Víctor Samuel Rivera

Víctor Samuel Rivera
El otro es a quien no estás dispuesto a soportar

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Doctor en filosofía. Magíster en Historia de la Filosofía. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía desde 1992. Crío tortugas peruanas Motelo y me enorgullezco de mi biblioteca especializada. Como filósofo y profesor de hermenéutica, me defino como cercano a lo que se llama "hermenéutica crítica y analógica". En Lima aplico la hermenéutica filosófica al estudio del pensamiento peruano y filosofía moderna. Trabajo como profesor de filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; he trabajado en Universidad Nacional Federico Villarreal desde 2005. He sido profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima hasta 2014. He escrito unos sesenta textos filosóficos, de historia de los conceptos, filosofia política e historia moderna. Tengo fascinación por el pensamiento antisistema y me entusiasma la recuperación de la política desde el pensamiento filosófico. Mi blog, Anamnesis, es un esfuerzo por hacer una bitácora de filosofía política. No hago aquí periodismo, no hago tampoco análisis político de la vida cotidiana- De hecho, la vida cotidiana y sus asuntos no son nunca materia del pensamiento.

miércoles, 24 de junio de 2020

Entrevista de José Chocce sobre Coronavirus (II-III)



Comparto con los lectores la entrevista que me ha hecho José Chocce Peña a raíz de la Gran Pandemia del Coronavirus.

Agradezco las casi 300 solicitudes de inscripción para el Taller de Hermenéutica y Estudios Sociales de Ciher, casi la mitad de las cuales proceden de México, Argentina, España, Colombia y Chile. Lamento ir anunciando que le taller deberá ser dividido en bloques trimestrales más pequeños, según los intereses y grado de estudios de los participantes. Es materialmente imposible hacer un taller con un número tan grande de colaboradores.




2— ¿Cuál es su comentario sobre Sopa de Wuhan, ese libro escrito y distribuido en forma digital que recorre el mundo entorno al mundo COVID 19?


   Apenas iniciado el proceso de la Gran Pandemia, cuando lo que ahora tomaríamos por una cifra modesta de pocos más o menos unos cientos de muertos en el norte de Italia, y unos miles de chinos poquísimos, que a la gente se le hacía una desaparición anecdótica de otros, mis alumnos y singularmente José Luis Herrera y Manuel Paz y Miño me mandaban el colectivo Sopa de Wuhan. No me pareció relevante en absoluto leer a los grandes de la filosofía en esa incertidumbre entonces fundada dar opiniones que, a pesar de la esperanza de muchos, continuaban siendo a mis ojos las mismas del tiempo del Gran Espejo, una terquedad del Mar de Cristal pugnando involuntario por atar sus pedazos disparados por el impacto de Corona. No había notado entonces algo que ahora comprendo que es fundamental, y es que el virus Corona un buen día se había sentado en el trono vacío.

     No comprendo cómo una opinión puede ser importante, salvo cuando fuese posible una suerte de instalación del saber, cosa que no ocurre casi nunca, dada la naturaleza inexpresable e inefable del auténtico saber. En la Carta VII de Platón está subrayado el carácter inefable del saber auténtico que, por definición, es puesto en el horizonte de la inteligencia humana como un más allá del discurso. Dice Platón que ese saber es arrethon, inefable, más allá de donde es ámbito del discurso, incluso del verdadero, bajo la imagen de que hubiera alguno que no fuera éndoxon. Lo que se puede decir, ciertamente, y esto sin duda vale también para quien contesta, es “fable”: en el triple sentido de a la vez inexacto, de aspecto imaginario y débil de carácter (que al parecer pasa por intermedio del francés a en “feble”). Es algo bastante paradójico que esta época, la época de la Gran Pandemia, que sea algo común que se pida este estar “más allá”, a falta de sacerdotes católicos o pitonisas oraculares paganas, al filósofo. Lo fascinante es que finalmente el mundo del espejo transparente en que se inclinan los todos/mismos se ve obligado a volver a los arúspices y los profetas, o la huella que queda de ellos en los modestos filósofos.
   
    

 La Gran Pandemia es un mundo; el mundo de los hombres luego del quiebre del mar de cristal. Estamos dentro del ruido de las opiniones entre los tiestos de los cristales rotos, en la gran noche de la pandemia. Y si la opinión se asocia culturalmente con la oscuridad, el saber, ese saber que se pide en el instante mismo en que la sociedad ha dejado de fluir en el mar y la transparencia de la “sociedad trasparente” se muestra como nunca como una ilusión, es que el quiebre del cristal atraviesa el evento. Es un evento de luz invasora. No la luz de la razón, sino la luz de la no razón, la luz fundadora que es por ello externa, extraña y violenta. La metáfora de la Caverna de Platón afirma de modo muy plástico el vínculo entre las opiniones y el saber. La plenitud del mundo y de lo que es propiamente, que solo es posible a la vista de la luz, se halla en el orden de lo que es propiamente visible. Justamente la visibilidad es ausente en el Mar de Cristal del fluido mundo transparente, pues el que ve, ve sí mismo, que es una manera de decir que no ve nada.

     
     Sigamos un instante con la Caverna. Wuhan envía al Corona a recoger a los sabios, pero estos, a medio camino, encuentran restos del vidrio del espejo, y se asombran con lo que ven. A medio camino se sientan a dar su opinión de los espejos, que ahora consideran muy interesantes, pero extrañamente repetitivos, redundantes pues dicen otra vez lo mismo. Cuando en el fondo de la Caverna el ruido de la éndoxa se ve afectado por el llamado desde Wuhan, ese ruido mismo es el anuncio de un saber, es ese saber mismo que se aloja haciendo, rehaciendo la Caverna, instalándola en un giro incomprensible, para el que Sopa de Wuhan es a modo de muchos fracasos que intentan restablecer el Mar de Cristal, sin saber nunca cómo pues, aunque llamados por algo nuevo, un saber antes oculto para todos, solo usan partes viejas de lo que antes fluía y ahora son esquirlas.
     
     El filósofo, creo yo, debe hacer moralmente, está fenomenológicamente llamado (por el virus, y su Padre, Wuhan, la verdad luminosa) a reconocer la caducidad de sus tiestos de vidrio. Conocer y saber es ahora experimentar el llamado, experimentarlo al modo de una no/opinión. Por decirlo de alguna manera: El momento del saber de las multitudes, de gerenciar el mundo consultando a la gente de la calle, sus gustos anónimos y antojadizos, la anarquía de sus caprichos, ha tenido al virus como el anuncio de un gran no. Y este no es además no solo lo que pide Wuhan, la lejana y oriental ciudad de la luz incomprensible, sino lo que reclaman los usuarios mismos de la filosofía en este tiempo de la Gran Pandemia. ¿Y qué piden los que opinan mismos, tanto y en medida análoga a lo que el virus reclama desde fuera? Que sean los filósofos los arúspices del saber nuevo ya previamente instalado.

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