Comparto con los lectores la entrevista que me ha hecho José Chocce Peña a raíz de la Gran Pandemia del Coronavirus.
Agradezco las casi 300 solicitudes de inscripción para el Taller de Hermenéutica y Estudios Sociales de Ciher, casi la mitad de las cuales proceden de México, Argentina, España, Colombia y Chile. Lamento ir anunciando que le taller deberá ser dividido en bloques trimestrales más pequeños, según los intereses y grado de estudios de los participantes. Es materialmente imposible hacer un taller con un número tan grande de colaboradores.
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¿Cuál es su comentario sobre Sopa de
Wuhan, ese libro escrito y distribuido en forma digital que recorre el mundo
entorno al mundo COVID 19?
Apenas iniciado el proceso de la Gran
Pandemia, cuando lo que ahora tomaríamos por una cifra modesta de pocos más o
menos unos cientos de muertos en el norte de Italia, y unos miles de chinos
poquísimos, que a la gente se le hacía una desaparición anecdótica de otros,
mis alumnos y singularmente José Luis Herrera y Manuel Paz y Miño me mandaban
el colectivo Sopa de Wuhan. No me
pareció relevante en absoluto leer a los grandes de la filosofía en esa
incertidumbre entonces fundada dar opiniones que, a pesar de la esperanza de
muchos, continuaban siendo a mis ojos las mismas del tiempo del Gran Espejo,
una terquedad del Mar de Cristal pugnando involuntario por atar sus pedazos
disparados por el impacto de Corona. No había notado entonces algo que ahora
comprendo que es fundamental, y es que el virus Corona un buen día se había
sentado en el trono vacío.
No comprendo cómo una opinión puede ser
importante, salvo cuando fuese posible una suerte de instalación del saber,
cosa que no ocurre casi nunca, dada la naturaleza inexpresable e inefable del
auténtico saber. En la Carta VII de
Platón está subrayado el carácter inefable del saber auténtico que, por
definición, es puesto en el horizonte de la inteligencia humana como un más allá
del discurso. Dice Platón que ese saber es arrethon,
inefable, más allá de donde es ámbito del discurso, incluso del verdadero, bajo
la imagen de que hubiera alguno que no fuera éndoxon. Lo que se puede decir, ciertamente, y esto sin duda vale
también para quien contesta, es “fable”: en el triple sentido de a la vez inexacto,
de aspecto imaginario y débil de carácter (que al parecer pasa por intermedio
del francés a en “feble”). Es algo bastante paradójico que esta época, la época
de la Gran Pandemia, que sea algo común que se pida este estar “más allá”, a
falta de sacerdotes católicos o pitonisas oraculares paganas, al filósofo. Lo
fascinante es que finalmente el mundo del espejo transparente en que se
inclinan los todos/mismos se ve obligado a volver a los arúspices y los
profetas, o la huella que queda de ellos en los modestos filósofos.
La Gran Pandemia es un mundo; el mundo de
los hombres luego del quiebre del mar de cristal. Estamos dentro del ruido de
las opiniones entre los tiestos de los cristales rotos, en la gran noche de la
pandemia. Y si la opinión se asocia culturalmente con la oscuridad, el saber,
ese saber que se pide en el instante mismo en que la sociedad ha dejado de
fluir en el mar y la transparencia de la “sociedad trasparente” se muestra como
nunca como una ilusión, es que el quiebre del cristal atraviesa el evento. Es
un evento de luz invasora. No la luz de la razón, sino la luz de la no razón,
la luz fundadora que es por ello externa, extraña y violenta. La metáfora de la
Caverna de Platón afirma de modo muy plástico el vínculo entre las opiniones y
el saber. La plenitud del mundo y de lo que es propiamente, que solo es posible
a la vista de la luz, se halla en el orden de lo que es propiamente visible.
Justamente la visibilidad es ausente en el Mar de Cristal del fluido mundo
transparente, pues el que ve, ve sí mismo, que es una manera de decir que no ve
nada.
Sigamos un instante con la Caverna. Wuhan
envía al Corona a recoger a los sabios, pero estos, a medio camino, encuentran
restos del vidrio del espejo, y se asombran con lo que ven. A medio camino se
sientan a dar su opinión de los espejos, que ahora consideran muy interesantes,
pero extrañamente repetitivos, redundantes pues dicen otra vez lo mismo. Cuando
en el fondo de la Caverna el ruido de la éndoxa
se ve afectado por el llamado desde Wuhan, ese ruido mismo es el anuncio de
un saber, es ese saber mismo que se aloja haciendo, rehaciendo la Caverna,
instalándola en un giro incomprensible, para el que Sopa de Wuhan es a modo de
muchos fracasos que intentan restablecer el Mar de Cristal, sin saber nunca
cómo pues, aunque llamados por algo nuevo, un saber antes oculto para todos,
solo usan partes viejas de lo que antes fluía y ahora son esquirlas.
El filósofo, creo yo, debe hacer
moralmente, está fenomenológicamente llamado (por el virus, y su Padre, Wuhan,
la verdad luminosa) a reconocer la caducidad de sus tiestos de vidrio. Conocer
y saber es ahora experimentar el llamado, experimentarlo al modo de una
no/opinión. Por decirlo de alguna manera: El momento del saber de las
multitudes, de gerenciar el mundo consultando a la gente de la calle, sus
gustos anónimos y antojadizos, la anarquía de sus caprichos, ha tenido al virus
como el anuncio de un gran no. Y este no es además no solo lo que pide Wuhan,
la lejana y oriental ciudad de la luz incomprensible, sino lo que reclaman los
usuarios mismos de la filosofía en este tiempo de la Gran Pandemia. ¿Y qué
piden los que opinan mismos, tanto y en medida análoga a lo que el virus reclama
desde fuera? Que sean los filósofos los arúspices del saber nuevo ya
previamente instalado.
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