia Confiteor Deo omnipotenti,
solo que sin ningún Dios que la contemple en su trono Un inmenso espejo, una
comunidad del espejo. Y, de pronto, el evento. Ha acontecido que el espejo ha
sido roto, ya que no por la opinión del hombre que no se humilla, sí por la
Corona soberana de un virus que inesperadamente yace sentado.
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